Imágenes por Compartiendo mi Opinión
Mis inicios en el
Hospital Bloom fueron difíciles, aunque, a la vez, mi estancia en él fue
muy provechosa, tanto para mí como para los pacientes que tuve el gusto de
atender. Como estaba incorporándome,
me pusieron con una doctora que cubría el área de psiquiatría infantil, aunque
era psiquiatra general. Yo me presenté ante ella tímidamente, y fue evidente
que no le agradó tenerme a su lado. En una primera instancia creo que pensó que
yo llegaba a sustituirla o a fiscalizarla. Cuando le dije que me estaba
incorporando, me respondió a todo pulmón y delante de los pacientes:
"¡Ah! entonces usted es gata; una gata".
Así les dicen a los que aún no son
médicos (yo lo era, pero aun no reconocida en El Salvador). Me contaron luego
las secretarias que eso se escuchó hasta afuera de la oficinita, y no es
extraño, considerando que no tenía puerta. Ella llegaba solamente un par de horas al día; en cambio
yo pasaba de 8 de la mañana a 2 ó 3 de la tarde allí, por lo que me dio tiempo
para conocer a muchas personas, maravillosas algunas, no tanto otras.
La
vida laboral en un hospital, es apasionante. Para mí, como psiquiatra infantil
en un hospital de niños, más todavía. Observar y analizar el sufrimiento, tanto
de niños y padres de familia, como de médicos y enfermeras, unos más indiferentes
que otros, fue muy aleccionador. Sospechaba que mis colegas médicos se sentían
un poco amenazados por "la doctora que examinaba sin estetoscopio" (así
me decían); o sea, la “analiza-pensamientos”, querían decir. Y es que aun para
los médicos, la psiquiatría es una especialidad orientada a buscar los locos
entre los cuerdos.
Nada
más alejado de la realidad; sobre todo cuando se ha hecho una subespecialidad
en niños y adolescentes y otra en terapia familiar. Yo sabía algo de en qué
consisten las demás especialidades de la medicina. Ellos, en realidad, no
sabían nada de en qué consistía la mía. Para los propios colegas médicos la
psiquiatría estaba impregnada del mismo estigma que para el resto de la
sociedad, y eso era un gran obstáculo para que mi recurso pudiera ser
apreciado.
Fue
un esfuerzo largo y solitario conseguir que algunos colegas médicos empezaran a
comprender, aunque fuera un poquito, que no hay que estar "loco" para
recurrir a la psiquiatría. Esta nos proporciona una mirada neutral ante problemas
cotidianos de nuestra vida en relación con nosotros mismos, la pareja,
amistades, en el ámbito laboral y el ambiente social en general.
Pasado
un tiempo se me ocurrió pedir plaza en el Ministerio de Salud Publica, y aquí
sí hubo suerte. Como la doctora ya mencionada llegaba a dar consulta a última
hora de la mañana, a mi me asignaron la hora más tempranita, lo cual me
agradó bastante. Ya con cierta autoridad, lo primero que hice fue negarme
a dar consulta, a menos, que le pusieran puerta al cubículo, pues, como ya
dije, se oía todo lo que los pacientes estaban hablando, que muchos de los
casos se trataba de abusos o violaciones, y en todos los casos, de temas
personales y privados. El ser humano tiene derecho a su privacidad siempre, y,
en particular en temas de salud; más aun en el caso de la psiquiatría.
Pobres
enfermeras; les fue complicado, pero lograron que mandaran ponerme una puerta.
Para lo que ya no alcanzó su buena voluntad, fue para ponerme un ventilador,
como tenían todos los demás cubículos. Pues tozuda yo, como siempre, pedí
autorización para llevar mi propio ventilador y dejarlo allí hasta que
decidieran ponerme uno de parte del hospital. Así mismo, empecé a tratar
de que nos diesen al menos unas cuatro camas en la sección de hospitalización
para los niños víctimas de abuso, ya que hasta entonces la práctica era llamar
al médico para "hacer hablar al paciente" (como si de un acusado se
tratase), curar alguna lesión, si la había, y "para afuera". A mí eso
no me parecía nada adecuado, y yo defendía que cada quien tiene derecho a
hablar al ritmo que su alma le permita; y, por supuesto, no arrancaba
confesiones del trauma para luego firmar el alta y “afuera”. En alguna
ocasión llegué a cuestionar a algún jefe de servicio sobre qué sentiría si yo
tratase así a su hija o pariente.
Las
pruebas psicométricas que se utilizaban en este centro, eran, casi casi, “de las
que trajo Colón en las carabelas". En ellas la mayoría de los niños arrojaban
coeficientes intelectuales deficientes; por lo inadecuado de las pruebas, y,
además porque la mayoría de pacientes son niños inquietos y, frecuentemente, con
problemas de atención. Toda esta situación me invitó a crear una unidad de
Salud Mental de calidad y como merecen los niños salvadoreños. Para ello, al
salir del hospital, me iba a recorrer embajadas, agencias de cooperación
internacional, universidades, etc. para lograr apoyos económicos y técnicos
para realizar mi sueño.
En
este tiempo ya había aparecido en el firmamento otro doctor psiquiatra
pediatra, que, por alguna razón, no fue aceptado como miembro de la Asociación
de Pediatría. Curiosamente, a él sí fue posible habilitarle un cubículo con
ventilador. Pasado un tiempo, logré tener un bonito proyecto de Unidad de
Salud Mental, y empecé a pedir para la misma un gran cubículo que estaba vacío
en el anexo del hospital. El director daba visos de aceptar, pero solo si había
consenso de los tres médicos que atendían el área de psiquiatría.
Acá
empezó otro calvario. Me ocurrió lo de "la gallinita que se encontró un
grano de maíz y quería hacer un pastel con él". Nadie me ayudó a hacer mi
proyecto, y menos a buscar recursos; pero lo peor fue que la doctora original,
la que me había llamado “gata”, se alió con el nuevo doctor en contra mía,
decidiendo dar a éste la dirección de mi propio proyecto, de mi sueño. Me
pareció una jugada muy fea, y apele a las autoridades del hospital, pero, como
Poncio Pilatos, se lavaron las manos.
Pasé
días amargos. Finalmente, y ya sin nada que hacer, llegó el día de firmar el
acuerdo para iniciar los trámites de la Unidad. Habiendo ya firmado la colega
mujer; nos reunimos el colega varón y yo. Para no firmar, fingí haber tenido un
accidente en mi mano derecha, y a solas con el doctor, y con mi mano enyesada,
le pregunté: "¿Verdad que a usted ni le interesa esto, y lo hace por
quitarme mi sueño?" "Sí" fue su confidencial respuesta. Me quedé
con las ganas de golpearlo con la mano enyesada, pero simplemente me fui, y a los
pocos días presenté mi renuncia.
Allí
les quedó todo listo para llevar a cabo mi sueño, pero creo que aun ahora,
veinte años después este solo existe en un papel mojado y en mi alma. Y es
que, por bueno que sea un proyecto, es la voluntad de las personas lo que mueve
las cosas. Creo yo, a quien terminaron marginando, era la única que tenía la
voluntad y disposición. Es un ejemplo más de por qué las cosas funcionan como
funcionan en nuestro país.
Tras
ello, me dediqué exclusivamente a mi consulta privada, en la que me fue de
maravilla, ya que Dios me dio tan abundante clientela que quejarme no puedo.
Allí utilicé pruebas adecuadas, y tenía psicólogas y terapeutas
educativas. Qué lástima que solo se beneficiaran aquellos con recursos
para pagar un servicio privado, y no la población más necesitada.
¿Y
qué pasó con mi sueño? Aún lo tengo en el alma. No considero justo que nuestra
niñez Salvadoreña no pueda tener la atención adecuada que merece y necesita. La
causa de muchos “ninis”, son dificultades de aprendizaje que no se detectan ni
se atienden en forma adecuada. En fin, podría mencionar mil razones de por qué
es necesario atender la salud mental de nuestra niñez y sus familias, de una
forma integral. En mi corazón ha quedado una gran tristeza. Saqué
adelante a mis hijos, a mis consultantes… pero no pude ayudar a la niñez
salvadoreña porque no me dejaron.
Acerca de la Dra. Mendoza
Burgos
Titulaciones en Psiquiatría General y
Psicología Médica, Psiquiatría infantojuvenil, y Terapia de familia, obtenidas
en la Universidad Complutense de Madrid, España.
Mi actividad profesional, desde 1,993,
en El Salvador, se ha enfocado en dos direcciones fundamentales: una es el
ejercicio de la profesión en mi clínica privada; y la segunda es la
colaboración con los diferentes medios de comunicación nacionales, y en
ocasiones también internacionales, con objeto de extender la conciencia de la
necesidad de salud mental, y de apartarla de su tradicional estigma.
Fui la primera Psiquiatra
infanto-juvenil y Terapeuta familiar acreditada en ejercer dichas
especialidades en El Salvador.
Ocasionalmente he colaborado también
con otras instituciones en sus programas, entre ellas, Ayúdame a Vivir,
Ministerio de Educación, Hospital Benjamín Bloom, o Universidad de El Salvador.
He sido también acreditada por la embajada de U.S.A. en El Salvador para la
atención a su personal. Todo ello me hizo acreedora en 2007, de un Diploma de
reconocimiento especial otorgado por la Honorable Asamblea Legislativa de El
Salvador, por la labor realizada en el campo de la salud mental. Desde 2008
resido en Florida, Estados Unidos, donde compatibilizo mi actividad profesional
con otras actividades.
La tecnología actual me ha permitido
establecer métodos como video conferencia y teleconferencia, doy consulta a distancia
a pacientes en diferentes partes del mundo, lo cual brinda la
comodidad para mantener su terapia regularmente aunque esté de viaje. De igual
manera permite a aquellos pacientes que viven en ciudades donde los servicios
de terapeuta son demasiado altos acceder a ellos. Todo dentro de un ambiente de
absoluta privacidad.
Trato de orientar cada vez más mi profesión hacia la
prevención, y dentro de ello, a la asesoría sobre relaciones familiares y
dirección y educación de los hijos, porque después de tantos años de
experiencia profesional estoy cada vez más convencida de que el
desenvolvimiento que cada persona tiene a lo largo de su vida está muy
fuertemente condicionado por la educación que recibió y el ambiente que vivió
en su familia de origen, desde que nació, hasta que se hizo adulto o se
independizó, e incluso después.
Estoy absolutamente convencida del rol fundamental
que juega la familia en lo que cada persona es o va a ser en el futuro.