Tomado de El País
El primer diálogo entre el Gobierno y la oposición
deja más dudas que esperanzas
La reunión convocada por la Unasur
no respondió a las expectativas que se habían generado para solucionar el
conflicto político del país
Por Ewald Scharfenberg
Para
decirse “unas cuantas verdades”. Portavoces importantes de los dos bandos en
liza –incluido el propio presidente Nicolás Maduro- habían anunciado que acudirían
al diálogo propiciado por Unasur (Unión de Naciones Suramericanas) con solo ese
cometido. Después de la primera sesión de conversaciones, que se
alargó durante seis horas, desde la noche del jueves a la madrugada
del viernes, se puede asegurar que entre el Gobierno y la oposición venezolanas
hubo poco más que eso, un intercambio de visiones en una reunión que no pareció
responder a las expectativas de resolución del conflicto que se habían generado
por la convocatoria.
Este
viernes el presidente Maduro señaló que el debate fue "muy bueno,
excelente", y que con él se ha dado "un paso crucial para la
paz". En un evento público celebrado horas después de la reunión con la
oposición el mandatario pidió "a toda Venezuela el máximo apoyo a los
diálogos".
Unasur y
el Vaticano –representado por el Nuncio Aldo Giordano-, llamados a participar
en el rol de testigos, deberán empeñar sus capacidades diplomáticas para
rescatar un proceso que amenaza con diluirse en un insustancial trueque de
anécdotas.
La
primera jornada de las conversaciones sufrió los efectos de un factor de
distorsión: como se transmitió por la radio y la televisión en cadena nacional,
la mayoría de los oradores pareció hablar para el público antes que a sus
contertulios. Fue el precio a pagar por una transparencia necesaria para, como
aseguró en su exposición inicial Ramón Guillermo Aveledo, secretario ejecutivo
de la opositora Mesa de la Unidad Democrática (MUD), “vencer la desconfianza”.
Jorge
Arreaza, vicepresidente de la República y yerno del fallecido Hugo Chávez, hizo
a veces de maestro de ceremonias. De anfitrión hizo Maduro, reunidos como
estaban los contendientes en el salón Ayacucho del presidencial palacio de
Miraflores, en el centro de Caracas. El mandatario venezolano concibe estas
citas como un debate y nada más, “ni negociación, ni pacto”, ha advertido. Sin
embargo, el arco argumental entre sus dos intervenciones de la noche, una
inicial introductoria al conversatorio y otra de cierre, expresa la degradación
de la voluntad de las partes para el compromiso.
En
la primera, de unos 45 minutos de duración, se mostró en un tono sosegado y
condescendiente. “Estoy dispuesto a debatir todos los temas”, llegó a decir
cerca de las nueve de la noche. Pero a las dos de la madrugada aparecía
enfrascado en la repetición de los puntos de anclaje de la narrativa chavista
para explicar la crisis actual: la guerra económica desatada por la burguesía
contra la revolución, la criminalización en los medios de los llamados
colectivos, la confabulación entre fuerzas externas e internas –que ya se
habrían organizado en una “insurgencia armada”- para derrocarlo, y la necesidad
de castigar a quienes han llamado a las protestas o a la insurrección.
“Hay
tiempo para la justicia y tiempo para el perdón. Este es el tiempo de la
justicia”, dijo. Su afirmación va en contra de una de las exigencias centrales
de la oposición, que desea la liberación de los llamados presos políticos,
incluyendo a los recientemente encarcelados tras la ola de protestas que
comenzó en febrero.
El
único acuerdo que cristalizó fue el de volver a verse las caras el próximo
Martes Santo. Maduro comisionó a tres de sus copartidarios –el canciller Elías
Jaua, el alcalde de Libertador (centro de Caracas), Jorge Rodríguez, y Arreaza-
para servir como enlaces con sus contrapartes durante los preparativos del
próximo encuentro.
Mientras
tanto y aún con la aparente intrascendencia del primer encuentro, el sucesor de
Hugo Chávez puede jactarse de haber ganado puntos claves a lo largo de la
noche. Quizás el más valioso de ellos sea el descrédito en el debate del más
importante rival de Maduro dentro de la jerarquía chavista, Diosdado Cabello. El presidente de la Asamblea
Nacional y ex oficial del ejército –solitario representante militar en la mesa,
un déficit llamativo para la delegación de un Gobierno con marcado signo
castrense- divagó entre sarcasmos y provocaciones en su única intervención.
Lució incómodo, como alguien que participa a regañadientes en un compromiso.
Intervinieron
los diez negociadores de la MUD, y siete de los nueve registrados a nombre del
Gobierno. La primera dama, Cilia Flores, y el diputado por el Partido
Comunista, Yul Jabour, cedieron sus turnos en aras de una concisión que, de
todas maneras, faltó. La única regla metodológica prescrita para la reunión, la
de limitar cada discurso a diez minutos, resultó frecuentemente irrespetada.
En
general, los hechos complacieron los deseos expresos de Maduro, quien había
dicho preferir una agenda abierta para conversar. Los delegados opositores
dieron la impresión de un mayor concierto en sus enfoques y temas. En
particular, sus dos primeros voceros, Aveledo y el diputado por la Causa R,
Andrés Velásquez, concentraron las propuestas específicas de la MUD acerca de
sus cuatro exigencias: libertad para los presos políticos, desarme de los
colectivos armados, conformación de una instancia bipartita para investigar los
hechos violentos de los dos últimos meses, y una remodelación “equilibrada” de
los poderes judicial y electoral. También propusieron que el presidente
recibiera a los estudiantes, líderes de la revuelta callejera, para lo que
Maduro se declaró preparado.
El
próximo diálogo no será televisado; al menos, no en su totalidad. Tal vez esa
nueva dinámica permita plantear fórmulas y generar espacios que no estuvieron
presentes en el primero, un todos contra todos que sembró dudas acerca de su
capacidad para atajar la violencia política que ya se enseñorea en las calles
de Venezuela.
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