(1651-1695)
La producción de Sor Juana en su gran mayoría poética, con todo y ser presa de la misma afectación, por su sinceridad y fuerza alcanza tonos desconocidos de sus contemporáneos, en grado tal, que hay quienes piensan que ella, y Juan Ruiz de Alarcón, integran "la mayor gloria de México virreinal"; más aún: que únicamente por Sor Juana se salva la literatura del siglo XVII, que era cultivada por "poetas sin condiciones de cultura ni talento".
Su genio se manifestó bien temprano, pues a los tres años de edad ardía ya en deseos de saber leer y escribir; a los ocho compuso una loa al Santísimo Sacramento, y a los diecisiete, ya cumplidos aún, domina --dice Karl Vossler-- "el difícil estilo culterano y está igualmente bien versada en todos los géneros y métricas de la literatura española". Le bastaron veinte lecciones, que le dictó el bachiller Martín de Olivas, para dominar el latín con absoluta maestría. Su cultura, enciclopédica, era vastísima. Religiosa desde los dieciséis años (inicialmente en el Convento de Santa Teresa la Antigua y posteriormente en el de San Gerónimo) en el claustro vio cristalizar la mayor parte de su obra, no obstante lo cual buena parte de ella tiene como motivos asuntos profanos. Tuvo a su cargo la Tesorería del Convento y declinó dos veces el puesto de Abadesa, que le fue ofrecido.
Antes de profesar, fue dama de la corte de la esposa del virrey Mancera. En plena madurez literaria, criticó al Padre Vieyra, portugués de origen, jesuita, en un sermón, y lo impugnó sosteniendo lo relativo a los límites entre lo humano y lo divino, entre el amor de Dios y el de los hombres, lo que dio motivo a que el Obispo de Puebla, D. Manuel Fernández de Santa Cruz (Sor Filotea), le escribiera pidiéndole que se alejara de las letras profanas y se dedicara por entero a la religión. Sor Juana se defendió en una larga misiva autobiográfica, en la cual abogó por las derechos culturales de la mujer y afirmó su derecho a criticar y a impugnar el tal sermón. No obstante, obedeció, y al efecto entregó para su venta los cuatro mil volúmenes de su biblioteca ("quita pesares", como la llamaba), sus útiles científicos y sus instrumentos musicales, para dedicar el producto de ellos a fines piadosos. Cuatro años mas tarde, atendiendo a sus hermanas enfermas de fiebre, se contagió y murió el 17 de abril de 1695.
Considerada por la historiografía literaria uno de los principales exponentes del Siglo de Oro español, por la historiografía latinoamericana uno de los más importantes personajes históricos, es también para la historiografía feminista uno de los iconos fundamentales del movimiento de liberación de las mujeres. Sor Juana Inés de la Cruz pasará a la historia como una mujer decidida que trascendió los límites del género y una autora que, a través de la escritura, definió otras formas de relacionarse con la vida, con Dios y con el amor. Dotada de una inteligencia fuera de lo común, exigió el derecho de la mujer a la educación, siendo la suya una de las primeras manifestaciones de la emancipación femenina.
Especialmente reveladora es la amistad que mantuvo con la virreina María Luisa Manrique de Lara, condesa de Paredes, quien fue muy cercana a ella. Mucho se ha especulado sobre esta relación pero poco puede probarse, salvo una producción literaria en la que la condesa aparecería citada de forma explícitamente pasional y que demostrarían la particular visión de la poetisa sobre las relaciones y el amor. Estas no prueban que fuera lesbiana, pero demuestran sin vacilación un cuestionamiento profundamente temprano de la heterosexualidad como norma inconmovible.
Entre 1690 y 1691 se vio involucrada en una disputa teológica en defensa de su labor intelectual, en la que reclamaba los derechos de la mujer a la educación y probablemente fue este el principal motivo del extraño cambio en la poetisa. Hasta la fecha no se conoce con precisión el motivo de tal cambio; los críticos católicos han visto en Sor Juana una mayor dedicación a las cuestiones sobrenaturales y una entrega mística a Jesucristo.
Otros, en cambio, adivinan una conspiración misógina tramada en su contra, tras la cual fue condenada a dejar de escribir y se la obligó a cumplir lo que las autoridades eclesiásticas consideraban las tareas apropiadas de una monja.
Su propia penitencia queda expresada en la firma que estampó en el libro del convento: «Yo, la peor del mundo», que se ha convertido en una de sus frases más célebres.
Poco antes de su muerte fue obligada por su confesor a deshacerse de su biblioteca y su colección de instrumentos musicales y científicos. A principios de 1695 Sor Juana cayó enferma en una epidemia que causó estragos en toda la capital.
No existen evidencias explícitas de que Juana Inés de la Cruz fuera lesbiana, pero su esfuerzo por neutralizar simbólicamente su sexualidad a través de sus letras, recalcando el papel de la mujer en el ciclo de la vida, la permanente defensa que realizó de la virtud y la verdad de la amistad femenina, así como la creación de un universo donde la mujer reinara por encima de todas las cosas en un momento histórico intensamente adverso, son rasgos que muchos movimientos de liberación sexual, en especial el latinoamericano, han tomado como símbolo innegable del feminismo y de los movimientos LGTB contemporáneos.
Sor Juana Inés de la Cruz falleció en la Ciudad de México, el 17 de abril de 1695. Ha pasado a la historia con los significativos nombres con que la critica la ha bautizado: 'La Décima Musa", "Fénix de México" y "La Monja Mexicana".