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miércoles, 6 de febrero de 2013

Gran capital tradicional salvadoreño no quiere competencia en lo que consideran un país de su propiedad


Tomado de La Prensa Gráfica


Poderoso caballero es Don Dinero

Nada inquieta más a un sistema oligárquico que perder la exclusividad del poder económico y eso es precisamente lo que está ocurriendo en nuestro país.

Por Joaquín Villalobos

La diferencia entre quienes tienen 100 millones de dólares y quienes tienen 200 no es de lujos, sino de poder. La cantidad depende del tamaño del país, pero es imposible escapar al poder del dinero en la política. Contra las dictaduras se puede luchar con más voluntad que recursos; pero en democracia, sin dinero no se puede hacer política. La competencia es el factor más importante para la generación de resultados de calidad. Cuando una competencia política es desigual por la concentración de poder económico, aunque sea democrática, el monopolio de poder se mantiene, no importa quién gobierne.

Si en nuestro país tomáramos de base los últimos 150 años, podemos decir que la oposición ha gobernado 8 y quienes detentan el poder económico 142. En otras palabras, estamos mal como resultado de la concentración de poder y no por lo que ha pasado en años recientes. Por eso tuvimos una guerra civil y ahora tenemos polarización política, “maras”, violencia, policía débil, seguridad privada fuerte, abandono del agro, economía improductiva que no crece, emigración masiva de trabajadores, desempleo, olvido de las pequeñas empresas y por eso nos financiamos permanentemente con deuda. Los problemas del actual gobierno son herencia estructural de cómo se gobernó por décadas. La codicia desmedida y la insensibilidad frente a la pobreza son rasgos culturales de los viejos poderes del país. Empobrecieron al Estado, se enriquecieron más, vendieron todo, sacaron el dinero del país, se globalizaron ellos y dejaron desglobalizado al país.

El Salvador es reconocido como un caso clásico de poder oligárquico y el supuesto ha sido que con la democracia ese poder desapareció. Sin embargo, lo que en realidad ocurrió es que el poder económico se concentró más y el control del poder político se refinó. Con una economía tan pequeña ahora “los 14” se volvieron “8”. Tal como lo establecen algunos estudios contemporáneos sobre oligarquías, si antes los oligarcas tenían un ejército de militares y policías para imponerse, en democracia utilizan un ejército compuesto por abogados, medios de comunicación, líderes de opinión, tecnócratas, especialistas en evasión fiscal; financieros que esconden, expatrían y movilizan capitales, gremios empresariales que se subordinan y políticos que les aseguran mantener al Estado como extensión de su patrimonio.

Para enfrentar un poder oligárquico es necesario dispersar el poder económico favoreciendo el surgimiento de nuevas élites. La existencia de diversidad de grupos económicos con visiones políticas distintas favorece el sistema de pesos y contrapesos que necesita la democracia. No bastan las posiciones de gobierno, que en democracia son temporales, es indispensable dispersar el poder económico para lograr un balance integral del poder. Una cosa es asumir la representación de los pobres y otra es ser un partido solo de pobres. Lo segundo sería un sindicato, pero no una fuerza política con perspectiva de poder.

Es indispensable que emerjan, se multipliquen y fortalezcan nuevos ricos con ideas que contribuyan a reconstruir el país. Una competencia democrática con poderes económicos más balanceados aumentaría el valor de los votos de los pobres y les permitiría a jueces, académicos, periodistas y políticos no tener que subordinarse ante los que ahora son los únicos empleadores privados importantes del país.

Muchos empresarios se han quejado siempre de que los grandes capitales les impiden crecer. Nada inquieta más a un sistema oligárquico que perder la exclusividad del poder económico y eso es precisamente lo que está ocurriendo en nuestro país. La llegada de la oposición al gobierno; la separación del expresidente Saca del partido ARENA representando a otros capitales y su proximidad con el presidente Funes; la independencia del PCN y del PDC y el surgimiento de las empresas de ALBA, son todos cambios positivos. Las divisiones sucesivas en la derecha no son oportunistas, son una consecuencia lógica del surgimiento de otros polos de poder económico. La vieja élite está perdiendo el control incluso de su propio candidato, que no representa a la clase, sino a los asalariados de ARENA. Por otro lado, los programas sociales del actual gobierno y la atención que da a los pequeños empresarios y a las mujeres están generando que muchos pobres dejen de ser conservadores y abandonen a la vieja derecha.

Estamos frente a un gran reacomodo histórico en la estructura de poder económico, político y social del país. Las imperfecciones de personas o grupos en este proceso son inevitables, ninguna élite nace santa, no existen cambios a la carta. Las reglas y el orden surgen del nuevo equilibrio. La curva de aprendizaje en la administración de los negocios de ALBA y su transición de empresas políticas a empresas de proyección social o privadas eficientes será complicada y en el camino morirán muchos millones de dólares. Sin embargo, este proceso transformará políticamente al FMLN. Impresiona que a nuestros oligarcas les preocupe ALBA aquí, pero que al mismo tiempo inviertan en la Nicaragua sandinista. Las acusaciones de corrupción a los disidentes de la derecha o los cuestionamientos a las empresas ALBA por el supuesto uso que hacen del Estado es como si los burros se pusieran a criticar a los orejones.

Exhiben mucho dolor las reacciones casi racistas de la vieja élite ante la aparición de nuevos ricos. Están como patrona que llama “igualada” a la sirvienta. Es ridículo que la derecha les demande a los nuevos ricos del FMLN retornar al extremismo consecuente. Cuando los inmigrantes árabes llegaron al país se evitó que compraran tierras y se les despreció y discriminó socialmente. La oligarquía quería evitar que se fortalecieran económicamente. A lo largo de la historia, las divisiones en las filas del poder se han cobrado con muerte, exilio y golpes de Estado. Manuel Enrique Araujo, cafetalero asesinado en 1913; Arturo Araujo, terrateniente derrocado en 1931; Roberto Edmundo Canessa, cafetalero muerto por una golpiza policial en 1961; y Enrique Álvarez Córdova, cafetalero asesinado por la Policía de Hacienda en 1980. Igual mataron cuando perdieron el control de la Iglesia Católica al arzobispo Romero y a decenas de sacerdotes y monjas. La división encabezada por el expresidente Saca es la primera que ocurre bajo condición democrática, sin duda hace medio siglo lo habrían asesinado.

A todos los disidentes de la derecha y a quienes intentaron cambiar al país desde posiciones moderadas, como Napoleón Duarte y muchos otros, se los acusó de corruptos, ladrones, mujereros, homosexuales, comunistas, sidosos y locos. Si ARENA ganara la próxima elección desmantelaría al bloque económico de Saca y a las empresas de ALBA, para quitarle poder a sus competidores y gobernar de nuevo por varias décadas. No son solo las buenas intenciones de los políticos las que obligan a gobernar bien, sino la incertidumbre de que pueden salir del gobierno frente a la existencia de otros polos de poder que les compiten; la construcción de ese nuevo balance de poderes es lo que está en juego en este momento en el país. Nuestra centenaria oligarquía debería aceptar la nueva realidad, competir e influir, pero ya no pretender controlar.