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domingo, 12 de enero de 2014

Odiosa comparación de la filantropía y responsabilidad social latinoamericana con la de otras culturas

Tomado de Revista Semana

Título original del artículo
Ser millonario en Colombia
…Yo le agrego
Y en mi país también

Mientras John D. Rockefeller, en 1937, había entregado 6.200 millones en ayudas benéficas, en Colombia los más ricos llevaban cartones de huevos a los ancianatos.

Por José Manuel Acevedo M.

Si Mark Zuckerberg –el dueño de la red social de Facebook– fuera colombiano, tal vez nunca se habría convertido en el mayor filántropo del 2013 y jamás habría donado 990 millones de dólares en acciones de su empresa a tres organizaciones benéficas, como en efecto hizo siendo norteamericano. 

Zuckerberg, a la colombiana, habría contratado al mejor abogado tributario y sacaría cálculos exactos para lograr la exención deseada con su donación sin dar un solo peso de más.

Estaría diciendo que su última adquisición de una compañía de aplicaciones móviles de India no fue en realidad una venta sino una “fusión” (para ahorrarse ciertos impuestos) y, de remate, nos vendría con el cuento de que su cuota de responsabilidad social corporativa consiste en el invaluable aporte de conectar millones de seres humanos mediante la poderosa herramienta de comunicación que se inventó.

Si Zuckerberg fuera colombiano, en cada entrevista que le hiciera SEMANA o El Tiempo –cuando le diera la gana concederlas– se la pasaría sacándonos en cara los miles de trabajos que genera su compañía anualmente y, aunque no lo dijera públicamente, por dentro pensaría que todos sus compatriotas somos unos infelices desagradecidos por andar pidiéndole lo elemental: que respete las normas porque, al fin y al cabo, la ley se hizo para todos.

Y es que mientras Andrew Carnegie había donado en 1919 más de 3.000 millones de dólares y John D. Rockefeller, en 1937, había entregado 6.200 millones para instituciones como la Universidad de Chicago, en Colombia los más ricos llevaban cartones de huevos a los ancianatos.

De acuerdo con algunos estudios analizados por el economista colombiano Iván Duque, en América Latina apenas el 33 % de los que tienen fortunas superiores a un millón de dólares considera donar recursos a causas sociales, mientras en Asia, Europa y Estados Unidos esa misma cifra llega al 55 por ciento.

No existe una cultura filantrópica desarrollada entre los nuestros. No tenemos ni Bill Gates, ni Warren Buffettes ni tampoco Zuckerbergs. No hay un antecedente de donación que realmente haya impactado en nuestro país y que las nuevas generaciones de ricos puedan tener como referente inspirador.

Frecuentemente confundimos la responsabilidad social corporativa con el cumplimiento de los deberes mínimos empresariales y creemos que generar cambios en las comunidades afectadas con la explotación económica es un acto de caridad cuando se tendría que entender como una compensación elemental y obligatoria.

A nuestros ricos les encanta cortar la cinta en las inauguraciones de sus ‘obras benéficas’, pero ¿cuántos de ellos se involucran permanentemente en las fundaciones que llevan sus apellidos?

Ser millonario en Colombia debería ser mucho más que acumular acciones, comprar baldíos o evadir los debates de responsabilidad social y ambiental con el argumento de que sus compañías generan muchos puestos de trabajo.

Tal vez en una próxima reunión de padres e hijos ricachones en Cartagena de Indias, los magnates latinoamericanos se dediquen a mirar al norte para darse cuenta de que existe un nuevo desafío para ellos: pasar de la pura y simple caridad a la filantropía moderna, dignificante y justa. Nunca es tarde para cambiar.

Twitter: @JoseMAcevedo 
 

Reflexión final del artículo por Compartiendo mi opinión:
Qué es lo odioso? La comparación o la diferencia? Juzgue usted

sábado, 4 de enero de 2014

Michael Bloomberg un multimillonario político que usa su fortuna personal al servicio de la ciudad de sus amores

Tomado de El País  

Michael Bloomberg, durante una actuación benéfica

Nueva York dice adiós a su benefactor

Se hizo cargo del gobierno de una ciudad marcada por la tragedia del 11-S. Tras 12 años de mandato, Michael Bloomberg ha dejado la alcaldía, que manejó como una empresa, a la que donó de su bolsillo casi 480 millones

 

Por Sandro Pozzi

 

Michael Bloomberg se quedó helado en el acto de toma de posesión de Bill de Blasio como nuevo alcalde de la ciudad de Nueva York, y no solo porque el termómetro en la mañana de Año Nuevo estuviera en negativo en la escalinata del Ayuntamiento donde tuvo lugar la ceremonia. Uno tras otro, los que intervinieron en el acto le reprocharon haber partido en dos la ciudad de los rascacielos, tanto económica como también socialmente. Solo el expresidente demócrata Bill Clinton reconoció que deja a su sucesor una ciudad “más fuerte y sana” que hace 12 años.
Lo que no contó ninguno de los asistentes es que la Gracie Mansion, la residencia donde vivirá durante los próximos cuatros años la primera familia neoyorquina, se remodeló gracias a la ingente fortuna personal de Bloomberg y no con el dinero del contribuyente —a pesar de que él nunca la ha utilizado como su residencia por ser más pequeña que su residencia de cinco plantas—. Como dijo Clinton, este demócrata que se reconvirtió a republicano para ser alcalde dedicó mucho de su vida a la ciudad. Compromiso al que se pone cifra: 650 millones de dólares (casi 480 millones de euros).
Aunque en los libros de historia quedará como el alcalde republicano, lo cierto es que Michael Bloomberg siempre fue políticamente por libre. Ahí está el oportuno respaldo que en las pasadas presidenciales dio a Barack Obama frente a la alternativa conservadora de Mitt Romney por su agenda contra el cambio climático, según justificó él mismo en un editorial en una página digital parte de su imperio mediático. Es un hombre de negocios que como otros grandes magnates del país entiende que tiene que devolver a la sociedad buena parte de lo que tiene.
No usó la casa del alcalde, pero ha pagado las obras para los De Blasio
Bloomberg, de 71 años, posee una fortuna estimada en 31.000 millones de dólares (casi 23.000 millones de euros), lo que le coloca entre los 13 más ricos del mundo. El año pasado donó 350 millones de dólares, de acuerdo con el último cálculo de The Chronicle of Philanthropy. Es la tercera mayor donación personal, por detrás de los 990 millones de Mark Zuckerberg, fundador de la red social Facebook, y los 500 millones de Philip Knight, cofundador de la marca deportiva Nike.
Cuando en enero de 2002 juró por primera vez como alcalde, Michael Bloomberg era un novato político que tomó las riendas de una ciudad hundida por los atentados del 11-S. Nueva York es ahora una ciudad muy diferente, más segura, más limpia y más saludable. Como dijo Clinton, hay más gente que viene que la que se va. Pero también es más desigual. Por eso la principal crítica que se le hace es que para conseguir este renacimiento gobernó como el hombre de negocios que es.
Durante los tres mandatos que gobernó, Bloomberg se aplicó un sueldo simbólico de un dólar —cuando pudo haber ganado unos dos millones de euros— y se desplazó al trabajo en metro desde su mansión en el Upper East Side, que comparte con su novia y dos perros. Además, el segundo hombre más rico de Nueva York no solo renunció a vivir en la residencia oficial, sino que gastó cinco millones en renovarla. También puso su avión privado a disposición de la ciudad, viajes que habrían costado 37 millones. Por no citar lo que pagó en comidas y desayunos.
Es conocido que destinó casi 200 millones de euros en las tres campañas que le elevaron y mantuvieron como alcalde. Una suma que generó muchas críticas, porque dejó casi sin posibilidades a sus rivales políticos. Pero también, como reconoce el diario The New York Times,destinó una cantidad muy similar a donaciones que llegaron a todos los rincones de la ciudad. Además gastó 62.400 dólares en la limpieza de los dos acuarios con peces tropicales que instaló en el Ayuntamiento.
Entre los planes de futuro del político no está presentarse a presidente
Bloomberg hizo en paralelo una millonaria contribución a causas políticas, como la reforma migratoria, y a la campaña para imponer un mayor control a la venta de armas. Estas y otras generosas donaciones, como 30 millones de dólares en programas para los más desfavorecidos y 30 millones más para instalar la red de wifi del Museo Metropolitan de la ciudad, le permitieron hacerse con el apoyo de grupos políticos clave. O al menos logró mantenerlos callados.
Ese silencio, sin embargo, se rompió con fuerza en la ceremonia de inauguración que simbolizó el inicio de una nueva era progresista liderada por De Blasio. Es difícil decir en este momento el legado que deja Michael Bloomberg. Es algo sobre lo que se debatirá durante años. Pero es evidente que su fortuna y su poder contrastan radicalmente con los medios del nuevo alcalde. Lo que también es cierto es que al exalcalde le molesta hablar en público de su dinero.
El empresario debe esta fortuna a Bloomberg LP, que creó en 1981 con un cheque de 10 millones de dólares que recibió de Salomon Brothers. La compañía líder en el negocio de la información financiera la gestiona Daniel Doctoroff, quien fuera su mano derecha en el Ayuntamiento. Bloomberg es el presidente del conglomerado y el mayor accionista. En sus manos está el 85% del capital.
Desde hace tiempo se especula sobre su futuro profesional tras más de una década de vida pública. De momento está recolocando a muchos de sus principales asesores de la etapa de alcalde y dice que seguirá dedicándose a la filantropía y a las causas políticas y sociales. La posibilidad de que vuelva a Bloomberg no está tan clara, pero sí podría utilizar la agencia de noticias como altavoz de sus iniciativas. Lo que descarta es presentarse a presidente. 

sábado, 2 de abril de 2011

Museo Soumaya de Slim: Mayor esperanza de México de contar con museo digno del reconocimiento internacional

Tomado de Wall Street Journal

Si usted toma un taxi hasta el Museo Soumaya, la casa de arte más nueva y brillante de la Ciudad de México, se encontrará pasando calles con nombres como Ibsen y Oscar Wilde. Luego hay una tienda de Burberry, otra de Lacoste y antes de dar la vuelta para entrar en la calle Molière pasará unas torres de oficinas de vidrio. No hay ni un solo puesto de tacos a la vista. Los pulidos establecimientos que pavimentan el camino son suficientes para hacerle olvidar que está en México. Doble una esquina y allí se encuentra el Soumaya.

Revestido en aluminio brillante, el edificio se eleva 45 metros antes de abrirse como un hongo gigante. La fachada es un panel de hexágonos plateados y relucientes. La estructura es inestable y casi amenaza con volcarse sobre sí misma en esta ciudad de terremotos. Los transeúntes miran hacia arriba, medio curiosos, medio preocupados.

Desde el 28 de marzo es el hogar contemporáneo de una ecléctica colección privada de arte de unas 66.000 piezas entre las que se encuentran obras de Da Vinci y Toulouse-Lautrec, Picasso y Dalí, Rivera y Renoir, reliquias religiosas y hasta un tesoro de monedas de los virreyes de España. La colección de Rodin — la segunda más grande del mundo en manos privadas— se encuentra en el sexto piso, con obras como El beso.

Sin embargo, el Soumaya, con un costo estimado de US$70 millones, también alberga algo más: la mayor esperanza de México de tener un museo de arte digno del reconocimiento internacional.

Es algo de lo que carece América Latina. La Ciudad de México, con todas sus maravillas, como los murales de Diego Rivera, es más conocida en los círculos artísticos por la casa-museo de Frida Khalo, la amante de Rivera.

La ciudad tiene un gran museo de antropología, pero en términos de arte, la región no da la talla. São Paulo, Buenos Aires, Bogotá, Santiago, todas son ciudades de clase mundial, pero están desprovistas de un museo del calibre que presentan tantos destinos cosmopolitas.

México, sin embargo, presume de algo que no tiene ningún otro país de América Latina: el hombre más rico del mundo. Carlos Slim Helú, el propietario del Soumaya y el número uno de la lista de Forbes. Además de coleccionar empresas, Slim también acumula arte. Durante años, expuso parte de su colección en un pequeño espacio al sur de la capital mexicana. Ahora, a los 71 años, construye un gran museo en honor a su difunta esposa, Soumaya Domit, quien falleció de insuficiencia renal en 1999.

A pocos pasos en la estrecha entrada, el museo se despliega en una espaciosa galería blanca, un truco, me dice un arquitecto, que fue utilizado por los constructores barrocos para transmitir una sensación de grandeza. Es el día antes de la gala de inauguración previa para invitados VIP, pero casi no hay obras de arte en las paredes.

El pensador de Rodin está todavía envuelto en celofán. Los trabajadores están pintando, un montón de tubos están abandonados y no se encuentra al director por ninguna parte. De pronto me vuelvo a ubicar: estoy en Ciudad de México.

Si existe una versión mexicana del sueño americano, la familia Slim lo personifica. El padre de Slim, Youssef , fue un inmigrante libanés que cambió su nombre a Julián. En 1911, fundó una tienda en el centro de la Ciudad de México llamada "La estrella de oriente". La Revolución Mexicana había estallado en 1910 y Slim padre compró a precios de remate a sus competidores que huyeron de la creciente violencia. Cuando el país se estabilizó, los Slim eran un clan con una considerable riqueza. Carlos ha alimentado su parte de la fortuna familiar de la misma manera: comprando empresas a precios bajos y convirtiéndolas después en monopolios rentables.

El museo fue diseñado por Fernando Romero, yerno de Slim

La gente en México a menudo bromea que Carlos Slim es dueño de todos los cactus en el país. Y es difícil encontrar sectores en los que su imperio no tiene presencia: telecomunicaciones, banca, restaurantes, construcción, perforación, líneas aéreas, y la lista continúa. Slim también tiene ojo para detectar ofertas en el mundo del arte. En la década de los 80, cuando las obras de Rodin valían mucho menos de lo que valen hoy, Slim empezó a comprarlas rápidamente. Se estima que ahora posee unas 100 piezas del artista.

Un día antes del evento VIP, el propio Slim dijo que estas adquisiciones no tenían el objetivo de ganar dinero. Sin embargo, los críticos en el mundo del arte mexicano todavía creen que el millonario es más un cazador de gangas que un esteta. "Él no busca calidad, compra lo que es barato", dice Rodrigo Rivero, un especialista en libros antiguos y comerciante de arte de la Ciudad de México.

La entrada al Soumaya será gratis, con la Fundación Carlos Slim asumiendo todos los costos de mantenimiento. Sin embargo, la historia de Slim como filántropo es un poco polémica. El año pasado se negó a unirse a un grupo de millonarios liderados por Bill Gates que decidió donar la mitad de su fortuna.

Con el Soumaya, ¿ha descubierto su lado caritativo? Una mirada a todo el proyecto no apoya este argumento. Al otro extremo del museo se encuentra un centro comercial, que forma parte del mismo proyecto de construcción de US$800 millones. Dentro del centro hay varios nombres familiares en el imperio de Slim, desde Sanborns (la cadena de restaurantes de Slim y el mayor vendedor de libros del país), Inbursa (su banco) y iShop (el distribuidor de los productos de Apple en el que invirtió Slim).

Slim reconoce que su proyecto comercial está destinado a ser rentable, pero agrega que es una empresa independiente del museo, el cual considera un regalo a la ciudad. "Y a todo el país de México...".

Fernando Romero, el imaginativo arquitecto detrás del Museo Soumaya, tiene poco de qué preocuparse cuando se trata de encontrar un patrón con generosos recursos financieros: Carlos Slim es su suegro.

Las ideas grandes y extravagantes han sido parte del trabajo de Romero, un hombre alto y delgado de 39 años, adepto a formas orgánicas, incluso surrealistas.

Sin embargo, los edificios que Romero ha construido para Slim, sobre todo oficinas corporativas, han sido mucho más convencionales. Aunque con el Soumaya, el suegro parece haber dado luz verde para que deje volar su imaginación. Cada piso es de una forma distinta, y la mayor parte del peso la soporta una flota de columnas verticales serpenteadas a modo de un exoesqueleto.

El hombre más rico del mundo no hizo sus miles de millones gastando a manos llenas, algo que Romero aprendió pronto. El arquitecto quería una fachada translúcida, pero Slim prefirió el aluminio fabricado por una de sus empresas. Incluso el ingenioso diseño de Romero de apilar las columnas alrededor del exterior fue revisado por Slim, que pidió que algunas columnas fueran por el centro, ya que podrían ser producidas de forma más económica a pesar de que ello creaba obstáculos en los pisos de la galería.

"Slim (un ingeniero civil), me dijo: 'Habrá dos arquitectos en este proyecto, uno de ellos seré yo'", recuerda Romero.

La mañana de la gala para los invitados VIP, Alfonso Miranda, el director del museo, estaba visiblemente agobiado. La conversación giró en torno a Slim: "Es un coleccionista muy curioso", comentó el curador. En un principio, Miranda recordó, Slim compró obras de arte basado en lo que a él le gustaba. "No había un enfoque en ningún área". Slim finalmente descubrió a los Maestros Clásicos y a Rodin, y empezó a profundizar su interés, haciendo inversiones más específicas y sofisticadas.

Muchos en México esperan que el Soumaya aporte una sofisticación similar a su país.

Slim, con sus monopolios que se expanden más allá de México, sigue siendo una figura controversial en un país donde millones siguen viviendo por debajo de la línea de pobreza. Pero su fortuna está haciendo el tipo de trabajo que el mismo mundo del arte mexicano no habría podido hacer por su cuenta.

"Slim se ha acercado a un arte que es muy difícil de encontrar en América Latina", dice Miranda. "Para muchos, es complicado viajar a diferentes lugares para ver estas obras. La Ciudad de México necesita este lugar".