domingo, 23 de marzo de 2014

Fallece Adolfo Suárez, gran reformador español de los tiempos modernos

Tomado de El País

 Muere Adolfo Suárez, el líder que cambió la historia de España


Fallece a los 81 años el primer presidente del Gobierno de la democracia, que dirigió el cambio de un Estado dictatorial hasta la democracia

Por Joaquín Prieto

Fue el coraje hecho persona y el más firme defensor de los valores del diálogo y del consenso. Pero por encima de todo, Adolfo Suárez González, que ha fallecido este domingo 23 de marzo a los 81 años tras una larga enfermedad neurodegenerativa, entra en la Historia por haber dirigido un auténtico cambio en el curso de los asuntos públicos de España, que transitó desde el Estado dictatorial hasta la democracia constitucional en solo dos años y medio, a pesar de la intensidad de los esfuerzos de la extrema derecha y del terrorismo de ETA y del GRAPO para impedirlo, y de las conspiraciones de franquistas atrincherados en el inmovilismo.
El portavoz de la familia, Fermín Urbiola, con la cara desencajada ha hecho el anuncio oficial a las puertas de la clínica Cemtro de Madrid ante los medios congregados. Urbiola, en un breve parlamento, ha tenido que improvisar la confirmación de la muerte del expresidente y ha dado las gracias en nombre de la familia, informa Fernando J. Pérez. Los médicos han precisado que ha fallecido por el "deterioro neurológico".
La capilla ardiente para despedir al expresidente estará instalada desde este lunes a las diez de la mañana y durante 24 horas en el Congreso de los Diputados, donde la bandera ondea ya a media asta. Al día siguiente, el féretro con los restos de Suárez será trasladado a la catedral de Ávila, donde se celebrará una misa en su memoria y será enterrado en el claustro del templo junto a su esposa y junto al que fue presidente de la República en el exilio, el historiador Claudio Sánchez Albornoz. Además, el Gobierno ha decretado tres días de luto oficial, según ha anunciado el presidente, Mariano Rajoy.
Todos los partidos políticos de todo el espectro ideológico han reconocido el papel de Adolfo Suárez y su aportación a la democracia.Al reconocimiento de las formaciones políticas se sumaron los presidentes autonómicos con comunicados o declaraciones. El presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, ha asegurado que el "mejor homenaje" que los españoles pueden rendir a Adolfo Suárez tras su fallecimiento es "seguir el camino que él marcó: de entendimiento, de concordia y de solidaridad entre españoles".
El hombre que capitaneó la Transición
Un golpe de timón del rey don Juan Carlos fue precisamente lo que desbloqueó el camino de una reforma política que tuvo muchos padres. Suárez había redactado una hoja de ruta de la futura democracia, “unas cuartillas” que puso en manos del Rey en el mayor de los secretos, según afirma su círculo íntimo. Esa versión contrasta con las Memorias póstumas de Torcuato Fernández Miranda, el maduro profesor que ofició de mentor político de don Juan Carlos en sus primeros años como Rey, en las que se atribuye a sí mismo el papel de diseñador de la Transición. Líderes de la izquierda, como Felipe González y Santiago Carrillo, también participaron de lleno en las decisiones de la Transición, y aunque más tardíamente, también hay que reconocer el papel de Manuel Fraga.
Pero lo cierto es que nada hubiera sido posible si Suárez, al frente del segundo Gobierno del Rey, hubiera titubeado o se hubiera atascado en la conducción del proceso durante el año escaso que transcurrió entre su nombramiento como jefe del Gobierno y las elecciones del 15 de junio de 1977. Decidió una primera amnistía de presos políticos, disolvió el Movimiento Nacional, legalizó a los partidos que pugnaban por la democracia; socialistas y comunistas contuvieron a los más radicales y Suárez se fajó para que las estructuras franquistas se hicieran el haraquiri, como un general que tuerce el brazo a sus tropas, siempre por el procedimiento "de la ley a la ley". De ahí la inquina que le guardaron los elementos inmovilistas.
El rey Juan Carlos y el presidente del Gobierno Adolfo Suárez, en 1976.
Don Juan Carlos despidió a Carlos Arias, su primer presidente del Gobierno, el 30 de junio de 1976. Este no había presentado la dimisión, pero tampoco se resistió. En las jornadas sucesivas, Fernández Miranda maniobró para hacer posible que los consejeros del Reino incluyeran el nombre de Suárez en el trío de propuestas para nuevo presidente("terna", en la jerga de la época). Era un asunto delicado porque, según la legislación de la dictadura, el jefe del Estado solo podía designar a uno de los tres que le propusiera aquel órgano dominado por franquistas de toda la vida. De ahí la habilidad con que Fernández Miranda condujo las deliberaciones para que el nombre de Suárez figurase como si fuera de relleno. Al término, anunció: "Estoy en condiciones de ofrecer al Rey lo que me ha pedido", sin especificar en qué consistía. El secreto se guardó hasta el día en que el Monarca convocó a Suárez a La Zarzuela para pedirle "el favor" de aceptar la presidencia del Gobierno. Y al futuro conductor de la Transición solo se le ocurrió esta primera respuesta: "¡Por fin!".
Suárez contaba entonces con 43 años. Criado políticamente en el Movimiento Nacional (el partido único de Franco, un magma de falangistas, sindicalistas verticales y cargos públicos), llevaba nueve dedicado a la política. Había comenzado como procurador en Cortes (hoy, diputado) por Ávila, su provincia natal, hasta desempeñar la secretaría general del Movimiento en el primer Gobierno del Rey. Una trayectoria con poco brillo y demasiada juventud para la élite intelectual y funcionarial de la época, que compartió con la oposición clandestina, sin quererlo, la impresión de que el Rey había cometido el error de su vida.
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"Obrad sin miedo"

Eso dijo el Rey en la primera reunión del Consejo de Ministros formado por Suárez, según testimonio de su entonces vicepresidente, Alfonso Osorio. No habían transcurrido dos semanas desde la designación cuando el nuevo Ejecutivo anunció la celebración de elecciones en menos un año, y se fijó el plazo máximo del 30 de junio de 1977. Abandonada la titubeante reforma política del Gobierno anterior, el nuevo proyecto pasaba por establecer un objetivo más claramente democrático. La base para ello salió del cerebro de Fernández Miranda, lo que él mismo llamó el documento "sin padre". Por corto que parezca ahora el objetivo, se trataba de elegir un Parlamento por sufragio universal, por primera vez desde 1936. Para conseguirlo era necesario que las Cortes franquistas lo aprobaran por mayoría de dos tercios. En el intento de salvar obstáculos, Suárez protagonizó el 8 de septiembre una reunión con el alto mando militar de la que salió la versión de que el presidente había prometido no legalizar al PCE. Por eso cuando lo hizo, nueve meses más tarde, una parte del alto mando se sintió traicionado y le pareció pretexto suficiente para protagonizar un conato de rebelión.
Primero fue la ley de reforma política, negociada no con la oposición ilegal -aunque se le tuvo al corriente- sino con Alianza Popular, el grupo que acababa de fundar Manuel Fraga y que contaba con 200 procuradores en las Cortes franquistas. El 18 de noviembre de 1976, una gran mayoría de procuradores en Cortes (425 a favor, 59 en contra, 13 abstenciones) aprobó la ley que autorizaba al Gobierno para convocar elecciones a Congreso y Senado, salvo 40 senadores reservados a la designación del Rey. Inmediatamente se convocó un referéndum de ratificación, que contó con una participación del 77% (pese a la abstención solicitada por la oposición), de los cuales votó a favor el 94%.
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Suárez consiguió una gran victoria tras torcer el brazo a sus propias tropas. Ese triunfo reforzó al presidente del Gobierno frente a Fernández Miranda, que se había limitado a actuar en la sombra. Ahí comenzó el distanciamiento entre los dos. Suárez tomó decididamente las riendas de la negociación de las condiciones en que iban a celebrarse las primeras elecciones, la legalización de los partidos clandestinos (no todos, pero sí los que se suponía más potentes) y los preparativos para las urnas. El terrorismo de ETA, de los GRAPO y de la extrema derecha se abatió sobre el incipiente proyecto democrático, pero eso no impidió la legalización de los principales grupos de izquierda que iban a ser la base de la estructura política del Estado reformado. El 9 de abril de 1977 quedó legalizado el Partido Comunista, poco después de que fuera retirado el gigantesco yugo y las flechas instalado en la madrileña Alcalá 44, la sede del partido único (hasta entonces).
El 11 de abril dimitió el ministro de Marina, almirante Pita da Veiga, y el 12 se produjo la reunión del Consejo Superior del Ejército que expresó la "repulsa general" a la legalización del PCE "en todas las unidades del Ejército". La publicación de este comunicado militar coincidió con la primera reunión pública del PCE en Madrid, que trató de contrarrestar la movida militar colocando la bandera rojigualda en la misma sala donde estaba la bandera roja. Su secretario general, Santiago Carrillo, hizo una ostensible declaración de reconocimiento a la Monarquía. La mayoría de la prensa, que en enero había publicado un editorial conjunto contra la desestabilización, volvió a difundir otro en abril, No frustrar una esperanza, en defensa de la democracia y de la neutralidad de los militares.
El presidente del Gobierno confirmó la voluntad de ir a las elecciones. Él mismo quiso competir en ellas: carecía de partido político alguno, pero desembarcó en una coalición de 14 grupos (democristianos, liberales, socialdemócratas) que pululaban bajo el nombre de Centro Democrático y, sobre la base de desplazar a su figura principal, José María de Areilza, se alzó con el mando de la improvisada UCD. También entró ahí mucha gente suya, a la que se llamó los azules por el color de la camisa falangista. De la campaña a las elecciones de 1977 data una de sus frases más famosas, "puedo prometer y prometo", sugerida por su colaborador Fernando Ónega.

Bipartidismo imperfecto

Los resultados del 15-J diseñaron aquel "bipartidismo imperfecto" que perdura todavía, con un partido dominante pero sin mayoría absoluta (UCD) que obtuvo 166 diputados, en todo caso muchos más que la Alianza Popular de Manuel Fraga, que se quedó en 16. Mientras, el PSOE se alzaba con la hegemonía de la izquierda, 118, frente al PCE de Santiago Carrillo, que logró 19. La coalición nacionalista de Jordi Pujol obtuvo 11 y el PNV, 8.
Sin mayoría absoluta, pero al frente de la fuerza dominante (UCD), Suárez se lanzó en múltiples direcciones. Por una parte trató de reforzar su autoridad sobre UCD, empujando a sus diversos partidos hacia la disolución a favor de la unidad, apoyándose para la tarea de gobierno en un número dos de confianza, Fernando Abril Martorell. Por otra, reconoció la legitimidad de la Generalitat de Cataluña en la persona de su presidente en el exilio, Josep Tarradellas. Y al tiempo, lanzó a la arena pública el invento del "consenso", cuyo primer fruto fueron los pactos de la Moncloa (otoño de 1977), que reunieron a un amplio abanico de partidos y sindicatos en un acuerdo frente a la crisis económica.
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La Constitución fue el segundo fruto del consenso. Fue elaborada a lo largo de 1978, mientras la derecha y parte de los centristas rechinaban contra Suárez, su poder y su actitud presidencialista. El malestar militar iba en aumento y el terrorismo etarra dejó bien claro su intento de acabar con la incipiente democracia. En esas condiciones se cerró el acuerdo de la Constitución y se celebró el referéndum por el que se aprobó, el 6 de diciembre de 1978.
Ni la participación en el referéndum fue demasiado elevada (67%) ni se consiguió el apoyo del PNV al texto constitucional, que optó por la abstención en el País Vasco. En todo caso, se consideró un gran triunfo haber llegado a promulgar una Carta Magna elaborada con participación activa de la derecha (AP), el centroderecha (UCD), el socialismo, el comunismo y el nacionalismo catalán. Pero ahí se acabó el consenso. A partir de ese resultado compartido, cada sector político decidió continuar su propio camino. El presidente disolvió las Cortes constituyentes, convocó nuevas elecciones y volvió a ganarlas en marzo de 1979, en términos similares a las precedentes: sin mayoría absoluta, pero otra vez en posición dominante.

El tren se atasca

El resultado de las elecciones de 1979 marcó una ruptura nítida entre Adolfo Suárez y el grupo socialista situado en torno a Felipe González, cargada de consecuencias para el futuro. Suárez cerró la campaña electoral con una intervención televisada en la que atacó al PSOE como un defensor del "aborto libre", "la desaparición de la enseñanza religiosa" y "una economía colectivista". Felipe González le devolvió la pelota en la sesión de investidura de Suárez, exhibiendo su pasado en el Movimiento Nacional. Un año más tarde, la moción de censura socialista contra Suárez no obtuvo votos suficientes para derribarle, pero le fragilizó. Las posiciones dentro de UCD se dividieron; la ley del divorcio y la del Estatuto de Centros Docentes tropezaron con la oposición interna de los democristianos. La opinión publicada de la época usó las palabras desilusión y desencanto para referirse a la situación del país en 1980. El ambiente de confusión y malestar caló en la opinión pública, que retiró rápidamente el apoyo a Suárez, según las encuestas de la época.
Si la clave del consenso había sido una reforma democrática compartida por la derecha civilizada, la izquierda y el nacionalismo catalán, a finales de 1980 el presidente del Gobierno ya no tenía fuerza para convencer a los barones de su propio partido. Las conspiraciones militares y cívico-militares avanzaban a buen ritmo. Los principales banqueros presionaban a parte de UCD para que abandonara a Suárez —que acaba de implantar una política fiscal digna de tal nombre—. "Querían que nos incorporásemos a la derecha pura y dura, es decir, al grupo de Alianza Popular", ha explicado el democristiano Fernando Álvarez de Miranda en sus Memorias. El trato entre el Rey y Suárez se enfrió: el presidente quería ser el responsable constitucional de un Rey que se le escapaba, fiel a la idea de que prefería atribuir los éxitos del Gobierno a la Corona y sus fracasos, al propio Gobierno. Y el terrorismo etarra continuaba su tarea de demolición implacable de la confianza en la democracia.
A finales de enero de 1981, Adolfo Suárez decidió tirar la toalla y renunció a la presidencia del Gobierno. Esto aceleró el nerviosismo de los implicados en las diversas conspiraciones militares en marcha. Desconocedor de lo que se tramaba, asistió como presidente dimisionario a la segunda y definitiva votación de investidura de su sucesor, Leopoldo Calvo Sotelo, el 23 de febrero de 1981, cuando el entonces teniente coronel Antonio Tejero asaltó el Congreso al frente de cientos de guardias civiles. Ahí resurgió el mejor Suárez, el hombre arrojado que se enfrentó a los asaltantes sin más respaldo que el de su valor personal frente a las armas sublevadas.
Adolfo Suárez jura su cargo ante el Rey en 1976. / EL PAÍS
Salió prestigiado de aquella prueba, pero en realidad fue su canto del cisne: el animal político de raza intentó recuperarse y ya no pudo. España dejó caer al líder genial, considerando que su tiempo había pasado y otros protagonistas pugnaban por abrirse paso. Todavía construyó otro partido, el Centro Democrático y Social (CDS), pero los resultados fueron mediocres. Suárez se retiró del primer plano de la política en 1991 y se refugió en un discreto despacho profesional como abogado. En 2003 empezó a sufrir los síntomas del Alzheimer y la noticia, mantenida en la discreción por su primogénito, Adolfo, se hizo pública 1 de junio de 2005.
Y a partir de entonces todo han sido homenajes y reconocimientos al estadista, al hombre adecuado en el momento oportuno, sublimado en la consideración pública por la nostalgia de un tiempo en que los conflictos políticos se resolvían por el diálogo y la negociación, en una España donde la crispación era de los extremismos y no afectaba a las corrientes centrales de la política. En todo caso, nadie puede regatearle méritos a Adolfo Suárez en la obra de haber conducido el tren de la Transición sin que descarrilara. Y sin conocer la vía por la que circulaba. Como recuerda su biógrafo Juan Francisco Fuentes, Adolfo Suárez había dicho que no había modelos nacionales o internacionales que pudieran servir de falsilla para la transición española, y por eso dijo:  "Nosotros fuimos nuestro propio antecedente".
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Padre de náufrago salvadoreño sueña salir de pobreza con la historia de su hijo

Tomado de El País


El silencio del náufrago

 

EL PAÍS visita al pescador salvadoreño que afirma que pasó 13 meses a la deriva en el Pacífico


Algunos piensan que Alvarenga es un embustero, aunque él parece indiferente a todo


Su padre sueña con salir de pobre vendiendo la historia de su hijo: "Es una chibolita de oro"



Por Pablo de Llano

Algunos piensan que José Salvador Alvarenga es un embustero. Su padre sueña con que su historia los saque de pobres. Él, mientras tanto, se come una manzana. 
–¿Te apetece ir a Chiapas?
–Sí.
En las últimas semanas, el pescador de tiburones ha contado que su compañero de viaje se murió más o menos a los tres meses después de naufragar. Se llamaba Ezequiel Córdoba Ríos y tenía 22 años, quince menos que él. El psiquiatra que atiende a Alvarenga desde que lo trajeron a El Salvador dice que cuando les empezó a contar la historia no quería abordar ese tema. “Él mismo sabía que lo acusaban de habérselo comido. Y decía que cómo se iba a comer al compañero si tenía peces”. El doctor Ángel Fredi Sermeño, del hospital público San Rafael, dice que según el relato del náufrago su compañero intentó comer los peces crudos pero los vomitaba, y que ese fue su mayor trauma, ver que fallece poco a poco hasta que muere y le toca tirarlo al mar. Para el viernes 14 de marzo Alvarenga tenía programado un viaje con sus padres para ir a ver a la madre del difunto a la costa de Chiapas, donde él trabajó durante más de una década. Los billetes de avión de ida y vuelta de San Salvador a México DF y de ahí a Chiapas se los pagó una empresa de gasolineras. Alvarenga va mordiendo el cuerpo de la manzana. Las mondas las deja en una servilleta.
–¿Qué te gustaba de Chiapas?
–La pesca.
–¿Es lo que más te gusta, pescar?
–Sí.
–Pero ahora le tienes miedo al mar.
–Un poco.
–¿Cuántos tiburones pescaste en Chiapas?
–Toneladas.
–Cómo.
–A golpes con un leño, en la cabeza.
Hace un rato estaba comiéndose una ensalada. Fue uno de los pocos momentos en que dijo más de dos frases seguidas. Explicaba que siempre le ha gustado cazar animales con una honda. “Conejos, pájaros, de todo. Con la hondilla. En México a las hondillas les llaman resorteras. E iguanas”; “garrobos”, tradujo su mujer, que está sentada con él en la mesa del patio cubierto de la vivienda. Cuando lo trajeron a El Salvador después de encontrarlo en un atolón de las Islas Marshall, Areli Barrera llevaba ocho años sin ver al padre de su hija Fátima, una adolescente que está junto a ellos sin decir nada. Alvarenga muerde un rábano y cuenta cómo se caza una iguana. “Están en las ramas. De cerca les sueltas una piedra. Son muy mansas”. Después se comió un tomate. Luego llegó su padre, le cogió del plato una rodaja de pepino y se volvió a la sala, donde se estaba discutiendo desde hacía más de una hora sobre cómo aprovechar la historia de Alvarenga, sin que Alvarenga, en el patio, colocado de espaldas a ellos, les prestase ninguna atención.
En la sala estaban sus padres, su “apoderado”, un voluminoso abogado que fue amigo suyo desde pequeño, y una abogada de la capital, San Salvador, que había venido a la costa, al pueblo del náufrago, a Garita Palmera a pedir en nombre de los cuatro hermanos que tiene en Maryland que a ella también le dejen ir viendo los papeles que van haciendo, cosa que al apoderado le disgustó. De la sala llegaban palabras sueltas como “contactos”, “amigos”, “Shakira”, “ministro”, “remesa”, “mentira”, “dinero”, “fondo”, “cuenta” o “Salvador”. Pero ahora mismo son las cuatro menos veinte de la tarde y Alvarenga se sigue comiendo una manzana mientras ellos continúan hablando en la sala del potencial económico de un naufragio.
–¿Has estado en México DF?
–Sí. No me gustó.
–¿Qué viste?
–Cosas, edificios, más gente.
Dado que ha dicho que no va a contar nada de su supuesta deriva de 13 meses en el océano Pacífico, la entrevista se va centrando en cualquier otra cosa, aunque Alvarenga, que parece parco, o quién sabe si estará atascado por la experiencia que dice que pasó, tampoco hace ningún esfuerzo por conversar de otras cosas.
Lo de no hablar del naufragio lo dejó claro su padre al principio, hace un par de horas, cuando al lado de su hijo se le explicó en el patio trasero, un terreno polvoso de árboles y de aves sueltas, que había un gran interés por conocer los detalles del asunto pero sin pagar nada a cambio. Don Ricardo dijo: “La historia de él no se puede regalar. Es una chibolita de oro”. Su hijo no decía nada, apenas ratificaba con gestos que tampoco le parecía bien hablar sin cobrar. Su padre lo miró con una sonrisa ansiosa bajo su bigotillo, como un pirata de cuento que entreabre un cofre de piedras preciosas. “Él es un oro ahorita”. Don Ricardo va en chancletas. Sus pies están resecos y arrugados. La uña del dedo gordo derecho la tiene partida de un golpe que se dio con la honda cazando iguanas. Siempre ha trabajado en el campo, y dice que aquí no hay manera de vivir bien, ni con la pesca ni con la agricultura. “Sembramos por no estar solo durmiendo”. Y que por eso “no tiene cuenta” regalar la historia de su hijo, encima de lo que tuvo que pasar para sobrevivir. “Con dinero fuéramos felices”, dijo. Por el patio andaban pegados dos polluelos blancos de aspecto extraño. Con mucho plumaje, como bolas de nieve, y con una cresta en la cabeza parecida a la del Pájaro Loco. Es una raza que se trajeron de Guatemala, cuya frontera está a unos 15 kilómetros de aquí. Después del diálogo del patio trasero es cuando Alvarenga pasa al patio interior, se sienta en la mesa con su mujer y con su hija y de tanto en tanto va respondiendo algo sobre cualquier otra cosa que no sea el naufragio.

José Salvador Alvarenga, el 3 de febrero de 2014, cuatro días después de aparecer en las Islas Marshall.

–¿Cómo eran las personas que te encontraron?
–No me acuerdo.
El intermediario de la visita fue su abogado. Para ir a Garita Palmera, Benedicto Perlera esperó a mediodía en una gasolinera que está a una hora de camino desde la capital. Estaba dentro de un cochecito de autoescuela con su esposa y con otros comiéndose una bandeja de pollo. Se presentó como “abogado y empresario”. Al cabo de un rato de recorrido hacia la costa contará que también ha sido militar, y que pasó un tiempo en Estados Unidos en la Escuela de las Américas especializándose en manejo de obuses. Según lo que Perlera dice que le ha relatado su amigo Alvarenga, las personas que se lo encontraron en el atolón Ebon de las Islas Marshall eran aborígenes. “Al principio tuvo terror al ver a gente negra, porque no hablaban en su idioma y él no entendía nada, pero lo llevaron con el jefe y lo tuvieron acostado tres días, y lo cuidaban allí los negros”. Perlera dice que antes de eso el náufrago se encontró en la playa con un montón de culebras de mar y que tuvo que subirse a un poste para que no le picaran.
La versión que recogió en las propias Islas Marshall la agencia France Presse es menos exótica –pero no tanto–: Alvarenga llega a Ebon en calzoncillos y con el cabello y la barba muy crecidos. “Consiguió arrastrar su embarcación a nado hacia la orilla”, dice a la agencia la alcaldesa del atolón. El náufrago se duerme en la arena. Lo despierta el canto de los gallos. Al lado hay otra isla separada por un brazo de mar en la que hay solo dos habitantes que lo ven desde allí gritando en una lengua incomprensible y agitando los brazos con un cuchillo en la mano. Cuando se acercan, él acaba por soltar el cuchillo y se desmorona en la playa. Los dos habitantes le preparan unas tortitas. Uno de ellos se va a la isla principal a avisar del hallazgo y la alcaldesa forma un gabinete de crisis compuesto por el jefe de sanidad, el comandante de policía y la única residente extranjera del atolón, una estudiante noruega de antropología. Van a ver a Alvarenga y le llevan cocos y plátanos. Resulta que el hijo de la alcaldesa había aprendido algo de español viendo una serie de dibujos animados y gracias a eso consiguen comunicarse con él. Hasta aquí la versión de France Presse. Lo del hijo de la alcaldesa coincide con lo que cuenta en una hamburguesería de San Salvador el psiquiatra del náufrago, el doctor Sermeño, con la diferencia de que él no habla de un hijo sino de una hija –“una niña que medio le entendía el español”– y que no menciona la serie de dibujos. Su paciente ha dicho que el 17 de noviembre de 2012 salió de la costa de Chiapas a pescar tiburones con su compañero y que una tormenta les averió el motor. El 30 de enero pasado se lo encontraron solo a más de 10.000 kilómetros de distancia. La historia parece increíble. Tanto como que en las primeras fotos que le sacaron tuviese unos cachetes impropios de un naufragio de esa duración. Pero de momento no hay ninguna explicación alternativa de cómo pudo aparecer en una playa de Micronesia un pescador salvadoreño semidesnudo con una lancha artesanal de siete metros de eslora y de matrícula mexicana. En cualquier caso, de camino a Garita Palmera, el abogado dice que los que dudan es porque tienen “una envidia insalubre”. Según Perlera, la gente no es capaz de creerlo porque no sabe hasta dónde llega “el coraje” que te enseña la vida en la costa. Cuenta que desde niños él y Alvarenga se ganaban la vida pescando, que el tiburón se pesca “con una tiradera de 500 anzuelos y 100 boyas” y que el tiburón blanco es capaz de sentir “el chuquillo” del que va en la lancha. “El chuquillo es como el sudor, lo que vos desprendés; el peste lo siente el tiburón y te detecta a vos”. Dice que si haces bulla el tiburón ataca, y que su amigo, por el contrario, se acostaba en silencio y los tiburones blancos le pasaban alrededor. Ya casi llegando al pueblo se atraviesa un puente sobre un río en el que apenas se ve el agua, porque toda la superficie está verde, llena de nenúfares.
–Este es el río del Chino –indica Benedicto Perlera–. Acá hay lagartos a morir. Y ese verdín se llama ninfa, es un monte que se cría encima del agua y echa una flor rosadita y moradita bella para el jardín.
En El Salvador es temporada seca. Desde la carretera se ven caballos y vacas flacos. Poco después del río está el campo de fútbol del San Gerardo, el equipo en el que José Salvador Alvarenga –conocido por los demás como Chele Cirilo o El gusano de queso– jugaba de defensa cuando era joven. Al llegar a su casa, la primera que está presente es su madre, María Julia Alvarenga. Dice que tiene 54 años y que nació en esta misma casa. La vivienda está al borde de una pista sin asfaltar, en una finca de un propietario de tierras para el que trabajaban y que antes de morirse les dijo que se podían quedar allí. Cuando ella se pone a recordar lo que cultivaban, maíz, cacahuetes, aparece su hijo con el pelo recién duchado, saluda sin expresión y se echa en una silla de plástico.
–¿Qué tal estás de salud?
–Un poco bien. Me duele el cuerpo, los pies.
–¿Un poco bien es bien o mal?
–Entre bien y mal.
Eso es todo, para empezar. Por el pasillo de entrada al patio interior de la casa aparece un anciano de pelo blanco y llena el silencio con emoción evangélica.
–Este es el hijo por el que tanto sufrías –le dice a la madre–, ¡bendito y alabado sea el nombre de Dios!
–Amén, hermano, amén –responde ella con menos brío.

Alvarenga y su madre, María Julia, en el patio de su casa. / JÉSSICA ORELLANA
El anciano dice algo más sobre Jehová y sobre los brazos de Dios y se queda sentado al lado del náufrago. Entonces la madre explica que se hizo cristiana hace dos años. Pertenece a la Iglesia del Príncipe de la Paz. Antes de eso nunca iba a la iglesia.
El anciano retoma su mensaje.
–Yo he llorado y he orado desde que lo vi en los canales de la televisión. Esto que Dios ha hecho es maravilloso.
–Grandísimo, hermano –le dice ella.
En la entrada de casa tienen una tienda de abastos. Doña Julia dice que se enteró de lo de su hijo por una llamada de teléfono, y que luego vio la noticia en la televisión. No dice más que eso, nada de lo que sintió o de cómo reaccionó. En vez de eso le grita una orden a sus nietas: “¡Vayan a despachar, niñas!”. La señora tiene nueve hijos. Hacía ocho años que no tenían noticia de José Salvador.
–¿Le ha preguntado por qué no la llamaba?
–Porque perdió el número de teléfono, dice, y se le olvidó todo.
A las cuatro y cuarto de la tarde, después de la ensalada y de la manzana, Alvarenga se levanta, abre la nevera otra vez, saca un táper y se sirve un plato de ceviche. Tiene un mentón fuerte, con el labio de abajo algo más adelante que el de arriba, la nariz chata, el cuello como un tronco y la cabeza cuadrada. Lleva el pelo corto pero se ha dejado atrás un mechón largo sin cortar para que le sirva de recuerdo del mar. Él pidió que le dejasen el mechón cuando le cortaron el pelo en el hospital de las islas Marshall.
–¿Te lo cortó un hombre o una mujer?
–Era un maricón.
–¿Y cómo lo sabes?
–Porque hablaba como una mujer.
Su psiquiatra lo define como “una persona sencilla”. Al llegar al hospital San Rafael lo metieron en cuidados intensivos, y a los dos días lo pasaron a un cuarto privado donde le hicieron un examen mental. Le diagnosticaron estrés postraumático. Trastornos de sueño. Episodios de “reexperiencia”: recordar despierto lo vivido, soñarlo durmiendo. Talasofobia, que significa miedo al mar. Sermeño dice que el hospital se dividió entre los escépticos y los que lo consideraron un héroe nacional. El doctor piensa que no miente. “Cuando alguien le pregunta, él dice que no le importa si le creen o no. No es una persona empecinada en que le crean”. Menciona el antecedente de unos pescadores mexicanos que aparecieron en 2006 en las islas Marshall después de nueve meses de naufragio, y un análisis que ha hecho la Universidad de Hawái sobre el caso de Alvarenga cuya valoración es que la duración de su deriva y la relación entre el punto de partida y el punto final son consistentes con las pautas de circulación de las corrientes y de los vientos en esta franja del Pacífico.
El doctor Sermeño, que sigue tratándolo desde que salió del hospital, dice que esta historia solo puede ser “cierta o muy fantástica”, y que después de haber estudiado a su paciente ha llegado a la conclusión de que es una historia “demasiado fantástica para que él se la haya podido inventar”. Cinco semanas después de su aparición, Alvarenga está rechoncho y tiene barriga. En las primeras fotos estaba más fino pero no esquelético, como se asume que se debe quedar uno después de pasarse más de un año perdido en el mar sin provisiones. El doctor objeta que la desnutrición también puede causar acumulación de líquidos. El náufrago tampoco tenía la piel quemada. Dice su psiquiatra que la tenía “amarillenta”, y que él les contó que se protegía del sol dentro de la hielera que tenía para guardar tiburones. Lo que más le sorprendió a los médicos es que no tuviera escorbuto por falta de vitaminas, pero se conoce que comiendo animales crudos se puede paliar esa carencia. Alvarenga ha contado que se alimentó de aves, tortugas y pescados que cazaba en el mar. En la sangre traía una infección de parásitos. El doctor cree que si hubiese pasado unas semanas más sin tratamiento, eso lo habría matado de un fallo multiorgánico.
Esta tarde, Alvarenga viste una camisa azul y un pantalón pirata, de esos que llegan hasta la espinilla. Lleva chancletas y tiene los tobillos deformes de tan hinchados. En la sala todavía no han dejado de discutir. “Seremos brutos, pero podemos entender”, se oye a la madre. Dentro de unas semanas, en el Congreso salvadoreño se votará una iniciativa para concederle una distinción a su hijo. El impulsor de la idea, el diputado Guillermo Gallegos, dice que tiene “certeza” de que la historia es verdad. La única duda que alberga es la clase de honor que le corresponde. “Tenemos hijo meritísimo, héroe salvadoreño y notable salvadoreño. Aún lo estoy evaluando”. Sobre las cuatro y media, uno de los pollos blancos reaparece por el patio cubierto y se pone a picotear una hoja de verdura que está tirada junto a la nevera. El náufrago pone la vista en el pollo. “De todo come”, dice, y luego se levanta para ponerse otro plato de ceviche. 

Historia de la vestimenta china

Tomado de CRI 
Qipao
Historia de la vestimenta china: 
La República de China y su posterioridad

Al principio, el Qipao era un tipo de cheongsam de los manchúes y luego se convirtió en el traje representativo de China. Desde los finales de Qing y los inicios de la República hasta los años 30, el Qipao tuvo varios cambios en distintos periodos en las mangas y las partes inferiores: las mangas se cambiaron de las anchas y largas a las estrechas y cortas, y la parte inferior, de la larga a la corta, y volvió a ser la larga

1911- 1949
La falda Aoqun(chaqueta arriba y falda abajo) de las mujeres modernas

Después de la Revolución de 1911, se popularizó la forma de camisa arriba y falda abajo entre los vestidos femeninos. ¬las chaquetas incluían la camisa, chamarra y el chaleco, de formas de dos delanteras opuestas, delantera de laúd, delantera con una línea, delantera con botones al lado, delantera recta o delantera oblicua.


Estaban decorados con encajes o bordados el cuello, las bocamangas, la delantera y el dobladillo.
Algunos de estos eran cuadrados, mientras que otros eran redondos, de diferentes anchura y longitud.

Qipao moderno

Al principio, el Qipao era un tipo de cheongsam de los manchúes y luego se convirtió en el traje representativo de China.

Desde los finales de Qing y los inicios de la República hasta los años 30, el Qipao tuvo varios cambios en distintos periodos en las mangas y las partes inferiores: las mangas se cambiaron de las anchas y largas a las estrechas y cortas, y la parte inferior, de la larga a la corta, y volvió a ser la larga.

El traje de moda de Shanghai en los años 30

El vestido femenino occidental entró en China en los años 20 por medio de algunos de intelectuales que habían estudiado en el extranjero, los diletantes y los intelectuales.

En los años 30 eran cada día más los que lo vestían, y sus modelos estaban enriqueciéndose, así que al final se convirtió en el más popular entre las mujeres de Shanghai. 


Al principio, el Qipao era un tipo de cheongsam de los manchúes y luego se convirtió en el traje representativo de China. Desde los finales de Qing y los inicios de la República hasta los años 30, el Qipao tuvo varios cambios en distintos periodos en las mangas y las partes inferiores: las mangas se cambiaron de las anchas y largas a las estrechas y cortas, y la parte inferior, de la larga a la corta, y volvió a ser la larga.


Traje de Tang (Traje tradicional de China)


Originado del traje de Manchú, es un vestido con botones de tela cosidos en la delantera, las mangas de forma de pezuña de caballo y el cuello de soporte.

Traje de Zhongshan (traje de cuello cerrado al estilo chino)


Llamado traje de Mao después de 1949, era uno de los trajes frecuentemente vestidos antes de la reforma y apertura de 1979, sobre todo en la Gran Revolución Cultural (el otro es uniforme militar).