Por Dra. Margarita Mendoza Burgos

Una de ellas, quizás la más trillada, es la de la bella
protagonista llorando frente al televisor mientras consume compulsivamente un
bote de grasienta comida china o medio galón de helado como si no hubiese
mañana. ¿Mito o realidad? Realidad.
Es así, sin vueltas. En la mayoría de las personas, el comer
proporciona tranquilidad, sosiego. Probablemente, si queremos buscar una
explicación, se deba que al nacer el hecho de ser alimentados nos produce
consuelo y satisfacción. Sin embargo, si la angustia o el estrés crecen,
nuestro apetito se vuelve incontrolable.
La “terapia” de la comida puede que tenga un efecto inmediato,
pero también de duración efímera, ya que el comer produce angustia y ansiedad.
Solo en contadas personas la tensión y depresión conllevan a la pérdida de
apetito.
El famoso dicho “comer es un placer” obedece a razones químicas.
Es decir, todo el control lo tiene nuestro cerebro y no el estómago. Al ingerir
alimentos, nuestras neuronas segregan una hormona llamada dopamina, que está
asociada con el sistema del placer del cerebro y hace que no podamos
controlarnos. Por supuesto que se puede revertir la situación y recuperar el
control…
Generalmente, lo ideal es abordar estos problemas conjuntamente
con un dietista, ya que ellos orientarán a las personas a comer el tipo de
comida adecuada para mantener la saciedad y evitar desequilibrios. Básicamente
es importante consumir bastante proteína, muchos vegetales y seguir una
alimentación que contemple al menos cinco tiempos de comida. Pero todo este
esfuerzo puede quedar en la nada si ante una situación de crisis o ansiedad, el
consuelo es un atracón para apagar nuestros berrinches y tristeza. Recuperar la
alegría a través de la comida es como querer apagar un incendio con gasolina.
Desde mayo de 2013, cuando se publicó la quinta actualización del
Manual de Diagnóstico y Tratamiento de los Trastornos Mentales (DSM-5) por
parte de la American Pychiatric Association de Estados Unidos, esa situación
tiene nombre científico: en el manual se le reconoce como Trastorno por Atracón
(binge eating disorder).
Una de las claves está en nuestras hormonas. Así lo explica la
doctora Marta Garaulet, quien además de ser catedrática de Fisiología y
Nutrición de la Universidad de Murcia (España) y profesora visitante en
Harvard, es la autora del libro “Pierde peso sin perder la cabeza”. Según la
española, “si el estrés es puntual prima la respuesta de la adrenalina sobre el
cortisol, lo que hace que disminuya el apetito y además se produzca
movilización de grasa del organismo. Pero si el estrés es crónico, en la
respuesta fisiológica a este estrés prima el cortisol frente a la adrenalina,
por lo que aumenta el apetito y además se acumula más grasa en el tejido
adiposo abdominal que es dónde tenemos más concentrados los receptores a
cortisol”.
Estas patologías, llevadas al extremo, están relacionadas o bien
con la bulimia y la anorexia o con la obesidad. En la bulimia se come en exceso
y luego la persona recurre al vómito o al uso de laxantes para expulsar la
comida. En la anorexia directamente se come muy poco y hay un temor excesivo a
subir de peso aunque sea solamente unas onzas. Ambas son partes de los trastornos
alimenticios que tanto han golpeado a las adolescentes y jóvenes en todo el
mundo y para las cuales hay clínicas especializadas de rehabilitación. Por el
contrario, el comer compulsivamente como antídoto de la ansiedad es igualmente
dañino porque conduce inexorablemente a la obesidad: se cae en un círculo
vicioso, pues a más comida hay, más culpa de comer... Y eso produce más apetito
y luego más depresión, además de complicaciones físicas y psicológicas como
aumentar el riesgo del colesterol alto, la presión sanguínea alta, la diabetes,
enfermedades de la vesícula biliar y cardiopatías.
Acerca de la Dra. Mendoza Burgos
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Titulaciones
en Psiquiatría General y Psicología Médica, Psiquiatría infantojuvenil, y
Terapia de familia, obtenidas en la Universidad Complutense de Madrid, España.
Mi
actividad profesional, desde 1,993, en El Salvador, se ha enfocado en dos
direcciones fundamentales: una es el ejercicio de la profesión en mi clínica
privada; y la segunda es la colaboración con los diferentes medios de
comunicación nacionales, y en ocasiones también internacionales, con objeto de
extender la conciencia de la necesidad de salud mental, y de apartarla de su
tradicional estigma.
Fui
la primera Psiquiatra infanto-juvenil y Terapeuta familiar acreditada en
ejercer dichas especialidades en El Salvador.
Ocasionalmente
he colaborado también con otras instituciones en sus programas, entre ellas,
Ayúdame a Vivir, Ministerio de Educación, Hospital Benjamín Bloom, o
Universidad de El Salvador. He sido también acreditada por la embajada de
U.S.A. en El Salvador para la atención a su personal. Todo ello me hizo
acreedora en 2007, de un Diploma de reconocimiento especial otorgado por la
Honorable Asamblea Legislativa de El Salvador, por la labor realizada en el
campo de la salud mental. Desde 2008 resido en Florida, Estados Unidos, donde
compatibilizo mi actividad profesional con otras actividades.
La
tecnología actual me ha permitido establecer métodos como video conferencia y
teleconferencia, doy consulta a distancia a pacientes en diferentes partes del
mundo, lo cual brinda la comodidad para mantener su terapia
regularmente aunque esté de viaje. De igual manera permite a aquellos pacientes
que viven en ciudades donde los servicios de terapeuta son demasiado altos
acceder a ellos. Todo dentro de un ambiente de absoluta privacidad.
Trato
de orientar cada vez más mi profesión hacia la prevención, y dentro de ello, a
la asesoría sobre relaciones familiares y dirección y educación de los hijos,
porque después de tantos años de experiencia profesional estoy cada vez más
convencida de que el desenvolvimiento que cada persona tiene a lo largo de su
vida está muy fuertemente condicionado por la educación que recibió y el
ambiente que vivió en su familia de origen, desde que nació, hasta que se hizo
adulto o se independizó, e incluso después.
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