Tomado de El Mundo
El promotor del cambio
· 'Si
estoy dos días sin ir al gimnasio, me vuelvo loco', dice Simeone
Sólo
se permite una copa de vino si no está en su círculo íntimo
Por EDUARDO J. CASTELAO
«Si estoy dos días sin ir al gimnasio, me
vuelvo loco». Lo dice Diego Pablo Simeone (Buenos
Aires, Argentina, 1970), el hombre que le ha dado la vuelta a la historia del
Atlético, al menos a la más reciente. En la primera semana de diciembre de
2011, recibió la llamada de Miguel Ángel Gil, en ese momento convencido ya de
que Gregorio Manzano estaba amortizado. El consejero delegado del club recibió
el «sí» del Cholo a los pocos segundos de conversación, pero le pidió que aguantara,
porque le faltaban unos días para terminar el Torneo Apertura -finalizó segundo
con Racing- y quería marcharse por las buenas, inmerso el club argentino en un
proceso electoral.

No se lo pensó y el día 27 de diciembre de
2011 fue presentado en el Vicente Calderón. Aquel día empezó a cambiar la
historia de un club zarandeado por sus propios errores durante más de una
década. «A lo único que aspiro es a que los rivales no quieran jugar contra
nosotros», le dijo a Gil ese mismo día en la cena. Dejaba atrás a sus hijos,
«lo más sagrado», suele decir, y por entonces comenzó un ritual para mitigar su
ausencia. Casi todos los días se coordina con ellos para sentarse a cenar
juntos. Él en Madrid y ellos en Buenos Aires. Skype o el Facetime hacen el
resto. Se ponen el iPad cada uno en su mesa y entonces los 10.081 kilómetros
parecen menos. Alrededor de ellos, de sus hijos -Giovanni,
18 años, ya jugando en River Plate, Gianluca (15) y Giuliano
(11)- ha construido el entrenador del Atlético la mayoría de sus rituales.
Ayer habló con ellos desde la misma hierba,
hecho un mar de lágrimas. Y luego se acordó, rodeado de todos sus
colaboradores. «Es una sensación rara», dijo al ser cuestionado por lo que
sentía. «Me acuerdo de Don Jesús [Gil], de Luis Aragonés, que
en la segunda parte estaba hoy estaba defendiendo en el área pequeña... Y de un
montón de gente que no pudo venir al estadio. Familiares, aunque estuvieron mis
padres y mi hermana... Tanta gente que ha estado siempre cerca, en todos los
momentos», afirmó visiblemente emocionado, acordándose de sus hijos. Ahora
vendrán para la final de la Champions, siguiente objetivo de un hombre muy muy
feliz.
«Es un tío muy reservado», cuenta un alto
ejecutivo del club, y es por eso que su (casi) único interlocutor con las
oficinas es Miguel Ángel Gil. Pese a esa lejanía con los niños, no tiene, nunca
la tuvo, la sensación de estar renunciando a algo. Ignoraba esos sentimientos
los sábados por la noche, cuando sus amigos salían de copas y él se quedaba
descansando, y los ignora, o los mitiga, hoy respecto a la familia. «¿Qué es un
grupo humano? Es ponerse en el lugar del otro», trató de explicar así el
orgullo que le produce lo realizado.

A Simeone, lo dicen quienes más cerca están
de él, se le define como esa lucha permanente entre la frialdad que le exige el
puesto y el temperamento de un purasangre que arrastra desde bien pequeño. Se
le humedecen los ojos con más facilidad de la insinuada, y aunque no son pocas
sus colaboraciones, a las organizaciones humanitarias a las que ayuda siempre
les pone la misma condición: el anonimato. De la misma manera que jamás hará
referencia a su vida privada. De hecho, anda estos días bastante molesto porque
la prensa rosa lo ha colocado como uno de sus objetivos. Quizá, al margen del éxito
deportivo, por ese aire de maduro interesante que gasta. A los 44 recién
cumplidos, mima su cuerpo y sus telas con la pasión de una quinceañera.
«Si estoy dos días sin ir al gimnasio, me
vuelvo loco», insiste, y es por eso que no suele faltar a su encuentro con las
máquinas del Cerro del Espino de Majada honda y, sobre todo en los días después
de los partidos, a su cita con el Bikram Yoga. ¿Qué es eso? Pues es yoga, pero
practicado en una sala a 40 grados de temperatura. En el gimnasio de La
Moraleja al que acude, además, tiene la suerte de que en esas clases la mayoría
son mujeres y eso, para qué engañarse, siempre es mejor. Esta técnica, muy de
moda entre los centros más chic, sirve, según sus defensores, para estirar con
más facilidad todos los músculos del cuerpo. Y Simeone tiene unos cuantos.

Eso le permite compatibilizar la preparación
de los asados con sus colaboradores con el hecho de entrar en un traje
impecable, hecho a medida eso sí, por Roberto Verino.
Camisas slim fit, por supuesto, y camisas negras siempre -no hay datos de que
sea la misma-, dejando al descubierto otro rasgo de su personalidad que él
mismo define: «Soy muy cabulero». Cabulero, en Argentina, viene de cábala, es
decir, Simeone es un tipo profundamente supersticioso. Esa camisa negra es «la
camisa de ganar», igual que la corbata fina. Y todo viene porque en la primera
final que disputó como entrenador del Atlético, la de la Europa League en
Bucarest ante el Athletic, se puso una camisa negra. Hasta hoy. Ese culto al
cuerpo, por cierto, lo pueden comprobar quienes se sientan a la mesa con él.
Normalmente para cenar se permite una copa de buen vino, pero nada más si no
está rodeado de los suyos.

No se esconde, eso sí, y cuando hay motivo
se le puede ver en una buena mesa de De María o en la zona VIP de Kapital.
«Madrid es rojiblanca», decía ayer el hombre que, junto a Marcel Domingo y Luis, puede presumir de
haber ganado la Liga con el Atlético en el campo y en el banquillo. Señaló el
partido de Bilbao como el momento en que él se dio cuenta de que podían ganar
la Liga aunque, como confesaba después en los pasillos, «no pensé que fuera
así». Su contrato con el Atlético termina en 2017, pero ambas partes se
prometieron en la firma que no se pondrían muchos problemas la una a la otra al
final de cada temporada. «Es el triunfo del trabajo», cerró.