Tomado
de Teinteresa.es
El origen del
ébola, el virus más temido de África
El pueblo de Yambuku, al norte de Zaire, experimentó en 1976
el primer brote de la cepa Zaire de ébola, el más letal hasta la fecha – sin
contar con el actual de Conakry – donde 318 personas resultaron afectadas,
muriendo 280, lo que suponía una terrible letalidad del 90%.
La plaga de Atenas, que provocó la muerte de entre 50.000 y
300.000 personas en plena Guerra del Peloponeso (430 A.C.) sigue siendo uno de
los grandes enigmas médicos de la antigüedad. El llamado ‘síndrome de
Tucídides’ – por ser este historiador el que relató sus terribles efectos –
terminó abruptamente con Pericles y con su siglo y hoy sabemos que pudo
ser un brote de fiebre hemorrágica causada por un virus similar al ébola. Según
Tucídides el virus llegó de Etiopía y provocaba violentos dolores de cabeza y
sufusiones de sangre en la garganta y en la lengua. “El cuerpo se ponía
de color lívido, hacia rojo y aparecían pústulas y úlceras (…) La inquietud se
hacía intolerable y morían al séptimo o noveno día. Si sobrevivían
este tiempo aparecían extenuantes diarreas que terminaban con la vida del
enfermo”. La descripción bien puede asociarse al ébola, aunque algunos estudios
recientes de la Universidad de Atenas señalan como causa probable una epidemia
de fiebre tifoidea provocada por una bacteria llamada ‘salmonella tiphy’.
Fuera de estos ejemplos históricos y remotos, el primer caso de
ébola detectado por el hombre se dio en 1976 con dos focos simultáneos en Nzara
(Sudán) Yambuku (República Democrática del Congo). Sin embargo algunos años
antes ya se dio un caso de Marburg en Europa, que apareció simultáneamente en
Alemania y Yugoslavia a raíz de unos monos de la especie ‘cercopithecus
aethiops’, conocida como cercopiteco verde.
El Marburg no es
exactamente lo mismo que el Ébola pero ambos son filovirus que pertenecen a la
misma subcategoría, que son los virus de fiebre hemorrágica.
En efecto, en agosto de 1967 llegó a Europa una partida de monos
procedentes de Uganda y destinada a laboratorios de Alemania y Yugoslavia. A
los pocos días, una extraña enfermedad comenzó a afectar al personal encargado
de remover los desechos de animales, principalmente en el laboratorio alemán y
de forma más aislada, también en el yugoslavo. Treinta personas resultaron
afectadas en total, falleciendo siete de ellas, lo que suponía un 23% de
letalidad. Al menos en cinco casos, la enfermedad fue adquirida por
contacto entre enfermos. La enfermedad empezaba con fiebre, cefalea, mialgias y
malestar general y el laboratorio destacaba además una elevación de las
transaminasas, una baja cantidad de glóbulos blancos y una alarmante
disminución de plaquetas que dejaba a los enfermos sin defensas.
El virus de Marburg no volvería a aparecer hasta ocho años
después, en 1975, cuando un viajero tuvo que ser ingresado en un hospital de
Sudáfrica a su vuelta de un largo viaje por Rhodesia. El viajero murió,
mientras que un compañero suyo y una enfermera también contagiados, lograron
sobrevivir. Un año después de aquello, se dieron dos casos parecidos y
simultáneos en dos regiones africanas. El primero fue en el norte de
Zaire, donde 318 personas resultaron afectadas, muriendo 280, una terrible
letalidad del 90% hasta entonces nunca vista.
El primer fallecido registrado fue Mabalo Lokela, un
profesor de 44 años que regresaba de un viaje por el norte del Zaire. Por
su alta fiebre, le diagnosticaron un caso de malaria, pero tuvo que regresar a
los pocos días con síntomas que incluían vómitos y hemorragias. A los 14 días
de presentarse los primeros días, falleció. La cepa Zaire, la misma que está
afectando estos días a Conakry, Liberia y Sierra Leona, ha resultado ser la más
letal del virus.
Al tiempo que esto ocurría en Zaire – actualmente República del
Congo – el sur de Sudán vivía un caso parecido, con 284 contagios y 151
muertos, lo que suponía una letalidad del 53%. En aquel brote se
constató que la mayor extensión del virus se produjo de forma
intrahospitalaria, persona a persona y por la reutilización de las agujas
contaminadas. Por entonces se desconocía todo sobre el virus, incluida su
rápida expansión a través de la sangre.
Debido al peligro de contagio, las pruebas de aquellos casos se
enviaron a distintos laboratorios, entre ellos el Microbiological
Research Establishment, un laboratorio de Porton, Inglaterra, especialista en
trabajar con muestras peligrosas y que casualmente había analizado también los
casos de Alemania y Yugoslavia nueve años antes. Los análisis llegaron
a la conclusión de que se trataba de un virus morfológicamente idéntico al
Marburg, es decir, un filovirus, pero serológicamente distinto. Estaban por
tanto ante un nuevo virus y para su bautizo evitaron usar nombres de países o
ciudades, para no perjudicarles gratuitamente achacándoles el origen de un
virus del que nada se conocía. Optaron por escoger el nombre de un pequeño río
que discurre al norte de Yambuku y marcha hacia el oeste, el Ébola.
Ya por entonces se asoció el virus con los murciélagos, pues tanto
el brote original en Sudán como el siguiente en 1979, se iniciaron
entre trabajadores sudaneses de una fábrica de algodón, en cuyo techo colgaban
miles de aquellos animales.
Además hubo otros dos casos en 1980 y 1987
de personas que enfermaron al entrar en una cueva con murciélagos en el este de
Kenia. En 2005 la revista Nature publicó las conclusiones de un grupo de
científicos que dijo haber localizado el origen del ébola en tres tipos de
murciélagos frugívoros africanos. Tres especies, Hypsignathus
monstrosus, Epomops franqueti y Mynoceris torquata resultaron ser potenciales
vectores de transmisión, al no padecer la enfermedad aún entrando en
contacto con el virus.