Tomado de El
País
Messi discute con el juez de línea Emerson Augusto de Carvalho en
el partido de Argentina contra Chile
El psicólogo Nick Halam habla de cuatro
grandes tipos de insultos: los destinados a restar méritos y valor, los que
achacan estupidez, los que indican vicio y depravación, y los que sugieren que
la persona insultada se aparta de las normas sociales.
¿Sirve para algo insultar?
Por JAIME RUBIO HANCOCK
No insultó al juez de línea, sino “al aire”. Eso dijo Lionel Messi
después de que se le impusieran cuatro partidos de sanción por increpar al
asistente durante el encuentro que Argentina ganó 1 a 0 contra Chile.
El acta del partido habla de “palabras injuriosas”, aunque algunos
medios han leído los labios del jugador y aseguran que dijo: “Tomátela, la
concha de tu madre”. Por poco que sepamos del vocabulario argentino, queda
claro que no son frases que nos gustaría oír dirigidas hacia nuestra persona.
A pesar de las alegaciones de Messi -que no es conocido por estas
salidas-, generalmente no suele haber dudas cuando alguien nos insulta, tal y
como explica a Verne el profesor de Psicología en la Universidad Complutense de
Madrid José Antonio Hinojosa, que está al frente de un grupo de investigación
que estudia la relación entre emociones y lenguaje. Un insulto, apunta, es una
expresión emocional negativa “muy intensa y cuyo significado compartimos
todos”. Hablamos de estos improperios y no de sarcasmos más elaborados.
¿Pero por qué recurrimos al insulto? ¿Por qué Messi no prefirió
decirle al juez de línea algo así como: “Disculpe, pero creo que su
interpretación de los hechos no es la adecuada. Le rogaría una rectificación”?
Vamos a intentar responder a esta pregunta usando el menor número de tacos
posible. Pero, ya avisamos, alguno cae.
Una forma de regular
nuestras emociones
Los insultos tienen una “función reguladora de las emociones”,
explica Hinojosa. Y en un partido de fútbol hay mucha emoción: “Por un lado,
hay activación fisiológica. Esto hace que los futbolistas estén más
predispuestos a expresar sus emociones, tanto las positivas como las
negativas”.
Además, el contexto permite la expresión de estas emociones. El
público “contribuye a crear este ambiente emocional. Y cuanto más intenso sea,
más intensa será también la reacción”.
El insulto está (más o menos) normalizado en contextos como los
campos de fútbol, hasta el punto de que muchos trasladan esta actitud a los
partidos en los que juegan niños. Equivocadamente, claro.
Una respuesta ante una amenaza
Recurrimos al insulto cuando “sentimos que algo amenaza nuestros objetivos”. Por ejemplo, cuando a Messi le hacen una entrada o el árbitro señala una falta o fuera de juego. Esto “frustra las metas” del jugador.
Recurrimos al insulto cuando “sentimos que algo amenaza nuestros objetivos”. Por ejemplo, cuando a Messi le hacen una entrada o el árbitro señala una falta o fuera de juego. Esto “frustra las metas” del jugador.
Cuando respondemos a una amenaza o a una frustración con un
insulto, estamos intentando recuperar el estatus que hemos perdido, como
sugiere el filósofo William B. Irvine en la revista Time. El insulto no eleva
nuestra posición, pero sí busca rebajar la del objetivo de nuestros
improperios.
Por supuesto, los insultos no son exclusivos de los campos de
fútbol, sino que son extrapolables a otras situaciones en las que tenemos que
regular nuestra emoción al enfrentarnos con una amenaza. A menudo recurrimos a
ellos “cuando no podemos argumentar de otra manera”, explica Hinojosa. Es una
“forma rápida de regular nuestras emociones”.
Una excusa
Lo bueno de los insultos es que “se entienden. Transmitimos
información de forma rápida”. Por ejemplo, si estamos criticando a nuestro jefe
y nuestro interlocutor no le conoce, un insulto es más fácil de entender y
rápido de expresar que una relación pormenorizada de todas sus afrentas.
Funcionan de forma comparable a los refranes y otras expresiones compartidas,
que hacen más fácil la comunicación aunque sea “a costa de empobrecer el
contenido”.
Es decir, Messi y el juez de línea saben perfectamente qué está
ocurriendo. Y el público: de hecho, esto hace que el insulto también pueda
servir como “excusa ante el aficionado”. Como cuando intentamos justificar un
retraso achacándoselo a la mierda del transporte público o a los idiotas que no
saben conducir. El exabrupto no solo nos desahoga, sino que también nos sirve
de justificación. Le echamos la culpa a otro, la tenga o no.
Una reacción primaria
Como vemos, los insultos son un desahogo muy rápido y cuya
intención se entiende muy bien. Se puede decir que insultar es incluso
“saludable”, apunta Hinojosa, en el sentido de que “tiene su función”
psicológica.
Pero, claro, son insultos. Quien insulta “reacciona a una amenaza,
pero crea otra”. Nos podemos encontrar con más insultos o violencia física en
respuesta. Y, en el caso de un partido de fútbol, con una sanción.
Recurrir al improperio “no es lo mejor, pero sí es más fácil”,
explica Hinojosa. “Es una reacción más primaria. ¿Para qué esperar durante tres
horas al cerrajero si puedo tirar la puerta abajo?”. Entras en casa antes, pero
también tienes una puerta rota.
Las emociones se pueden “regular con otros mecanismos”,
racionalizando esa amenaza, por ejemplo. Messi podría haber recordado que todo
el mundo se equivoca, incluidos los árbitros. El ya mencionado Irvine
recomienda convertirse en “un pacifista de los insultos: cuando te insulten,
sigue como si nada hubiera ocurrido”.
Puede que el contexto en el que estaba Messi no facilitara esta
reacción.
Conceptos tabú
El contenido de los insultos es bastante previsible. Se refieren
sobre todo “a conceptos tabú -explica Hinojosa-. Por eso muchos son sobre el
sexo”. El psicólogo Nick Halam habla en un artículo de cuatro grandes tipos:
los destinados a restar méritos y valor, los que achacan estupidez, los que
indican vicio y depravación, y los que sugieren que la persona insultada se
aparta de las normas sociales.
El uso de palabras tabú como insulto es universal. Se da en todas
las culturas, como subraya Hinojosa, y también con constantes referencias al
sexo. Eso sí, la expresión concreta de estos tabúes puede cambiar con cada
sociedad. Por ejemplo, Halam comenta que en algunas culturas mediterráneas es
más frecuente insultar con referencias a la familia que en otras regiones. El
estudio que cita recoge ejemplos italianos bastante elaborados, como quella
troia di tua madre, figlio di troia, quella vacca di tua sorella (hijo de puta,
tu madre es una zorra, tu hermana es una vaca).
Además, los insultos, igual que el lenguaje, evolucionan. Por
ejemplo, los homófobos y machistas, entre otros, tienden a usarse cada vez
menos por la presión y el cambio social.
En otros casos se produce otro tipo de cambio: se conserva la
carga emocional, pero se pierde el significado casi del todo. Nadie usa cabrón
como “cornudo”: solo es una palabra despectiva. Algo parecido ocurre con
“hostia”: los ateos también la utilizan como interjección malsonante a pesar de
que para ellos la blasfemia no es ningún pecado.
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