domingo, 31 de marzo de 2013

Estados Unidos: Crece apoyo ciudadano a favor de una Reforma Migratoria


Agencias Noticiosas


Una gran mayoría de los estadounidenses considera que se debería proporcionar una vía para que los 11 millones de indocumentados que viven en el país puedan legalizar su situación, aunque los que apoyan que puedan optar a la ciudadanía son sensiblemente menos, según una encuesta publicada.

De acuerdo con el centro Pew, que realizó un sondeo del 13 al 17 de marzo entre 1,501 adultos del país, siete de cada 10 personas (el 71 % de la población) está a favor de una salida legal de los indocumentados, una de las cuestiones clave en las negociaciones que realizan actualmente senadores y congresistas en busca de una salida a la reforma migratoria.

Cuando, sin embargo, se pregunta si esta vía debería ser la ciudadanía, el número de personas que favorece esta opción solo llega al 43 %, mientras que un 24 % aboga por concederles solo una residencia legal.

La posibilidad de obtener la ciudadanía –que implica un reconocimiento total, incluida la posibilidad de votar, algo que según expertos podría influir en la balanza de votos en el futuro– está siendo uno de los escollos en las negociaciones.

El presidente Barack Obama confirmó que un grupo bipartidista de senadores, conocidos popularmente como “la banda de los ocho”, ha estado negociando intensamente las últimas semanas para llegar a un acuerdo que les permita, según han declarado, presentar un proyecto de ley para una reforma migratoria al Senado a mediados de abril.

Ya existe acuerdo bipartidario en la necesidad de la Reforma Nigratoria, persiste el desacuerdo en el Cómo

Aunque el presidente Obama urgió a los legisladores a tener una propuesta pronto, hay factores que todavía entrampan el proceso y que apuntan a las diferencias sobre un programa de “trabajadores huéspedes” para el acuerdo bipartidista sobre inmigración.

La situación amenaza con retrasar la presentación de un proyecto de ley en el Senado para una reforma migratoria.

La disputa radica en que los Republicanos, apoyados por el empresariado, plantean conceder bajo ese programa visas temporales de trabajo a un máximo de 400,000 extranjeros por año.

Los sindicatos y muchos Demócratas defienden un número mucho menor de visas, pero mejores salarios para los que lleguen y la opción de optar a la ciudadanía, de acuerdo con una publicación del periódico estadounidense The Washington Post.

A las desavenencias entre empresarios y sindicatos sobre ese programa se suman otros puntos conflictivos, como el aumento de las visas para trabajadores altamente cualificados y las propuestas de eliminar algunas categorías de visas familiares.

En una entrevista realizada con Telemundo esta semana, Obama rechazó que los desacuerdos entre sindicatos y el empresariado sobre el programa de “trabajadores huéspedes” amenacen con descarrilar las negociaciones en curso en el Senado para presentar un proyecto de reforma migratoria.

“No estoy de acuerdo en que amenazan con arruinar la legislación. Creo que hemos visto un enorme progreso en el último mes y medio; creo que ambos lados, Demócratas y Republicanos, han tratado con seriedad las negociaciones”, opinó el presidente Obama.

En 2007, los intentos de una reforma migratoria fracasaron porque los legisladores no lograron un acuerdo sobre asuntos relacionados con el control de los futuros flujos migratorios.

El presidente avanzó poco cuando intentó reformar las fracturadas leyes migratorias en su primer mandato, pero redobló esfuerzos al ganar la reelección.

La contienda de noviembre también hizo que algunos Republicanos dejaran de oponerse a una reforma migratoria, dado el abrumador respaldo hispano a Obama.

En un esfuerzo por mantener a los Republicanos en la mesa de negociaciones, Obama pasó al segundo plano en una de sus máximas prioridades de su segundo mandato; sin embargo, el presidente ha convocado a discusiones en privado a los senadores del grupo de trabajo y el Gobierno está aportado apoyo técnico a los legisladores. Se espera que “la banda de los ocho” presente su proyecto cuando el Congreso regrese de un receso en la semana del 8 de abril. 
 

sábado, 30 de marzo de 2013

¿Es posible acabar con la corrupción en China sin cambiar el sistema político?


Tomado de esglobal



Policías chinos instalan carteles anticorrupción en el centro de Pekín.

EL SUEÑO DE CONFUCIO
Por Diego Torres

 “En política, la mejor manera de protegerte es gritar '¡alto al ladrón!' mientras coges la cartera del bolsillo de tu vecino”. Esa es la conclusión de uno de los personajes de la novela Apuntes de un funcionario público, que describe las cañerías de la lucha por el poder en China. El autor, Wang Xiaofang, sabe de lo que habla. Antes de convertirse en un escritor de éxito, hizo carrera en la administración. De hecho, su jefe, Ma Xiangdong, fue condenado a muerte por apostar –y perder– 3,6 millones de dólares de dinero público en los casinos de Macao. Desde entonces, Wang ha publicado 13 obras que tratan sobre la corrupción en el país asiático.
Xi Jinping ha tratado de convencer a los escépticos como Wang de que va a enfrentarse en serio contra la corrupción, convirtiendo esta lucha en uno de sus estandartes desde que asumió el cargo de secretario general del Partido Comunista Chino (PCCh) en el pasado mes de noviembre. “A fin de ganarnos la confianza del pueblo con resultados reales, debemos tener la determinación de luchar contra cualquier tipo de corrupción, de castigar a todos los funcionarios corruptos y de erradicar el caldo de cultivo que alimenta la corrupción”, afirmó Xi el pasado 22 de enero en una reunión de la comisión de disciplina del Partido, según la agencia de noticias Xinhua.
En este tiempo han saltado a la palestra un buen número de casos delictivos, lo que invita a pensar que hay más que mera palabrería en los repetidos alegatos de Xi. También han tenido efecto las consignas de mayor frugalidad en todos los niveles de la Administración, hasta el punto de que las ventas de licores como el Maotai y otros objetos de lujo se han desplomado. Xi ha prometido luchar contra las “moscas” y los “tigres”, esto es, contra los líderes más poderosos, así como contra los funcionarios de más bajo nivel. Pero todavía le falta una pieza de caza mayor. “Los hechos cuentan más que las palabras; debe derribar un objetivo grande para demostrar que el Partido va en serio”, afirma Kerry Brown, profesor de la Universidad de Sidney.
Durante la Asamblea Popular Nacional, que se ha celebrado recientemente en Pekín y ha nombrado un nuevo Gobierno, los líderes anunciaron una reforma del Gobierno dirigida a mejorar la eficiencia y combatir la corrupción. Los ministerios pasarán de 27 a 25. Además, el Ministerio de Ferrocarriles –foco de importantes corruptelas– se divide en dos: un regulador, por un lado, en manos del Gobierno; y una empresa pública, por otro, que preste los servicios.
¿Se encamina China con este tipo de mejoras a hacer realidad, paso a paso pero constantemente, el sueño confuciano de un liderazgo benevolente, meritocrático y limpio? ¿Puede una dictadura de partido único construir una administración exenta de corrupción?
El sueño, si es posible, aún queda muy lejos. El académico Minxin Pei, director del Centro Keck para los Estudios Estratégicos Internacionales, calcula que la corrupción se lleva alrededor del 3% anual del PIB chino, lo que al nivel de 2012 supondría alrededor de 190.000 millones de euros al año.
Un informe clasificado como confidencial pero colgado momentáneamente en la web del Banco Central en 2011 admitía que 18.000 funcionarios corruptos habían sacado del país alrededor de 95.000 millones de euros desde mediados de los 90 hasta 2008, la fecha de la nota. Los destinos preferidos por los ladrones fueron Estados Unidos, Canadá, Australia y Holanda.
La corrupción es uno de los problemas más graves del país, como reconoce el propio Gobierno. La gente lo percibe –y lo sufre– a todos los niveles, incluso en servicios públicos como la educación y la sanidad. Es difícil saber la evolución real del problema. Pero está claro que la ciudadanía es cada vez más consciente de él, y de que está perdiendo la paciencia. En 2008, un 39% de los chinos pensaba que la corrupción de los funcionarios públicos era un problema muy grave; en 2012, la proporción había subido al 50%, de acuerdo a las encuestas del Pew Research Center. Mucho tiene que ver con eso la emergencia de Internet y las redes sociales como herramienta de fiscalización y denuncia de los abusos de las autoridades.
El país asiático se encuentra en la actualidad en el puesto número 80 –entre 176 Estados– del ránking de percepción de la corrupción que elabora Transparencia Internacional. Las democracias europeas copan los primeros puestos de la clasificación. Sin embargo, la democracia no garantiza la limpieza del sistema, como atestiguan las posiciones de Italia (72), India (94), Bolivia (105) o Venezuela (165), entre muchos otros. Es más, hay países autoritarios, o al menos no escrupulosamente democráticos, que ocupan puestos altos en la lista, como Singapur (5) o el territorio de Hong Kong (14). Por otra parte, las naciones más corruptas son, con excepciones, los más pobres del planeta.
De acuerdo con la lista de Transparencia Internacional, por tanto, la democracia y la riqueza ayudan generalmente a disminuir la corrupción, pero hay muchos otros factores en juego.
La dirigencia china incide sobre todo en la creación de riqueza y en esos otros factores que pueden aportar beneficios en la lucha contra la corrupción. "Debemos asegurar la supervisión de los gobernantes por los ciudadanos y evitar el exceso de concentración de poder”, dijo el pasado 5 de marzo Wen Jiabao, en la inauguración de la Asamblea Popular Nacional.
Para los escépticos, sin embargo, este tipo de reformas sólo pueden aportar un beneficio marginal. “El obstáculo más grande para acabar con la corrupción es el régimen de partido único”, asegura Perry Link, profesor de la Universidad de California. “Mientras una organización ostente todo el poder, los supuestos organismos encargados de controlarlo –la prensa, los tribunales, las organizaciones no gubernamentales y los sindicatos– serán ineficientes”, afirma.

África compromete su futuro apostándole a un mayor consumo de cerveza


Tomado de The Wall Street Journal 

 Dominic Nahr/Magnum for The Wall Street Journal
Un grupo de keniatas bebe cerveza Senator en un bar de Nairobi.

África, la última frontera de las cerveceras

Por Paul Sonne en Londres, Devone Maylie en Ribaue, Mozambique y Drew Hinshaw en Kiganjo, Kenia

Ambrosio Toquerege, un agricultor de Mozambique, solía tomar a la semana hasta seis cervezas Manica, una marca de SABMiller PLC. Pero entonces, a fines de 2011, la cervecera lanzó una nueva marca llamada Impala que tiene más alcohol por casi la mitad del precio.
"Ahora puedo tomar unas 12 Impalas porque son más baratas", dijo Toquerege, de 42 años, en un bar en el distrito Ribáuè. La cerveza cuesta 25 meticales (US$0,84) por botella de 550 mililitros y se produce con la misma raíz de mandioca que cultiva Toquerege.
Impala es parte de una carrera entre SABMiller y Diageo PLC por conquistar a los consumidores africanos de menores ingresos. Las empresas apuntan a personas que ganan sólo US$2 o US$3 al día. Pero en muchos países africanos, los ingresos per cápita están subiendo con rapidez, por lo que estos consumidores están convirtiéndose en blanco de las multinacionales, en momentos en que la población y el crecimiento se estancan en países más desarrollados fuera de África.
Una de las principales formas en que las cerveceras se expanden en África es a través de acuerdos impositivos especialmente negociados, ahora vigentes en al menos siete países africanos. Las autoridades fiscales de Mozambique cobran un impuesto al consumo de 10% sobre la Impala, comparado con 40% para otras cervezas. SABMiller, de la que la colombiana familia Santo Domingo es un importante accionista, consiguió reducciones similares para su marca de bajo costo Eagle en Tanzania, Uganda Zimbabue y Zambia. En Kenia, Diageo convenció al gobierno de eliminar por completo el impuesto al consumo para su cerveza Senator Keg, que se sirve de barril por 25 chelines (US$0,30) en una jarra de 300 mililitros.
Ahora, los dos gigantes se están abriendo camino en África Occidental, comenzando por Ghana, donde Diageo logró un acuerdo impositivo similar en diciembre para vender Ruut, una cerveza fabricada a partir de una variedad de papa local. Este mes, SABMiller contraatacó introduciendo Eagle en Ghana, donde también recibe un acuerdo impositivo.
Las cerveceras consiguieron los pactos para pagar menos impuestos al convencer a las autoridades de que sus cervezas baratas crean empleos agrícolas debido a que usan ingredientes locales y ofrecen una alternativa más saludable a los licores de contrabando no regulados con contenido de alcohol mucho más liviano.
Expertos en salud no ven con buenos ojos la idea de que incentivos fiscales del gobierno impulsen el ascenso de cerveza barata. "Esto va a ser un problema", indicó Isaac Ansah, que trabaja en la Asociación Remar de Ghana, una clínica de rehabilitación. "Cuando baja el precio, sube el consumo... y más personas ingresan en este centro", dijo. Un estudio en la revista médica Lancet hace poco destacó que el consumo de alcohol es el factor de mayor riesgo de muerte y enfermedad en los países del sur del África subsahariana.
Mark Bowman, director gerente de SABMiller para África, no cree que el consumo excesivo de su cerveza sea un problema importante en África. "En la mayoría de nuestros mercados, la relación con el alcohol es bastante buena porque la mayoría de las bebidas alcohólicas o cervezas se venden en [un bar, restaurante o club] con comida", sostuvo.
Se prevé que el volumen de la cerveza vendida en África crezca un promedio de 4,6% al año entre 2012 y 2016, más rápido que cualquier otro continente y casi el doble de la tasa global, según Canadean Ltd., una firma de investigación de mercado.
En contraste, se proyecta que los volúmenes en EE.UU., Canadá y Europa Occidental caigan 0,6% y 0,5%, respectivamente, durante el mismo período. Más de una tercera parte de los ingresos de SABMiller vienen de África, donde la empresa tiene sus raíces.
Para 2020, el potencial de consumo del continente para todo tipo de productos se podría duplicar a casi US$1 billón (millón de millones) frente a los niveles actuales, según Euromonitor International, una firma de investigación. Las empresas de EE.UU. y Europa han intensificado en los últimos años sus esfuerzos para llegar a los consumidores africanos.
Cadenas de restaurantes como YUM Brands, matriz de KFC, están abriendo locales, y el minorista Wal-Mart Stores Inc. compró una participación controladora en su par sudafricana Massmart Holdings Ltd. como trampolín para expandirse en el continente.
Gigantes de bienes de consumo como Nestlé SA, Danone SA y Unilever PLC han vendido durante años productos en envases más pequeños para atraer a compradores de bajos ingresos en África.
La cerveza legal representa menos de 1% del consumo total en la región de África y Medio Oriente, según la firma de investigación Euromonitor. Aún así, para multinacionales como SABMiller y Diageo —que han expandido sus empresas africanas privatizando cervecerías estatales o comprando cerveceras líderes— eso significa miles de millones de dólares en ingresos anuales.
SABMiller es de lejos la principal cervecera gracias a sus raíces en Sudáfrica. Vende alrededor de 40% de la cerveza de África por volumen y más de 60%, si se incluye su sociedad con la francesa Castel Group. Diageo se apresura por ganar terreno, conforme expande sus operaciones cada año.
En Mozambique, SABMiller decidió producir su cerveza Impala con mandioca cultivada localmente, en vez de cebada importada, y ha establecido contratos para comprar la cosecha de más de 2.000 agricultores locales.
Las autoridades reconocen las desventajas de concertar acuerdos con las grandes cerveceras. "El alcohol y la cerveza no son buenos para la salud, pero al mismo tiempo traen ingresos", señala Herminio Sueia, director general del departamento de ingresos de Mozambique.
Para expandir su mercado, SABMiller ahora vende Chibuku —una cerveza "opaca" estilo malteada que cuesta unos 50 centavos de dólar por unidad— en al menos 12 países africanos en vez de cuatro.
La idea es crear una pirámide para que los africanos suban conforme sus ingresos disponibles aumentan: empiezan tomando Chibuku, después pasan a lagers de precios bajos como Impala e Eagle y finalmente acaban consumiendo cervezas de calidad como Manica. Diageo también está incursionando en el nicho de las cervezas opacas de baja calidad.
Si bien en África el consumo del alcohol por persona es como una tercera parte del promedio global, está creciendo. En todo el continente, una persona toma en promedio 10 litros de bebidas alcohólicas al año, pero eso asciende a 70 litros en Sudáfrica, el mayor consumidor del continente. Eso se compara con unos 35 litros al año de promedio global y 91 litros en EE.UU., según cifras de Euromonitor para 2011.
—Nicholas Barriyo contribuyó a este artículo.

Uribe y Pastrana por fin coinciden en algo: estar contra el proceso de paz de Santos


Tomado de Revista Semana  

Álvaro Uribe, Juan Manuel Santos y Andrés Pastrana.
Aunque nadie lo esperaba, Uribe y Pastrana están del mismo lado: en guerra contra el proceso de paz.

En materia presidencial hay una regla inalterable: a ningún presidente le gusta ni su antecesor ni su sucesor. Por esto la historia de Colombia se ha caracterizado por titánicas peleas entre sus exmandatarios. Sin embargo, pocos enfrentamientos han sido tan agrios como el que había tenido lugar entre los expresidentes Álvaro Uribe y Andrés Pastrana.

El fracaso del Caguán y el éxito de la seguridad democrática marcaron un nivel de animadversión aparentemente irreconciliable entre estos dos personajes. Por eso no deja de sorprender que en estos momentos Uribe y Pastrana estén alineados por una causa común: su enemistad con el presidente Santos.

Lo que llama la atención es que el actual presidente fue ministro estrella de ambos. Como ministro de Hacienda en el gobierno de Andrés Pastrana jugó un papel clave para evitar el colapso de la economía colombiana en la peor crisis que había enfrentado el país desde la gran depresión de los años treinta. 

Y en el gobierno de Álvaro Uribe fue el copiloto de la estrategia de seguridad que condujo a los golpes más contundentes contra la guerrilla en los últimos 50 años. Por eso despierta cierta incredulidad que los dos antiguos jefes de Santos, odiándose entre ellos, parecen por ahora odiar aún más a su antiguo compañero de lucha. 

El meollo de toda esta bronca es el actual proceso de paz. Uribe se siente traicionado por quien esperaba fuera su sucesor en la guerra contra las Farc. Pastrana alega que Santos no tiene un mandato de los colombianos para hacer la paz, como el que él recibió en las elecciones de 1998. A esto se suman otras consideraciones. 

Para el presidente de la seguridad democrática los diálogos con la guerrilla son una capitulación al terrorismo, que no solo ha aumentado la inseguridad en el país sino que va a desembocar en la impunidad para sus cabecillas. Para Pastrana la negociación de La Habana se está realizando a espaldas del país y sin un consenso nacional, lo cual lo lleva a pensar que Santos va a entregar demasiado en su afán de reelegirse.

Las dos posiciones tienen algo de validez, algo de incoherencia y un poco de oportunismo. Para la opinión pública tiene más autoridad moral Uribe que Pastrana para oponerse a un proceso de paz. El exmandatario es asociado con los éxitos de la guerra y su imagen de hombre de mano dura está en la mente de todos los colombianos. Sin embargo, aunque no es de conocimiento nacional, al final de su segundo cuatrenio su gobierno estaba discretamente explorando la posibilidad de dialogar con la guerrilla. 

Su hombre de confianza para esa misión fue el entonces alto comisionado para la Paz, Frank Pearl. El mismo a quien Santos le habría encargado la misma misión cuando llegó a la Presidencia. Por lo tanto no es muy fácil de entender por qué es aceptable que Pearl tenga acercamientos con las Farc a nombre de un gobierno y no de otro. 

Tampoco es muy comprensible la indignación de Uribe ante la alta dosis de impunidad que tendría un eventual acuerdo en La Habana. En su gobierno se requirieron dosis comparables para desmovilizar a los paramilitares. Aunque habían cometido múltiples y evidentes delitos de lesa humanidad, se les ofreció para su entrega una fórmula jurídica bastante benévola. Incluía penas de cárcel de máximo ocho años, un compromiso con la verdad que no cumplieron y una reparación a las víctimas que hasta ahora ha sido insignificante y que probablemente nunca llegará. 

Hoy la mayoría de esos jefes están presos en Estados Unidos, pero no como consecuencia de la negociación original sino por seguir en el negocio del narcotráfico desde la cárcel. En todo caso el hecho es que Uribe, para desmovilizar un ejército de miles de hombres armados, tuvo que darles un tratamiento pragmático a través de un mecanismo de justicia transicional, y eso es exactamente lo que le está criticando ahora a Juan Manuel Santos.

La oposición del expresidente Pastrana es menos presentable y más incoherente. Teniendo en cuenta que le apostó a terminar el conflicto armado a través de un acuerdo de paz con Tirofijo, no tiene mucha credibilidad que ahora se haya convertido en el enemigo de un gobierno que está haciendo un esfuerzo similar en la búsqueda de las mismas metas. 

Y si se compara proceso contra proceso, él tiene todas las de perder. El del Caguán tuvo despeje, no tenía agenda y fracasó. El de Santos, aunque enfrenta un gran escepticismo, es más estructurado, se ha llevado a cabo sin mayores concesiones y ha contado con una agenda delimitada. Si las negociaciones llegan a romperse, las Farc no habrán acabado más fortalecidas de lo que estaban al inicio, cosa que sí sucedió con el proceso anterior. 

Otro elemento que no convence mucho de la andanada del expresidente Pastrana es el cuento de que él sí tenía un mandato de los colombianos para hacer la paz, pero Santos no. Ese es un argumento acomodaticio que tiene más validez en boca de Uribe, quien esperaba que su sucesor fuera guerrerista como él. La mayoría de la opinión pública compartía esta expectativa, pero parte de las responsabilidades de un líder político es calibrar situaciones y diseñar nuevos rumbos, por impopulares que sean. 

Santos llegó a la conclusión de que los triunfos militares de Uribe habían creado las condiciones para una negociación que pusiera fin al conflicto. Esto lo hizo en contra de la opinión pública que en ese momento respaldaba la continuidad de la política de seguridad democrática. Pero siempre se ha sabido que el final del conflicto iba a ser en la mesa de negociación y no en el campo de batalla, por lo tanto en el fondo lo único que hizo fue adelantar algo que iba a suceder eventualmente. 

Hay que tener en cuenta, sin embargo, que detrás de estas críticas al proceso de paz lo que hay a estas alturas es un grado enorme de animadversión personal entre todos los protagonistas. Uribe odia intensamente a Santos y está bien correspondido. Y Pastrana y Santos, quienes tenían un distanciamiento por cuenta de algunas diferencias, a partir de esta semana se odian tanto como Santos y Uribe. 

Este último había puesto un punto muy alto en materia de agresividad e incontinencia verbal expresidencial. Desde que llamó al primer mandatario “canalla” a comienzos de año parecía difícil de superar. Sin embargo, lo que dijo la semana pasada sobre su antiguo colaborador, aunque menos crudo en las palabras, pudo haber sido más ofensivo. Ante las cámaras de televisión señaló que: “Santos no fue ministro de Defensa sino de aprovechamiento político”. 

Y en respuesta a una entrevista que Enrique Santos le dio a La Silla Vacía, arremetió contra la familia del jefe de Estado en los siguientes términos: “Les gusta el poder, la Presidencia, la prensa, la Fedecafé, el dinero, son indiferentes con el pueblo y permisivos con terroristas”, y luego agregó: “Socialbacanería: burguesía amiga del poder y del dinero, perezosa y contemplativa, feliz con lenguaje castrista”. Y como si esto fuera poco el expresidente Pastrana no cayó tan bajo pero casi. Por haber defendido el proceso de paz de Santos de las acusaciones de Pastrana, este último llamó al actual ministro del Interior, Fernando Carrillo, “camarero de Pablo Escobar” haciendo referencia a su responsabilidad en el escándalo de la cárcel La Catedral. Y del otro escudero del gobierno, el exgerente de la Federación de Cafeteros y exministro Gabriel Silva, dijo palabras más, palabras menos que se creía Juan Valdez pero se parecía más a la mula Conchita. 

En el mundo de los expresidentes los desaires son considerados ofensas imperdonables. De pronto si Santos no hubiera nombrado ministros a Germán Vargas o a Juan Camilo Restrepo o si no se hubiera reconciliado con Chávez y Correa, a Uribe no le indignaría tanto este proceso de paz. Y de pronto si Santos no hubiera tratado de hacer públicas las actas de la Comisión Asesora de Relaciones Exteriores o no hubiera nombrado a Mónica de Greiff en la Cámara de Comercio, Pastrana no hubiera estallado. El expresidente la acusa de haber recibido la plata del Cartel de Cali, en las elecciones de 1994 que él perdió contra Samper. Esa afirmación es inexacta pues es de conocimiento general que a ella la sacaron de la campaña para reemplazarla por Santiago Medina, quien confesó haber negociado con el Cartel de Cali y acabó en la cárcel por eso. 

Aunque Uribe y Pastrana no funcionaban en forma concertada, la escalada de cada uno de esos frentes llevó a que los dos le declararan la guerra a Santos en donde es más vulnerable: el proceso de paz. La meta de ellos, ya sea por convicción o por envidia, es que Santos fracase. Todavía no es seguro que logren su objetivo, pero lo que es indudable es que han hecho mucho daño. 

La mayoría de los colombianos no tiene mucha fe en el proceso de paz. Esto se debe en buena parte al ascendiente que tiene el expresidente Uribe sobre la opinión pública y a la feroz campaña que ha emprendido contra esas negociaciones. Ahora se suma a la causa el expresidente Pastrana, cuyas declaraciones hacen un ruido que contribuye a aumentar el ambiente de pesimismo que rodea la mesa de La Habana. En materia de oposición expresidencial las sumas no son aritméticas sino exponenciales. En otras palabras, la gavilla de dos expresidentes unidos es un asunto explosivo. 

De los distintos ataques de Uribe y Pastrana al proceso de paz hay dos elementos que han calado en la opinión pública. Uribe ha martillado una y otra vez el concepto de que se está consagrando la impunidad porque ninguno de los jefes guerrilleros va a pagar un solo día de cárcel. Y Pastrana por su parte alerta sobre los peligros de negociar la paz en medio de una campaña reeleccionista, pues eso deja a las Farc con el sartén por el mango en cuestión de exigencias y concesiones. Esos dos argumentos tienen cierta validez y han desacreditado mucho el proceso. 

El primero, el de la impunidad, es una realidad y un prerrequisito para todos los procesos de paz exitosos que terminan en una mesa de negociación. Aunque seguramente no habrá lo que se considera técnicamente una amnistía o un indulto, sí se aplicarán fórmulas como la suspensión de penas, por decir un ejemplo, que en la práctica mantendrían a los jefes guerrilleros por fuera de las cárceles. Aunque las altas dosis de impunidad indignan a la sociedad, es un sapo que toca tragarse en los procesos de reconciliación en los cuales cada una de las partes tiene su justificación para haber sido protagonista del conflicto. Más complicado que las gavelas jurídicas que van a ser aplicadas va a ser el tema de la participación política. 

A los colombianos no les va a gustar ver a Timochenko o a Iván Márquez en el Congreso. Y ese es precisamente otro de los elementos que inevitablemente contienen todos los acuerdos de paz. Nelson Mandela, quien pasó 27 años en la cárcel, salió de su celda a la Presidencia de la República. 

Eso no es previsible que suceda en Colombia pero lo que sí podría suceder es algo parecido a lo que se dio con el M-19. A pesar de los horrores como el de la toma del Palacio de Justicia, exguerrilleros desmovilizados como Antonio Navarro, Gustavo Petro y muchos otros han dejado las armas y forman parte de la sociedad civil y del mundo político sin grandes resistencias. 

Navarro fue un gran gobernador de Nariño y Petro brilló en el Senado. La debacle de Petro en Bogotá lo ha vuelto enormemente impopular, pero no por exguerrillero sino por su gestión. Más importante para que se acabe el conflicto armado no es tanto impedir que los guerrilleros desmovilizados hagan política, sino garantizar que no los maten. El exterminio de la Unión Patriótica, con líderes como Carlos Pizarro y Bernardo Jaramillo asesinados, constituye con razón una de las principales preocupaciones no solo para las Farc sino para el gobierno. Afortunadamente los tiempos del paramilitarismo ideológico y armado de forma organizada han quedado atrás. 

Y si a Uribe le obsesiona la impunidad a Pastrana le pasa lo mismo con los riesgos de negociar en medio de una reelección. Sorprende que quien esgrima esa tesis sea él, que pudo ganar las elecciones de 1998 gracias a que su representante, Víctor G. Ricardo, se hizo fotografiar con Tirofijo, lo cual fue interpretado como una señal de voluntad de paz de las Farc en plena campaña electoral. Como en esa oportunidad la guerrilla definió la elección, la inquietud del expresidente es legítima en el sentido de que eso pueda volver a ocurrir. Lo que él quiere decir en el fondo es que si el proceso de paz fracasa durante este año Santos no saldría reelegido y que para asegurar la firma de un acuerdo puede entregar más de lo que es aceptable. 

La presunción de que el presidente de la República podría anteponer sus ambiciones electorales al interés nacional tiene algo de temeraria para quienes lo conocen, pero conceptualmente sí deja un interrogante. Santos, consciente de que no es conveniente que las elecciones coincidan con las negociaciones de paz, fijó la fecha de noviembre como límite. Esta, sin embargo, es problemática para la guerrilla pues sería demasiado tarde para permitirles participar en las elecciones de 2014. Algunas fórmulas creativas tendrán que ser diseñadas para superar este impasse.

En todo caso, a pesar de la caída del gobierno en las encuestas y del escepticismo que existe alrededor del proceso de paz, este va por buen camino. Seguramente no será perfecto ni será la panacea que desaparecerá los grandes problemas del país. El resultado final no le gustará ni a Uribe ni a Pastrana pero tampoco al establecimiento y a la guerrilla. Así de frustrantes son los acuerdos que ponen fin a los conflictos cuando son negociados y no el producto de una victoria militar. A pesar de que la inseguridad y el narcotráfico no van a desaparecer, a Colombia sin duda alguna le iría mucho mejor sin una guerra civil. Al final de cuentas el Plan Colombia y la seguridad democrática también buscaban esto. La firma de la paz en el fondo representa el triunfo de esas dos estrategias. Los dos expresidentes por lo tanto no tienen por qué estar tan indignados.