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lunes, 7 de octubre de 2013

EEUU defiende incursiones antiterroristas en Libia y Somalia

Tomado de La Voz de América


Kerry defiende captura de operativo de al-Qaeda
El secretario de Estado norteamericano, defendió las incursiones realizadas en Libia y Somalia, diciendo que fueron legales y apropiadas.

El secretario de Estado norteamericano, John Kerry, defendió la incursión realizada por fuerzas especiales para capturar a un influyente operativo de al-Qaeda en Libia diciendo que la operación fue legal y apropiada.

El gobierno libio pidió a Estados Unidos que aclare lo que llamó el secuestro de Abu Anas al-Libi en la nación africana el sábado.

Horas antes de la captura de Libi, fuerzas especiales de EE.UU. también llevaron a cabo una incursión a una base de al-Shabab, un grupo afiliado a al-Qaeda en Somalia.

Funcionarios estadounidenses dijeron que Navy SEALs dieron muerte a varios militantes de al-Qaeda en un enfrentamiento después que desembarcaran en la costa de la población de Barawe. Según se indicó los Navy SEALs se retiraron ilesos sin capturar al líder de al-Shabab que estaban buscando.

Kerry dijo, este lunes, al margen de la cumbre de APEC en Indonesia que las quejas de Libia son infundadas y que Libi enfrentará una corte. El Departamento de Defensa de Estados Unidos dijo que Libi fue transferido a un lugar seguro fuera de Libia.

Una corte estadounidense acusó a Libi de estar involucrado en los atentados en 1998 contra las embajadas de EE.UU. en Kenia y Tanzania, donde murieron más de 200 personas y más de 5.000 resultaron heridas.

El secretario de Estado Kerry dijo previamente que las incursiones en Libia y en Somalia demuestran la determinación de EE.UU. de perseguir a los terroristas.
 

lunes, 1 de octubre de 2012

Libro “El harem de Kadafi” revela profunda perversión sexual del dictador


Tomado de El País
   
Gadafi gobernaba con el sexo

Cuatro víctimas diarias para satisfacer el insaciable apetito del dictador


Le valían tanto menores de edad como embajadores o sus propios ministros

Un libro revela el grado de depravación del derrocado y fallecido líder libio

Por Ana Teruel

Si bien las orgías y depravaciones sexuales de los hijos mimados del dictador libio Muamar el Gadafi eran de conocimiento público, poco se sabía de la intimidad del líder de la Revolución Verde, derrocado y ejecutado hace algo más de un año. “Muchos imaginábamos que era un depredador con las mujeres, pero no podíamos intuir su nivel de barbarie, de sadismo y de violencia”, relata por teléfono la periodista Annick Cojean.

En su libro recién publicado en Francia Las Presas. En el harem de Gadafi (Les Proies. Dans le harem de Kadhafi, ed. Grasset) investiga sobre los crímenes sexuales del que se hacía llamar “Papá Muamar”. Dibuja a un líder de apetito sexual insaciable, violador de mujeres y también de hombres, en un escalofriante retrato que sobrepasa con creces la peor caricatura del dictador megalómano, vanidoso y cínico.


La investigación de Cojean parte del tremendo testimonio de Soraya, una joven de 22 años, secuestrada cuando tenía apenas 15 y que sufrió los caprichos sexuales del llamado Guía durante cinco años. Su historia la relató hace un año en el diario Le Monde, un reportaje publicado también por EL PAÍS. Entonces se empleó un nombre falso (Safia) para proteger a la víctima. “Muy rápidamente me di cuenta de que su caso era revelador de un verdadero sistema de explotación de las mujeres”, cuenta Cojean. “Lo que cuenta son las costumbres de toda la era Gadafi”.
“Se pasaba horas revisando los vídeos de fiesta de bodas”, relata Cojean. Para alimentar esa constante demanda de carne, cualquier lugar público era un vivero potencial: bodas, institutos, cárceles...

La primera mitad del libro relata en primera persona ese cautiverio de Soraya, encerrada en una habitación en los subsuelos del conjunto de Bab Al Aziza, la gigantesca residencia en Trípoli del dirigente libio. A cualquier hora del día o de la noche, los efectivos de los “asuntos especiales” la llamaban para subir a la habitación del Guía, que sistemáticamente la violaba, la mordía y le pegaba. A veces concluía orinándole encima. Nunca se dirigía a ella con otro apelativo que “zorra” o “puta”. Un Gadafi constantemente drogado la obligaba también a tomar cocaína, a fumar, a beber, y le daba a ver cintas de películas porno como “deberes” para que “aprendiese”.

Como Soraya eran muchas las chicas, y algunos chicos, que pasaban por esta cárcel de esclavos sexuales. Algunos se quedaban unos días, otros años. Un cifra exacta es imposible de determinar. “Algunas me han hablado de una treintena de chicas alojadas al mismo tiempo, pero es imposible comprobar, había muchas idas y venidas y tenían los movimientos restringidos, no tenían mucho contacto entre ellas”. El flujo era constante para saciar el apetito sexual del líder: unas cuatro víctimas diarias, según recogen algunos testimonios del libro.

Para alimentar esa constante demanda de carne, cualquier lugar público era un vivero potencial. Los institutos, las bodas, los salones de belleza, e incluso las cárceles, eran solo algunos de ellos. “Se pasaba horas revisando los vídeos de fiesta de bodas, eligiendo entre las fotos que le había seleccionado su entorno”, relata Cojean. En los actos públicos en los que participaba, era el propio Gadafi el que manifestaba su elección posando su mano sobre la cabeza de su presa.
En su picadero de lujo de Trípoli descubrieron un pequeño gabinete ginecológico. “Solo veo dos posibilidades: o abortos o reconstrucción de himen”

En los subsuelos de la Universidad de Trípoli, los rebeldes descubrieron tras la caída de Gadafi una habitación con una enorme cama y las sábanas todavía puestas, su jacuzzi con grifos de oro y todos los elementos del perfecto picadero de lujo. Pero la sorpresa y el horror invadieron por completo al doctor al descubrir al lado un pequeño cuarto: se trataba de un gabinete ginecológico. 

“Solo veo dos posibilidades: o abortos o reconstrucción de himen”.
Cada viaje al extranjero era también fuente de nuevas reclutas. Los “servicios especiales” de Gadafi, dirigidos en los últimos años por la temida Mabrouka, adepta de la magia negra, se encargaban de convencer a grupos enteros de jóvenes de viajar a Trípoli: con regalos suntuosos, maletas enteras llenas de billetes o joyas.

“Venía aquí a hacer sus compras”, admite una fuente diplomática a la autora del libro en referencia a las visitas de Mabrouka a París. “Recogía a chicas para mandárselas al Guía”, aclara.

La obsesión sexual de Gadafi no se limitaba en cualquier caso a una dependencia física, un apetito demencial, sino que se había convertido en su principal arma de poder. Gadafi “gobernaba, humillaba, sometía y sancionaba con el sexo”, relata un exmiembro anónimo de su servicio de protocolo en el libro. Mantenía por ejemplo relaciones con algunos de sus ministros, condenados al silencio y al deshonor, y elaboraba estrategias para seducir a las esposas de Jefes de Estado africanos y embajadores.
“Humillaba, sometía y sancionaba con el sexo”, relata un ex miembro anónimo de su servicio. Mantenía por ejemplo relaciones con algunos de sus ministros, condenados así al silencio y al deshonor

“Cada vez que quería posicionarse como vencedor frente a un jefe de tribu, de Estado, un opositor cualquiera que pudiera hacerle sombra, se informaba sobre su esposa, su hija, sobre lo que la podría tentar: dinero para una fundación, un diploma de fin de estudios, cualquier excusa era buena para motivar una invitación a las dependencias de Bab Al Aziza. El simple hecho de saber que había poseído a una hija le hacía ver de forma diferente al padre, de forma triunfadora”, continúa la periodista.

Reveladora de ese afán de dominación es también la historia de Khadija, uno de los escasos testimonios de víctimas directas que Cojean ha logrado sumar al de Soraya. Después de un tiempo siendo la esclava sexual exclusiva de Gadafi, este decidió casarla a un militar. La joven vio en ello una forma de recuperar un semblante de vida, y decidió apostar por ese matrimonio. 

Con sus ahorros, viajó a Túnez para hacerse reconstruir el himen. El día de su boda, unas horas antes de la ceremonia, el líder la convocó a su residencia. La violó de nuevo. “Hasta el último momento tenía que controlarla, dejar su huella”, dice Cojean. “Era una mensaje destinado al marido: tenía que saber que había un solo amo y ese era Gadafi”.

miércoles, 12 de septiembre de 2012

Libia: Turba de fanáticos asesina a Embajador EEUU


Agencias Noticiosas
El embajador estadounidense, durante el asalto al consulado
OBAMA REFUERZA TODAS LAS EMBAJADAS Y MANDA A LIBIA MARINES EXPERTOS EN TERRORISMO

Radicales libios asaltan el consulado de EEUU y matan al embajador y a otros tres diplomáticos

El embajador de Estados Unidos en Libia, Christopher Stevens, y otros tres ciudadanos norteamericanos murieron anoche en el ataque que varios hombres armados lanzaron contra el Consulado de ese país en Bengasi. Stevens y sus compatriotas murieron en un atentado con cohetes contra su coche cuando eran sacados del Consulado de Estados Unidos, que estaba siendo atacado por milicianos contrarios a una película que supuestamente se mofa de Mahoma, según han informado este miércoles las autoridades libias y norteamericanas.

El Gobierno estadounidense va a enviar un equipo de seguridad antiterrorista del cuerpo de Marines para reforzar la seguridad en Libia tras el ataque, según confirmó hoy el presidente Barack Obama, quien señalado que ha dado órdenes a su Administración de que se aporte "todos los recursos necesarios para apoyar la seguridad de nuestro personal en Libia y para incrementar la seguridad de nuestros puestos diplomáticos en todo el globo".

Durante el día se han difundido varias versiones contradictorias sobre el ataque y la muerte del embajador. El viceministro del Interior libio, Wanis al Sharif, ha revelado que dos de los cuatro norteamericanos murieron en un tiroteo durante un intento por parte de las fuerzas estadounidenses de evacuar al personal de una casa segura. El personal consular norteamericano fue trasladado a dicha casa segura tras un ataque contra el edificio del Consulado en Benghazi en el que murió el embajador, ha explicado.

Un avión con unidades de seguridad estadounidenses llegó desde Trípoli para evacuar a otro personal pero los milicianos descubrieron el lugar del escondite, ha precisado. "Se suponía que era un lugar secreto y nos sorprendió que los grupos armados supieran de él", ha afirmado, precisando que "se produjo un tiroteo" en el que murieron dos efectivos de las fuerzas de seguridad estadounidenses. Otras dos personas murieron y entre doce y 17 resultaron heridas en este suceso.

Según el representante ministerial, entre los cientos de personas que participaron en la protesta "había delincuentes y criminales de toda condición" que irrumpieron en el edificio, lo saquearon y lo incendiaron. "Uno de los agentes del consulado murió al comienzo del asalto y el embajador murió por asfixia como consecuencia del humo", manifestó Al Sharf quien agregó que Stevens fue evacuado al hospital donde falleció.

"El traductor egipcio del consulado fue quien reconoció el cadáver", indicó el viceministro de Interior. Al Sharif reconoció que la situación se mantuvo fuera de control y que los refuerzos enviados al lugar, situado en un barrio residencial de la ciudad, recibieron la orden de no intervenir para evitar el agravamiento de la situación.

A las 05.00 de la mañana hora local (03.00 GMT) un "comando" de fuerzas especiales estadounidenses llegó a Bengasi proveniente de Trípoli para evacuar a los muertos y a los 32 funcionarios, que se encontraban refugiados en un edificio cercano al consulado y protegido por fuerzas de seguridad libias. Según su relato, los soldados se dirigieron al consulado y posteriormente al lugar donde se encontraban los funcionarios, donde "simpatizantes del antiguo régimen" les tendieron una emboscada.



En esta segunda agresión, murieron dos soldados estadounidenses y entre 12 y 14 resultaron heridos. Para el responsable libio, este ataque "es una respuesta a la extradición de Abdala al Senusi", antiguo jefe de los servicios secretos y que Mauritania entregó el pasado día 5 de septiembre a las autoridades libias.

Esta madrugada, la secretaria de Estado de EEUU, Hillary Clinton, condenó enérgicamente el ataque contra el consulado estadounidense y confirmó la muerte de un funcionario, aunque no ofreció más detalles. "Condeno en los términos más enérgicos el ataque contra nuestra misión en Bengasi hoy. Mientras trabajamos para resguardar la seguridad de nuestro personal e instalaciones, hemos confirmado que uno de nuestros oficiales del Departamento de Estado resultó muerto", dijo Clinton en un comunicado emitido por el Departamento de Estado.

La secretaria de Estado criticó los intentos de justificar el acto de violencia: "Estados Unidos deplora cualquier esfuerzo intencional de denigrar las creencias religiosas de otros. Nuestro compromiso con la tolerancia religiosa data de los comienzos de nuestra nación", señaló. "Que quede claro: nunca hay justificación alguna para actos de violencia de este tipo. A raíz de los sucesos de hoy, el Gobierno de EEUU trabaja con nuestros países socios en todo el mundo para proteger a nuestro personal, nuestras misiones, y a los ciudadanos estadounidenses en todo el mundo", puntualizó Clinton.

viernes, 6 de julio de 2012

Libios ejercerán derecho al voto después de 40 años de dictadura


Tomado de RFI
En Libia se celebran este sábado 7 de julio las primeras elecciones tras la caída del dictador Muamar Kadafi, muerto durante la revolución contra su régimen en 2011. Los libios elegirán la Asamblea Constituyente de la que saldrán un nuevo Gobierno y una nueva Constitución.

Los libios elegirán a los 200 miembros del primer Congreso General Nacional que tiene que nombrar un nuevo Gobierno y un comité de expertos encargado de redactar un proyecto de Constitución, que luego se someterá a referéndum.
Aunque todavía no hay fecha para el anuncio de los resultados, una vez que la nueva asamblea haya celebrado su primera sesión, el Consejo Nacional de Transición (CNT), que dirige Libia desde la caída del régimen de Gadafi, muerto en octubre de 2011, tendrá que dimitir.
La votación, prevista inicialmente el 19 de junio según el calendario del CNT, se retrasó por razones técnicas y logísticas, indicó la comisión electoral. Unos 2,7 millones de libios de un total de seis millones de habitantes (un 80% del cuerpo electoral) están inscritos en las listas electorales.
Aunque se presentaron más de 4.000 candidatos individuales o inscritos en las listas de movimientos políticos, la comisión electoral sólo declaró elegibles a 2.501 independientes y a 1.206 de grupos políticos.
El país está dividido en 72 circunscripciones. En algunas regiones los electores tienen que elegir a un partido político y un candidato individual y en otras sólo a uno de los dos. Un total de 629 mujeres presentaron sus candidaturas y están bien representadas en las listas de los partidos, aunque entre los candidatos individuales sólo representan el 3,4%.
Los escaños se reparten entre candidatos independientes (120) y movimientos políticos (80), una manera de evitar, según las autoridades, que un sólo partido domine la futura Asamblea Constituyente.
Esto no impide sin embargo que algunos partidos apoyen a candidatos individuales, lo que podría llevar al poder en Libia a los islamistas, como ya pasó en Túnez y Egipto, dos países que también vivieron la ola de protestas de la llamada “primavera árabe”.
Durante la campaña electoral, que termina el jueves, destacaron principalmente tres partidos. Dos de ellos son islamistas: el Partido de la Justicia y de la Construcción (PJC), una rama de los Hermanos Musulmanes, y el Al Watan, del polémico ex jefe militar de Trípoli Abdelhakim Belhaj.
El tercer grupo político destacado es el de los liberales, reunidos en una coalición lanzada por Mahmud Jibril, el ex primer ministro del CNT durante la revuelta contra Gadafi.
El Consejo Nacional de Transición decidió repartir escaños según consideraciones demográficas, de manera que 100 se elegirán en el oeste del país, donde hay el mayor número de habitantes. El este de Libia tendrá 60 escaños y el sur desértico 40.
El CNT también decidió bajo presión que el sistema de votación de la futura Asamblea Constituyente sea por mayoría de dos tercios, de manera que el oeste del país no pueda tomar una decisión sin la aprobación de las otras regiones.
Pero los federalistas reclaman una "repartición equitativa" de los escaños y amenazan con boicotear y sabotear el proceso electoral si sus reivindicaciones no se toman en cuenta. En los últimos días incluso saquearon centros de votación en el este de Libia, sobre todo en la ciudad de Bengasi.
Frente a estas amenazas, existen dudas sobre la capacidad de las autoridades para garantizar la seguridad de las elecciones, en un país donde circulan impunemente milicias con armas pesadas.

domingo, 30 de octubre de 2011

Un joven de 21 años, estudiante de ingeniería fue el captor de Kadafi

Tomado de El País

Yo capturé a Kadafi, Omram Yuma Shaban

Cuatro rebeldes relatan a EL PAÍS cómo descubrieron y apresaron al dictador libio en una alcantarilla de Sirte. "Cuando le vi gateando, pensé: '¿cómo el rey de reyes podía estar ahí como una rata?". Otro recuerda cómo le apuntó, mientras Gadafi decía: "¿Qué pasa? ¿Qué pasa?". Como trofeo guardan la pistola de oro del sátrapa. Se la quitaron antes del linchamiento

POR JUAN MIGUEL MUÑOZ

Tímido y de apariencia enclenque, Omram Yuma Shaban se presenta con tres de sus compañeros de armas vistiendo la misma ropa que lucían el 20 de octubre, la fecha que nunca podrán olvidar. Inmediatamente, como si desearan ofrecer pruebas de que su historia es irrefutable, colocan sobre una mesa su más preciado botín: dos pistolas, una de ellas de oro; una bota de cuero negro made in London y una gorra militar. Omran enseña los trofeos con una mueca de orgullo y una tenue sonrisa. Estudian

te de ingeniería eléctrica de 21 años, no es de los rebeldes libios más aguerridos, aquellos shabab (muchachos) que se lanzaron al combate contra las tropas de Muamar el Gadafi en los primeros instantes de la revuelta que nació en Bengasi, y que dos días después, el 19 de febrero, se contagió a Misrata. Es un joven tranquilo de 21 años, de voz débil y ligeramente aguda, que solo a mediados de abril decidió sumarse a los insurgentes de Libia. Su ciudad estaba siendo cruelmente atacada. "Me uní a la revolución porque los soldados de Gadafi empleaban en Misrata los métodos más sucios. En marzo, en mi barrio, cualquier hombre que salía de casa era detenido; mataban a niños, violaban a mujeres...", comenta imperturbable. El jueves de la semana pasada alcanzó la gloria ante un desagüe repleto de desperdicios en Sirte, la ciudad natal del tirano. "No creía lo que veían mis ojos. Nadie pensaba que Gadafi estaba ahí. Es muy difícil describir mis sensaciones. Pero ahora creo que capturé al mayor terrorista del mundo, después de Osama bin Laden", explica Omran, ahora sí, más sonriente.

"Capturé al mayor terrorista del mundo, después de Osama bin Laden", dice uno de los rebeldes que lo encontró

Resulta muy difícil hallar a algún libio que hubiera preferido el juicio al dictador. La mayoría lo prefiere muerto

"Los 'shabab' de Misrata han sido muy agresivos. Fue una venganza. No se les puede controlar", dice un coronel rebelde Sirte no será prioritaria en la reconstrucción. Y aunque lo fuera, tardaría mucho en recuperar la normalidad

Se ve con nitidez a los dos que dicen ante la cámara de un móvil que acabaron con Gadafi. No debería costar localizarlos

En Misrata perecieron en una hora cuatro personas por los disparos al aire para celebrar la muerte del dictador

Las últimas horas del dictador, el autoproclamado hermano líder, el rey de reyes, comenzaron alrededor de las ocho de la mañana del día 20. "Recibimos información de que un convoy de 50 vehículos se estaba desplazando desde el barrio 2 de Sirte. Sabíamos que Mutasim, el hijo de Gadafi, estaba en la ciudad porque mucha gente que había huido nos comentaba que lo habían visto, y al mismo tiempo supimos que la OTAN atacaba a esa hora la caravana", narra Omran.

Ahmed Ghazal, empleado de una empresa de hostelería de 21 años; Nabil Darwish, dueño de un taller mecánico, de 25; Salem Bakir, comerciante de 28 años, y tres milicianos más acompañaban al futur

o ingeniero eléctrico en la vigilancia de la zona donde el ataque de la OTAN convirtió en chatarra calcinada una docena de coches. Los soldados gadafistas se dispersaron en un intento de fuga tan desesperado como inútil, y los siete shabab se esmeraron en rastrear la árida zona mientras decenas de rebeldes se sumaban a la búsqueda. "Los militares se escondían en la cercana estación eléctrica y en los árboles. Hubo duros combates, pero matamos a muchos de ellos y a otros los apresamos. Los soldados de Gadafi se dividieron; unos querían entregarse y otros prefirieron luchar", relata Omran, quien, como sus colegas de comando, parece huidizo, hombre de pocas palabras con el extranjero.

A 200 metros del amasijo de hierro del convoy -los cadáveres en descomposición permanecieron seis días en el lugar-, se

extienden dos conductos de cemento bajo una carretera que sirven para evitar inundaciones. Fue la última distancia que recorrió a pie el dictador en este espacio abierto, con muy escasa vegetación, un pésimo lugar para descubrir un escondite. "En un extremo de las tuberías, uno de los 15 soldados ahí guarecidos levantaba la bandera blanca, pero al otro lado de la carretera, a solo 20 metros, los gadafistas seguían disparando. 'Nuestro líder está aquí', gritó de repente el soldado dispuesto a rendirse. Pero no imaginábamos ni por un momento que ese líder era Gadafi", prosigue su relato.

Aniquilados algunos de los uniformados y rendidos a los rebeldes otros militares de los más leales al antiguo régimen, Salem Bakir se aproximó a la salida de la tubería. Fue el instante decisivo, el que esperaban ansiosos desde el 17 de febrero la gran mayoría de los libios, el que todos en este país árabe a

seguraban que tarde o temprano acabaría por llegar.

"Durante toda mi vida" prosigue Bakir, "cuando veía el convoy de docenas de vehículos que trasladaba a Gadafi desde Trípoli a Sirte, pensaba que era un rey o alguien sobrehumano. Yo le vi el primero cuando ya estaba fuera de la tubería y a dos metros de mí. Me quedé conmocionado y paralizado. Pero toqué el Corán que llevo en el bolsillo, y eso me dio fuerzas para chillar: '¡Aquí está Gadafi!, ¡aquí está Gadafi!' Le dije que soltara su arma tres veces, pero no lo hizo. Y él me dijo: '¿Qué pasa?, ¿qué pasa?, ¿qué pasa?".

Omran, que manejaba en ese instante una ametralladora, saltó de la camioneta sobre el cuerpo ya ensangrentado del sátrapa, metro y medio por debajo del asfalto. "Yo estaba viendo al otro lado de la tubería que los militares dejaban fusiles en el suelo, pero aún los tenían en las manos y podían disparar. Me dio

miedo. Entonces me abalancé sobre Gadafi y le quité una de las pistolas, la que no es de oro. No sé de dónde me salió la fuerza", cuenta Omran. Grupos de sublevados condujeron sus camionetas a toda velocidad hacia el lugar. Ahmed Ghazal, el empleado de hostelería, recuerda: "Cuando le vi gateando y mirando con la cabeza ladeada, pensé: '¿Cómo el rey de reyes podía estar ahí como una rata?' Esa imagen me acompañará todas las noches de mi vida cuando me vaya a dormir. Recogí su bota y su gorra". Y minutos después, en pleno tumulto, entre alaridos de alegría y proclamas de Alla uh Akbar (Dios es grande), el macabro espectáculo del linchamiento, las patadas y bofetadas contra el déspota indefenso y aturdido que rue

ga clemencia mientras es vapuleado. Muchos rebeldes grabaron la brutal agresión con sus teléfonos móviles.

Un reguero de sangre, tal vez del dictador, todavía pinta el pavimento de la carretera desde la que partió una ambulancia con Gadafi como paciente, o como reo al que se iba a ajusticiar. Cientos de nombres de guerrilleros y de sus ciudades de origen están escritos en el cemento que bordea la salida de los conductos. Como lo están dos fechas que quedarán reflejadas en los libros de historia y marcadas de manera indeleble en la memoria de todo libio. Lucen en tinta roja en la pared de la cercana central eléctrica: 17 de febrero, día del nacimiento de la revuelta, y 20 de octubre de 2011, fecha de la muerte del caprichoso gobernante.

No se sabe con precisión cuá

ndo ni quién le descerrajó los balazos en la cabeza y en el abdomen a Gadafi, aunque al menos dos insurrectos se vanaglorian de haber asesinado al dictador. Lo cierto es que el viernes 21 de octubre, los cadáveres de Gadafi, de su hijo Mutasim, y de su ministro de Defensa, el general Abu Baker Yunes Yaber, eran expuestos en la cámara frigorífica del mercado central de Misrata. Cuatro días pudieron los libios comprobar in situ que el tirano -42 años después del golpe de Estado que derrocó al rey Idris, pospuesto en una ocasión porque en marzo de 1969 ofrecía un recital en Bengasi la afamadísima cantante egipcia Um Khultum- era historia. Cuando un par de días después de la batalla de Sirte arreciaron las críticas de var

ias ONG internacionales al Gobierno rebelde por las violentas circunstancias del deceso -los Gobiernos occidentales no han puesto precisamente el grito en el cielo-, fueron cuidadosos los milicianos a la hora de colocar la cabeza de Gadafi ladeada hacia su izquierda para ocultar el tiro en la sien, y también de tapar con una manta el orificio de bala que Mutasim presentaba en la garganta.

Y es que si los preceptos islámicos que prescriben la sepultura a las 24 horas de la muerte no fueron

respetados por los devotos milicianos misratíes, mucho menos se iban a preocupar por la protección de los derechos humanos, cuya violación han padecido tantos libios de modo tan flagrante. Ahora se anuncia una investigación sobre el presunto asesinato a sangre fría -por mucho que los ánimos fueran ardientes- de Gadafi y Mutasim, que aparece en otras grabaciones charlando con rebeldes, herido levemente, fumando y bebiendo agua. Sea cual fuera el resultado de esas pesquisas, resulta muy difícil encontrar a algún libio que hubiera preferido el juicio al dictador. La mayoría dice abiertamente, emulando el gesto de disparar, que lo prefieren muerto. No debería costar demasiado localizar a los dos individuos que afirman ante la cámara de un teléfono móvil haber acabado con la vida de Gadafi. Se les ve con toda nitidez.

En toda Libia explotó el jolgorio tras conocerse el acontecimiento. Cientos de miles de entre los seis millones de hombres y mujeres que pueblan Libia, incluidos niños y niñas, celebraron en las plazas y calles la desaparición de quien les ha amargado la existencia durante cuatro décadas de arbitrariedad, en las que frecuentar una mezquita podía bastar para purgar seis años de cárcel, como le sucedió al piloto de líneas aéreas Mohamed Darwish, que acudía habitualmente al templo de su barrio en Trípoli porque se quedó sin empleo tras el embargo a la aviación comercial que Estados Unidos impuso a Libia en la década de los ochenta del siglo pasado.

Pero si hay una ciudad en la que la algarabía fue desbordante, esa es Misrata. Cuentan los lugareños de esta ciudad de 400.000 habitantes aproximadamente -sin censo ni estadísticas, los cálculos son en Libia muy complicados- que solo en una hora murieron cuatro personas, víctimas de los disparos al aire de

los enfervorecidos combatientes que expulsaron a los soldados y mercenarios gadafistas el 24 de abril tras una atroz carnicería de dos meses. Porque el 19 de febrero murió el primer mártir, a los que Gadafi tildaba de "ratas". Era Jaled Mustafá Abu Shajma, nacido en 1968. Cuatro días después cayó la primera granada sobre Misrata. Cerca de 3.000 vecinos -cientos de ellos civiles inocentes- han perecido solo en esta localidad. Sus fotografías se observan ahora junto a una copia del certificado de defunción de Gadafi en el improvisado museo de la guerra, situado en la calle Trípoli devastada por las explosiones, y donde también se yergue la escultura metálica del puño que aplasta el avión de Estados Unidos, un símbolo del poder de Gadafi que los luchadores de Misrata transportaron a su ciudad desde Bab el Azizia, el bastión del autócrata en la capital, una vez que a finales de agosto conquistaron Trípoli. El arrojo de los milicianos de Misrata fue crucial. Ahora se enorgullecen de ser los primeros -los compañeros de Zintán, en las montañas de Nafusa, en el oeste libio compiten en valentía- que quebraron el triple muro de cemento de ese baluarte del régimen.

Tiene fama Misrata de ciudad emprendedora, de contar con avispados hombres de negocios, y de no haber dado un paso atrás en la contienda. Incluso los sordomudos, presentes el viernes en una celebración multitudinaria, se unieron a la desigual pelea. Sedik el Fituri, empresario de 52 años, posee una compañía de grúas y de camiones de transporte pesado. Ha gastado 400.000 dinares (unos 220.000 euros) en una guerra en la que se transformó en comandante de una brigada. Todo su material ha resultado dañado sin remedio. "Lo he perdido todo, pero soy feliz. El 6 de marzo, los militares de Gadafi entraron en Misrata y los matamos a casi todos. Les tendimos trampas en las que cayeron porque no conocían la ciudad. Ese día supieron que aquí había un ejército. Unos 50.000 hombres empuñaron las armas. Escucha... Mi esposa, cuando veía a mis hijos descansando o durmiendo en casa, les decía: 'Tomad las armas, levantaos e id a luchar'. Ingeniosos, cuando el enemigo parapetó francotiradores en los edificios en el campo de batalla de la calle Trípoli, los rebeldes colocaron pilas con luces en perros y gatos para que los francotiradores dispararan y poder así localizarlos. Solo en Zintán y en Misrata hemos combatido desde el primer día. Aquí preferimos morir a retroceder. Además de los fallecidos, tenemos 40.000 heridos, 1.000 personas han sufrido amputaciones, y 100 han quedado ciegos. En Bengasi, sin embargo, detuvieron la guerra muy pronto, y eso permitió a los gadafistas concentrarse en atacarnos a nosotros. Misrata ha sido la ciudad más castigada", apunta El Fituri con un deje de amargura hacia los compatriotas de la cuna de la rebelión.

Es ese cruento asedio medieval a la ciudad lo que ha propiciado la venganza también despiadada de las milicias de Misrata en Sirte, la aldea beduina en la que nació hace 69 años Gadafi, quien pretendió convertirla en capital del país y en puerto franco. En ella construyó el centro de convenciones Ouagadougou, un faraónico complejo ahora hecho trizas en el que se celebraron cumbres de la Unión Africana. Y aunque muchos libios denuncian que se construían viviendas a sabiendas de que nadie iba a vivir en ellas, con la única pretensión de otorgar a la localidad una apariencia de grandeza, el respaldo al dictador era abrumadoramente mayoritario en Sirte. Y si ahora son pocos -Abdelaziz al Farjani es uno de ellos- los que chillan "Muamar, Muamar" alzando los brazos con los puños cerrados, imitando al dirigente derrocado, es porque la ciudad presenta un panorama fantasmagórico. El éxodo ha sido total. No hay agua, ni luz, ni comida. Sus 80.000 habitantes se han fugado al desierto o a Sabha, 700 kilómetros al sur de Trípoli. Personas cargando colchones en camionetas, rumbo a sus jaimas en el Sáhara, es la imagen más frecuente estos días.

Que la destrucción en Sirte no tiene parangón en Libia lo admite incluso el comandante El Fituri. Da la bienvenida al barrio 2, el distrito desde el que partió el último convoy de Gadafi, una pintada rebelde: "Sirte, la nueva Leptis", reza el escrito en alusión a las espléndidas ruinas romanas de Leptis Magna, ubicadas un centenar de kilómetros al oeste de Misrata. La casa de Al Farjani es solo un ejemplo. Los boquetes de los proyectiles la han machacado con saña. Ningún edifico se ha librado. Los lugareños comparan Sirte con Grozni, la capital chechena destruida por el Ejército ruso en la década de los noventa. El panorama en varias calles es, efectivamente, muy similar. Algunas mezquitas están desechas y su minarete ha sido desmochado; las estaciones eléctricas, también; las escuelas arrasadas saltan a la vista tanto como los hospitales saqueados. En una semana se recogieron de las calles y de entre los escombros unos 400 cuerpos. El jueves todavía apestaba a muerto en la avenida 1 de septiembre, fecha del golpe que aupó al poder al dictador.

En Sirte, claro está, los roedores son quienes se alzaron contra la tiranía. "Los milicianos son ratas. Aquí respaldábamos a Gadafi, que dormía cada noche en una casa diferente. Cuando cayó Trípoli, vino aquí, pero no sabemos exactamente cuándo", señala Ibrahim, un estudiante de medicina de 20 años a las puertas de un hospital que ya no lo parece. Aunque se tratara de su ciudad natal, ningún experto militar se explica por qué el tirano eligió Sirte para refugiarse tras su huida de la capital. Es una ratonera. Pero la prefirió al más seguro desierto. Muchos aluden a su mentalidad y aducen que el carácter de quien viajaba al extranjero con sus jaimas a cuestas para sentirse como en casa jugó un papel decisivo. Siempre prometió Gadafi que jamás abandonaría su país y que moriría en Libia, fueran cuales fueran las circunstancias. Y cumplió su palabra.

Desde el 15 de septiembre, el cerco a Sirte fue completo. El coronel Abderrahim al Agili, natural de Bengasi, es uno de los jefes rebeldes que atenazaron esta población por el flanco oriental. "Es difícil saber", explica, "cuántos milicianos han combatido porque vinieron grupos de muchos lugares. Pero alrededor de 15.000 rodeamos la ciudad. La mayoría de los 80.000 habitantes de Sirte se han ido al desierto, hacia el sur. Al oeste no van porque está Misrata. Es cierto que los shabab de Misrata han sido muy agresivos. Fue una venganza. No se les puede controlar". Sorprende la naturalidad con que los insurrectos admiten los desmanes cuando se les pregunta por el evidente pillaje. En la gran avenida del 1 de septiembre no queda una tienda sin asaltar. "Es verdad que muchos milicianos robaron en los comercios", reconoce en un espléndido inglés el estudiante de ingeniería Ahmed Meshri, miliciano durante los últimos meses. Dice, con la boca pequeña, que se buscará y castigará a los culpables. Pero da la impresión de que no cree sus palabras. La orgía violenta durante las últimas jornadas de la batalla de Sirte estremece.

No se repararía en ello si no lo explicara el melenudo Abdelmulá Saleh, otro declarado partidario del coronel Gadafi, en la recepción del devastado hotel Mahari, en cuyo césped frente al Mediterráneo fueron hallados 53 cadáveres tiroteados, muchos de ellos maniatados. Saleh apunta a las manchas negras en una pared enyesada que da al vestíbulo, bajo una barandilla de la primera planta. "¿Sabes lo que es? Son marcas de los zapatos de los ahorcados, de sus pataleos antes de morir. Los colgaron con esa manguera roja de bomberos", cuenta indignado. "También encontramos hombres degollados en una mezquita y decenas de muertos en el hotel", añade enojado, antes de hacer una distinción que comparten las escasas personas que pululan por la población.

Los vecinos de Sirte atribuyen el monopolio de los crímenes a los insurrectos de Misrata. El treintañero Abdelhamid, semblante muy serio, no disimula el rencor que guarda hacia los luchadores de la ciudad situada 240 kilómetros al oeste. También admira al dictador y comprende el precio que se paga en toda guerra. Es dueño de un comercio de artículos de fotografía en la que no queda nada. Es la norma: todos los establecimientos tienen un aspecto desolador. "Los guerrilleros de Bengasi, mía, mía", explica con una expresión libia que significa perfecto. "Fueron", agrega Abdelhamid, "combatientes justos. No hicieron nada horrible". Los pocos ciudadanos que continúan en la ciudad, inundada varias de sus calles por las cañerías reventadas, rumian su desgracia. Unos pocos cientos de hombres barren calles de escombros, retiran farolas caídas de la calle principal y cables de alta tensión de los suelos de la periferia, al tiempo que saludan -a la fuerza ahorcan- a los rebeldes que patrullan la ciudad.

Jaled observa los tremendos destrozos en el bloque de viviendas en el que residía. Su madre espera en las escaleras. El camión cargado de enseres está listo para partir destino al destierro. "Nos vamos a Samsum, a unos 150 kilómetros al sur de aquí. Viviré en una tienda. Lo peor es que no podremos regresar a Sirte hasta que no se reparen todos los destrozos. Si todo se arregla, volveré". Sabe Jaled que largo lo fía. Que en un país arrasado por una guerra de ocho meses, Sirte no va a ser la prioridad en la reconstrucción. Y aunque lo fuera, los daños son de tal magnitud que pasará mucho tiempo antes de que todo pueda volver a la normalidad. Por no hablar de la reconciliación, uno de los objetivos declarados de las nuevas autoridades, una misión que se antoja una tarea de titanes.

Hassan al Osta, un economista de Misrata, es de la opinión de Fathi Terbil, el abogado defensor de las víctimas de la más célebre matanza del régimen, la perpetrada en junio de 1996 en la prisión tripolitana de Abu Salim, cuando 1.270 presos, muchos de ellos activistas políticos, fueron acribillados y despedazados con granadas y ametralladoras en los patios de la cárcel. "La violencia de ahora provocará que la gente deteste la revolución", declaró días atrás Terbil, también miembro del Consejo Nacional Transitorio, el organismo rector del alzamiento. "Los saqueos en Sirte son algo inaceptable porque por cosas de este tipo nos levantamos contra Gadafi", corrobora Al Osta.

Y mientras Sirte, Zlitan y Bani Walid, feudos del régimen depuesto, son ahora ciudades despobladas, Misrata vive una celebración permanente, solo teñida por la seriedad que impone la visita al museo de la guerra, un escaparate al aire libre de granadas, tanques, proyectiles de todo calibre... Los desfiles militares, en los que marchan las camionetas con las armas montadas, uno de los símbolos de la rebelión, se suceden un día sí y otro también; los helicópteros sobrevuelan la ciudad con la nueva bandera tricolor (la monárquica verde, negra y roja) colgando de sus tripas; se entregaran diplomas, flores y un Corán a los familiares de cada una de las víctimas rebeldes, cuyos nombres se leen uno a uno; los niños posan para ser inmortalizados con los fusiles de sus padres; los pilotos de guerra que rechazaron obedecer las órdenes del dictador y volaron hacia Malta o lanzaron las bombas sobre el desierto son vitoreados; las ambulancias, los camiones de bomberos, incluso los vehículos de recogida de basuras, son aplaudidos por los misratíes. Y los insurrectos armados bailan dando palmadas y cantando en la base militar, a 10 kilómetros de Sirte, desde la que organizaron el asedio. El estribillo, que rima en árabe, viene a decir: "Quien hiere a Misrata recibirá fuego. Gadafi, espera, espera, en Misrata te pondremos bajo tierra". -