Por Dra. Margarita Mendoza Burgos
Dicen que a todos les llega la muerte. Incluso a la muerte. Eso
sugieren, en una versión muy optimista del futuro, el ingeniero venezolano José
Luis Cordeiro y el pionero tecnológico estadounidense David Wood en su flamante
libro titulado “La muerte de la muerte”. En él, los
autores fijan una fecha, el año 2045, donde el ser humano se volverá casi
inmortal. “La muerte será opcional a partir de ese año”, aseguran.
Todo esto, afirman, es que "gracias a los avances de la
ciencia, seremos capaces de parar el proceso del envejecimiento y extender
indefinidamente la esperanza de vida". Eso incluye "la medicina
regenerativa, los tratamientos con células madre, las terapias genéticas, la
impresión 3-D de órganos, la bioingeniería, la nanotecnología molecular, las
drogas anti ansiedad o las hormonas de crecimiento..."
¿Se han puesto a pensar en eso? ¿Cómo reaccionaríamos si fuéramos
inmortales? Creo que depende de las circunstancias de cada quien, y en mucha
medida dependerá, como sucede ahora, de las clases sociales. Aquellos con
dinero y posibilidades de disfrutar la vida, quizás encantados. Pero los pobres
que no tienen trabajo o lo tienen extenuante y mal remunerado, no muy bien.
Incluso arriesgaría a decir que tampoco sería un paraíso para los adinerados,
ya que la vida se volvería monótona. No creo que las posibilidades de vivir y
estar sanos estarían a la mano de cualquiera, porque los costos de la
“inmortalidad” serían muy elevados y esto no haría más que extender la brecha
entre ricos y pobres.
Pero, suponiendo que todos tengan acceso a las tecnologías de
rejuvenecimiento, imagino un ser humano diferente. Nuestra personalidad
cambiaría por completo. Nuestros planes, por ejemplo, serían a plazos eternos.
No tendríamos la misma ilusión por los logros, también algunos se volverían más
irracionales e intrépidos para buscar el placer y hasta desbocarse. La idea de
la inmortalidad les haría desafiar cualquier peligro, aun si fuera un capricho,
como si se tratase de eternos adolescentes.
También cambiaría, por supuesto, nuestra relación con la religión.
Quizás sea más sutil y/o banal, pues no tendríamos miedo de adónde iríamos al
morir. Podría haber más laxitud en los fieles. También, se me ocurre, el
trabajo se vería afectado, pues no habría relevos generacionales, al margen de
que para esos años quizás los robots ya se hayan apoderado de todos los puestos
de trabajo. Podrían crecer las tasas de mortalidad para deshacernos de los que
ya viven mucho. No sé, la idea parece un poco descabellada y egoísta.
Imagino ese futuro tan moderno, tan tecnológico, que me da un poco
de temor, porque la modernidad no siempre implica cosas buenas. Por otro lado,
las oportunidades no llegan a todos por igual... He visto acá en el país
personas sin zapatos y estamos en pleno siglo XXI, el mismo donde algunos lucen
calzado Louis Vuitton de 10 mil dólares.
Por todo eso, no creo que en el 2045 se dé la muerte de la muerte.
En todo caso será la inmortalidad de los millonarios. Y sí, tendremos una
sobrepoblación de ricos y millonarios que puedan acceder a ese nivel de la
salud. Habría también más competencia por los mercados que generan ganancias,
ya que para disfrutar de la eternidad hay que ser cada vez más ricos y
controladores.
Muchos, al final, no morirán de ninguna enfermedad sino de
aburrimiento. Se me viene a la mente el caso reciente de un científico de 104
años que acaba de llegar a Suiza solicitando la eutanasia. ¿Cuál era su
problema? Estaba aburrido de vivir. Claro, seguramente le pesan los años, tal
vez no sería igual si conservara la vitalidad de la juventud. Aunque siempre
hay jóvenes que se sienten vacíos y por eso caen en vicios, drogas, alcohol,
retos y juegos absurdos.
He leído de gente que pretende frenar los avances de la ciencia en
determinado punto. Lo considero absurdo, más que frenarlos, lo que hay que
hacer es regular sus usos y aplicaciones. Frenar la ciencia sería como frenar
la imaginación en los niños, y eso lo mas hermoso que tenemos.
Acerca de la Dra. Mendoza Burgos
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Titulaciones
en Psiquiatría General y Psicología Médica, Psiquiatría infantojuvenil, y
Terapia de familia, obtenidas en la Universidad Complutense de Madrid, España.
Mi
actividad profesional, desde 1,993, en El Salvador, se ha enfocado en dos
direcciones fundamentales: una es el ejercicio de la profesión en mi clínica
privada; y la segunda es la colaboración con los diferentes medios de
comunicación nacionales, y en ocasiones también internacionales, con objeto de
extender la conciencia de la necesidad de salud mental, y de apartarla de su
tradicional estigma.
Fui
la primera Psiquiatra infanto-juvenil y Terapeuta familiar acreditada en
ejercer dichas especialidades en El Salvador.
Ocasionalmente
he colaborado también con otras instituciones en sus programas, entre ellas,
Ayúdame a Vivir, Ministerio de Educación, Hospital Benjamín Bloom, o
Universidad de El Salvador. He sido también acreditada por la embajada de
U.S.A. en El Salvador para la atención a su personal. Todo ello me hizo
acreedora en 2007, de un Diploma de reconocimiento especial otorgado por la
Honorable Asamblea Legislativa de El Salvador, por la labor realizada en el
campo de la salud mental. Desde 2008 resido en Florida, Estados Unidos, donde
compatibilizo mi actividad profesional con otras actividades.
La
tecnología actual me ha permitido establecer métodos como video conferencia y
teleconferencia, doy consulta a distancia a pacientes en diferentes partes del
mundo, lo cual brinda la comodidad para mantener su terapia
regularmente aunque esté de viaje. De igual manera permite a aquellos pacientes
que viven en ciudades donde los servicios de terapeuta son demasiado altos
acceder a ellos. Todo dentro de un ambiente de absoluta privacidad.
Trato
de orientar cada vez más mi profesión hacia la prevención, y dentro de ello, a
la asesoría sobre relaciones familiares y dirección y educación de los hijos,
porque después de tantos años de experiencia profesional estoy cada vez más
convencida de que el desenvolvimiento que cada persona tiene a lo largo de su
vida está muy fuertemente condicionado por la educación que recibió y el
ambiente que vivió en su familia de origen, desde que nació, hasta que se hizo
adulto o se independizó, e incluso después.
Estoy
absolutamente convencida del rol fundamental que juega la familia en lo que
cada persona es o va a ser en el futuro.