El de la
educación con el ejemplo es un tema al que ya me referí en una ocasión, hace
tiempo, pero me parece oportuno retomarlo y profundizar en algunas
consideraciones. Siempre hemos oído eso de que hay que educar con el ejemplo, y
tomando en cuenta que gran parte de la educación que los hijos adquieren es a
través de la imitación de modelos, es muy lógico asumir eso como dogma, y nos
conformamos con aceptarlo sin analizar ciertas consideraciones al respecto,
tales como: ¿Basta con dar ejemplo? ¿Cómo hay que dar el ejemplo? Y si no se
puede dar ejemplo... ¿No se puede educar? ¿Es necesario el ejemplo? ¿Cuando es
necesario y cuando no?.
Definitivamente,
cuando se puede dar ejemplo, el mismo se constituye en directriz de la
educación, en modelo evidente que sólo requiere algunas adaptaciones a la
realidad de nuestros hijos, que es diferente a la nuestra, por su propio
dinamismo. Pero entendamos que dar ejemplo no consiste en una actitud de
compromiso hacia ellos, o hacia los demás; es decir, no deben hacerse las cosas
“para dar ejemplo”, “para que ellos vean”.
El ejemplo
es algo que emana de nuestra actitud de compromiso con nuestra fe, con nuestros
criterios, con nuestros valores..., con nosotros mismos en definitiva, y que se
proyecta por sí sólo en nuestro entorno familiar y social. Los demás, en
particular los hijos, simplemente lo ven, lo sienten, lo respiran..., lo viven.
Casi no necesita palabras ni explicaciones.
Ello no
significa, que el ejemplo, por sí sólo, sea suficiente para que los hijos se
eduquen. Es necesaria, además, una acción educadora. Tampoco significa que
cualquier acción educadora avalada por el propio ejemplo, vaya a tener un
resultado similar al ejemplo. Si así fuera, todos los hijos de padres
ejemplares serían ejemplares a su vez, y, por otra parte, los padres que no
pueden dar un buen ejemplo, no tendrían posibilidad de educar hijos
ejemplares, y es evidente que ni lo uno
ni lo otro es cierto; muchas veces sucede al contrario.
El ejemplo
debe ser un marco de referencia tan tácito en palabras como obvio en actitudes.
El que los hijos vean el ejemplo de los padres no significa que lo sepan
seguir. En muchos momentos tenderán a apartarse de él, tendrán dudas, se
sentirán desorientados, sin saber cómo se llega a esa referencia. Ahí es donde
es necesaria la acción educadora, pero ésta no consiste en expresiones tan
frecuentes como: “Aprende de mí”, o “Fíjate en mí, en cambio tú...”, o “tienes
que ser como yo”. Eso equivale a enseñarles lo que ellos ya saben: dónde está
la referencia, pero no el camino para llegar a ella.
No nos
olvidemos que los hijos están en proceso de aprendizaje, y si les exigimos
respuestas en base a nosotros mismos, se sentirán como en una competencia en la
que juegan con clara desventaja, con lo que se verán desmotivados, y sentirán
rechazo hacia el modelo educativo y el “rival” (nosotros). Además, con esa
actitud, nos estamos olvidando de investigar las razones por las que el hijo no sigue el ejemplo, y el
resultado probable será el fracaso educativo.
Debemos
estar permanentemente pendientes de su evolución, para detectar esos momentos
de dificultad. La acción educadora debe consistir en: 1) Tratar de entender el
por qué de la dificultad, investigar la causa, y corregirla o evitarla si es
posible. 2) Orientarles; eso significa establecer empatía, ponerse a su propio
nivel para ayudarles a dar el primer paso, pero no decirles simplemente: “el
camino es este”, sino tratar de que ellos mismos lo descubran, hablándoles con
libertad, comprensión y total objetividad de las diferentes opciones, y ellos
inmediatamente descubrirán por sí solos cuál de esas opciones es la que a
nosotros nos lleva por buen camino. Es importante que sientan que son ellos
quienes deciden.
Acerca de la Dra. Mendoza Burgos
Titulaciones en Psiquiatría General y Psicología Médica,
Psiquiatría infantojuvenil, y Terapia de familia, obtenidas en la Universidad
Complutense de Madrid, España.
Mi actividad profesional, desde 1,993, en El Salvador, se ha
enfocado en dos direcciones fundamentales: una es el ejercicio de la profesión
en mi clínica privada; y la segunda es la colaboración con los diferentes
medios de comunicación nacionales, y en ocasiones también internacionales, con
objeto de extender la conciencia de la necesidad de salud mental, y de
apartarla de su tradicional estigma.
Fui la primera Psiquiatra infanto-juvenil y Terapeuta familiar
acreditada en ejercer dichas especialidades en El Salvador.
Ocasionalmente he colaborado también con otras instituciones en
sus programas, entre ellas, Ayúdame a Vivir, Ministerio de Educación, Hospital
Benjamín Bloom, o Universidad de El Salvador. He sido también acreditada por la
embajada de U.S.A. en El Salvador para la atención a su personal. Todo ello me
hizo acreedora en 2007, de un Diploma de reconocimiento especial otorgado por
la Honorable Asamblea Legislativa de El Salvador, por la labor realizada en el
campo de la salud mental. Desde 2008 resido en Florida, Estados Unidos, donde
compatibilizo mi actividad profesional con otras actividades.
La tecnología actual me ha permitido establecer métodos como
video conferencia y teleconferencia, doy consulta a distancia a pacientes en
diferentes partes del mundo, lo cual brinda la comodidad para
mantener su terapia regularmente aunque esté de viaje. De igual manera permite
a aquellos pacientes que viven en ciudades donde los servicios de terapeuta son
demasiado altos acceder a ellos. Todo dentro de un ambiente de absoluta
privacidad.
Trato de
orientar cada vez más mi profesión hacia la prevención, y dentro de ello, a la
asesoría sobre relaciones familiares y dirección y educación de los hijos,
porque después de tantos años de experiencia profesional estoy cada vez más
convencida de que el desenvolvimiento que cada persona tiene a lo largo de su
vida está muy fuertemente condicionado por la educación que recibió y el
ambiente que vivió en su familia de origen, desde que nació, hasta que se hizo
adulto o se independizó, e incluso después.
Estoy
absolutamente convencida del rol fundamental que juega la familia en lo que
cada persona es o va a ser en el futuro.