Esto es algo que suena bonito, y que todos hemos
escuchado infinidad de veces, pero que no tan fácilmente llevamos a la
práctica, y menos aún en esta vida moderna en que el error está tan mal visto y
tan penalizado, porque viene a ser sinónimo de fracaso. Si de los errores se
aprende, y si equivocarse es de humanos, y todos somos humanos, ¿Por qué están
los errores tan mal vistos? Pues por esa mentalidad tan cortoplacista que
impera últimamente. Siempre se buscan resultados, éxitos inmediatos, como si
éstos fueran posibles por arte de magia; y un error, desde ese punto de vista,
supone un fracaso.
El resultado de todo ello es muy negativo desde varios
puntos de vista. En primer lugar porque tratar el error como un fracaso, de
algún modo le da una connotación negativa definitiva, de forma que no deja
mucho espacio para el análisis, la rectificación, la continuidad, y el
crecimiento, sino que más bien pone un punto y aparte en la situación o en el
individuo, y los margina. También porque genera en el individuo una tensión y
una caída en su autoestima, al sentirse responsable de un fracaso. El individuo
pierde el estímulo por analizar el error para aprender de él.
En tercer lugar, porque nos hace cada vez más falsos e
hipócritas. Si nos cuesta reconocer un simple error, reconocer un fracaso
resulta inaceptable, por lo que nuestros esfuerzos irán dirigidos más a
enmascarar el supuesto fracaso que a corregir el error, y, sobre todo, que a
aprender de él, porque ¿Cómo vamos a aprender de algo que no queremos ver? Más
aún, en ese intento por enmascararlo, alteraremos situaciones paralelas,
culparemos a otros, y generaremos enredadas situaciones que concentrarán
nuestra atención y la de otros más que otras cosas mucho más importantes, con lo
que no solo no avanzaremos por no aprender de los errores, sino por dedicar
nuestro esfuerzo a taparlos.
En una sociedad en la que está tan de moda presumir de
excelencia, el resultado de todo ello es que gran parte de los individuos de
esta sociedad son perpetuos mediocres disfrazados de excelencia. Resulta
sorprendente que en una sociedad con tanta excelencia haya tantas cosas que
funcionen tan mal. Analizar si el problema está en la cultura social que
condiciona a sus individuos, o está dentro de ellos mismos, que son los que
forman la sociedad y su cultura, es entrar en un círculo vicioso indescifrable.
Sin embargo, es necesario romperlo y salir de él con
la conciencia de que error no es fracaso; al contrario, error es oportunidad de
aprender a través de su análisis; error es experiencia acumulada. Y aprendizaje
y experiencia forman parte del camino al éxito. El error es parte del éxito.
Nadie que conozca el éxito puede decir que no ha cometido errores; al contrario,
desde la tranquilidad de su posición de éxito más fácilmente reconocen que en
su camino ha habido multitud de errores; errores que fueron asumidos y que se
convirtieron en lecciones de lo que no debían hacer.
Es necesario eliminar la injerencia externa en el
juicio de un error, de la misma forma que el niño que aprende a caminar lo hace
de forma natural después de caerse y golpearse al menos unas cuantas veces sin
que nadie le juzgue de inútil y fracasado por ello; al contrario, se le alienta
a seguir intentándolo. Pero claro, equivocarse y aprender de los errores es un
proceso que toma un tiempo, y que frecuentemente requiere de una inversión, y
ello no encaja bien en la visión actual del resultado inmediato con la mínima
inversión, que se ha convertido en el objetivo de esta sociedad. Más pronto que
tarde nos daremos cuenta de que la penalización y condena del error es,
precisamente, el mayor error que se puede cometer.
Acerca
de la Dra. Mendoza Burgos
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Titulaciones en Psiquiatría General y Psicología
Médica, Psiquiatría infantojuvenil, y Terapia de familia, obtenidas en la
Universidad Complutense de Madrid, España.
Mi actividad profesional, desde 1,993, en El
Salvador, se ha enfocado en dos direcciones fundamentales: una es el ejercicio
de la profesión en mi clínica privada; y la segunda es la colaboración con los
diferentes medios de comunicación nacionales, y en ocasiones también
internacionales, con objeto de extender la conciencia de la necesidad de salud
mental, y de apartarla de su tradicional estigma.
Fui la
primera Psiquiatra infanto-juvenil y Terapeuta familiar acreditada en ejercer
dichas especialidades en El Salvador.
Ocasionalmente he colaborado también con otras
instituciones en sus programas, entre ellas, Ayúdame a Vivir, Ministerio de
Educación, Hospital Benjamín Bloom, o Universidad de El Salvador. He sido
también acreditada por la embajada de U.S.A. en El Salvador para la atención a
su personal. Todo ello me hizo acreedora en 2007, de un Diploma de
reconocimiento especial otorgado por la Honorable Asamblea Legislativa de El
Salvador, por la labor realizada en el campo de la salud mental. Desde 2008
resido en Florida, Estados Unidos, donde compatibilizo mi actividad profesional
con otras actividades.
La tecnología actual me ha permitido establecer
métodos como video conferencia y teleconferencia, doy consulta a distancia a
pacientes en diferentes partes del mundo, lo cual brinda la comodidad
para mantener su terapia regularmente aunque esté de viaje. De igual manera
permite a aquellos pacientes que viven en ciudades donde los servicios de
terapeuta son demasiado altos acceder a ellos. Todo dentro de un ambiente de
absoluta privacidad.
Trato de orientar cada vez más mi profesión hacia la
prevención, y dentro de ello, a la asesoría sobre relaciones familiares y
dirección y educación de los hijos, porque después de tantos años de
experiencia profesional estoy cada vez más convencida de que el
desenvolvimiento que cada persona tiene a lo largo de su vida está muy
fuertemente condicionado por la educación que recibió y el ambiente que vivió en
su familia de origen, desde que nació, hasta que se hizo adulto o se
independizó, e incluso después.
Estoy absolutamente convencida del rol
fundamental que juega la familia en lo que cada persona es o va a ser en el
futuro.
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