Tomado de Revista Semana
Mandela es para África una figura tan importante como Gandhi para India o Mao para China.
Un gigante de la Historia
Por Enrique
Serrano*
Mandela no solo tuvo
que padecer las brutalidades del ‘apartheid’ sino enfrentarlo con el poder de
su palabra.
Nelson Mandela cuando joven
Nadie escapa de las paradojas. Durante mucho tiempo fue ignorado,
pero luego se convirtió en una celebridad sin límites. Antaño, sus ideas
yacieron en la sombra para ser exaltadas después como adalides de la humanidad.
Los abusos que contra él y los de su raza fueron por décadas minimizados, hoy
son considerados intolerables.
Nelson Mandela fue el hito de una época y el fundamento de otra, y
de sus hechos se desprenden lecciones inolvidables para los 7.000 millones de
seres humanos que hoy pueblan la Tierra. De su Sudáfrica nativa, colonizada y
dividida, surgió un poderoso país lleno de promesas de futuro. Él fue el gran
arquitecto.
Winnie la luchadora. En 1958 se casó con Winnie Madikizela, su segunda esposa, quien fue su gran compañera de lucha y la madre de dos de sus seis hijos. Se separó de ella en 1992.
Cuando nació, el 18 de julio de 1918, el hijo del jefe Thembu de
la tribu xhosa tenía como destino conducir a su pequeña comunidad de pastores
hacia una prosperidad ancestral, tener muchos hijos de múltiples esposas y
morir quizás en una batalla contra los británicos o los bóeres, que extraían
los minerales preciosos de las ricas minas de Transkei o de Transvaal. También
estaba destinado para ser madiba, el título honorífico que recibían los
ancianos del clan.
Sin embargo, la muerte de su padre en 1927 sembró en el joven
príncipe Thembu una semilla de inquietud acerca del mundo que lo rodeaba, así
sobre las extrañas condiciones en las que el hombre blanco se había apropiado
de sus tierras y de su abigarrada sociedad. Descubrió en la escuela básica de
Qunu, regida por misioneros occidentales, que todo estaba por hacer frente a
las inequidades, la ambición, la absurda discriminación y la segregación.
Líder de los oprimidos. Durante el absurdo juicio en su contra en 1962, en el que fue condenado a 30 años de prisión, miles de negros protestaron a pesar de las represiones del régimen.
Luego, en la escuela de Clarkebury en Fort Beaufort, donde recibió
una educación inglesa y el nombre de Nelson, se percató de su lugar en aquel
sombrío recinto colonial y del trato que recibían los demás nativos africanos.
Como lección imborrable del destino, el primer amigo y compañero entrañable de
su tribu en la escuela se llamaba Justice, y él quiso imitarlo en todo. La
justicia ya lo reclamaba desde la infancia como un tozudo defensor de todos
cuantos sufriesen atropellos u opresión.
De joven fue labrador, pastor, conductor de carro y ante todo un
hombre muy religioso: se tomaba muy en serio aquello de estar pendiente de las
ovejas descarriadas y de resolver cualquier problema relacionado con su
numerosa familia. Esa conciencia de no estar solo se fue juntando con su
conocimiento de la ley y del derecho, que se inculcaba fuertemente en la
secundaria de Clarkebury. En 1937 se graduó y fue a dar al colegio metodista de
Headtown y luego en el de Fort Hare para estudiar una licenciatura en
Derecho.
Líder de una nación. Tras las negociaciones políticas con el gobierno, Mandela y otros líderes quedaron libres en 1990.
Era el colegio más importante para negros en Sudáfrica y Mandela
estaba orgulloso de estudiar allí. Pronto se involucró en la política y como
resultado de ello fue expulsado. Regresó a su Transkei natal. Fue esta doble
condición de joven educado a la inglesa y de jefe tribal xhosa la que le otorgó
esta combinación tan especial de líder y portavoz de su pueblo, lo mismo que de
refinado e inteligente conocedor del funcionamiento del sistema.
En 1941 llegó a la deslumbrante Johannesburgo, una ciudad como
nunca había conocido, llena de luces y de sombras. Allí forjaría su destino,
primero al graduarse como abogado en 1942 en la Universidad de Witwatersrand, y
como político, con su ingreso en el Congreso Nacional Africano (CNA). Walter
Sisulu lo hizo entrar al descubrir en el pasante juvenil a un abogado
excepcional; aplomado y moderado cuando era preciso, pero vehemente y firme
cuando la situación lo exigía.
Fue el comienzo de otra lucha que comenzó en 1994 cuando fue elegido presidente por una abrumadora mayoría.
Los años cuarenta llevaron a Sudáfrica –además de las consecuencias
de la Segunda Guerra Mundial– nuevas preocupaciones y conflictos. Mandela
mostró una fiera resistencia frente a los abusos y crímenes cometidos por el
régimen. Su ascenso fue relativamente rápido y, junto a su amigo Justice,
obtuvo pronto el reconocimiento que anhelaba. Una mezcla de nacionalismo,
tribalismo y socialismo era la base de la doctrina del CNA.
Quería la unidad pero reconocía las diferencias entre los pueblos
nativos de África del sur. La rivalidad ancestral de los xhosas con los zulúes
era el eje de casi todas las polémicas. Tras la huelga de los mineros,
organizada por el Partido Comunista en 1946, el Ejército blanco sudafricano
comenzó a causar muchas víctimas entre la población negra, sin importar la
etnia, ni la formación recibida.
A la sombra. Las dos primeras esposas, Evelyn Ntoko y Winnie, sufrieron las consecuencias de la lucha de Mandela. Prácticamente tuvieron que criar a sus hijos solas durante los 27 años que estuvo en prisión.
En los años cincuenta estuvo la gran militancia de Mandela,
acompasada por la vida en familia (se casó tres veces y tuvo seis hijos) y el
mayor compromiso con la causa de una Sudáfrica independiente. El CNA,
especialmente Walter Sisulo, impulsaron a Nelson a convertirse en un
revolucionario, una suerte de apóstol de la causa antirracista.
Pero su voz no se oía fuera de Sudáfrica y la Guerra Fría consumía
casi todas las energías de la humanidad, por lo que fue encarcelado y liberado
varias veces y condenado por cargos que hoy serían considerados absurdos. Hasta
comienzos de los años setenta el abogado Mandela estuvo a cargo de miles y
miles de procesos que tenían en común el sesgo de la segregación y la
brutalidad discrecional de un Estado torpe y unos dirigentes conducidos por la
ambición y el temor.
Estratega político. Mandela, quien aprendió en la cárcel a conocer las pasiones de la minoría blanca, encontró en el rugby el arma para unir a todo un país en el mundial de rugby de 1995.
El apartheid, que comenzó en 1948, parecía en efecto una forma
gratuita de opresión pero estaba motivado por el recelo de una minoría poderosa
y rica, más amenazada por una mayoría silenciosa y aparentemente resignada que
empezaba a mostrar signos de irrefrenable indignación.
Cuando las actividades revolucionarias se hicieron más explícitas
y una convención nacional llamada Congreso del Pueblo desafió de manera abierta
al gobierno con la llamada Carta de la Libertad de 1955, Mandela aclaró con
valentía: “La carta es mucho más que una simple lista de exigencias de reformas
democráticas; es un documento revolucionario precisamente porque los cambios
que prevé no se pueden conseguir sin descomponer el sistema político y
económico de la Sudáfrica actual”.
Reconocimiento mundial. Entre los muchos premios y reconocimientos que recibió en su vida, el más importante fue el Nobel de Paz de 1993.
Tres meses después fue capturado y acusado de traición. El 13 de
diciembre de 1956, en la Campaña de Desobediencia, ensayó métodos que ya Henry
David Thoreau y el Mahatma Gandhi habían utilizado con éxito. Aunque el juicio
ante el Tribunal Supremo del Transvaal fue magníficamente afrontado por la
defensa y el propio Mandela se defendió con brillantez, no pudo conseguir más
que una postergación de los cargos por traición que serían utilizados por sus
acusadores en el famoso juicio de 1962.
Entretanto, la vida le entregó la satisfacción de encontrar a su
segunda esposa, que sería la más importante de su vida, Nomzamo Winifred
Madikizela, conocida como Winnie, y con la que se casaría en junio de 1958. Su
amor por ella le ayudó a enfrentar la dureza del juicio y la severidad del
tribunal de Pretoria, a donde debió trasladarse para llevar a cabo una defensa
aceptable.
Con la reina Isabel II en 1996, durante su primera visita a Gran Bretaña como presidente de Sudáfrica. Se dirigen hacia el Palacio de Buckingham por la famosa calle Pall Mall de Londres.
Luego sobrevino la trágica masacre de Sharpeville, un township o
bantustan cercano a Johannesburgo y en el que murieron 79 personas y más de 400
quedaron heridas. Esta tragedia hizo que Mandela, ya apodado Madiba, que quiere
decir ‘lanza de la nación’, empezó a adquirir el carácter mítico de símbolo
viviente de la lucha sudafricana por la independencia política y por la libre
expresión.
En su defensa y frente al Tribunal Supremo de Pretoria, Mandela
explicó cómo se había convertido en el hombre que era y las razones por las que
había hecho las cosas que había hecho. Con elocuencia pronunció estas famosas
palabras: “Podría afirmar que la vida en conjunto de cualquier africano
pensante de este país lo conduce constantemente hacia el conflicto entre su
conciencia, por una parte y la ley por la otra. Nuestras conciencias nos dictan
que debemos protestar contra las leyes, que debemos oponernos, y que debemos
intentar cambiarlas.
Con el papa Juan Pablo II en la casa presidencial de huéspedes de Pretoria. El pontífice visitó Sudáfrica para concluir la Asamblea Especial para África del Sínodo de los Obispos en 1995.
La ley me ha convertido en un delincuente, no por lo que he hecho
sino por los motivos de mi lucha, por lo que pienso, por mi conciencia. Sea
cual sea la sentencia que Su Señoría considere adecuada para mí, pueden estar
seguros que cuando la haya cumplido aún estaré más motivado para retomar, de la
mejor forma que pueda, la lucha por la eliminación de estas injusticias hasta
que finalmente sean abolidas para siempre”.
Los esfuerzos no valieron de mucho y Nelson Mandela fue condenado
a 30 años de presidio. Tenía 46 años. Fue trasladado a Robben Island. En esos
muros estrechos esperó con decisión y convicción, evitando ser demolido por el
desánimo, a que el mundo cambiase lo suficiente como para reflexionar acerca de
lo injusto de su presidio y de lo grande de su causa.
Con Bill Clinton en 1993 Mandela fue condecorado con la Medalla de la Libertad en Filadelfia. Los dos líderes se reunieron en varias ocasiones, en una de estas, Clinton conoció la celda donde estuvo recluido el líder sudafricano.
En efecto, el mundo cambió dramáticamente mientras él estaba
encerrado en su prisión y la dirección de los cambios no solo lo favorecía a
él, sino a su causa y a sus ideales. La libertad se abría camino y la
malignidad –que nunca desaparecerá del todo– dejaba campo abierto a una cierta
benevolencia. Cientos de millones de seres que habían sido dominados y
esclavizados podían ahora expresar sus quejas y hacer oír sus razones.
Las más famosas y arbitrarias dictaduras del mundo empezaron a
sufrir reveses y descalabros, tras el fin de la Guerra de Vietnam cualquier
forma de control imperial violento parecía avocada a su fin. Todo se puso en
contra del antiguo régimen de los bóeres.
Con Yasser Arafat Yasser Arafat recibió el premio Nobel de Paz en 1994, un año después de Mandela. Se reunieron en Johannesburgo el 3 de mayo de 2001.
Lo que se destaca de los 26 años que tuvo que sufrir en prisión
Mandela fue la enorme entereza y fortaleza de su ánimo, una verdadera proeza. Y
aunque pasó por momentos tristes y tuvo que ver cómo su vida personal y
profesional desaparecían, pronto experimentó la calidez de sus amigos y
compañeros de lucha y la elevación de su esperanza: el régimen del apartheid
recibió todas las condenas internacionales que en el pasado había logrado
eludir y el gobierno sudafricano quedó solo, frente a la opinión internacional,
como un paria desafiante y anacrónico, como el patrón de un sistema injusto e
inaceptable.
Los activistas de derechos humanos y los organismos
internacionales encargados de combatir los abusos cometidos por gobiernos y
funcionarios pusieron a esa Sudáfrica en la picota.
Con Francois Mitterrand Tras ser liberado en 1990, Mandela se reunió con François Mitterrand para que siguiera ejerciendo presión por la transformación política de Sudáfrica.
Este ilustre preso fue alcanzando una visibilidad extraordinaria.
En 1979 India le concedió el premio Nehru, la Universidad de Londres llegó a
proponerlo como rector, y fue nombrado doctor honoris causa en varias
importantes universidades del mundo. Lo más importante fue que en su propia
universidad, de Witwatersrand, se empezó a oír el famoso “Libertad para
Mandela” que habría de ser el coro más sonado durante los años ochenta. Estados
Unidos y Europa apoyaron una petición de libertad multitudinaria para Mandela y
otros presos políticos.
El gobierno sudafricano se vio obligado a aceptar la legalidad del
CNA y a negociar con algunos de los proscritos más conocidos, como Chris Hani y
Thabo Mbeki. El primer ministro Pieter Willem Botha aceptó hablar en secreto
con Mandela después de muchos años de silencio, el 5 de julio de 1989. Un mes
más tarde y de modo inesperado, Botha renunció a su cargo a favor del que sería
una suerte de Mijaíl Gorbachov sudafricano: F.W. de Klerk. Este líder moderado
y sensato entendió que la condena que pesaba sobre Mandela no sólo era injusta
e insostenible, sino que corrían tiempos en los que todo el régimen se venía
abajo.
Mundial 2004. Mandela abraza la copa del mundo en 2004, cuando la Fifa anunció que Sudáfrica sería el anfitrión del mundial de fútbol de 2010.
Hartos de la guerra y del temor, de las sanciones internacionales
y del aislamiento, los miembros más ecuánimes del Partido Nacional
comprendieron que el advenimiento de una nación negra libre no podía ser
contenido por la fuerza, ni acallado por la brutalidad. De Klerk negoció con
presteza la salida de la cárcel y su reintegro al CNA. Finalmente, en 1990
Madiba pudo abrazar a Winnie y a su Zeni Mandela. La vida del preso más célebre
del mundo volvió a ser satisfactoria y esperanzadora.
En su primer discurso como hombre libre en 1990 Mandela dijo estas
proféticas palabras: “Hoy la mayoría de sudafricanos, blancos y negros, saben
que el ‘apartheid’ no tiene futuro. Debemos ponerle fin mediante acciones
resueltas y masivas para construir la paz y la seguridad. Nuestra marcha hacia
la libertad es irreversible, no debemos tener miedo a seguir por este camino”.
En 1993 recibió el Nobel de Paz, que lo terminó de catapultar como una figura
mundial.
Con Fidel Castro. Su amistad fue de vieja data. “Larga vida a la Revolución Cubana, larga vida camarada Fidel Castro”, sentenció Mandela cuando recibió el premio José Martí en 1992.
Sin descansar un instante, Mandela asumió el compromiso político
propio de sus ideales y de su prestigio y se encaminó a ser el primer presidente
libremente elegido de la nueva República Sudafricana.
El 27 de abril de 1994, a la edad de 76 años, fue elegido por una
mayoría abrumadora y aunque hubo choques y disputas con la minoría zulu,
Mandela supo establecer canales de diálogo y desanimar toda manifestación de
violencia que pudiese haber enturbiado su retorno a la libertad y el nacimiento
auspicioso de una nación de más de 40 millones de habitantes. Lo más destacado
de sus apariciones públicas y discursos fue la búsqueda exitosa de la concordia
entre las etnias y la necesidad de no tomar represalias contra la minoría
blanca, de modo que no tuviese que salir en estampida y pudiesen convivir como
ciudadanos de pleno derecho con el resto de los hijos de una tierra tan
pródiga.
La maestría política y el buen sentido que mostró el líder durante
los años de su gobierno no solo fueron bien recibidos e interpretados por su
pueblo, sino también por la comunidad internacional. En junio de 1999, Mandela
terminó su legislatura como presidente, cercano a cumplir 81 años, y su éxito
como gobernante difícilmente podrá ser igualado.
Con Michael Jackson durante la celebración de su cumpleaños número 78, en la provincia sudafricana de Kwazulu-Natal.
Consiguió que Sudáfrica se estabilizara, que la economía volviera
por el camino del éxito, que los programas sociales largamente postergados se
llevaran a cabo con eficiencia y honradez, y que el puesto del país en el
entorno internacional fuera restaurado plenamente y apreciado como un destacado
actor regional.
Al retirarse de la política, la Constitución y las leyes de la
nueva Sudáfrica quedaron en pleno vigor hasta hoy, cuando el mundo lamenta su
muerte. No hay duda de que su obra perdurará y será un ejemplo para las
generaciones por venir, no solo en su país sino en todo el orbe. Esa grandeza
nadie se la puede escamotear.
Durante su ancianidad, Mandela hizo esfuerzos por mediar en los
múltiples conflictos africanos y su mera presencia y buenos oficios ayudaron a
que las guerras civiles de Angola, Sierra Leona, Liberia, Sudán, Somalia,
Ruanda, Burundi y Congo Democrático tomasen curso de solución.
Sería ingenuo pensar que Mandela pudo solucionar tantos y tan
graves conflictos, muchos de los cuales siguen ocasionando genocidios y otras
horribles consecuencias; pero el concierto de tan ilustre personaje de talla
mundial resultó para todos los africanos un motivo de orgullo y de esperanza,
frente a las múltiples dificultades que todavía tienen que afrontar. Su bondad
siempre estuvo respaldada por la lucidez y la conciencia plena de que la paz es
un propósito difícil, pero irrenunciable, y de que la concordia es el fruto de
una cultura que combina la inteligencia con la paciencia y la mansedumbre con
la sabiduría.
Estratega político. Mandela, quien aprendió en la cárcel a conocer las pasiones de la minoría blanca, encontró en el rugby el arma para unir a todo un país en el mundial de rugby de 1995.
El legado que ha dejado Madiba puede ser cuestionado por algunos
por su insuficiencia, pero no puede ser negado, ni sacrificado en el altar del
escepticismo. Es cierto que no hay otra figura de la talla de Mandela en el
continente africano de hoy, pero también es cierto que la larga sombra
bienhechora que él proyecta sobre su país y su continente hará que los
terribles sucesos el pasado no puedan repetirse, teniendo como telón de fondo
la indiferencia del mundo, ni la indolencia de los gobiernos u organismos
encargados de garantizar la paz mundial y el bienestar de cientos de millones
de personas. Eso ya basta para que, en este planeta desarraigado y conflictivo,
se le reconozca un lugar de privilegio cuando pensemos, de una vez por todas,
en vivir mejor.
*Escritor y filósofo. Master en estudios en África.