jueves, 26 de noviembre de 2020

Hoy 26 de Noviembre se celebra el Día Nacional de los Salvadoreño en el Exterior

Texto tomado de Wikipedia

Los salvadoreños en los Estados Unidos de América constituyen la mayor comunidad salvadoreña fuera de su país. Sus aportes conocidas como remesas familiares, son una de las principales columnas de la economía salvadoreña.


Aunque no existe un censo, para el año 2010, las estimaciones indican que dos millones y medio de salvadoreños residen fuera de su país, lo que implica que uno de cada cuatro salvadoreños está radicado fuera de las fronteras nacionales. Los cálculos del Ministerio de Relaciones Exteriores de El Salvador, indican, un 94 % de la población salvadoreña en el exterior, reside en los Estados Unidos concentrándose principalmente en los estados de CaliforniaTexasNueva YorkMaryland y el Distrito de Columbia.


Durante las décadas de los años 1970 y 1980, centenares de miles de salvadoreños, abandonaron su país a consecuencia de la guerra civil que vivía El Salvador y de la grave crisis económica provocada por el conflicto bélico. Algunos de los lugares de destino de esta corriente migratoria fueron Estados Unidos, CanadáAustraliaCosta RicaMéxicoPanamáEspañaItalia y Suiza, hasta llegar a formar una numerosa comunidad salvadoreña en el exterior. Este fenómeno social ha impactado la política y la economía de El Salvador y ha tenido gran relevancia en la historia reciente del país centroamericano.

sábado, 21 de noviembre de 2020

SALUD MENTAL LA MEJOR HERENCIA FAMILIAR: EL NARCISO EN MI : SELFIES

Por Dra. Margarita Mendoza Burgos



Un teléfono inteligente. Una locación. Una pose. Un click, una ráfaga de fotos. Un par de filtros, una aprobación, y a las redes…

 

Ese, básicamente, es el proceso completo de una selfie. Una palabra que irrumpió con fuerza en nuestro vocabulario y que grafica la acción de tomarnos un autorretrato.  

 

Casi nadie puede resistirse a la tentación de las selfies. En España se le llama postureo, es una forma de promocionar y reconfirmarnos a nosotros mismos que somos personas atractivas, especiales, que llamamos la atención y que gustamos. Además, gracias a las redes sociales, hay una manera de medir y comparar esa aceptación y es en forma de likes.

 

Una buena cantidad de ellos nos pueden cambiar el humor. Una mala cantidad nos puede sumir en la depresión...

 

Cuando estamos de viaje buscamos la selfie más atrevida, incluso a veces arriesgando la vida, como múltiples casos de personas -278 hasta el año 2018- que han muerto al caerse de acantilados, balcones o ser atropelladas en su afán de la foto perfecta. Todo porque sabemos que una buena foto generará además comentarios como “qué bien”, “qué suerte” o “qué belleza” que nos provocan una sensación agradable. El resto del tiempo podemos ser simples mortales, pero nos hemos anotado un gol.

 

Quizás haya que aclarar que esto no es nuevo, es tan viejo como la naturaleza humana. De hecho, la vanidad es uno de los siete pecados capitales. Sin embargo, gracias a la tecnología ahora es muy fácil lograr que nos mire una cantidad considerablemente más grande que antes.

 

Todo está hecho para que luzcamos mejor. Los nuevos teléfonos, con sus maravillosos lentes y filtros, nos permiten además controlar nuestra imagen mejor que antes y publicamos lo que deseamos, lo que nos agrada y nos hace sentir gloriosos. Las selfies son el complemento perfecto del espejo. 

 

De esa ráfaga de fotos elegimos la mejor, le agregamos filtros y, de ser necesario, le quitamos arrugas o expresiones no deseadas hasta lograr la “perfección”.

 

Esto es el colmo de la vanidad. En artistas o gente de los medios podría justificarse, pero ellos llegan a abusar, creando expectativas falsas y que desmoralizan aún más a los mortales de a pie, quienes también pueden utilizar estos mecanismos para mejorarnos. Son síntomas de superficialidad en la que vivimos. Se valoran las mejoras externas y cada vez nos preocupamos menos de mejorar internamente: en conocimientos, en valores o calidad de seres humanos. Nos hemos vuelto más frívolos.

 

Existe una pieza de humor gráfico -algunas la llaman meme- que retrata a la perfección la compulsión por las selfies. Muestran una foto del astronauta Neil Armstrong y dice “Fue a la Luna y tomó cinco fotos”. Le sigue otra de una jovencita con la leyenda: “Fue al baño y tomó 36 fotos”. Aunque parezca increíble, a esa patología la llaman “selfitis”, aunque la Asociación Americana de Psicología (APA)  no la reconoce como una enfermedad.  

 

Sin embargo, un estudio publicado en la International Journal of Mental Health and Addiction en la que los investigadores Janarthanan Balakrishnan (Escuela de Administración Thiagarajan, India) y Mark Griffiths (Universidad Nottingham Trent) concluyen que “el deseo obsesivo compulsivo de tomarse fotos y publicarlas en las redes sociales es una manera de compensar la falta de autoestima y llenar un vacío en la intimidad”.

 

La obsesión por las selfies y el culto a la imagen nos hace vulnerables, pero también dificulta más las relaciones humanas verdaderas, el ser y aceptarnos tal como somos. Demostrar que si queremos mejorar, debemos esforzarnos desde adentro, con tenacidad y no solamente aparentando muchas veces lo que no somos.

 

Algo importante: queremos vernos bien no solo por autocomplacencia, ya que ésta se queda corta si no la compartimos. ¿De qué sirve tener zapatos bonitos, autos lujos, maquillajes, viajes exóticos si no podemos hacer que se entere el mundo?


Acerca de la Dra. Mendoza Burgos

www.dramendozaburgos.com

 

Titulaciones en Psiquiatría General y Psicología Médica, Psiquiatría infantojuvenil, y Terapia de familia, obtenidas en la Universidad Complutense de Madrid, España.

 

Mi actividad profesional, desde 1,993, en El Salvador, se ha enfocado en dos direcciones fundamentales: una es el ejercicio de la profesión en mi clínica privada; y la segunda es la colaboración con los diferentes medios de comunicación nacionales, y en ocasiones también internacionales, con objeto de extender la conciencia de la necesidad de salud mental, y de apartarla de su tradicional estigma.

 

Fui la primera Psiquiatra infanto-juvenil y Terapeuta familiar acreditada en ejercer dichas especialidades en El Salvador.

 

Ocasionalmente he colaborado también con otras instituciones en sus programas, entre ellas, Ayúdame a Vivir, Ministerio de Educación, Hospital Benjamín Bloom, o Universidad de El Salvador. He sido también acreditada por la embajada de U.S.A. en El Salvador para la atención a su personal. Todo ello me hizo acreedora en 2007, de un Diploma de reconocimiento especial otorgado por la Honorable Asamblea Legislativa de El Salvador, por la labor realizada en el campo de la salud mental. Desde 2008 resido en Florida, Estados Unidos, donde compatibilizo mi actividad profesional con otras actividades.

 

La tecnología actual me ha permitido establecer métodos como video conferencia y teleconferencia, doy consulta a distancia a pacientes en diferentes partes del mundo, lo cual brinda la comodidad para mantener su terapia regularmente aunque esté de viaje. De igual manera permite a aquellos pacientes que viven en ciudades donde los servicios de terapeuta son demasiado altos acceder a ellos. Todo dentro de un ambiente de absoluta privacidad.

 

Trato de orientar cada vez más mi profesión hacia la prevención, y dentro de ello, a la asesoría sobre relaciones familiares y dirección y educación de los hijos, porque después de tantos años de experiencia profesional estoy cada vez más convencida de que el desenvolvimiento que cada persona tiene a lo largo de su vida está muy fuertemente condicionado por la educación que recibió y el ambiente que vivió en su familia de origen, desde que nació, hasta que se hizo adulto o se independizó, e incluso después. 

 

Estoy absolutamente convencida del rol fundamental que juega la familia en lo que cada persona es o va a ser en el futuro. 

sábado, 7 de noviembre de 2020

SALUD MENTAL LA MEJOR HERENCIA FAMILIAR: DESCUBRE EL EFECTO FOMO Y SI LO PADECES

Si alguna vez sientes que te estás perdiendo algo de lo que el resto disfruta, puede que sea normal. Pero si vives con esa sensación permanente entonces eres una víctima del Síndrome FOMO (Fear of missing out).

Se trata de una necesidad constante de estar conectado y revisando las redes sociales para enterarse de las actividades que hace el resto de nuestro círculo y así no perderse de disfrutar algo. 

De esta práctica, obviamente enfermiza, surge un claro elemento: el miedo a la exclusión. 

Por ejemplo, comprobar que nuestros amigos tienen un plan mejor que el nuestro para el fin de semana provoca una sensación de estar perdiéndonos algo. Surge, inevitablemente, una comparación en la que siempre la vida propia resultará menos interesante que la ajena. Eso genera frustración, ansiedad, stress y tensión.

No se trata de una enfermedad nueva, pero sí hay que reconocer que la tecnología y las redes sociales la han amplificado. En mi forma de ver, tiene que ver con el deseo de participar en todos los eventos sociales y conocer a mucha gente, sobretodo de alto rango social que manifiestan muchas personas. 

Antes, cuando no existían los teléfonos inteligentes, todo era más lejano. Se relacionaba más con indagar todos los eventos sociales existentes -desde bodas a bautizos- y tratar de pertenecer a ellos. Muchas personas leían de cabo a rabo los eventos de la sección sociales de los periódicos y muchas revistas que retrataban la vida de personajes famosos y adinerados.

Hoy la tecnología nos permite conocer todo esto en segundos y tener la sensación de que controlamos más estos mundillos, pero a la vez nos provocan la incertidumbre de perdernos de algo si no estamos en vigilancia plena y continua.

Con personajes, noticias y medios que se multiplican con una asombrosa velocidad, “perderse algo” cada vez es más probable, y por lo tanto más frustrante. 

Este fenómeno lo vemos mayormente entre adolescentes y jóvenes. Es lógico: de alguna manera tienen más tiempo y, a la vez, menos vida propia o grupo familiar al cual sentirse atados y obligados a mantener y atender. 

Alguien puede estar pasándola genial en su casa, ya sea disfrutando de un libro, de una película o una cena exquisita, pero un post en Instagram de alguien cercano -quizás de viaje o en un restaurante- le cambiará por completo el panorama y la angustia y la ansiedad se apoderan de esa persona.  
 
En la medida que seamos más inseguros, será más fácil que tratemos de integrarnos de alguna manera a toda esta actividad y grupos a los cuales quizás ni siquiera pertenecemos, pero el miedo a la exclusión puede ser muy fuerte. 

Según un estudio, 3 de cada 10 personas de entre 13 y 34 años han experimentado esta sensación, y generalmente sucede cuando ven que sus amigos hacen cosas a las que no están invitados.

Gran parte de las causas se deben a la facilidad para presentarnos -y comprar- un mundo más maravilloso y deslumbrante de lo que la realidad suele ser. 

La fantasía de vivir en un universo de emociones fuera de lo común engaña a aquellos que no se dan cuenta que la realidad es bastante más monótona de lo que queremos creer. Y esto conlleva muchas veces al uso de factores externos como alcohol, drogas, juegos de azar, ludopatías, comilonas y todo en exceso.
 
Para contrarrestar este síndrome debería de regularse el uso de la tecnología, con aumento de los acontecimientos de vida del individuo que se ha aislado de su mundo real para vivir de una forma virtual. Eso ocasiona, muchas veces, un olvido total de su propia higiene personal, alimentación y vida escolar, laboral y social. Por eso es necesario acompañarlo, además, de una terapia adecuada.

Por supuesto, también influye el mundo de la publicidad y el marketing, los cuales nos hacen sentir que siempre nos falta algo para ser felices y nos convierte en seres insaciables.  Es la forma de vender, de crear expectativas para que siempre parezcamos incompletos y necesitemos consumir lo que el marketing anuncia. 

En ese sentido, somos carne de cañón para el gasto descontrolado de objetos que rápidamente nos dejarán de satisfacer. Porque así es: pronto crean la necesidad de seguir buscando algo más para ser felices, cuando en realidad muchas veces tenemos todo para serlo. 

Acerca de la Dra. Mendoza Burgos

Titulaciones en Psiquiatría General y Psicología Médica, Psiquiatría infantojuvenil, y Terapia de familia, obtenidas en la Universidad Complutense de Madrid, España.

Mi actividad profesional, desde 1,993, en El Salvador, se ha enfocado en dos direcciones fundamentales: una es el ejercicio de la profesión en mi clínica privada; y la segunda es la colaboración con los diferentes medios de comunicación nacionales, y en ocasiones también internacionales, con objeto de extender la conciencia de la necesidad de salud mental, y de apartarla de su tradicional estigma.
 
Fui la primera Psiquiatra infanto-juvenil y Terapeuta familiar acreditada en ejercer dichas especialidades en El Salvador.

Ocasionalmente he colaborado también con otras instituciones en sus programas, entre ellas, Ayúdame a Vivir, Ministerio de Educación, Hospital Benjamín Bloom, o Universidad de El Salvador. He sido también acreditada por la embajada de U.S.A. en El Salvador para la atención a su personal. Todo ello me hizo acreedora en 2007, de un Diploma de reconocimiento especial otorgado por la Honorable Asamblea Legislativa de El Salvador, por la labor realizada en el campo de la salud mental. Desde 2008 resido en Florida, Estados Unidos, donde compatibilizo mi actividad profesional con otras actividades.

La tecnología actual me ha permitido establecer métodos como video conferencia y teleconferencia, doy consulta a distancia a pacientes en diferentes partes del mundo, lo cual brinda la comodidad para mantener su terapia regularmente aunque esté de viaje. De igual manera permite a aquellos pacientes que viven en ciudades donde los servicios de terapeuta son demasiado altos acceder a ellos. Todo dentro de un ambiente de absoluta privacidad.

Trato de orientar cada vez más mi profesión hacia la prevención, y dentro de ello, a la asesoría sobre relaciones familiares y dirección y educación de los hijos, porque después de tantos años de experiencia profesional estoy cada vez más convencida de que el desenvolvimiento que cada persona tiene a lo largo de su vida está muy fuertemente condicionado por la educación que recibió y el ambiente que vivió en su familia de origen, desde que nació, hasta que se hizo adulto o se independizó, e incluso después. 

Estoy absolutamente convencida del rol fundamental que juega la familia en lo que cada persona es o va a ser en el futuro.