Por Dra. Margarita Mendoza Burgos

En estos tiempos podemos hablar de los falsos ídolos modernos, que son de carne y hueso y pueden hacer entrarnos en un conflicto interno con suma facilidad. Aunque parezca una contradicción, son aquellos personajes que más adora la gente, los que más brillan, los que hacen cosas fuera de lo común. Pero, vale aclarar, destacan más por lo escandaloso que por lo filantrópico. Con o sin talento, brillan por ser diferentes y representan el lado más oscuro de nuestras fantasías.
Es evidente que como humanos necesitamos adorar y aclamar a alguien o algo, y estos falsos ídolos se aprovechan de nuestra condición. Puede ser un músico, un político, un deportista, un actor, un modelo, o un “influencer”, término muy de moda por estos días… Generan cada vez más morbo y apetencia por ver hasta dónde llegan rompiendo límites y siendo hasta perversos… Parece que lo bueno no es “cool”, aburre y es trillado.
Lo peor es que los buenos ejemplos pasan inadvertidos. Como se dijo antes, lo correcto es sinónimo de aburrimiento, porque eso no genera el morbo de estarlos viendo y viendo repetidamente, deteniendo las escenas más provocativas y fuera de lo común. Lo bueno no vende. Los medios de comunicación tienen bastante que ver en esto y sacan partido de esa situación. Un interesante ejemplo es lo que sucedió en Nueva Zelanda, donde por orden de la primer ministro se decidió omitir el nombre del responsable de la reciente matanza en Christchurch a dos mezquitas. La idea no es invisibilizar el hecho sino su perpetrador, ya que lo último que se quiere es que alguien con ansias de fama pretenda inmortalizarse repitiendo dichas acciones.
Es importante detectar una característica que hace especial a los falsos ídolos: el afán de sorprender, teniendo para eso que transgredir cada vez más límites, porque cada vez cuesta más ser diferente. Otra es el amor desmedido por el lujo, el dinero y la fama eterna, detrás de lo cual la mayoría esconde la tristeza de la soledad, la poca relación familiar, los pocos amigos verdaderos, el hastío, la tristeza de pasar de moda y la presión de sus excesos que lleva también al abuso de alcohol, drogas y relaciones desechables.
Las consecuencias de rendirle culto a estos falsos ídolos pueden ser, literalmente, letales. Vemos cada día más muertes por hacerse los selfies más diferentes, tristeza por no poder ser esos ídolos, inventos de retos virales peligrosos y hasta estúpidos, baja autoestima, depresión, suicidios y adicciones.
Para contrarrestar todo eso, hay un aspecto que es clave: la familia. Solo sembrando el amor y valores auténticos, con un núcleo familiar fuerte, se podrá evitar esa “devoción” hacia esos falsos ídolos modernos. Y basta con cosas sencillas, como disfrutar de la naturaleza, de los atardeceres, las sobremesas interminables. Todo lo bello y lo sencillo que llena el alma en un segundo. En esa lista no pueden faltar los grandes abrazos a nuestros seres queridos, las mascotas inocentes que son felices con poco. Aprendiendo que ser feliz no es transgrediendo, sino viviendo una libertad ordenada y simple.
Ídolos no son aquellos que marcan moda y tendencias desde las redes sociales con sus millones de seguidores. No, definitivamente. Son aquellos que nos dan el ejemplo, como el señor de 92 años que iba a sembrar y que fue atropellado, o el socorrista que arriesga la vida para salvar un niño… Sin ir más lejos, todo aquel que se levanta temprano a trabajar de forma honrada o el que dedica parte de su fortuna a ayudar a mejorar el mundo. En fin, cada uno de nosotros cuando actuamos bien sin creernos tontos por eso. Y para los que creen en Cristo, ese en un auténtico ídolo: dio su vida por nosotros sin pedir nada a cambio.
Acerca de la Dra. Mendoza Burgos
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Titulaciones
en Psiquiatría General y Psicología Médica, Psiquiatría infantojuvenil, y
Terapia de familia, obtenidas en la Universidad Complutense de Madrid, España.
Mi
actividad profesional, desde 1,993, en El Salvador, se ha enfocado en dos
direcciones fundamentales: una es el ejercicio de la profesión en mi clínica
privada; y la segunda es la colaboración con los diferentes medios de
comunicación nacionales, y en ocasiones también internacionales, con objeto de
extender la conciencia de la necesidad de salud mental, y de apartarla de su
tradicional estigma.
Fui
la primera Psiquiatra infanto-juvenil y Terapeuta familiar acreditada en
ejercer dichas especialidades en El Salvador.
Ocasionalmente
he colaborado también con otras instituciones en sus programas, entre ellas,
Ayúdame a Vivir, Ministerio de Educación, Hospital Benjamín Bloom, o
Universidad de El Salvador. He sido también acreditada por la embajada de
U.S.A. en El Salvador para la atención a su personal. Todo ello me hizo
acreedora en 2007, de un Diploma de reconocimiento especial otorgado por la
Honorable Asamblea Legislativa de El Salvador, por la labor realizada en el
campo de la salud mental. Desde 2008 resido en Florida, Estados Unidos, donde
compatibilizo mi actividad profesional con otras actividades.
La
tecnología actual me ha permitido establecer métodos como video conferencia y
teleconferencia, doy consulta a distancia a pacientes en diferentes partes del
mundo, lo cual brinda la comodidad para mantener su terapia
regularmente aunque esté de viaje. De igual manera permite a aquellos pacientes
que viven en ciudades donde los servicios de terapeuta son demasiado altos
acceder a ellos. Todo dentro de un ambiente de absoluta privacidad.
Trato
de orientar cada vez más mi profesión hacia la prevención, y dentro de ello, a
la asesoría sobre relaciones familiares y dirección y educación de los hijos,
porque después de tantos años de experiencia profesional estoy cada vez más
convencida de que el desenvolvimiento que cada persona tiene a lo largo de su
vida está muy fuertemente condicionado por la educación que recibió y el
ambiente que vivió en su familia de origen, desde que nació, hasta que se hizo
adulto o se independizó, e incluso después.