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En tanto éste, en una sociedad democrática, procura sumar a los elementos más diversos porque necesita alcanzar la mayoría, aquella reduce a sus seguidores al estrecho ámbito de los incondicionales, prefiriendo la exclusión a la extensión. El motor de la secta es la desconfianza hacia los de afuera. En los nombramientos de sus nuevos colaboradores, Cristina viene prefiriendo a quienes tiene por "seguros", ya militen en La Cámpora, que lidera su hijo, o provengan de su propio feudo, Santa Cruz, y hasta reduciendo drásticamemte el poder de colaboradores a los que ve dudosos, como Aníbal Fernández, quien ni siquiera ha renunciado en homenaje a la dignidad.
La ideología exige, por su parte, la adhesión absoluta a ciertos dogmas que se tienen, sin pruebas, por verdaderos. Lo que caracteriza a los ideólogos es el rechazo de la autocrítica. La fe que bendice a los creyentes es válida únicamente en materia religiosa porque, a la inversa de la ideología, la religión desemboca en la humildad frente al misterio.
El problema principal de la ideología es que, por su carácter negador de toda realidad que se le oponga, se queda sin la fuente inapreciable del aprendizaje. En la arena de las candidaturas presidenciales, acaba de ingresar, por caso, Eduardo Duhalde, cuyo capital es, precisamente, la experiencia, el acoger a los errores cuya función es, como ya advirtió Perón en sus años finales, permitir el ejercicio salvador de la rectificación. Pero a los militantes de una ideología les está prohibido rectificarse porque no ven en la autocrítica un progreso hacia el conocimiento, sino una traición al dogma y a los demás militantes.
Esto explica por qué el kirchnerismo, aun en aquellos casos en que se había equivocado ostensiblemente, como en la crisis del campo, en vez de rectificarse, buscó una y otra vez "doblar la apuesta", hasta convertir de este modo un error subsanable en una obcecación.
Garré y Zannini
La crisis de las ocupaciones ilegales, que se anunció en las cruentas jornadas de Villa Soldati y no ha hecho más que ampliarse desde entonces, pareció por un momento acercar hasta al macrismo y al Gobierno, urgidos como estaban ambos por la magnitud de los acontecimientos. Pudo pensarse, entonces, que tanto Macri como Aníbal Fernández habían cedido a la racionalidad al advertir que, si seguían empeñados en echarse mutuamente las culpas, terminarían perdiendo ambos frente a los revoltosos.
Pero ese "intervalo lúcido" de racionalidad duró lo que un suspiro y, a partir del retroceso de Fernández, la intransigencia sectaria volvió a gravitar en torno de la Presidenta de la mano de su nueva ministra de Seguridad, Nilda Garré. Después de haber completado el vaciamiento de las Fuerzas Armadas que había iniciado Kirchner, Nilda Garré, ya al frente de la policía, dio un paso más en dirección del sectarismo ideológico al prohibir a la policía que se arme en ocasión de las ocupaciones ilegales de calles y edificios, siguiendo el dogma según el cual "no hay que criminalizar las protestas sociales". Esto fue llevar el dogmatismo hasta el extremo porque, bajo la cubierta de las "protestas sociales" se esconden con frecuencia las acechanzas de los violentos.
Esto e invitar a los revoltosos a que hagan blanco en policías y gendarmes desprotegidos viene a ser lo mismo. Cuatro gendarmes heridos y uno que sobrevivió por milagro, gracias a su casco, fue un saldo que permite presagiar nuevos excesos, desde la anunciada ocupación del emblemático Rosedal hasta la invasión de supermercados, más el sacrificio eventual de algún uniformado. Hasta aquí llega, por lo visto, la mezcla explosiva del sectarismo y la ideología encarnados no sólo por la ministra Garré sino también, desde la sombras, por esa eminencia gris que es Carlos Zannini, en el sancta sanctorum de la Presidencia.
Esta última observación permite advertir que la senda que aún no ha escogido la Presidenta, y que podría facilitarle el ascenso a la cima que pretende, podría ser más difícil de lo que aparece a primera vista porque, si ella sigue rodeada por la militancia de su más estrecho entorno, confirmar la aprobación inicial que obtuvo de la ancha franja de los argentinos de clase media que sintieron el impacto positivo del "efecto luto", si bien sería lo más racional con vistas a la cima de la reelección, prevalecer de aquí a 2011 también supondría sortear el círculo de hierro de los dogmáticos y los sectarios que todavía la rodean. En algún momento, Cristina Kirchner tendrá que preguntarse por la sima a la que podría conducirla la opción ideológica en vez de la opción racional. Cuando le llegue a esta pregunta decisiva, ¿cómo responderá?