Tomado de esglobal
Las cinco armas más efectivas contra
la crisis
Por Mario Saavedra
Este
septiembre se cumplen siete años del momento que pasará a la Historia como el
detonante de la peor crisis global desde la Gran Depresión de 1929: la quiebra
de Lehman Brothers. Desde entonces, ¿qué ha cambiado? ¿Cuáles han sido las
armas más efectivas para amortiguar los efectos de la explosión financiera?
¿Qué medidas se han demostrado más ineficaces?
esglobal
inicia esta serie de dos reportajes, analizando primero las cinco recetas más
efectivas en la lucha contra la crisis:
Las frases de Draghi
Al final fueron
sobre todo 22 palabras las que resolvieron la crisis del euro. Ni las
incontables y siempre definitivas cumbres de los líderes europeos para salvar
la moneda común, ni los recortes del déficit, ni los sermones alemanes. Lo que
salvó al euro, y en eso parecen estar de acuerdo la mayor parte de los
analistas, fueron estas palabras del banquero central europeo, Mario Draghi:
“Dentro de nuestro mandato, desde el Banco Central Europeo estamos dispuestos a
hacer todo lo que sea necesario para preservar el euro. Y, créanme, sera
suficiente” (Within our mandate, the ECB is
ready to do whatever it takes to preserve the euro. And believe me, it will be enough).
En el “mundillo económico” ya se habla de ese momento
relevante como “el whataver-it-takes de Draghi”. Prueben a buscar en Google:
salen centenares de miles de resultados analizando la frase lapidaria. O miren,
por ejemplo, algunas de las viñetas que ilustran la acción del ex ejecutivo del
banco Goldman Sachs: el Financial Times le muestra cual Atlas, solo que en vez
de sostener el mundo el italiano aguanta a duras penas una moneda de euro sobre
la que se pelean los líderes europeos. Pobre Draghi…
En realidad lo que hacía el director de la institución de
Fráncfort era despertar y rugirle a los mercados. La moneda única llevaba
sufriendo severos ataques especulativos. Decenas de miles de millones de
dólares de inversores internacionales habían apostado a que Grecia colapsaría,
después España, a continuación Francia y así una salida progresiva de países de
la moneda común.
A esas apuestas, legítimas en su mayoría, los Gobiernos
trataban de luchar con medidas de recortes presupuestarios (gastaremos menos
para pedir menos dinero prestado y poder pagar las facturas), que a su vez
producían mayores contracciones económicas. España, Italia, Grecia, Irlanda y
Portugal eran economías demasiado pequeñas como para poder dar un puñetazo en
la mesa: no tenían la liquidez para hacerlo. Mario Draghi, sí: no en vano,
tiene el poder de crear dinero de la nada. Podía sacar “un bazuca”, como se le
llama en Wall Street: empezar a comprar bonos a los Estados en el mercado
secundario, financiándolos de manera indirecta, a pesar de que ello roza lo
ilegítimo para el banco; o lanzar un programa de compra de bonos a empresas,
inyectándoles un crédito que, por otro lado, no les llegaba. ¿Quién se iba a
atrever a ir contra el “gorila de 150 kilos” que es un banquero central? En
realidad, Draghi se llevó la fama porque era el más fuerte, pero por detrás del
banquero había un paquete de rescate de 700.000 millones de euros puestos por
los países europeos en el fondo conocido como el MEDE.
El MEDE
Formó el tándem perfecto con las palabras de Mario Draghi.
El Mecanismo Europeo de Estabilidad (MEDE) se creó en marzo de 2011 y entró en
vigor un año después. En realidad, formalizaba fondos anteriores (el Fondo y el
Mecanismo de Estabilidad Financiera). Se trata esencialmente de una hucha común
de la que, junto con la del Fondo Monetario Internacional, ha salido el dinero
para los rescates de los países en crisis total como Grecia, Portugal o
Irlanda, o los préstamos para rescatar a la Banca como en España.
En la hucha se metieron 80.000 millones de euros y los
países se comprometieron a meter 620.000 millones más en caso de necesidad. Al
contrario de lo que se cree comúnmente, no es “dinero alemán”. Todos los países
contribuyen en función de su tamaño. Alemania con el 27% del fondo, 21.000
millones, sí, pero España puso un 12%, casi 10.000.
El dinero que salía llevaba consigo condiciones,
esencialmente la de permitir la llegada a los centros económicos nacionales de
los famosos “hombres de negro”, los inspectores de la Troika (Comisión Europea,
Banco Central Europeo y Fondo Monetario Internacional). A cambio de medidas
draconianas, Grecia ha recibido un total de 250.000 millones; Portugal, 80.000
e Irlanda, 68.000, para poder pagar las facturas del Estado. España obtuvo
41.000 millones para prestárselos a su vez a los bancos quebrados.
La duda sobre si el MEDE debería o no estar en una lista
de herramientas exitosas de la crisis se basa sobre todo en las exigencias
impuestas por la Troika. Sus críticos consideran que, al querer imponer ajustes
del déficit fiscal demasiado rápido, se generó un efecto perverso: se asfixiaba
la economía, lo que reducía los ingresos por impuestos y obligaba a endeudarse
más y a aumentar el déficit. Pero que sin la ayuda mutua de los países en forma
de miles de millones de euros en préstamos, Grecia habría quebrado totalmente
como país, eso la habría hecho salir del euro y provocado un efecto
dominó, pocos lo niegan. Así, al menos según la visión de este autor, el MEDE
fue útil y necesario, por más criticable que pudiera ser la actitud dogmática
de los “hombres de negro”.
Los billetes de Bernanke
Ben Bernanke tiene pinta de poca cosa: bajito, calvo, con
barba a lo Santa Claus. Parece un tranquilo profesor. Es precisamente lo que
era hasta que saltó a la primera línea de la batalla americana contra la Gran
Recesión.
Cuando George W. Bush le nombró presidente de la Reserva
Federal en 2005, en la cartera de la FED había tan sólo 700.000 millones de
dólares en bonos del Tesoro. Cuando Bernanke dejó el puesto en enero de este
año, había llegado a tocar los tres billones de dólares, cuatro veces más. El
de la barba blanca, “Helicóptero Bernanke” le llamaban, se había dedicado a
comprar como loco activos a los bancos para que estos pusieran el dinero en
circulación y se reactivara así la economía: mucho dinero es dinero barato y
dinero barato insta a consumir. ¿Funcionó? Sin lugar a dudas.
La tasa de
desempleo del pasado mes de junio en Estados Unidos ha caído hasta el 6,1%,
después de haber sido casi el doble en lo peor de la crisis. Y esa reducción
solo puede haber ocurrido por dos factores: el boom energético que vive el país
o las acciones radicales de la Reserva Federal. En realidad, el precio de la
gasolina y el petróleo se han mantenido elevados, y aunque es cierto que el gas
proveniente del fracking ha revitalizado algunas zonas como Texas,
eso no puede explicar la recuperación del país.
¿El Gobierno? Un rotundo no. Sirvió para poner el freno al
derrumbe, y evitó que la Gran Recesión se convirtiera en una Gran Depresión
gracias a programas de rescate de bancos como el TARP. Pero desde 2010 Estados
Unidos está esencialmente sin gobierno: el Congreso, cuya Cámara de
Representantes ha estado dominada por los republicanos, ha abortado toda
iniciativa económica de Barack Obama: no a la Ley para los Empleos
Estadounidenses, no a los planes de reparación de infraestructuras… El Gobierno
(ejecutivo más legislativo) en el mejor de los casos ha hecho peligrar la
recuperación, con las batallas interminables por la elevación el techo de
gasto, que a punto tumbaron la recuperación en 2011.
La salida de la
Gran Recesión en Estados Unidos, lenta y dolorosa, ha requerido de tres planes
de compras de activos por parte de la Reserva Federal (los llamados quantitative
easing o QE) y la
promesa de tipos cero de interés hasta dentro de mucho tiempo. Entre los
mayores beneficiados, los inversores en los mercados de renta variable. Wall
Street ha tenido abundante dinero para apostar. Por eso el Dow Jones ha
conseguido batir récords en medio de algunos de los peores momentos económicos
del país: lo que es bueno para Wall Street no tiene por qué serlo para Main
Street. Pero el resultado es el mismo: Si 2009 fue el peor año para Estados
Unidos en décadas, con una contracción del Producto Interior Bruto del orden
del 10%, cinco años después puede decirse sin temor a equivocarse que el drama
ha terminado. Cinco años para salir de la peor crisis tras la Gran Depresión no
son nada en términos históricos. Y si no que se lo pregunten al profesor del
MIT, experto en la crisis del 29, Ben Bernanke.
Las cumbres europeas
De las cumbres
europeas extraordinarias durante lo peor del eurodrama nadie
se ha reído más que los analistas de la CNBC estadounidense. La cadena de
televisión favorita de los brókers de Wall Street se mofaba de cómo todas las
reuniones de los líderes europeos parecían ser la definitiva para salvar al
euro.
El espectáculo lo presentaban como dantesco y, en parte,
lo era. Todo parecía ir muy lento, por detrás de la curva de los
acontecimientos. Y, sin embargo, visto a posteriori, los 18 estados de la
eurozona, cada uno con su idiosincrasia y sus problemas domésticos, una mezcla
de una Alemania que ya había hecho los ajustes y se encontraba lozana y unos
PIIGS (Portugal, Italia, Irlanda, Grecia y España) que vivían unos auténticos
dramas socioeconómicos, esa mezcla casi inmanejable ha conseguido grandes
avances en medio de ataques especulativos como nunca antes había visto.
Se ha evitado la bancarrota total de cuatro países de la
unión. Se han lanzado mecanismos de rescate. Se ha creado una Unión Bancaria, o
al menos una hoja de ruta para conseguirla. Pronto se hará que el Banco Central
Europeo regule el sistema bancario común, que además tendrá un fondo común de
rescate, unos test de estrés comunes para detectar fallas en el sistema…
Por el camino han ocurrido cosas terribles: el auge de los
partidos xenófobos en las últimas elecciones europeas, plasmado en la imagen de
eurodiputados euroescépticos dando la espalda al himno de la Unión ha sido un
durísimo efecto político que podría haber dinamitado la comunidad de países
desde dentro de sus instituciones de no ser por el “cordón sanitario” impuesto
por los dos grandes partidos en el Europarlamento.
La Unión y sus líderes en las cumbres, sobre todo, han
mostrado una indiferencia suprema al sufrimiento de las clases más débiles de
la eurozona. No ha habido ni un solo plan digno de rescate a los más
necesitados, ningún plan de emergencia para tratar de amortiguar el impacto de
la crisis en la llamada “generación perdida”. Solo ahora empiezan a lanzarse
planes de empleo juvenil, pero las dotaciones son una parte infinitesimal de
las decenas de miles de millones destinados a rescatar a algunos bancos. Pero
si esto es cierto, también lo es que los paquetes de rescate a los Gobiernos
quebrados han servido para pagar las facturas de bomberos, profesores, médicos,
escuelas y hospitales.
Las flechas de Abe
Si Japón o China estornudan, el mundo se resfría. En los
últimos siete años, la primera preocupación global fue el eventual colapso del
sistema financiero estadounidense, la segunda el posible colapso del euro, la
tercera fue el posible aterrizaje forzoso o frenazo en seco del crecimiento
económico chino, que parece haberse evitado por el momento. ¿Y la cuarta? La
cuarta era un miedo que venía de lejos: la anemia de la tercera economía
global, la japonesa. La mezcla de baja inflación y escaso crecimiento, junto al
mayor endeudamiento público del mundo (más del doble de todo lo producido por
el país en un año) estaban esencialmente gripando uno de los motores globales.
Y entonces llegó Shinzo Abe.
Con mucha fanfarria mediática, como deben hacerse estas
cosas porque parte de los efectos son psicológicos, el primer ministro japonés
anunció que iba a acabar con el monstruo que amenazaba a la economía nipona
gracias a tres flechas: reformas estructurales de la economía, políticas
monetarias expansivas del banco central, y estímulos fiscales. Lo llamaron
Abenomics, la nueva economía de Shinzo Abe. Corría el año 2013.
De nuevo, la parte del león cayó del lado del Banco de
Japón. En poco tiempo duplicó la masa monetaria en circulación en el país.
Dinero abundante para incentivar el consumo. Los tipos de interés se redujeron,
se impuso un objetivo de inflación del 2%. Desde el gobierno se expandió la
inversión pública, se compraron bonos de proyectos de construcción. En
diciembre del año pasado se aprobó un paquete gubernamental de gasto de unos
130.000 millones de euros. Eran las dos primeras flechas.
La tercera ha llegado hace unas semanas, y consiste en un
paquete de reformas que debería afectar a casi todos los sectores de la
economía. Quiere por ejemplo liberar el sector de la sanidad. Y eso significa,
si, también, la entrada de extranjeros. Se van a crear “Zonas Especiales
Estratégicas Nacionales” en las que se va a permitir, por ejemplo, que el
cuidado de los mayores lo lleven a cabo extranjeros, poniendo fin a una de las
mil restricciones a los extranjeros en Japón. Va a reformar el mercado de la
energía, abriendo la puerta a los sectores renovables extranjeros. Abe promete
abrir decenas de sectores a la inversión extranjera. E impulsar el papel de la
mujer en el mercado laboral, hasta ahora bastante marginal. Para ello van a
ampliar las plazas de guardería.
¿Está funcionando? Aún es pronto para saberlo. De momento,
el desempleo está en mínimos históricos. La tan deseada inflación alta en Japón
está en el 3,7%, frente al 0,2% de verano del año pasado. La economía crece a
un ritmo de alrededor del 1,5%, mientras que en 2012 estaba en contracción. Los
riesgos siguen presentes, como la creación de una burbuja, pero, por el
momento, parece que el Abenomics funciona.