César Augusto Lasso Monzalve y Luis Alfredo Moreno Chagueza
El sargento de
la Policía César Augusto Lasso Monzalve y el sargento del Ejército Luis Alfredo
Moreno Chagueza, luego de ser liberados por las Farc junto a otros 8 policías y
militares
Si las Farc cumplen su
palabra, con la entrega de estos diez uniformados se cierra un doloroso capítulo
del conflicto colombiano.
Cuando le llegó la hora cero a la
‘Operación Libertad’, llegó también la incertidumbre al aeropuerto Vanguardia
de Villavicencio. Empezando por lo más importante: ni siquiera era claro
cuántos secuestrados recuperarían su
libertad. Gloria Cuartas
decía una cosa, Iván Cepeda decía otra. Los familiares estaban nerviosos,
frustrados un poco por las medidas de seguridad que dictaminaban que, por cada
plagiado, sólo cinco parientes podían estar en la plataforma esperándolos. El
clima tampoco ayudó a sosegar los ánimos, ya de por sí alterados: más de dos
horas se retrasó el operativo por causa del mal tiempo.
Eran las 4:35 de la tarde cuando una joven
delegada del Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR) tomó el micrófono y,
en pocas palabras, dijo todo lo que las diez familias de los uniformados
querían escuchar: en zona rural entre Meta y Guaviare, cuatro militares y
seis policías habían recuperado su libertad. De esta manera llegó el fin de
un doloroso capítulo del conflicto colombiano, ése que se alimentó del
cautiverio y de la dignidad de los plagiados para imponer una nueva dinámica de
guerra. Ése que las Farc, así como lo empezaron a escribir, lo culminaron.
Y así llegaron a Villavicencio los militares Luis Arturo Arcia, Luis Alfonso Beltrán, Róbinson Salcedo y Luis Alfredo Moreno; y los policías César Augusto Lasso, José Libardo Forero, Jorge Trujillo, Jorge Humberto Romero, Carlos José Duarte y Wilson Rojas. Iban cantando “Mi pueblo natal” del grupo Niche, entonando con sentimiento su letra: “Ya vamos llegando, me estoy acercando...”.
Y así llegaron a Villavicencio los militares Luis Arturo Arcia, Luis Alfonso Beltrán, Róbinson Salcedo y Luis Alfredo Moreno; y los policías César Augusto Lasso, José Libardo Forero, Jorge Trujillo, Jorge Humberto Romero, Carlos José Duarte y Wilson Rojas. Iban cantando “Mi pueblo natal” del grupo Niche, entonando con sentimiento su letra: “Ya vamos llegando, me estoy acercando...”.
Estas familias llevaban entre 13 y 14 años
esperando a que las Farc, el Gobierno o la divina providencia les hicieran el
milagro para poder volver a ver a los suyos. Sufrieron, noche tras noche, desesperanzadas al conocer que la orden de
las Farc era matarlos si se intentaba un rescate; sintiéndose desatendidas por
tantos líderes políticos a quienes las palabras ‘intercambio humanitario’ les
producía urticaria; observando con decepción cómo sus hijos se habían
convertido en un vil botín de guerra al que se referían con el despectivo
término de ‘canjeables’.
La espera, sin duda, fue una eternidad. O
al menos eso pensaban hasta este lunes en la mañana cuando, al llegar al aeropuerto
Vanguardia desde Bogotá, entendieron plenamente la expresión ‘de nunca acabar’.
La angustia se apoderó de ellos cuando el cielo, en una muestra de pésimo
humor, se interpuso en el operativo con su lluvia. Desesperados, lo único que
se les ocurrió a los presentes en el aeropuerto fue hacer una cadena de
oración. Hasta que por fin, alrededor de las 10:30 de la mañana, el helicóptero
de la Fuerza Aérea brasileña Cougar 523UE despegó.
Pasarían poco más de seis horas para volver
a saber de la misión y conocer, por boca del CICR, que los plagiados habían
sido entregados por las Farc a Piedad Córdoba y Olga Amparo Sánchez —representando
a Colombianos y Colombianas por la Paz— y a miembros del CICR, tal como la
guerrilla había anunciado el pasado 26 de febrero que lo haría. “Manifestamos
nuestra gran alegría por el éxito de esta operación que permitió en un solo día
la reunión de diez familias que estuvieron esperando por tantos años”,
manifestó Jordi Raich, jefe de la delegación del CICR en Colombia.
Esta larga espera fue la mezcla de toda clase de historias. Como la de Jennifer y Carlos Andrés Duarte, que esperaban a su padre, el intendente de la Policía Carlos José Duarte: Jennifer lo recuerda con claridad, pero Carlos Andrés apenas era un bebé cuando el plagio tuvo lugar. Como la de Virginia Franco, quien se muere de dicha ante la idea de que su hijo Luis Alfonso Beltrán por fin conozca a todos los sobrinos que han nacido en su ausencia. Como la de Luis Arturo Arcia, a quien lo esperan sus parientes de sangre con las mismas ansias que sus parientes adoptivos. Como la de Norma Trujillo, quien repite una y otra vez que espera a su esposo, el sargento José Libardo Forero, con el mismo amor que le tenía hace 13 años.
Esta larga espera fue la mezcla de toda clase de historias. Como la de Jennifer y Carlos Andrés Duarte, que esperaban a su padre, el intendente de la Policía Carlos José Duarte: Jennifer lo recuerda con claridad, pero Carlos Andrés apenas era un bebé cuando el plagio tuvo lugar. Como la de Virginia Franco, quien se muere de dicha ante la idea de que su hijo Luis Alfonso Beltrán por fin conozca a todos los sobrinos que han nacido en su ausencia. Como la de Luis Arturo Arcia, a quien lo esperan sus parientes de sangre con las mismas ansias que sus parientes adoptivos. Como la de Norma Trujillo, quien repite una y otra vez que espera a su esposo, el sargento José Libardo Forero, con el mismo amor que le tenía hace 13 años.
Al aterrizar, como era de esperarse, todo
fue alegría y lágrimas de emoción. El secuestro,
sin embargo, les queda como una cicatriz imborrable en el alma. En sus días
de libertad, mientras acostumbran de nuevo sus cuerpos a dormir en una cama,
recordarán a tantos que, como ellos, fueron confinados en improvisadas
prisiones que más se asemejaban a los campos de concentración nazi, que
soportaron la humillación de castigos tan aberrantes como quedarse sin
papel higiénico, que lavaban los dos trapos con que se vestían en los ríos de
la selva corriendo el riesgo de terminar siendo el almuerzo de una anaconda. Y,
seguramente, agradecerán al dios de sus creencias por haberlos arrebatado lejos
de la manigua.