Tomado de Estudios de Política Exterior
Tailandia,
un país atrapado por su pasado
La crispación política en Tailandia ha
alcanzado un punto de no retorno. En la madrugada del 20 de mayo, el ejército
tailandés declaró el estado de emergencia y tomó el control
de Bangkok. Niwattumrong Boonsongpaisan, primer ministro interino, aceptó
la situación como un hecho consumado. Su ministro de Justicia arguyó que la
seguridad es competencia de las fuerzas armadas, pero el primer ministro
continuará ejerciendo el poder. El ejército, mientras tanto, ha
bloqueado canales de televisión ligados tanto a la oposición como al gobierno
en un intento de detener el enfrentamiento entre ambos.
El golpe de Estado, originalmente
encubierto pero declarado dos días después, es la última
escalada de tensión en un proceso que lleva labrándose desde noviembre. Ese
mes, el gobierno de Yingluck Shinawatra trató de aprobar una
Ley de Amnistía destinada a permitir el regreso de su hermanoThakin
Shinawatra, magnate de la telefonía y primer ministro entre 2001 y 2006.
Condenado en 2008 por un caso de corrupción, se encuentra exiliado en Dubai,
pero no ha renunciado a sus ambiciones políticas. El intento de
indultarle movilizó a los camisas amarillas, que se lanzaron a las
calles para protestar contra el partido gobernante, Pheu Thai.
Los enfrentamientos entre la
oposición y los camisas rojas, leales al gobierno, generaron
tal crispación que Shinawatra disolvió el parlamento en diciembre. El 7 de
mayo, el Tribunal Constitucional forzó la dimisión de la
primera ministra y nueve de sus ministros por un escándalo de corrupción. El
gobierno pasó temporalmente a manos de Boonsongpaisan, ministro de Hacienda.
Su negativa a dimitir, como exigía la oposición desde la calle, motivó la
intervención del ejército. Pero la posibilidad de un golpe militar, como
observa Jake Scobey-Thal, era motivo de
especulación desde hace semanas.
No se trata del conflicto entre
un gobierno corrupto y la ciudadanía, aunque a simple vista lo parezca. Los
camisas amarillas, cercanos a la monarquía, representan a las clases medias y
altas de la capital. Su líder, Suthep Thaugsuban, está implicado en escándalos de corrupción similares a
los que han demolido la imagen de los Shinawatra. El ejército, afín a la
oposición, se entromete constantemente en política: las fuerza armadas han
orquestado 18 golpes de Estado desde 1932, 11 de ellos exitosos. Cuentan con la
simpatía de la justicia y el monarca, Bhumibol Adulyadej. Los
camisas rojas, por su parte, representan el norte del país, rural y
empobrecido. A pesar de que su influencia en Bangkok no es comparable a la de
la oposición, los votantes de Pheu Thai son mayoría. El partido ha ganado todos
los comicios dese 2006.
Giles Ji Ungpakorn,
experto en Tailandia, observa que el enfrentamiento entre rojos y amarillos es
en realidad una lucha de clases, en el que los segundos
representan a la dominante. La última batalla en esta guerra, a juzgar por la
facilidad con que el golpe de Estado ha sido ejecutado (Jatuporn Prompan,
líder de los camisas rojas, ha aceptado tácitamente la intervención del
ejército), supone una victoria para la oposición. Pero el principal perdedor,
además del gobierno y sus votantes, es el propio país. Tailandia, una de las
economías más dinámicas del sureste asiático, ha visto su crecimiento económico
renquear durante el último año. El malestar económico no hará más que aumentar
con el enfrentamiento político, que ya ha llevado al país al borde de la recesión. Acabar con la insurgencia malaya en el sur también
reclama soluciones de consenso en un entorno estable, lo que ahora mismo supone
una fantasía.
Aunque el
comportamiento de los hermanos Shinawatra en el pasado no haya sido ejemplar,
el principal obstáculo a la estabilidad en Tailandia es el aferramiento al
poder de sus élites tradicionales. Mientras la monarquía, el ejército y los
camisas amarillas se atrincheren en su postura, la inestabilidad persistirá.