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sábado, 20 de noviembre de 2010

Un jefe con cerebro de mosquito es el mejor estímulo para superarse

Tomado de The Wall Street Journal



Scott Adams creador de la mundialmnte famosa serie "Dilbert"

Por Scott Adams

Uno de mis primeros empleos de niño incluía palear estiércol en la granja de mi tío, a las afueras de Nueva York. Las cosas iban bien hasta que me explicó que independientemente de mi desempeño, nunca sería ascendido a granjero. Ni siquiera a vaca. Había tocado el techo del estiércol.

Considero esta experiencia como mi primer paquete de estímulo: el inoportuno descubrimiento de que mi trabajo actual era un callejón sin salida. Mientras mis compañeros de clase armaban muñecos de nieve, yo empecé a diseñar un complejo plan profesional para pasar del sector del transporte fecal al cálido ambiente de una afectuosa empresa. Estudié con ahínco, ahorré dinero para ir a la universidad y con la ayuda de mis padres, que asumieron un segundo empleo, y unas cuantas becas, me abrí camino hasta conseguir un título profesional.

Años después, mi sueño se hizo realidad. Me dieron un trabajo en un gran banco y nunca más tuve que volver a palear estiércol. En su lugar, las empresas utilizan algo llamado PowerPoint. Gracias a mi preparación granjera, era tan bueno diseñando presentaciones de PowerPoint que mis colegas me apodaron "El natural".

En aquellos tiempos, era un amasijo frenético de ambición y determinación. Pero no me llevó mucho recibir mi segundo paquete de estímulo: la mala gestión.

Pese a que la mayoría de mis supervisores inmediatos eran personas razonables y competentes, la corporación como un todo estaba plagada de sociópatas con cerebros de mosquito en los puestos de liderazgo.

Un día, se abrió una posición superior a la mía y todo indicaba que yo era el candidato ideal para llenarla. Mi jefa me llamó a su oficina y me dijo que tenía malas noticias. Me explicó que los medios de comunicación habían puesto a la empresa en una posición delicada por críticas a que la mayoría de sus gerentes y ejecutivos eran hombres de raza blanca. Ascenderme a mí, señaló, sólo empeoraría las cosas. Le pregunté cuánto tiempo pensaba ella que sería necesario para que la situación se calmara. Mi jefa fue vaga en palabras pero dijo que el plan implicaba tratar de suavizar los efectos de dos siglos de discriminación corporativa.

Por eso renuncié y busqué otro lugar donde mi talento y trabajo duro fueran más valorados. Acepté un empleo en una compañía telefónica y ahí descubrí al poco tiempo, con horror, que la banca no era la única industria administrada por sociópatas con cerebros de mosquito. Una vez más, mis jefes inmediatos estaban bastante bien capacitados, pero interactuar con otros departamentos era como ser el último humano en Zombielandia que intenta ir a hacer mercado al anochecer. Aun así, seguía siendo marginalmente mejor que palear estiércol. Terminé mi MBA por las noches y me forjé una reputación como promesa joven.

Un día mi jefe me llamó a su oficina y me explicó que los medios de comunicación habían puesto a la empresa en una posición delicada por críticas a que la mayoría de sus gerentes y ejecutivos eran hombres de raza blanca. Por eso, señaló, ascenderme sólo empeoraría las cosas. Uno podría decir que ese fue el día en que nació la tira cómica de Dilbert, aunque aún no había dibujado ninguna. Pero llamémoslo el punto de inflexión.

Sin embargo, no sufría solo. Muchos de mis colegas ya tenían negocios propios al margen de la empresa y ambiciosos planes de expansión. El tipo en el cubículo detrás del mío alquilaba equipos para conciertos. Delante de mí había uno que tenía una empresa de servicios informáticos. Creo que todos comprendíamos que trabajar en un cubículo bajo el mando del hermano tonto de Satán no era una receta para la felicidad.

La forma en que describo esas experiencias puede parecer pesimista, pero consideremos la alternativa. Imaginemos un universo paralelo en el que a los empleados les gusta trabajar. Se sienten poderosos y completos, tanto así que no les importa el tamaño de sus sueldos ni piensan renunciar jamás. Esa es precisamente la clase de escenario de pesadilla que destruiría la economía. Lo último que este mundo necesita es un rebaño de trabajadores felices y contentos que no paran de cantar y sonreír. Nuestro sistema requiere un flujo constante de trabajadores altamente capacitados pero tan disgustados con sus empleos que están dispuestos a cortarse un brazo con tal de deshacerse de sus jefes.

En otras palabras, el principal propósito de la gestión es aniquilar cualquier esperanza de que permanecer en su trabajo actual es bueno para usted. Esa clase de fe es como la gravilla en el motor del progreso. La economía necesita a trabajadores hartos, desesperados y dispuestos a dejar sus empleos en busca de uno mejor.

Uno ve la misma dinámica en los países. Estados Unidos es una nación fundada por personas que no podían soportar a sus líderes en sus países de origen. No soy genetista, pero sospecho que la actitud de "al carajo, yo me largo de aquí" es hereditaria. Es muy posible que seamos las personas más insatisfechas, amargadas y difíciles de complacer que existan en la Tierra. No es un milagro que nuestro PIB sea fantástico.

Siempre imaginé que existe una correlación entre la imaginación y toma de riesgos. Uno no abandona una situación desagradable pero relativamente segura a menos que pueda imaginarse un resultado mejor. La mala gestión es lo que le da alas a la imaginación.

jueves, 21 de enero de 2010

Consideraciones Sobre Cláusulas Pétreas y la Constitución Salvadoreña


Tomado del Blog de Iniciativa Libertaria

Que hipocresía que, igual como invocan la injusticia como medio para alcanzar la justicia, ahora proponen violar la soberanía del pueblo como medio para alcanzar la soberanía del pueblo. Pero es que este es el lenguaje del estatista y su estrategia para llevarnos a la servidumbre, así como lo describía Friedrich von Hayek en su gran obra Camino a la Servidumbre. Este es el mismo “Doublespeak” que describía George Orwell en su novela 1984, el lenguaje del estatista que le da nuevo significado a la terminología política para confundir y manipular a las masas votantes, adonde la paz es la guerra, la libertad la esclavitud, los derechos su violación y, en su conclusión lógica, la vida no es mas que una muerte espiritual e intelectual en total sumisión al Estado absoluto.

Me causa una gran molestia, mas allá de mis convicciones políticas, llegando a tocar algo nato en mi espíritu, oír decir, a aquellos que siempre hablan, que somos nosotros parte del Estado y como tal debemos buscar como mejor servirle. El confundir al pueblo con el Estado es un error de gran profundidad igual a aquel que confunde al esclavo como propiedad de su amo y no como un individuo cuyos derechos están siendo groseramente violados. Si bien, el Estado, en teoría, existe como una entidad creada por los individuos que conforman una sociedad como la forma mas eficiente y justa de proteger sus derechos individuales, el Estado moderno es una aberración de este principio.

Pero aun así, en un marco intelectual enfrascado en aquello de que la justicia solo se alcanza a través de la injusticia, en esquemas redistributivos y micro-planificación económica centralizada, el gran Leviatán logra solamente asomarse, no aún imponerse, por sobre los individuos que conformamos la sociedad Salvadoreña. Esto en parte gracias a una Constitución política, que aún con imperfecciones notables, trata de mantener, a través de ciertas “cláusulas pétreas” un sistema Republicano Representativo en esquema de una Democracia Liberal que en teoría distribuye el poder no solamente en el espacio, a través de 3 ramas independientes y varias estructuras para servirse de controles y contrapesos, sino también a través del tiempo, con un proceso de enmiendas constitucionales que requiere de dos periodos legislativos, y de aprobación de tres cuartos de la segunda.

Esta estructura constitucional, con la naturaleza permanente e incambiable de a lo que se refiere a la forma de gobierno y la alternabilidad de la presidencia, lo cual no contempla lo que aquellos peones del Leviatán llaman la “democracia participativa” en base de plebiscitos y referéndums, no es algo establecido simplemente por pura gana y capricho de legisladores constituyentes, que cabe mencionar fueron electos por un valiente pueblo bajo las balas de un lamentable conflicto armado. Son lecciones históricas, comunicadas desde la Grecia Antigua, a través de los grande pensadores Clásicos y Liberales, y llegadas a nuestros tiempos como las mejores formas que el ser humano ha encontrado para prevenir la tiranía y proteger los derechos humanos.

Pero en vista de oportunidad, el gran Leviatán, en forma del Estado Absoluto, opresor del individuo, busca la forma de quebrantar esos candados que previenen su reino, desmantelando la frágil institucionalidad constitucional que nuestros pueblos han logrado desarrollar. La gran lección es que nosotros humanos, aunque manteniendo nuestra capacidad de razonar, podemos ser cegados temporalmente por demagogos y nuestras propias emociones. Por esto debe ser el poder distribuido a través del tiempo, para prevenir que un tirano, con apoyo de una exaltada mayoría temporal, manipule el sistema para sistematizar la violación de los derechos de los individuos en beneficio propio.

Esta es la razón por la cual nuestra constitución no contempla esquemas de “consulta popular,” que en efecto no son mas que herramientas para acelerar el camino a la servidumbre a la cual nos referíamos anteriormente. Y esto lo podemos comprobar empíricamente viendo casos no tan lejanos como es la Venezuela de Chávez, la Cuba de los Castro, y un par de otras naciones latinoamericanas que, Dios quiera, no terminarán de hundirse en tal camino. Y aquel que tenga las agallas de argumentar que tales casos no consisten de tiranías y vastas violaciones a los derechos humanos, pues como mencionaba, no es mas que un peón del Leviatán, y no merece siquiera nuestra consideración.

Pero como el mal no descansa, y la libertad será eternamente atacada, este mismo marco constitucional nos da no solo el derecho, si no el absoluto deber de insurrección en caso de que estas cláusulas pétreas sean violadas, y con el único propósito de restaurarlas. Así que estemos claros, no importa el argumento de fachada que se desarrolle para avanzar el poder del Estado y para violar la constitución, el pueblo mantiene sus derechos así establecidos y está en sus manos recuperarlos de ser violentados.

Para concluir, regresando al concepto de la soberanía del pueblo, consideremos no solo la soberanía política de un pueblo, la cual hemos estado discutiendo, sino también su soberanía económica, dos caras inseparables de la misma moneda. Y por esto, recalco, no me refiero a una soberanía económica del Estado, o nacional. Me refiero a la soberanía del pueblo, es decir, de los individuos que formamos la sociedad, y con este pensamiento los dejo con las palabras de Faustino Ballvé en su tratado Fundamentos de la Ciencia Económica:

“…como el consumidor es el pueblo en general sin distinción de fortuna ni de clase, el mercado libre es la expresión mas visible de la soberanía del pueblo y la mejor garantía de la democracia.”