Tomado
de Revista Semana
Humberto de la Calle, jefe negociador del gobierno colombiano
“Es posible que un día de estos las FARC no nos encuentren en la
mesa de La Habana”
El reconocido periodista Juan Gossaín entrevistó a jefe
negociador del Gobierno Humberto de la calle Lombana sobre el procesos de paz.
Ha llegado la hora de hacerle un balance sincero a las
negociaciones de paz entre el Gobierno y las FARC. Desde septiembre del 2012,
cuando se iniciaron las conversaciones, el país ha ido pasando de la ilusión al
desencanto y de la esperanza a la frustración. Se ha vuelto tan grande esa
desconfianza que en este momento, según la última encuesta, menos de la mitad
de los colombianos respalda una solución negociada del conflicto. En cambio,
más de la mitad prefiere una solución militar.
No nos engañemos: en los últimos años ha habido
tantos diálogos fallidos, y tantos sueños perdidos, que la gente se ha vuelto
desconfiada. La han vuelto, mejor dicho. Es por eso que le propongo al jefe
negociador, Humberto de la Calle, que nos sentemos a conversar francamente. Con
crudeza, si fuese necesario.
El país está exigiendo que le cuenten la verdad.
Yo sé que con de la Calle eso es posible porque lo conozco bien desde que
trabajamos juntos en la radio. Es el mismo hombre que hace veinte años renunció
sin titubeos a la vice-Presidencia de la República, por razones de integridad y
de honor.
De la Calle contesta que sí, a pesar de su
carácter refractario a las entrevistas, pero me pone una condición: que yo le
ceda nuestra charla a todos los periódicos que quieran publicarla, grandes o
pequeños, y que se comprometan a hacerlo de manera simultánea, el mismo día,
juntos, sin excluir a nadie.
No tuve que pensarlo mucho: acepté, también de
buena gana, porque me parece que es un pequeño ejemplo de desprendimiento, de
solidaridad y unión, que los periodistas podemos ofrecerle al país en estos
momentos tan cruciales. Al fin y al cabo, ninguna primicia es más importante
que la paz de Colombia.
“Esto se está acabando”
Juan Gossaín: Llevamos casi tres años en
estas negociaciones, le pregunto, ¿Cuánto más va a durar?
Humberto de la Calle: Poco -responde sin
vacilar-. No soy capaz de darle un plazo porque esa es la pregunta del millón
de dólares, pero sí me parece claro que el proceso está llegando a su
fin, por bien o por mal. Sea porque logremos un acuerdo, ya que estamos
trabajando en la recta final de los temas de fondo. O por mal, si, como está
ocurriendo, la paciencia de los colombianos se agota. El riesgo es real. Yo sí
quiero decirles a las FARC con toda seriedad: “Esto se puede acabar. Algún día
es probable que no nos encuentren en la mesa de La Habana”. Realmente lo que
está ocurriendo es insoportable para los colombianos.
J. G.: La cruda verdad es que los colombianos
no creen en el proceso de paz. Las encuestas acaban de revelar que lo respalda
menos de la mitad del país. ¿A qué atribuye usted ese sentimiento?
H. D. L.: Es completamente lógico. Es producto de lo que ha ocurrido en los
últimos días. A partir de la muerte de los soldados en el Cauca viene una
oleada de destrucción de la infraestructura nacional, con impactos terribles
sobre la población civil. Una ciudad como Tumaco, de 160.000 habitantes, se
queda 45 días sin acueducto. Todos los caños del suroccidente del país
inundados de petróleo con un daño ecológico cuya recuperación tardará décadas.
Los campesinos y pescadores del Pacífico no pueden trabajar. Lo que tenemos, en
fin, es una oleada que afecta a los ciudadanos.
El peor momento
J. G.: La pregunta más elemental que se hace
la gente es esta: si las negociaciones van bien, ¿por qué las FARC no dan
muestras de buena voluntad?
H. D. L.: Las FARC están equivocadas contra toda lógica y
evidencia. El problema de las FARC no es con el Ejército, ni con los
derechistas, ni con los que ellos llaman “la oligarquía”. Es con la gente,
porque es a la gente a quien están afectando. Es lógico que la gente haya caído
al nivel más bajo del escepticismo. Por eso cunde la desesperanza. Y nosotros
tenemos que tener la honestidad de decirles a los colombianos que el proceso de
paz está en el peor momento desde que iniciamos las conversaciones.
J. G.: ¿Y usted espera que las FARC cambien
de actitud?
H. D. L.: Yo espero que sí,
aunque haya voces internas de las FARC como la de un señor Aldecoa, quien dice
que seguirán los atentados. Eso realmente es una locura. El camino que
han escogido las FARC es insostenible para ellos. Yo confío en que seamos
capaces de recuperar la serenidad. Este no es momento de retórica sino de las
decisiones de fondo. El caucho de las palabras ya no estira más. Nosotros
seguimos buscando un acuerdo a través de la esperanza. Las FARC tienen que
entender eso. ¿Usted cree que si esto fracasa va a haber otro gobierno que
reemprenda conversaciones con ese grupo? A las FARC también se les agota su
tiempo militar y su tiempo histórico.
Así sería el sistema de justicia
J. G.: ¿Por qué está estancado el tema
de la justicia que se aplicaría a las FARC?
H. D. L.: Porque ahora no es lo mismo que en las negociaciones
que se hacían antes. Ahora existen el Tribunal de Roma y la Corte
Interamericana, la legislación interna también ha cambiado, hay fallos de
nuestra Corte Constitucional según los cuales no se pueden suspender la
totalidad de las penas. Pero, además, el país exige justicia sin amnistías
generales. Eso no lo vamos a hacer. Y están las víctimas, que merecen justicia.
Por eso es el territorio más difícil de la negociación. Las FARC tienen que
asumir las responsabilidades de sus actos. El Estado también, naturalmente.
J. G.: Explíqueme, en términos elementales,
qué es la justicia transicional que ustedes le plantearon a las FARC.
H. D. L.: Lo que hemos dicho en la mesa es lo siguiente: a partir del marco
jurídico para la paz, existe la posibilidad de seleccionar, en primer lugar,
los hechos más graves, para que sirvan como patrón o referencia: una masacre,
secuestros, violencia sexual. Una comisión independiente hace esa selección que
le sería entregada a la Fiscalía para que escoja quiénes fueron los que
cometieron esos delitos que tienen carácter internacional. Lo que se busca es
limitar la acción penal a ese tipo de delitos y a sus máximos responsables. A
ellos se les aplicaría la misma pena que dictan las leyes vigentes, pero
que podría reducirse a una pena alternativa que se pague en condiciones
de dignidad, sin rejas ni piyamas rayadas. Pero hay que asumir las
consecuencias judiciales de los actos, reparar a las víctimas y dar garantías
de no repetición. Eso es lo que hemos llamado “justicia transicional” que ya
las FARC, en un paso que les reconozco, han dicho que están dispuestos a
aceptar un sistema de justicia que tenga esos componentes.
La propuesta de Uribe y la extradición
J. G.: Sobre ese tema, el expresidente Uribe
Vélez ha planteado unas “zonas rurales de concentración” para recluir
guerrilleros condenados, sin que entreguen sus armas. ¿Usted considera viable
esa propuesta?
H. D. L.: Me parece sumamente constructiva. Y creo que el expresidente Uribe
tiene razón. Se puede discutir si es oportuna, pero la idea que uno tiene para
acabar el conflicto es que sí es necesario y realista promover esas zonas de
concentración, que pueden ser para gente temporalmente armada que se someta a
un proceso de dejación de armas, que es una condición esencial para que haya
acuerdo y se reincorporen a la vida civil.
J. G.: ¿El Gobierno puede garantizarles a las
FARC que no serán extraditados si un juez de Estados Unidos los pide, por
ejemplo, por narcotráfico?
H. D. L.: En Colombia quien finalmente decide sobre extradiciones es el jefe
del Estado. Tenemos que crear un marco, derivado de un acuerdo de paz, que les
demuestre a los demás países que se trata de un acuerdo serio y respetable,
legítimo, para que respeten lo acordado y no entren en controversia con el
país. Que, por el contrario, haya un apoyo internacional a una paz duradera en
Colombia, y que eso haga innecesarias las extradiciones. Eso es posible
lograrlo porque, aunque parezca una paradoja, el proceso ha encontrado más
apoyo afuera que aquí adentro. También es verdad que aquí es donde sufrimos las
consecuencias.
J. G.: ¿Ese tema de la justicia y las penas
es lo que tiene bloqueado el proceso?
H. D. L.: Solo en buena parte. También hay una presión de las
FARC para buscar un cese bilateral del fuego. Esa es su prioridad. Nosotros
hemos dicho: cese del fuego bilateral y definitivo, pero no solo del fuego sino
también de las hostilidades, la extorsión el narcotráfico. Eso sí: en
condiciones de seriedad y de verificación. Mi respuesta a las FARC es: si lo
que están buscando con estos atentados es un cese del fuego mal hecho –como en
el juego infantil llamado “estatua”, en que el otro tiene que quedarse quieto ,
no lo vamos a hacer. No habrá cese del fuego estatua. Entre otras cosas porque
aquí hay otras fuentes de violencia, distintas a las FARC, y no podemos decirle
a la fuerza pública que se esté quieta. Si quieren un cese del fuego, el
Gobierno está dispuesto a anticiparlo, para lo cual son fundamentales las
zonas de concentración. Ese es el camino.
J. G.: ¿Pero, entonces, el Gobierno está
dispuesto a aceptar un cese bilateral del fuego antes de firmar el acuerdo de
paz?
H. D. L.: Esa pregunta nos lleva a un punto crítico y esencial. Al principio
la posición del Gobierno era que el cese del fuego solo ocurriría con el
acuerdo. En ese punto hemos cambiado. Estamos dispuestos a aceptar un cese del
fuego, aún antes de la firma de un acuerdo, en la medida en que sea serio,
bilateral, definitivo y verificable, siempre y cuando tengamos la garantía de
que ellos asumen su responsabilidad en materia judicial y verificación nacional
e internacional. Que no conviertan esto en una especie de payasada. Las
experiencias del pasado, en esa materia, son pésimas.
J. G.: ¿No es una exageración que el
presidente Santos haya ido a Europa a decir, textualmente, que “en Colombia el
postconflicto prácticamente ya empezó”? ¿Postconflicto con esto que está
pasando?
H. D. L.: Eso quiere decir varias cosas. Primero, que hay zonas
de verdadera paz en Colombia. Segundo, y aunque haya gente que no lo cree,
todas las cifras de seguridad han mejorado en Colombia. La reducción del
homicidio este año es histórica: 443 muertes menos que el año pasado. O sea que
estamos en una tasa del 26 % por cada 100.000 habitantes, lo cual no es una
maravilla, ni este es el paraíso, pero el descenso es dramático. Hay 470
municipios donde no se han presentado homicidios este año. En este momento
tenemos la tasa de secuestros más baja de los últimos catorce años, ya que de
3.706 secuestros hemos llegado a 88. No es que yo diga que tenemos que
aplaudir, pero la situación es muy distinta. Es a eso a lo que se estaba
refiriendo el presidente.
J. G.: Hablemos de la Comisión de la Verdad. El procurador Ordóñez ha dicho que
fue hecha “a la medida de las FARC” y que, en consecuencia, no será una
comisión que trabaje con la verdad de las víctimas sino de los victimarios.
H. D. L.: Si queremos dar el paso a
una paz duradera, la verdad es un ingrediente necesario, como la justicia y la
reparación. Es con todas las realidades, las macabras acciones de las FARC,
pero también las de otros agentes, incluso del Estado, hay que reconocerlo. En
el mundo de hoy no es posible hacer una paz sin la verdad. Porque el centro de
esto, y el ancla, son las víctimas. En 1991 intentamos hacerlo sin que
aparecieran las víctimas, y ahora estamos pagando ese error. La gente humilde
me agarra del brazo, angustiada, y me dice: “Doctor, ¿qué pasó con mi hijo o
con mi padre?”. Y me dicen que, más que reparaciones económicas, lo que quieren
es saber la verdad.
El Papa y la verdad
J. G.: ¿Y cómo se escogerían esos
comisionados?
H. D. L.: Primero se crea un grupo de seleccionadores, de los
cuales seis serán convenidos por las partes. (Eso es lo que irrita a algunos).
Y luego tres seleccionadores más, escogidos por instituciones o personas de
reputación internacional, como el Papa o las Naciones Unidas. Estamos hablando
de gente de ese tamaño. Entre todos ellos, escogerán a nueve comisionados
integérrimos, independientes y honestos que juzguen todas las verdades. Lo que
no funciona, precisamente, es que haya verdad oficial. A eso nos oponemos.
Comprendo que, mientras en el exterior aplauden ese proyecto, aquí haya
personas que creen que eso es una trampa y que no va a funcionar.
J. G.: A propósito de
víctimas y reparaciones: se han entablado hasta ahora más de 22.000 demandas
por despojo de tierras. ¿Usted cree que sí habrá una auténtica restitución?
H. D. L.: Creo que sí. Ya se habla de 22.000 hectáreas que están
a punto de ser recuperadas en los Llanos Orientales. Parece una paradoja, pero,
hablando con el director del Incoder, me decía que a veces lo que impide la
reparación es el propio conflicto. Hay zonas donde no pueden entrar ni los
jueces ni nadie. Si hay un final del conflicto, lo primero que se acelera
es la estabilización del campo. Tenemos que restablecer las zonas rurales. El
jovencito que mata a alguien en la ciudad, para robarse un celular, puede ser el
hijo de un desplazado. Por eso el eslabón de la cadena de violencia comienza
allá pero termina afectando a todos los colombianos.
“El estado ya ganó la guerra estratégica”
J. G.: Militarmente hablando, ¿en qué situación están las FARC?
H. D. L.: El predominio militar del Estado es indiscutible. En estas
encuestas recientes veo que el respaldo a la opción militar vuelve a subir. Eso
debería preocupar a las FARC porque no había ocurrido así en los últimos quince
años. Pero eso es desconocer que la guerra estratégica ya terminó y que el
Estado la ganó. Lo que queda es una resaca táctica que puede durar mucho tiempo
y ser muy dolorosa. Ponerle una bomba al oleoducto es muy simple. Eso afecta a
los civiles, pero no tiene ningún efecto militar.
J. G.: Y, entonces, ¿por qué las FARC siguen
en esas?
H. D. L.: Porque, a pesar de esa realidad, las FARC llegan a la
mesa casi con la obligación de decir “no hemos sido derrotados”. Las FARC están
luchando ahora con su propia identidad como grupo, con su futuro, con la historia,
“cómo nos van a ver dentro de 100 años”. Perdieron la guerra, pero
insisten en su condición de rebeldes porque dicen que no pueden echar por la
borda 50 años de lucha.
Las FARC como partido político
J. G.: ¿Cómo serían las FARC sin armas?
H. D. L.: Ahí sí, desarmados, que
sigan dándole manivela a su ideología. A nosotros no nos asusta eso. Que
entren, con garantías, a hacer política en medio del respeto de los colombianos
y de ellos hacia los colombianos.
J. G.: ¿Unas curules para las FARC en el
Congreso, sin necesidad de que participen en elecciones?
H. D. L.: Yo sé que los ciudadanos
piensan eso. Yo tengo que ser totalmente honesto y decirles, así me lluevan
tomates, que en una primera etapa, netamente transitoria, el Estado y el país
tienen que abrir la mente a la participación de las FARC como partido político
desarmado. Tienen que abrirse dignamente las puertas políticas para las FARC.
Más allá de si hay curules o no -porque eso habrá que discutirlo-, creo que los
colombianos tenemos que prepararnos para obrar con generosidad en ese momento.
Las FARC han sido el elemento más conservador de la vida política colombiana.
Cincuenta años de violencia disolvieron prácticamente el movimiento sindical y
el estudiantil.