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martes, 12 de noviembre de 2013

Latinos castigaron al Tea Party en Virginia votando masivamente en su contra

Tomado de El tiempo Latino

Un sector importante del electorado hispano celebro el triunfo de Terry McAuliffe como el próximo gobernador

La elección del gobernador de Virginia junto a la del de Nueva Jersey era señaladas como las emblemáticas de la pasada jornada electoral


Virginia: McAuliffe ganó, ahora latinos pasarán factura


El gobernador electo recibió el respaldo del 66 por ciento del voto latino. Grupos quieren ver a hispanos en altos cargos


Por Milagros Meléndez-Vela

Fairfax, Virginia.- Ya se había dicho antes: en contiendas tan cerradas, los hispanos pueden hacer la diferencia. Y al parecer así ocurrió la noche del martes 5 de noviembre cuando el demócrata Terry McAuliffe ganó el puesto de gobernador por un escaso margen de 2,4 por ciento sobre el republicano Ken Cuccinelli.
McAuliffe obtuvo el 47,7 por ciento de los más de 2 millones de votos en Virginia. Cuccinelli logró el 45,2 por ciento de todo el electorado.
Pero a nivel de hispanos, McAuliffe capturó el 66 por ciento del voto latino, según un sondeo de Latino Decisions. Cuccinelli apenas logró un 29 por ciento.
“Creo que el voto latino fue decisivo y eligió a los candidatos que fueron inclusivos con la comunidad hispana y favorables con los temas sensibles para ella”, expresó el político Walter Tejada, presidente de la Junta de Gobierno de Arlington.
En Virginia 214.000 hispanos están calificados para votar, por lo que buena parte de los 55.000 votos que separaron a los candidatos habrían sido emitidos por este grupo.
Aunque no hay resultados concretos sobre el número de hispanos que acudieron a las urnas, Leni González, co fundadora de la Organización Latina Demócrata de Virginia, cree que un gran número se vio motivado a salir a votar gracias a “la campaña demócrata que creó relación con la comunidad. Al presentarle de cerca al candidato hablando de los temas que les afecta”.
El sondeo de Latino Decisions muestra que para el 53 por ciento de electores hispanos el tema migratorio es prioridad. McAuliffe se proyectó positivamente respecto a este tema. Cuccinelli, por su parte, no pudo distanciarse de su pasado hostil hacia los inmigrantes sin papeles que incluyó iniciativas controversiales.
Según fuentes del activismo político latino, los hispanos de Virginia pasarán factura a McAuliffe y esperan tener presencia en la nueva administración. “Ya nos hemos reunido con McAuliffe y nos ha asegurado que contará con un gabinete diverso”, expresó Jaime Areizaga-Soto, subdirector para los Asuntos Hispanos del Comité Nacional Demócrata.
En su primera conferencia como gobernador electo, McAuliffe reafirmó, el miércoles 6, que su gabinete reflejará la diversidad de Virginia. A la vez llamó a los partidos a trabajar juntos. Gobernará con mayoría republicana en la Asamblea Legislativa. 

martes, 5 de noviembre de 2013

Resultado de elecciones en Virginia y Nueva Jersey serán clave para visualizar futuro político EEUU

Tomado de El País
 El Gobernador de Nueva Jersey, Chris Christie, tras votar hoy en Mendham
Cualquier resultado de los posibles trae malos augurios para los radicales del Tea Party

Las elecciones parciales en EE UU señalan el camino a la Casa Blanca

 

Los comicios a gobernador de Virginia y Nueva Jersey muestran el estado de fuerzas dentro del Partido Republicano y marcan el futuro inmediato de la política norteamericana


Las elecciones parciales de este martes en EE UU, particularmente las celebradas en los estados de Virginia y Nueva Jersey, muestran el estado de fuerzas dentro del Partido Republicano y marcan el futuro inmediato de la política norteamericana. Con Barack Obama más dedicado ya a encontrar su sitio en la historia y Hillary Clinton en la antesala de su candidatura presidencial, estas elecciones ayudarán a conocer las posibilidades reales de un relevo del partido que ocupa la Casa Blanca.

Aunque faltan aún tres años para la elección de un nuevo presidente, varias circunstancias han precipitado el interés por ese momento: el bloqueo político provocado por el obstruccionismo de la oposición, la debilidad del presidente para imponer su programa de cambios y el deseo de la población de encontrar un revulsivo que saque al país de esta sensación de eterna crisis en la que está sumido.

Una encuesta reciente mostraba que más de un 60% de los norteamericanos desea un cambio de los representantes en Washington, incluidos los que ellos mismos eligieron. El Congreso no llega al 10% de aprobación. Ninguno de los dos grandes partidos alcanza el 50% de valoración general. Obama apenas sobrepasa el 45%. Cualquier oportunidad, como estas elecciones parciales, se contempla, por tanto, como una posibilidad de enviar un mensaje sobre la necesidad de un cambio.

Virginia es el lugar idóneo para medir el rumbo de ese cambio. Un Estado del sur que, en los últimos años, ha sufrido un cambio demográfico provocado por el desarrollo de la industria de alta tecnología y la llegada de inmigrantes de origen latino, Virginia ha pasado de ser sólidamente conservador a políticamente impredecible. Obama ganó allí en sus dos competencias presidenciales, pero los demócratas perdieron en las elecciones para gobernador en 2010, en lo que fue la primera llamada de atención al entonces nuevo presidente. En cierta medida, Virginia se ha convertido en el nuevo Ohio, el estado que refleja toda la complejidad electoral del país y en el que es preciso ganar para llegar a la Casa Blanca.

Nueva Jersey, por otra parte, es un estado tradicionalmente demócrata, con muchos votantes de clase trabajadora y, por su vecindad con Nueva York, receptivo a propuestas progresistas, como la reciente legalización del matrimonio homosexual. Para que Chris Christie, el republicano que opta a la reelección, haya podido ser gobernador allí durante cuatro años con buenos índices de popularidad, ha sido preciso que desarrollara una política centrista y conciliadora capaz de atraer apoyos de electores de ambos partidos.
 Ken Cuccinelli, Fiscal General y Candidato a Gobernador de Virginia por el ala más radical del Partido Republicano, el Tea Party
En Virginia se medían este martes Terry McAuliffe, un demócrata crecido en el seno del clan de los Clinton, y Ken Cuccinelli, puro producto del Tea Party que defendió el reciente cierre de la administración y se ha ganado el rechazo de muchas mujeres por su oposición a los contraceptivos y el aborto.

La combinación de una victoria de Christie en Nueva Jersey, que se daba por segura, y de una derrota de Cuccinelli en Virgina, bastante probable, debía despejar todas las dudas entre los republicanos sobre cuál es el camino hacia la victoria y convertir a Christie en el más probable candidato presidencial de los conservadores en 2016. Al mismo tiempo, el éxito de McAuliffe podría ser la ratificación de que el apellido Clinton sigue vigente y con energías para dominar el futuro del Partido Demócrata.

Todo eso, por supuesto, está sujeto a los múltiples imprevistos que tiene la política y que sin duda surgirán en los próximos meses. Por un lado, es difícil que el Tea Party tire la toalla tras su derrota en Virginia. De hecho, ya está reuniendo fuerzas y dinero para exhibir su influencia en las elecciones legislativas del año próximo. Por el otro, nada garantiza que el centrismo pragmático de Christie cuente como una virtud en unas futuras primarias republicanas, normalmente controladas por las bases más radicalizadas.

En el campo demócrata, McAuliffe puede ser la demostración del poder de los Clinton, pero también la prueba de que la exsecretaria de Estado es un producto típico de esa vieja casta política que los votantes dicen aborrecer. Además, nadie ha dicho aún que Hillary Clinton no encuentre algunos obstáculos en su propio partido, empezando por el vicepresidente, Joe Biden, que no disimula su intención de suceder a Obama.

En todo caso, el anticipo del debate sobre esa sucesión es un mal síntoma para el propio Obama. Los segundos mandatos de los presidentes norteamericanos suelen ser difíciles. Richard Nixon se hundió en el Watergate; Ronald Reagan, a punto estuvo también de enterrar su obra en el Irán-contra; Bill Clinton tuvo que afrontar un proceso de impeachment por el asunto Lewinsky; y George W. Bush, laminó su prestigio en Irak y el Katrina. Obama no se ha visto aún ante ningún escándalo de esa magnitud, pero sigue batallando por sacar adelante lo que pretende ser el mayor triunfo de su presidencia, la reforma sanitaria.

Con su política exterior en punto muerto y la economía sin alcanzar el ritmo necesario, Obama corre el riesgo de convertirse en un pato cojo (lame duck) antes de tiempo, y la jornada electoral de este martes es el recordatorio de hasta qué punto ese peligro es real.

El triunfo de Christie, como mínimo, lo convertirá en la figura del momento, en el objeto predilecto de las portadas, ese espacio que durante tanto tiempo estuvo reservado para Obama. Y el ascenso de Christie obligará a un movimiento de fichas en el Partido Demócrata, empujará a Clinton hacia mayor visibilidad y mayores desafíos.

miércoles, 23 de octubre de 2013

Encuestas después del shutdown presagian catástrofe electoral republicana

Tomado de The Huffington Post

Opinión pública atribuye descalabro Republicano a intransigencia del Tea Party. Extremistas insisten en mantener política confrontativa.

Republicanos conrontan posible catástrofe electoral

Por Gabriel Lerner

Pocos disputan el hecho de que los republicanos en Estados Unidos sufrieron una derrota política en su intento de paralizar las oficinas de gobierno si no se cumplían sus exigencias de anular, suspender o enmendar la Ley de Cuidado Médico de Bajo costo u Obamacare. Tampoco se duda que las diversas encuestas de opinión pública, sin excepción, registraron un descenso en su popularidad y un alza entre quienes tienen mala opinión de ese partido.

El público, dice Ariel Edwards-Levy en el Huffington Post Politics, quedó "enojado y profundamente antiestablecimiento. Los estadounidenses, afirmó, culpan a los republicanos de la reciente crisis político fiscal. Más del 80 por ciento de ellos vieron con malos ojos el "shutdown", o cierre paulatino de las agencias federales, según una encuesta del Washington Post/ABC. Y según 87 por ciento, el proceso reveló hondos problemas en Washington. El 63 por ciento ve de manera desfavorable al partido Republicano. El 49 por ciento, a los demócratas. País dividido.

Análisis y sondeos publicados en otros medios señalan un cuadro similar.

¿Y cuántos aprueban la labor del Congreso? Según la autora, un miserable 12 por ciento - el punto más bajo en 39 años de sondeos de opinión pública. Por primera vez en un cuarto de siglo, son más quienes desaprueban la labor de sus propios congresistas a quienes eligieron, que los que la apoyan. En una encuesta de USA Today/Princeton Survey, casi la mitad de la gente preferiría despedir a todos y cada uno de los miembros del Congreso. En cuanto a Obama, mantiene un (relativamente bajo) nivel de aprobación - 49 por ciento contra 48 por ciento de reprobación, todavía mucho mejor que sus rivales en el Capitolio.

En noviembre de 2014 habrá elecciones nacionales. Como cada dos años, se someterán a votación todos los 435 distritos - y puestos - de la Cámara de Representantes, la tercera parte del Senado, además de los gobernadores y legislaturas estatales. El actual partido de gobierno, el Demócrata, tiene la presidencia y una mayoría de entre 52 y 54 senadores, de 100.

Pero en la Cámara Baja, los republicanos mantienen una mayoría de 231 contra 200 (y cuatro vacantes), lo que les permitió mantener en vilo al gobierno ya que para aprobar cualquier ley, como se sabe, se necesita el visto bueno de ambas cámaras (y del Presidente).

Y es precisamente en la Cámara Baja donde los demócratas ambicionan recuperar la mayoría que poseyeron por unos años y hasta 2010. De hecho, dice Edwards-Levy, "el 48 por ciento de los votantes registrados prefieren votar por un demócrata contra 40 por ciento que votarían por un republicano" - aunque aclara que los números son idénticos a los de mayo pasado.

Es imposible no adjudicar la caída en la popularidad de los republicanos a que el partido como un todo levantó bandera blanca ante las exigencias de su ala intransigente y radical del movimiento Tea Party, y que solo a último momento los moderados o republicanos tradicionales reaccionaron de alguna manera.

Por su parte, una encuesta publicada por CNN este lunes indica que el 63 por ciento de los estadounidenses quisieran cambiar a John Boehner como presidente (republicano) de la Cámara Baja. Entre los republicanos el porcentaje supera el 50. El 54 por ciento de los estadounidenses, según CNN, piensa que el hecho que esa institución está en manos de los republicanos es "malo", un número que subió en más de 20 por ciento en nueve meses.
Según Keating Holland, director de encuestas de CNN, el número más significativo en su estudio es que 21 por ciento del público no le cree a nadie en el gobierno, un porcentaje, según él, mucho mayor que lo habitual.

Los números deberían sonar una alarma para los republicanos. Aunque todavía falta mucho tiempo para los comicios - poco más de un año - los cambios son significativos, y la división dentro de su partido entre instransigentes y tradicionales les hará más difícil el "comeback".

Pero para algunos, como la comentarista Ann Coulter, no hay nada que corregir respecto a la conducta que llevó al partido al borde de la catástrofe electoral. Al contrario. En una entrevista este lunes en el programa Hannity de Fox News, la conocida promotora de la ideología del Tea Party dijo que "el cierre de gobierno fue magnífico". En su opinión la ofensiva republicana contra el "Obamacare" debe continuar y los republicanos pueden no solamente mantener su mayoría en la Cámara de Representantes, sino que podrán recuperar el liderazgo del Senado.


Finalmente, otros analistas como Ross Baker de USA Today advierten que quienes saldrán perdiendo del "fiasco" del cierre de gobierno no será el movimiento Tea Party, sino los cada vez menos moderados entre los republicanos.

viernes, 18 de octubre de 2013

McCain, Lindsey Graham y otros expertos republicanos culpan al Tea Party de humillante fracaso

Tomado de El País


Demócratas, 1; Republicanos, 0

Acorralado entre los moderados y el Tea Party, el partido de Lincoln se pregunta el porqué de la derrota


Por Yolanda Monge

Desde la sabiduría que dan los años de experiencia en una arena como la del Capitolio de Washington, el senador republicano John McCain decía aquello tan manido de “si ya lo sabía yo”. Desde que comenzó la crisis fiscal —y no a toro pasado—, que ha tenido a EEUU en vilo y a la que se sumó la posibilidad de entrar en suspensión de pagos si no había un acuerdo entre ambas bancadas del Congreso, el senador por Arizona y antiguo contendiente por la Casa Blanca no ha dejado de repetir el mismo mantra: “Yo sé cómo va a acabar esto”. Mal.
“Lo sabía, sabía que tendría este final”. McCain confirmó sus peores temores la noche del miércoles, cuando la Cámara de Representantes había aprobado una ley consensuada en el Senado que extendía el presupuesto hasta mediados de enero y elevaba el techo de la deuda hasta el 7 de febrero del año próximo. Pero lo que medió, desde que se inició la crisis el pasado 1 de octubre y su resolución más de dos semanas después, han sido 16 días que han dañado la imagen —y los números en los sondeos— del Partido Republicano y han probado que, esta vez, el presidente Barack Obama no iba de farol cuando dijo que no permitiría que los republicanos usaran el cierre del Gobierno o la posible bancarrota para presionarle a hacer cambios en sus decisiones políticas.
McCain calificó lo sucedido estas dos semanas como “uno de los capítulos más vergonzosos” de los años que ha pasado en el Congreso y calificó los debates sobre la crisis fiscal como “una odisea agonizante”. Tras librar una fútil campaña para dañar la reforma sanitaria de Obama a través de arrebatarle los fondos federales, tanto extremistas como moderados del partido de Lincoln se rendían incondicionalmente en la noche del miércoles.
El senador por Carolina del Sur Lindsey Graham, otro dinosaurio del establishment que era Capitol Hill hasta el desembarco del Tea Party, calificaba lo sucedido como de oportunidad perdida para los republicanos y ganada para los demócratas. “Han sido las mejores dos semanas en los últimos tiempos para el Partido Demócrata, porque estuvieron fuera del foco de atención y no tuvieron que exponer sus ideas”, dijo Graham.
Perdidos, los miembros del Partido Republicano intentan responder —sin suerte— a preguntas tan básicas como quién, cómo, por qué y, sobre todo, qué pasará a partir de ahora. En este punto, McCain vuelve a insistir y demanda que alguien responda por lo sucedido, una batalla que ya aventuró perdida de antemano. “Alguien me lo tendrá que explicar”, apostilló el político y veterano de guerra.

Durante los pasados 16 días, en entrevistas con personas que vivieron de cerca el último cierre de la Administración —el que fue a caballo entre 1995 y 1996 con Bill Clinton en la Casa Blanca y Newt Gingrich como presidente de la Cámara— parece haber quedado claro que cada vez que el Gobierno legisla a golpe de crisis lo que se daña de forma alarmante es la confianza del público en las instituciones y los partidos, en este caso el republicano.
“Lo intentamos y fracasamos”, decía Mick Mulvaney, representante republicano por Carolina del Sur. “Quiero olvidarlo y pasar página”, decía la senadora por Alaska, Lisa Murkowski, intentando —como McCain— reconciliarse con la idea de que ya sabía de antemano que era una guerra en la que no ganarían ni siquiera una batalla. Más amarga —si cabe— era la conclusión extraída por el senador republicano por Misuri, Roy Blunt. “Logramos crear una división entre nuestras filas sobre algo en lo que estábamos unidos, sobre un asunto que no era alcanzable”, puntualizó Blunt para confirmar que tras un final de verano pésimo para Obama, los republicanos le habían servido una victoria en bandeja de playa en otoño.
Y por supuesto está Boehner, John Boehner, el presidente de la Cámara de Representantes, un hombre al que el Tea Party ha palmeado la espalda por no dar su brazo a torcer al principio de las negociaciones pero cuyo pulso es ahora más frágil que nunca para tomar las riendas de la que es quizá una de las Cámaras menos productivas de la historia reciente, precisamente por la incapacidad de Boehner de lograr mayorías frente a leyes polémicas. “El presidente no tiene un plan nítido para unificar a una bancada que ha dado muestras constantes de división cuando necesitaba permanecer unida”, editorializaba ayer el diario The Washington Post. “Lo mejor que le puede pasar es que sus congresistas hayan aprendido la lección finalmente y asuman que es mejor permanecer juntos que poner zancadillas a tus líderes de partido”. 

Radicalismo del Tea Party condujo a Boehner a una derrota humillante

Tomado de El País


La derrota de John Boehner
El presidente de la Cámara de Representantes de EE UU simboliza el fracaso de la estrategia republicana

Por Yolanda Monge

Arrastrando su profundo acento sureño, el senador republicano de Carolina del Sur Lindsey Graham reconocía estos días haber participado en varios intentos por echar del poder al expresidente de la Cámara de Representantes Newt Gingrich, quien dimitió en 1998 tras ser culpado del anterior cierre de la Administración y de la dolorosa pérdida de escaños republicanos en la Cámara. “Me gustaría esta vez participar en mantener al presidente en su puesto porque, francamente, creo que se lo merece”, finalizó Graham en referencia a John Boehner, presidente de la Cámara de Representantes del Congreso de EE UU.
John Boehner, la segunda persona en la línea de sucesión de Barack Obama después del vicepresidente Joe Biden —lo que en teoría le convierte en el tercer hombre con más poder del país— ha sido la figura clave sobre la que han estado todos los ojos desde que comenzó la crisis hace ya tres semanas. En teoría, en su mano estaba acabar con la incertidumbre y el caos político que se han adueñado del país y permitir la extensión del presupuesto y aumentar el techo de la deuda.
Por qué no lo hizo puede responderse con varias teorías, desde la más común —que las filas del Tea Party tenían secuestrada su voluntad— hasta la más pueril, que toda la negociación se le ha ido de las manos y ha sucumbido al pulso de la Casa Blanca, que desde el principio anunció que no daría ni un solo paso atrás en la reforma sanitaria, barco insignia —y posiblemente único logro— de la era Obama.
La escenificación de la derrota de Boehner llegó cuando este hombre de humildes orígenes de Reading (Ohio) tuvo que morderse el labio y presentar a votación en la Cámara el acuerdo alcanzado en el Senado para evitar la suspensión de pagos y permitir que el dinero abriera la Administración cerrada desde el pasado día 1. Con 63 años —a un mes de cumplir 64—, Boehner, alcanzó el punto máximo de su bochornosa caída el pasado martes cuando no fue capaz de que los miembros de su partido aprobasen un plan para sortear la bancarrota y poner fin al famoso shutdown.
El manejo por parte de Boehner del penúltimo capítulo de la crisis ha sido calificado de “desastre” y “humillante fracaso”. Tanto fue así, que el conservador Wall Street Journal editorializaba destrozando la estrategia —si es que la había— del Partido Republicano diciendo que más hubiera valido que “este hubiera entregado el mazo de mando al líder de la mayoría demócrata del Senado, Harry Reid”.
Los analistas lo definieron como “un negociador clásico” cuando asumió el cargo en 2011 —tras hacerse los republicanos con la Cámara en las legislativas de 2010—, de esos que desde el Capitolio alimenta sus lazos con las grandes corporaciones y los hombres de negocios. Boehner lleva sufriendo tres años de batallas internas en su partido, con la reforma sanitaria como caballo de batalla de los radicales adscritos al Tea Party, con nada que perder y mucho que ganar.
No es el caso de Boehner, segundo de 12 hermanos y primer miembro de su familia en acceder a la universidad. Tras un cierre de la Administración que ha durado 16 días y ha sido provocado por los republicanos, al final del día y de la crisis, esos republicanos —con Boehner a su cabeza— no tendrán nada que colocar en la columna del haber excepto pérdidas.
Mucho se ha especulado sobre si Boehner podría perder su puesto debido a la actual y última crisis y por no haber frenado las veleidades del Tea Party, que ya votó en contra del político como líder del caucuscuando este inició su actual mandato. Criticado tanto por demócratas como republicanos por ser en exceso acomodaticio con esa pequeña facción que responde a la ideología de la extrema derecha, Boehner puede que haya pensado más en su puesto que en el país a la hora de tomar decisiones en este conflicto, pero lo cierto es que no hay ningún caso en la historia del Congreso de un presidente de la Cámara que haya sido expulsado en medio de la legislatura.
En un ejercicio de comparación cinematográfica —y sumando lo aficionado a las lágrimas que es Boehner—, una publicación digital se preguntaba esta semana si John Boehner no sería el equivalente a Fredo, la oveja negra de la familia Corleone en la saga de El Padrino. La buena noticia, proseguía la tesis siguiendo la analogía, es que Boehner acabaría traicionando a su propia sangre y conspirando con el enemigo. The Daily Beast acababa su artículo con una recomendación siniestra para el presidente de la Cámara: “Evitar salidas en barca a pescar al amanecer”. 

jueves, 17 de octubre de 2013

Republicanos del Tea Party dan por muerta la Reforma Migratoria

Agencias Noticiosas

Raúl Labrador de Idaho, Congresista Republicano de origen latino y representante del movimiento intransigente Tea Party 

Reforma migratoria está muerta, dice congresista republicano


Incluso antes de que el plenario del Senado votara para aprobar el acuerdo bipartito que reabrirá el gobierno, evitará el peligro de cesación de pagos y terminará con uno de los incidentes más extraños en la historia política contemporánea del país, antes de que vote luego la Cámara Baja y que lo firme el presidente, comenzaban a analizarse las consecuencias y los resultados de este enfrentamiento. ¿Cómo incidirá sobre los otros aspectos de la política nacional, y especialmente sobre aquellas decisiones que requieren cooperación entre los grandes partidos?
Y específicamente, ¿cuál será ahora el destino de la reforma migratoria?
La reforma está muerta, dice al respecto el congresista Raúl Labrador de Idaho. Labrador, un latino republicano y representante del movimiento intransigente Tea Party, dijo en un evento con otros conservadores que "no pueden confiar más en el presidente en el tema migratorio".

"Creo que lo está... que negociemos con el Presidente Obama después lo que hizo en las últimas dos semanas y media, pienso que sería un gran error".
El martes, informa Foley, Obama dijo a Univisión que "volverá a la reforma migratoria inmediatamente después de que los temas fiscales sean solucionados, pese a que los republicanos de la Cámara de Representantes parecen reticentes a aprobarla".
"Una vez que ésto esté hecho, al día siguiente estaré presionando para llamar a un voto sobre la reforma migratoria... y si tengo que unirme a otros proponentes (de la reforma) y seguir hablando de ello, y seguir presionando, lo haré, porque creo que es realmente importante para el país. Y el momento para hacerlo es ahora", dijo Obama.
Hasta hace cuatro meses, Labrador era considerado un importante proponente de la reforma, un puente en la Cámara Baja entre los miembros conservadores del partido Republicano y los demócratas al igual que el Marco Rubio en el Senado, escribe Foley. Labrador fue parte de un grupo bipartito que elaboró propuestas migratorias, pero salió del mismo en junio. Dos republicanos más se retiraron del grupo posteriormente y éste cesó de existir.
"Cada vez que nos acercábamos a algo sobre lo cual podíamos estar de acuerdo, el Presidente y su partido seguían presionando", dijo Labrador. "Esta es la manera que tiene ese tipo de negociar... solo en una actitud de no tomar prisioneros, no es sano para el pueblo estadounidense y no es sano para la reforma migratoria", dijo Labrador.
Ahora, dice Labrador, no quiere que la Cámara Baja apruebe ningun tipo de reforma migratoria, incluso parcial, porque la pueden llegar a combinar con la ley de reforma ya aprobada por el Senado y a la cual se opone.
Respecto a Obama, Labrador dijo que "lo que hizo en las últimas dos semanas y media fue tratar de destruir al Partido Republicano... Todo lo que hagamos de ahora en adelante con este presidente sobre el tema de la inmigración será con el mismo objetivo, de destruir al partido Republicano".  

sábado, 12 de octubre de 2013

Extremismo del Tea Party conduce a Republicanos a una baja en la popularidad

Tomado de esglobal
(Foreign Policy en Español)

Bandera del Tea party
LA OBSESIÓN DE LOS KOCH TUMBA AL PARTIDO REPUBLICANO

Por Mario Saavedra

Incapaces de frenar la reelección de un presidente con un 8% de desempleo, sin el voto latino y el de los jóvenes y dominados por un grupo radical capaz de secuestrar la economía del país para revisar leyes como el Obamacare los republicanos ponen en peligro su popularidad.
El Partido Republicano está sufriendo su mínimo de popularidad de las dos últimas décadas. Sólo un 28% de los estadounidenses alberga una opinión favorable del Viejo Gran Partido (GOP, por sus siglas en inglés), según Gallup. Mientras el Demócrata se mantiene en el 43% de aceptación, los conservadores ven cómo su imagen está en caída libre, incluso entre sus propios votantes. Peor, incluso, que en 1999, cuando sólo tres de cada diez americanos aprobaban la actitud de los republicanos, que por entonces llevaron al presidente Bill Clinton a un impeachment (impugnación) impopular.
Washington lleva dos años dando espectáculos bochornosos. En verano de 2011, una revolución de los recién elegidos para el Congreso un año antes (los llamados freshmen, muchos pertenecientes al ultraconservador Tea Party) llevó a Estados Unidos al borde del impago. No querían elevar el techo de deuda y EE UU acabó con las bolsas hundidas y perdiendo su triple A crediticia de la agencia Standard & Poors.
Pero la situación ha alcanzado su cénit dramático con el cierre del Gobierno del pasado 1 de octubre. El Congreso tenía que aprobar una extensión del presupuesto gubernamental, pero la Cámara de Representantes, de mayoría republicana, se negaba a hacerlo si no se cancelaba la financiación para la Ley de Sanidad Asequible. Se trataba de su última oportunidad para acabar con el Obamacare, una ley cuya última fase entra en vigor el próximo 1 de enero.
El Obamacare es el anatema para el Partido Republicano. Lo han convertido en su principal caballo de batalla, precisamente porque, de salir adelante en su totalidad, sería el principal legado de la Administración demócrata de Barack Obama. Los grupos más conservadores han concentrado toda su artillería en tratar de liquidarlo. Aunque como daño colateral la popularidad de su partido político se está desplomando.
En el cálculo político de los republicanos estaba el hecho de que el último cierre del Gobierno, contra Bill Clinton en 1995-1996, no supuso un cambio significativo en las cifras de aprobación de los políticos de uno u otro signo en el largo plazo. Pero este contexto es distinto: el país está tratando de recuperarse de una dura crisis económica y los votantes tienen poco margen de tolerancia hacia la inestabilidad en el Congreso.
Es por ello que los grupos que más han apostado por cerrar el Gobierno, financiados por las grandes fortunas como los hermanos Koch, empiezan a dar marcha atrás.
“Exclusiva: el banco secreto de los hermanos Koch”. Con este titular, Político, uno de los medios de referencia en Washington, explicaba recientemente la existencia de un grupo de acción política llamado Freedom Partners. En 2012 recaudó hasta 236 millones de dólares (unos 174 millones de euros). Tiene como muñidores principales a los empresarios David y Charles Koch, los famosos Koch Brothers cuyo nombre pone los pelos de punta a la izquierda estadounidense.
Gran parte de esos fondos ha ido a parar a asociaciones sin ánimo de lucro cuyo principal objetivo es luchar contra el Obamacare, que consideran una “socialización” de la medicina. Así, el Centro para la Protección de los Derechos del Paciente (Center to Protect Patient Rights), un grupo que se “opone vehementemente” al Obamacare, ha recibido 115 millones de dólares, según la información de Político, basada en los datos de Hacienda. Otros 15 millones habrían ido a parar a la 60 Plus Association, también contraria a la ley.
Hasta aquí todo podría parecer razonable y aséptico. La ley en Estados Unidos permite donaciones ilimitadas y anónimas a los grupos de acción política y hay una cierta asunción de que los grandes empresarios mueven los hilos de Washington. Pero esta vez algo ha salido tremendamente mal. El Partido Republicano ha visto como parte del empresariado y de Wall Street, sus aliados naturales, les han dado la espalda. La estrategia de cerrar el Gobierno o coquetear con el default es considerada suicida por los hombres de negocios.
Uno de los primeros golpes lo han recibido del todopoderoso Consejero Delegado del banco de inversión Goldman Sachs. Frente a la Casa Blanca, y tras una reunión con Barack Obama, Lloyd Blankfein abroncó educadamente a los congresistas: el cierre del Gobierno y una eventual negativa a elevar el techo de deuda el 17 de octubre son catastróficos para la economía, vino a decir. “Se pueden pelear estos asuntos sobre políticas [como el Obamacare]. Se pueden volver a pelear por segunda vez [la primera fue durante su aprobación en 2010] en un foro político si se quiere. Pero no se debe utilizar la amenaza de causar un impago de la deuda por parte de Estados Unidos como un garrote para negociar”, sentenció Blankfein.

A pesar de reprimendas como estas, muchos republicanos seguían tratando de quitar hierro a los efectos que para la economía del país tenía el hecho de que el Gobierno estuviera parado unos días. Los más atrevidos, como el icono del Tea Party, Ted Cruz, opinaban que Estados Unidos podría pagar sus facturas sin endeudarse más, tan sólo con lo que ingresaba de impuestos, algo totalmente alejado de la realidad económica.
La mayoría de los medios de derechas y de izquierdas, salvo los más conservadores como Fox News, empezaron a lanzar señales de alarma. Los periódicos The Wall Street Journal y The New York Times, entre otros muchos, publicaron sendos artículos retratando a estos republicanos como negacionistas. El semanario liberal The Economist aseguraba “esta no es forma de gobernar un país” sobre una foto de Barack Obama y el portavoz republicano de la Cámara de Representantes peleando junto al precipicio de Monte Rushmore, ante la mirada atónita de las efigies escavadas en roca de los padres fundadores. Uno de los medios favoritos de los inversores, Bloomberg, llevaba a la portada de su revista semanal el titular: “Los republicanos no son ya el partido de los empresarios: el cierre del Gobierno y aún otra crisis del techo de deuda alienan a los aliados tradicionales del GOP”.
Dentro del propio partido el asunto es más delicado. Está en plena guerra interna por el control entre dos facciones: la ultraconservadora del Tea Party y una mayoría silenciosa, más moderada. Algunos, como el ex candidato presidencial John McCain, han afeado la conducta de sus correligionarios por haber dejado a las familias de los soldados muertos sin viajar a Dover a recoger sus restos debido al cierre del Ejecutivo. Pero actitudes públicas como esta son minoritarias. ¿Por qué? 2014 es año de elecciones al Congreso y muchos republicanos temen perder el sillón ante un candidato de su mismo partido que les pase por la derecha, como ocurrió con la revolución del Tea Party de 2010, en la que consiguieron ganar decenas de circunscripciones y colocar a sus miembros en las dos Cámaras.
Algunos creen que el problema no es lo que piensen realmente los representantes, sino lo que puede ocurrirles si lo expresan en público: unos 150 de los 234 representantes del GOP en la Cámara habrían pasado ya la extensión del presupuesto si el voto fuera secreto, según el republicano Peter King.
Organizaciones financiadas por los Koch Brothers llevan tiempo atacando a los republicanos blandos, según la comentarista política de MSNBC Rachel Maddow. La organización Heritage Action, por ejemplo, ha dedicado más de medio millón de dólares en anuncios en 100 distritos controlados por los republicanos para desacreditar a los candidatos conservadores moderados o no suficientemente entregados a la causa de acabar con el Obamacare a cualquier precio.
Pero el juego parece haber tocado a su fin. La presión de empresarios y medios de comunicación está siendo demasiado intensa. La multinacional financiera Fidelity Invest, que gestiona más de 400.000 millones en fondos de inversión, ha vendido toda la deuda pública estadounidense con vencimiento inferior a un mes, por si acaso. El índice del miedo de Wall Street, el conocido como VIX, ha subido de manera drástica.
Como consecuencia, la Heritage Action y otros grupos como Freedom Works han cambiado de doctrina y piden que se eleve el techo de deuda, aunque sea solo para poder centrarse en acabar con Obamacare sin interferencias.
Después de que se apuntara a su responsabilidad en el asunto, Industrias Koch emitió un comunicado desmintiendo estar detrás del cierre del Gobierno: “Koch cree que Obamacare incrementará el déficit y llevará a una caída del estándar del sistema de salud en Estados Unidos y elevará los impuestos. Pero Koch no ha tomado ninguna posición sobre la táctica legislativa de ligar la aprobación de una resolución de continuidad [para extender los presupuestos] y la suspensión de la financiación a Obamacare, ni hemos hecho lobby para que se legisle con el fin de eliminar la financiación de Obamacare”.
El Partido Republicano contiene la respiración. Se trata de conservar lo más posible su histórica reputación hasta que pasen las legislativas del año que viene. Después, con los escaños renovados, habrá que enfrentarse a la dura realidad: han sido incapaces, por primera vez en la Historia, de frenar la reelección de un presidente con un 8% de desempleo. Han perdido el voto latino y el voto joven, y se están dejando dominar por un grupo radical capaz de secuestrar la economía del país para revisar leyes como el Obamacare, ya aprobado por las Cámaras, refrendado por el Tribunal Constitucional y por las urnas en la reelección del presidente que lo aprobó.