Compilado por Luis Montes Brito
Un día como hoy 21 de Junio de 1788 en EE. UU., Nuevo Hampshire se convierte en el estado número 9. Los pennacooks, miembros de la cultura algonquina, se encontraban entre los antiguos grupos aborígenes que habitaban New Hampshire. El primer europeo que exploró la región fue el capitán inglés Martin Pring, quien en 1603 ancló en el puerto de Piscataqua. Dos años más tarde, el explorador francés Samuel de Champlain navegó a lo largo de la costa y llegó hasta las islas de Shoals. En 1620, se concedió la región al Consejo de Nueva Inglaterra, la anteriormente denominada Compañía de Plymouth, por parte de Jacobo I Estuardo, rey de Inglaterra. En 1629, la provincia fue dividida y al colono inglés John Mason le fue otorgada la parte comprendida entre los ríos Piscataqua y Merrimack; el título de la concesión fue el de New Hampshire. En 1635, se disolvió el Consejo de Nueva Inglaterra y la Corona británica confirmó a Mason en todas sus concesiones; además, se le dieron otras 40.500 ha situadas al oeste del río Kennebec. En 1638, John Wheelwright, un clérigo que había sido expulsado de Massachusetts, fundó el asentamiento de Exeter. Desde 1686 hasta 1689, la provincia de New Hampshire formó parte del Dominio de Nueva Inglaterra. En 1776, New Hampshire se convirtió en la primera colonia que adoptó su propia Constitución, y pasó a ser el noveno estado del país un día como hoy 21 de junio de 1788, al ratificar la Constitución de Estados Unidos. Durante los años que precedieron a la Guerra Civil estadounidense (1861-1865), los movimientos que abogaban por la abolición de la esclavitud ganaron fuerza en el estado. Después de la guerra civil, la industria (en especial la textil, de los transportes y las comunicaciones) se expandió con rapidez. Durante la segunda mitad del siglo XIX, la llegada masiva de francocanadienses alteró la composición étnica de la población, que hasta ese momento había sido en su mayor parte inglesa, escocesa e irlandesa. En la década de 1970, la industria continuaba siendo el sector económico más importante, pero el turismo, que había desempeñado un papel destacado desde principios de siglo, se expandió con gran rapidez durante las décadas de 1970 y 1980 y ganó peso en la economía de New Hampshire, gracias a las medidas tomadas por el gobierno del estado contra la contaminación medioambiental. Nuevo Hampshire es uno de los cincuenta estados que, junto con Washington D. C., forman los Estados Unidos de América. Su capital es Concord y su ciudad más poblada, Manchester. Está ubicado en región Noreste del país, división Nueva Inglaterra, limitando al norte con Canadá, al este con Maine, al sureste con el golfo de Maine (océano Atlántico), al sur con Massachusetts y al oeste con Vermont. Con 24 216 km² es el quinto estado menos extenso —por delante de Nueva Jersey, Connecticut, Delaware y Rhode Island, el menos extenso— y con 1 316 470 habitantes en 2010, el noveno menos poblado, por delante de Rhode Island, Montana, Delaware, Dakota del Sur, Alaska, Dakota del Norte, Vermont y Wyoming, el menos poblado. Fue admitido en la Unión un día como hoy 21 de junio de 1788, como el estado número 9. Es conocido internacionalmente por ser el primer estado en el que se celebran las elecciones primarias para la presidencia de EE. UU. Estas elecciones atraen la atención de la opinión pública y de los observadores políticos, ya que son un indicador del favor de los electores hacia los candidatos presentados. Las matrículas de los vehículos tienen escrito el lema del estado: "Vive libre o muere". El apodo del estado es "el Estado de Granito" (the Granite State), pues hace referencia a su geología y a su tradicional autosuficiencia. El estado posee otros apodos, pero raramente se usan. Personajes famosos relacionados con el estado fueron: el senador Daniel Webster, el editor Horace Greeley, la fundadora de la Iglesia de la Ciencia Cristiana Mary Baker Eddy, y el comediante Adam Sandler. Franklin Pierce, 14º presidente de los EE. UU., nació aquí.
Un día como hoy 21 de Junio de 1791 en Varennes-en-Argonne, Francia, el rey Luis XVI es detenido durante su huida del país. Un día como hoy 21 de junio de 1791, por la noche Luis XVI, su esposa María Antonieta y su familia salieron en secreto de París, en una carroza con destino a la frontera. Cuando casi habían llegado a la meta, fueron reconocidos y arrestados. Con información de National Geographic. En la noche del 21 de junio de 1791, Luis XVI y su familia salieron en secreto de París, en una carroza con destino a la frontera. Cuando casi habían llegado a la meta, fueron reconocidos y arrestados. El 6 de octubre de 1789, después de que una muchedumbre asaltara el palacio de Versalles, Luis XVI decidió trasladarse con su familia a otro palacio en el mismo centro de París, el de las Tullerías. Acostumbrados al lujo y a la libertad de movimientos de que gozaban en Versalles, Luis y su esposa, la reina María Antonieta, se vieron de repente recluidos en unos apartamentos relativamente pequeños, rodeados por el tumulto de la ciudad y debiendo soportar la presencia constante de la Guardia Nacional, que más que protegerlos parecía a veces vigilarlos. Para muchos partidarios de la vieja monarquía, aquello parecía un arresto domiciliario. La prueba definitiva llegó el 19 de abril de 1791, cuando los reyes decidieron salir de París para pasar el Domingo de Ramos en su residencia campestre de Saint-Cloud y se vieron envueltos por una multitud que les impidió partir e incluso los cubrió de insultos. Tras el incidente, el rey no se recató en declarar públicamente que era un prisionero; en privado, instado por su esposa, decidió escapar. Hacía meses que muchos nobles le habían aconsejado huir; de hecho, sus hermanos pequeños, el duque de Anjou y el conde de Artois, habían emigrado justo después de la toma de la Bastilla. El rey se había mostrado indeciso, pero no así María Antonieta, quien pese a su fama de frivolidad demostró estar forjada en un metal más duro que su marido. Decidida a escapar, buscó la ayuda del conde Axel von Fersen, un aristócrata sueco que se había ganado su confianza. Tras el fiasco de Saint-Cloud, el proyecto se puso en marcha. El plan consistía en escapar de noche y viajar de incógnito hasta la ciudad fronteriza más próxima, Montmédy, unos 287 kilómetros al este de París, en la actual frontera con Bélgica (entonces posesión austríaca); veinte horas de viaje sin pausa podían ser suficientes. Allí, el rey lanzaría una proclama para denunciar los abusos de la Revolución. La gran escapada. A las diez de la noche del 20 de junio de 1791, la reina llevó a sus hijos a Fersen en secreto. Luego volvió al salón, como si nada hubiera sucedido. Poco después se retiró a su dormitorio, dio las instrucciones a sus doncellas para el día siguiente y se acostó. Pero nada más quedarse sola se vistió con un traje sencillo de color gris, se tapó la cara con un velo y salió por unas puertas ocultas del palacio. El rey, por su parte, debió quedarse departiendo con los cortesanos hasta las once y media de la noche. Cuando se fue a dormir, su ayuda de cámara, como era tradición, se acostó a sus pies con un cordel atado a su muñeca para que el monarca pudiera llamarlo en cualquier momento. Para despistarlo, Luis le hizo un encargo; cuando el ayuda de cámara volvió, pensó que el rey estaba dormido dentro de su cama con dosel, pero, en realidad, el monarca ya había huido. Luis, María Antonieta, sus dos hijos y Fersen se reunieron por fin a las dos de la madrugada, con dos horas de retraso. Iban en un vehículo nuevo, enorme y lujoso, en el que cabían cómodamente los cinco fugitivos más el aya de los príncipes, dos camareras, el peluquero de la reina y otros ayudantes, con baúles repletos de ropa, vajilla, botellas de vino y otros lujos. No era una comitiva precisamente discreta, pero aun así salió de París sin levantar sospechas. La fuga se descubrió a las ocho de la mañana. Al principio, algunos intentaron hacer creer que el rey había sido raptado por contrarrevolucionarios, pero a mediodía se descubrió que Luis había dejado un documento en el que explicaba las razones de su huida. Las autoridades reaccionaron ordenando el arresto de cualquier persona que intentara abandonar el reino. Los fugitivos viajaban bajo identidades falsas: la marquesa de Tourzel, aya de los príncipes, se hacía pasar por una aristócrata rusa, la baronesa De Korff, mientras que la reina y la hermana del rey fingirían ser sus doncellas; el rey, por su parte, era el criado Durand. Cambiaron de caballos en Bondy, a media hora de París. Allí, por voluntad del rey, se separaron de Fersen, que al marcharse gritó bien fuerte: «¡Adiós, madame De Korff!». Continuaron sin novedad hasta Châlons, adonde llegaron a las seis de la tarde. Se pararon a merendar y tuvieron una avería en una rueda, que les llevó media hora reparar, lo que hizo que llegaran a Pont-de-Somme-Vesle con dos horas de retraso, cuando las tropas que los esperaban para escoltarlos se habían marchado ya. Los reyes avanzaron hasta llegar a Sainte-Menehould a eso de las ocho. La noticia de la huida del rey se había difundido ya y cundía la agitación entre el pueblo. Uno de los más exaltados era el maestro de postas del lugar, Jean-Baptiste Drouet, quien había visto a la reina tiempo atrás, cuando era militar. Cuando echó un vistazo al interior de la carroza reconoció a María Antonieta de inmediato y también se percató de que el supuesto criado Durand tenía los mismos rasgos que el rey, tal como se lo representaba en los billetes que circulaban por entonces. El drama de Varennes. La carroza real logró continuar el camino, pero Drouet, tomando otra ruta, llegó antes que ellos a la siguiente etapa, el pequeño municipio de Varennes-en-Argonne, a tan sólo 50 kilómetros de Montmédy. Los fugitivos llegaron allí cuando ya era de noche y se detuvieron a las afueras. Drouet había dado la voz de alerta e hizo que el procurador, monsieur Sauce, máxima autoridad del lugar dado que el alcalde estaba ausente, examinara los papeles a los viajeros. Inicialmente, Sauce declaró que los pasaportes estaban en regla y no había motivo para retener a la carroza, pero Drouet dio un puñetazo sobre la mesa y respondió: «Son el rey y su familia, y si los dejáis marchar al extranjero seréis culpable de alta traición». Sauce se inclinó; a la espera de comprobar la identidad de los viajeros, los alojó en su propia casa. El glotón Luis XVI aceptó gustosamente el pan y el queso que la esposa del anfitrión les ofreció para reponerse. Entonces a Sauce se le ocurrió despertar a un vecino ya mayor, antiguo juez de paz, que había estado en Versalles y que sin duda había visto al monarca; él podría resolver la duda de si aquél era verdaderamente el rey. Así sucedió. Cuando el anciano se presentó ante el rey se arrodilló y exclamó «¡Ah, Sire!»; Luis XVI no pudo, o no quiso, seguir ocultando su identidad. Declaró a todos que era el monarca y les pidió que lo dejaran continuar a Montmédy. Justo entonces se presentó en el pueblo un destacamento de húsares alemanes dispuesto a rescatar a sablazos al rey. Pero Luis XVI temía por la seguridad de su familia y quiso esperar a que acudieran más tropas. Entrada la madrugada ya era demasiado tarde: los revolucionarios les bloqueaban el paso. Luego llegaron dos de los muchos comisarios que la Asamblea Nacional había enviado en todas direcciones para detener al rey. Luis XVI no marcharía a Montmédy, sino que regresaría con su familia a París. El humillante regreso. Los fugitivos tardaron tres días en desandar lo que habían recorrido en veinte horas de frenética fuga. Seis mil ciudadanos armados y guardias nacionales los acompañaron durante el trayecto. El 25 de junio entraron en París, en medio de un silencio sepulcral. Según los testigos, el abúlico monarca parecía extraordinariamente tranquilo, como si nada especial hubiese pasado. Tras la huida de Varennes, la oposición de los revolucionarios a la monarquía se hizo cada vez más virulenta. El 10 de agosto de 1792, el palacio de las Tullerías fue asaltado y un mes después se proclamó la República, mientras la familia real era encerrada en el Temple. Luis XVI sería juzgado ante la Asamblea por traición, condenado a muerte y ejecutado en la guillotina el 21 de enero de 1793. Meses más tarde, el 16 de octubre, su esposa María Antonieta también fue ajusticiada. Fersen, el artífice de la huida, no corrió mejor suerte. De vuelta en Suecia, sería linchado en 1810 por una multitud que lo acusaba de haber envenenado al príncipe heredero.
Un día como hoy 21 de Junio de 1916 en la Batalla de El Carrizal, los mexicanos vencen a los estadounidenses que habían entrado en México durante la Expedición Punitiva para castigar a Pancho Villa. Con información de Voltairenet.org por General Samuel Lara, General brigadier retirado del Ejército Mexicano; presidente de la Federación de Militares Retirados Francisco J Múgica, AC. No hay libro de texto que aborde este hecho glorioso ocurrido un día como hoy 21 de junio de 1916; que recuerde a los mexicanos esta victoria del soldado del pueblo que, sin más uniforme que sombrero de palma y huaraches, mal comido, mal armado, sin equipo apropiado, mal montado, pero guiado por personajes heroicos que nunca han faltado para vencer ejércitos imperialistas, pasó a la historia por su arrojo ante los enemigos de la patria. El ejército estadounidense había penetrado imperiosamente hasta Parral, Chihuahua, buscando al guerrillero Pancho Villa que, atravesando la frontera con afán vengativo, atacó al pueblo de Columbus. En Parral fue detenido el ejército invasor por la gente del pueblo, armada con palos, piedras e instrumentos de labranza y arengada por la maestra Elisa Griensen. Los estadunidenses fueron obligados a retroceder hasta las afueras de la comunidad. El presidente Venustiano Carranza ordenó entonces a las Fuerzas Revolucionarias que no les permitieran avanzar más en otra dirección que no fuera al Norte, de regreso a su país. El general Jacinto B Treviño, comandante de la Guarnición de Ciudad Juárez, así lo comunicó al general John J. Pershing. El comandante del ejército invasor respondió amenazante que sólo acataría las órdenes del mandatario de Estados Unidos y en seguida montó un ataque de reconocimiento que, saliendo de su cuartel general en Colonia Dublán, marcharía en dirección Este: rumbo a Villa Ahumada, Chihuahua, con intenciones de verificar hasta dónde podrían cumplir las tropas mexicanas las órdenes de su presidente. Al efecto, Pershing seleccionó dos compañías de soldados afroamericanos –con experiencia en la invasión a Filipinas– al mando del capitán Charles Trumball Boyd con otros dos oficiales blancos también, quienes iniciaron la marcha rumbo a Villa Ahumada. En el trayecto aprovecharon la oportunidad de burlarse de la indumentaria de los soldados mexicanos que encontraban en su camino, de sus caballos y sus arreos, así como de su armamento. Aproximadamente 15 kilómetros antes de su objetivo, llegaron a El Carrizal, Chihuahua, donde se encontraba un regimiento de la Brigada Canales, al mando del general Félix Uresti Gómez, quien marcó el alto al capitán Boyd. Éste le manifestó que tenía órdenes de llegar a Villa Ahumada. Como el general Uresti le contestó que las suyas consistían en impedírselo, el extranjero respondió que cumpliría aunque tuviera que pasar sobre los defensores. El general Uresti contestó que los mexicanos también sabían morir en cumplimiento de las suyas y se retiró a las orillas del poblado donde lo esperaba su tropa. Se colocó al frente, disponiéndose a la defensa y el oficial extranjero regresó a ordenar desmontar y formar en orden de batalla. En seguida se escuchó una descarga de fusilería que derrumbó a los jinetes que se encontraban en el poblado, entre ellos el propio comandante general Félix Uresti Gómez. Fue entonces que el teniente coronel Genovevo Rivas Guillén asumió el mando de las acciones. Ordenó un envolvimiento por el flanco izquierdo conducido por él mismo. En tanto, la única ametralladora que poseían los mexicanos detenía el avance enemigo y cobró las vidas del capitán Boyd y de un oficial; otro más quedó herido. El combate duró 2 horas. Se rindieron los soldados negros que sobrevivieron. El resto huyó rumbo al desierto. Mexicanos muertos en combate fueron un general, cuatro oficiales y 25 de tropa.
Un día como hoy 21 de Junio de 1963 en el Vaticano, el cónclave de cardenales elige a Giovanni Montini como papa. Este adopta el nombre de Pablo VI. El cónclave es la reunión que celebra el Colegio Cardenalicio de la Iglesia católica romana para elegir a un nuevo obispo de Roma, cargo que lleva aparejados el de papa (sumo pontífice y pastor supremo de la Iglesia católica) y el de jefe de Estado de la Ciudad del Vaticano. Desde hace siglos la Capilla Sixtina del Palacio Apostólico situado en la Ciudad del Vaticano es el lugar donde se celebra el cónclave. El término cónclave procede del latín cum clavis («bajo llave»), por las condiciones de reclusión y máximo aislamiento del mundo exterior en que debe desarrollarse la elección, con el fin de evitar intromisiones de cualquier tipo. Este sistema de encerrar a los electores del papa, vigente al menos desde el II Concilio de Lyon (1274), fue mitigado por Juan Pablo II en la Constitución Apostólica Universi Dominici Gregis (UDG), sobre la Vacante Apostólica y la elección del nuevo Pontífice (22 de febrero de 1996). Se establece en ella que los electores pueden residir, mientras dura el cónclave, en la recién construida Casa de Santa Marta, una residencia al efecto en el propio Vaticano, pero manteniendo la rigurosa prohibición de cualquier clase de contacto con el mundo exterior. El cónclave de 1963 fue convocado luego de la muerte del papa Juan XXIII, ocurrida el 3 de junio del mismo año en el Palacio Apostólico de la Ciudad del Vaticano. El cónclave para elegir al nuevo pontífice comenzó el 19 de junio y terminó dos días más tarde, un día como hoy 21 de junio de 1963, después de seis votaciones. Los cardenales eligieron a Giovanni Montini, arzobispo de Milán, como nuevo papa. Él aceptó la elección y tomó el nombre de Pablo VI. La muerte de Juan XXIII dejó al Concilio Vaticano Segundo en una balanza, si se elegía a un papa anti-conciliar podrían verse severamente refrenados el papel y la influencia del concilio en la Iglesia. La guerra tácita que había entre conservadores y liberales se reflejó en la batalla que hubo durante el cónclave, entre los partidarios y los opositores del concilio. El principal candidato pro-conciliar era Giovanni Montini, mientras que su principal oponente era Giuseppe Siri, que en el cónclave de 1958 había sido considerado como el mejor sucesor de la obra de Pío XII. Al parecer Juan XXIII había dejado entrever que pensaba en Montini como un buen continuador de su obra. Los electores del cónclave de 1963 fueron la mayor cantidad de cardenales reunidos hasta la fecha. Había ochenta y dos cardenales, pero debido a su arresto domiciliario, József Mindszenty no pudo viajar a Roma, mientras que Carlos María de la Torre no participó debido a su avanzada edad y problemas de salud crónicos. De los ochenta cardenales que participaron, ocho habían sido proclamados por el Papa Pío XI, veintisiete por Pío XII, y el resto por Juan XXIII. Se rumorea que la facción liberal, para recordar a los electores que el papa no tiene que ser necesariamente italiano, habrían votado inicialmente por Léon Joseph Suenens, arzobispo de Malinas-Bruselas y por Franz König de arzobispo de Viena. El favorito, Giovanni Montini, fue elegido después de sólo seis escrutinios. Cuando el cardenal Eugène Tisserant le preguntó formalmente si aceptaba la elección Montini respondió: «Si, en nombre del Señor. Aquí estoy, crucificado con Cristo». En un quiebro con los recientes nombres pontificios, Montini eligió llamarse Pablo VI. A las 11:22 hora local, el humo blanco salió de la chimenea de la Capilla Sixtina, lo que significaba que se había elegido un nuevo papa. Alfredo Ottaviani, en su calidad de cardenal protodiácono, anunció la elección de Montini en latín, antes de que Ottaviani hubiera terminado siquiera de decir el nombre de Montini, la multitud bajo el balcón de la Basílica de San Pedro estalló en aplausos. Giovanni Battista Enrico Antonio Maria Montini Alghisi; nació en Concesio, cerca de Brescia, Lombardía; el 26 de septiembre de 1897, falleciendo en Castel Gandolfo; el 6 de agosto de 1978, fue el papa 262.º de la Iglesia católica y soberano de la Ciudad del Vaticano desde un día como hoy 21 de junio de 1963 hasta su muerte el 6 de agosto de 1978. Ordenado sacerdote en 1920, estudió diplomacia en Roma, entrando a formar parte de la secretaría de Estado vaticana en 1923, tras un breve paso por la nunciatura de Varsovia. Como consiliario eclesiástico de la Federación universitaria tomó parte en los conflictos de esta organización con el régimen de Mussolini. Durante la guerra, llevó a cabo una importante labor al frente de la Comisión pontificia de asistencia. Su tarea pastoral y sus tendencias renovadoras lo alejaron de la curia vaticana, siendo nombrado arzobispo de Milán en 1954. Fue el primer cardenal nombrado por el papa Juan XXIII, con quien colaboró estrechamente en la organización del concilio Vaticano II. A la muerte del pontífice le sucedió como tal y dio continuidad a la renovación emprendida en la Iglesia. Tomó el nombre de Pablo para indicar su misión renovadora en todo el mundo de la difusión del mensaje de Cristo. Reabrió el Concilio Vaticano II, dándole prioridad y dirección. Después de que el Concilio hubiera finalizado su labor, Pablo VI se hizo cargo de la interpretación y aplicación de sus mandatos, a menudo caminando por una delgada línea entre las expectativas contrapuestas de los distintos grupos dentro de la Iglesia católica. La magnitud y la profundidad de las reformas afectaron a todas las áreas de la Iglesia, superando durante su pontificado las políticas similares de reforma de sus predecesores y sucesores. En 1965 pronunció un importante discurso ante la Asamblea general de la ONU, hechos que constituyeron los primeros hitos de una serie de viajes pastorales en el marco de una amplia política ecuménica y de acercamiento a los problemas del mundo. Al final de su pontificado, no obstante, dio muestras de ceder a las presiones de los sectores más conservadores. En este sentido fueron tomadas sus encíclicas Sacerdotalis coelibatus y Humanae vitae, que aparecieron como un retroceso frente a otras como Ecclesiam suam y Populorum progressio.
Un día como hoy 21 de Junio de 2002 la Organización Mundial de la Salud declara a Europa zona libre de poliomielitis. La Organización Mundial de la Salud (OMS) declaró un día como hoy 21 de Junio de 2002 a Europa (incluidas las antiguas repúblicas de la URSS) zona libre de polio. La región comprende 51 países y tiene una población de 870 millones de personas. La OMS da así un paso más en su lucha contra al enfermedad, que empezó en 1988 con la extensión de las campañas de vacunación masiva contra el virus de la polio. Antes que Europa han sido declaradas libres de polio América, en 1994, y la cuenca del Pacífico en 2000. Los últimos casos en Europa se produjeron en 1998. Los enfermos fueron tres niños de Roma que se infectaron en Bulgaria, y uno de Georgia. Les infectó un virus procedente de la India. El último caso de infección por un virus de una cepa europea se dio en 1998 en un niño de dos años sin vacunar de Turquía. En España no se registran incidentes desde 1988. La mayor preocupación en Europa debe ser 'evitar la circulación de virus importados', afirmó el director de la OMS en la zona europea, Marc Danzon. El objetivo de la máxima organización sanitaria mundial es conseguir un mundo libre de polio en 2005, aunque para ello todavía hacen falta unos 285 millones de euros, según cálculos de la Organización Mundial de la Salud. Los países donde la polio aún es endémica son Afganistán, Angola, Egipto, Etiopía, India, Niger, Nigeria, Pakistán, Somalia y Sudán. Desde 1988 el número de casos ha bajado en el mundo de 350.000 en 125 países a 48 en 10 países en 2001.
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