Tomado de El País
El desgaste moral de la OEA y sus lecciones para Unasur
Mientras se interpreta la situación
de Venezuela con estadísticas, los familiares de las víctimas la recordarán
como una tragedia
Por Daniel Cerqueira
"¿Y
Cuántas divisiones tiene el Papa?" Al contestar el vituperio de Stalin,
Pio XI se limitó a lo eclesiástico, consciente de que en la primera mitad del
siglo XX no lograría persuadir al jefe de Estado de una poderosa Unión
Soviética con argumentos de orden moral: "Dígale a mi hijo Josef que
encontrará mis divisiones en la eternidad". Cincuenta años más tarde, Juan
Pablo II apoyaría las demandas de libertad de asociación de sus coterráneos
polacos y lograría influenciar la decisión de Moscú de no intervenir
militarmente en la liberalización política en Polonia.
Tras
el fin de la Guerra Fría, la consolidación de un orden multipolar trajo consigo
no sólo el esparcimiento de la hegemonía de Estados Unidos y de la Unión
Soviética, sino la redefinición de formas inmateriales de autoridad. En un
escenario en que el poderío político ya no descansa exclusivamente en recursos
militares y económicos, son frecuentes los pronunciamientos de líderes de
países en vías de desarrollo retando la autoridad de potencias mundiales.
En
el continente americano, esta realidad se ha evidenciado en alocuciones de
diplomáticos de países del ALBA desafiando a sus pares estadounidenses.
Paralelamente, diferentes gobiernos de la región han promovido que Unasur asuma
un rol más protagónico en la mediación de crisis políticas internas, procesos
de observación electoral y otras funciones que hasta hace una década eran casi
privativas de la OEA.
Diferentes
gobiernos de la región proponen que Unasur asuma un rol más protagónico en la
mediación de crisis políticas internas
Entre
las razones de la disminución de la importancia de la OEA, una muy palpable es
la memoria de los ciudadanos de América sobre su actuar. El respaldo
diplomático que Estados Unidos brindó a dictaduras militares pasó prácticamente
inadvertido por sus órganos políticos, por lo que no es exagerado decir que
durante el período más álgido de la Guerra Fría la OEA actuó como un apéndice
de la política externa estadounidense. Así lo demuestra la intervención de una
"fuerza interamericana de paz" en la guerra civil dominicana de 1965.
Su composición —decenas de policías costarricenses, cientos de militares brasileños,
hondureños, nicaragüenses y paraguayos y 42,000 marines— denota la preocupación
de Lyndon Johnson de que una victoria de las tropas constitucionalistas leales
al Presidente Juan Bosch podría conllevar a un régimen filocastrista en
República Dominicana.
En
la década de 1970, los pronunciamientos más visibles de defensa de los derechos
humanos por parte de la OEA coincidieron con la llegada de Jimmy Carter a la
Casa Blanca. Mientras en la décima Asamblea General de la organización Carter
criticó las atrocidades perpetradas por la dictadura militar argentina, el
canciller del país sureño amenazó con denunciar la Carta de la OEA, a la cual
acusó de infringir el principio de no intervención en los asuntos internos de
los Estados miembros.
La
dificultad en armonizar el referido principio con la primacía de los derechos
humanos parece ser una constante en los esfuerzos de integración regional,
habiéndose manifestado recientemente en la actuación de la propia OEA y de
Unasur en torno a la crisis de gobernabilidad en Venezuela. A lo largo del
2014, 43 manifestantes fallecieron y centenas resultaron heridos de impactos de
armas de fuego disparadas por agentes de seguridad o particulares actuando bajo
su connivencia. Luego de un discreto pronunciamiento del Consejo Permanente de
la OEA, los Cancilleres de Unasur se posicionaron el 12 de marzo de 2014, un
mes después del inicio de los disturbios. Si bien ambos organismos
reivindicaron el respeto a los derechos humanos en sus resoluciones, no
hicieron ningún llamado a que se investiguen y cesen los abusos ampliamente
denunciados.
Unasur
prioriza la no intervención en Venezuela y obvia cualquier llamado a que se
sancionen las violaciones a los derechos humanos
A
comienzos de 2015, un nuevo saldo de fallecidos, torturados y detenidos tuvo
lugar tras la reacción, nuevamente en las calles, a la detención del alcalde
metropolitano de Caracas, Antonio Ledezma. Mientras esta detención engordó la
lista de opositores silenciados bajo rejas, el empleo desproporcionado de la
fuerza durante las protestas y la impunidad en torno a estos hechos son
sintomáticos del desgobierno en Venezuela. Pese a que la mayoría de las muertes
ha sido registrada en marchas de oposición al gobierno, son varios los policías
y simpatizantes de Maduro igualmente fallecidos en asaltos armados.
Hasta
la fecha Unasur ha priorizado la no intervención en los asuntos internos de
Venezuela y obviado cualquier llamado a que se sancionen las graves violaciones
a derechos humanos cometidas en el país. Es cierto que la ingobernabilidad
provocada al menos parcialmente por Nicolás Maduro no es comparable con el
terrorismo de Estado patrocinado por Jorge Rafael Videla. Pero a los fines de
la primera gran prueba de autoridad moral de Unasur no hace falta que los
muertos y heridos lleguen a la casa de los miles. Mientras dicho órgano
interpreta la situación actual de Venezuela como una estadística, su población
y sobre todo los familiares de las víctimas la recordarán como una tragedia.