Tomado
de El País
El
Ejecutivo traslada que no hay margen de recortes porque el riesgo es enorme
La
presión de Europa y el malestar social en España ejercen una pinza
Por
Carlos E. Cué
Estaba previsto que fuera así, pero no tan pronto. Mariano Rajoy llegó al Gobierno consciente de que el riesgo de achicharrarse era enorme.
No suponía un gran problema para él, un tipo “con piel de rinoceronte”, según
sus fieles, un hombre que ganó las elecciones a la tercera y después de 30 años
en política enfila con la presidencia del Gobierno el final de su carrera. Pero
nadie pensó que eso pudiera empezar a pasar antes de los 100 días, que se
cumplieron el viernes.
El
fracaso en las elecciones andaluzas, con
una victoria que sabe a derrota, ha sido un mazazo de tal calibre que al
Gobierno y al PP le está costando mucho recuperarse. Pero esta vez no es solo
una cuestión de poder. Rajoy, y con él todo su equipo, vive obsesionado por
otra cosa: las especulaciones sobre la intervención de España.
En ese contexto, el fracaso en Andalucía y el evidente
malestar social mostrado en las manifestaciones
masivas de la jornada de huelga general preocupan por la imagen
de debilidad interna que da ante Bruselas y los temidos mercados. Rajoy, que de
nuevo se ha refugiado reduciendo al mínimo sus comparecencias estos días, está
atrapado en una especie de pinza, según la describen algunos de sus fieles. Por
un lado, Bruselas y los mercados, que le presionan para que aumente los
recortes. Por otro, el malestar social en España. El PP sí esperaba que la
izquierda se movilizara enseguida. Pero lo que les ha descolocado es que sea
una parte de su propio electorado quien demuestre ya su enfado dándoles la
espalda en Andalucía, donde han perdido 430.000 votos desde las generales, en
solo cuatro meses.
El fracaso en Andalucía ha supuesto un mazazo para el PP
La subida de la prima de riesgo, las dudas sobre España
expresadas por varios dirigentes europeos de alto nivel y las informaciones de
varios medios internacionales alertando de los problemas españoles tienen al
Gobierno sobresaltado. Se ha llegado con la lengua fuera a los 100 días, el
momento en que, en condiciones normales, un Gobierno empieza a asentarse.
El último golpe ha sido la exigencia del BCE para que los
Presupuestos se tramiten “con
legislación de emergencia” y así se puedan aplicar ya los
recortes. A los europeos nunca les gustó que Rajoy retrasara los Presupuestos
hasta después de las andaluzas. Siempre creyeron que España estaba perdiendo
demasiado tiempo antes de empezar a recortar.
El Gobierno está convencido de que con Bruselas se puede
recuperar el crédito. La reforma
laboral y los Presupuestos, los más duros de la democracia, señalan, son un mensaje clarísimo. Y el
apoyo que ayer recibieron del todopoderoso ministro de Economía alemán,
Wolfgang Schäuble, supuso un gran alivio.
Más preocupan los mercados, con los que no hay
negociación posible. Rajoy, como Zapatero, vive así pendiente de la prima de
riesgo y de los recurrentes tambores de intervención, un riesgo que nadie ve
aún como real.
Rajoy, de nuevo, ha reducido al máximo sus comparecencias
Convencer a la vez a Bruselas y a los españoles es muy
difícil. Por eso en el Ejecutivo, tras el golpe de las andaluzas, se ha
instalado un debate de fondo: ¿Hay que contarle a los ciudadanos realmente cómo
están las cosas? ¿Hay que hablar del riesgo de intervención? ¿Conviene explicar
que la presión de Bruselas es de tal calibre que no hay margen para hacer otra
cosa? De momento, el viernes ya se endureció el tono al presentar los
Presupuestos —Soraya
Sáenz de Santamaría y Cristóbal
Montoro hablaron de “situación límite” y “crítica”—. Pero aún no
se ha llegado a pronunciar la palabra tabú, “intervención”, porque creen que
generaría una psicosis que podría ser muy perjudicial en los mercados.
Algunos miembros del Ejecutivo, cada vez más preocupados,
no dejan de darle vueltas a la idea de que tienen un problema de comunicación
—es lo primero a lo que se apela siempre en política cuando las cosas no van
bien— y quieren encontrar la manera de que los ciudadanos entiendan realmente
la gravedad de la situación. Algunos creen que el presidente debe salir más a
explicar los recortes. De momento, el PP ya se ha puesto en marcha para
intentar ayudar y, ayer, Dolores de Cospedal
organizó una reunión interna para defender los Presupuestos, que
calificó como “un acto de responsabilidad, valiente”.
“Yo
no sé si lo explicamos bien o mal, pero no nos engañemos, estamos aguantando
gracias a la respiración asistida de la barra libre de liquidez del Banco
Central Europeo. Si no fuera por eso, esto revienta. No tenemos margen para
nada, mucho menos para echarnos atrás y matizar la reforma laboral, por
ejemplo. Y eso lo saben los sindicatos, lo sabe el PSOE y lo sabe todo el mundo
que tiene alguna responsabilidad”, señala un miembro del Ejecutivo.
Rajoy ha entrado ya en la fase similar a la de Zapatero
en que la solo repetía una y otra vez un mensaje: mi único objetivo es salvar a
España de la intervención. Claro que el presidente actual lo ha hecho antes de
cumplir 100 días en el cargo y él, al contrario que su antecesor socialista, no
lo dice abiertamente en público. Hay otra diferencia abismal: Rajoy tiene una
mayoría absoluta recién lograda, un poder enorme en las autonomías, un crédito
político y una legitimidad muy amplia para llevar a cabo reformas y tres años y
medio hasta las próximas elecciones generales.
La liquidez que llega de Europa es la excusa que todos
ponen para justificar la necesidad de obedecer. Angela Merkel, en la reunión
clave en Berlín con Rajoy del 26 de enero, le garantizó que esa liquidez se
mantendría. Ella tiene la llave política para presionar al BCE. A cambio, Rajoy
le ofreció acelerar la aprobación de una durísima reforma laboral. Ya entonces
temía que podía costarle una huelga general. Pero nunca pensó que además le
costaría el poder en Andalucía. Los intentos de Javier Arenas y sus fieles en
el Gobierno —Fátima Báñez y Montoro— por suavizar esa reforma fueron en vano.
Europa presionó muchísimo, y Luis de Guindos, el negociador con Bruselas, ganó
al menos parcialmente esa batalla. Pero el coste político ha sido muy alto.
“¿Hay que contar cómo están las cosas realmente?”, debate
el Ejecutivo
Algunos miembros del gabinete admiten que el desgaste es
real, pero aseguran que es asumible, de momento. Recuerdan que Aznar también
tuvo desgaste al llegar al Gobierno en 1996. Si la economía se recupera, se
crea empleo y el PP puede incluso bajar impuestos a final de legislatura, como
ha prometido, el desgaste se habrá olvidado, señalan en ese flanco del
Gobierno.
Un integrante del Ejecutivo, preocupado tras el fracaso
en las andaluzas, admite que se llega a los 100 días con un deterioro
importante, pero trata de mirar más allá y pensar a dos años vista: “Si hay
intervención, evidentemente, nosotros estamos muertos. Pero eso es lo de menos.
Una generación entera de españoles se iría al garete, y ahí ya da igual las
huelgas que puedas hacer. Te bajan pensiones, recortan el desempleo, obligan a
despedir a empleados públicos en masa, a subir más impuestos... Se tarda 10 o
15 años en salir de una cosa así, basta ver lo que está pasando en Grecia o
Portugal. Te viene la troika y no se conforma con nada”.
Convencer a la vez a los españoles y a Bruselas es muy
difícil
La Moncloa, en una actitud muy política, sigue intentando
aguantar frente a esa presión europea y está evitando de momento algunas
cuestiones muy sensibles que sin duda supondrían riesgo real de fractura
definitiva con su electorado. Como recordaron Santamaría y Montoro al presentar
los Presupuestos, no se toca de momento el seguro de desempleo, ni las
pensiones, ni se baja el sueldo de los funcionarios, ni se sube el IVA. Detrás
de cada una de esas enormes partidas hay decisiones políticas de resistencia a
la presión de Europa.
Pero nadie sabe cuánto podrán aguantar.
Los técnicos de Bruselas se han convertido en el
epicentro de todas las críticas. Desde el Ejecutivo se les ve como dirigentes
alejados de la política, de la opinión pública, que tienen sus modelos
económicos y sus planteamientos muy ideologizados y no atienden a la realidad.
Por eso, algunos miembros del Ejecutivo, aun admitiendo que una huelga general
no es buena para ningún Gobierno, creen que al menos puede servir para
mentalizar a esos técnicos de Bruselas. “Ellos dicen que no estamos haciendo
casi nada. Bueno, creo que les habrá llegado el mensaje de que a nadie le hacen
una huelga general por no hacer nada”, sentencia un dirigente.
“Estamos aguantando gracias a la barra libre del BCE”,
dice un ministro
El Ejecutivo, en cualquier caso, está muy sorprendido por
la velocidad de su desgaste. Sobre todo porque insisten, con datos objetivos,
en que nadie les puede acusar de no haber tomado decisiones desde el primer
minuto.
El Ejecutivo cree que impulso político no le ha faltado
y, además, ha contado no solo con su mayoría absoluta sino con el apoyo de CiU
y otros para muchas normas, en especial la reforma laboral. Por eso preocupa
tanto la deriva
soberanista de los nacionalistas catalanes.
Sin embargo, las medidas impopulares y la situación
económica, en la que el propio Gobierno admite que este año se rozarán los seis
millones de parados, parece haber podido más que cualquier intento del
Ejecutivo por conservar ese impulso enorme que le dio su espectacular resultado
electoral.
“Mi único objetivo es salvar España”, repite el líder
como hacía Zapatero
Aunque algunos también admiten que el propio funcionamiento
del Gobierno, con una importante descoordinación en ocasiones, ha facilitado
ese desgaste. La batalla evidente entre Guindos y Montoro, la presencia de
algunos ministros que tienen tanta trayectoria que van por libre, como el de
Exteriores, Juan
Manuel García Margallo, o el de Interior, Jorge Fernández
Díaz —muy criticado en la derecha por hablar de la “dimensión política” del
problema de ETA— y las dos
estrellas de las grandes polémicas mediáticas, José
Ignacio Wert (Educación) y sobre todo Alberto Ruiz-Gallardón (Justicia), en una
desconocida faceta de protagonista de la contrarreforma conservadora, forman un
cóctel de un Ejecutivo con varios frentes abiertos.
A pesar de todo, el Gobierno sigue contando con una
comodísima mayoría absoluta y una gran ventaja política: el PSOE, pese a la
alegría que se ha llevado en Andalucía, sigue bajo mínimos en las encuestas,
apenas tiene poder y no es rival real después de haber sufrido el mayor
batacazo de su historia hace solo cuatro meses.
La Semana Santa servirá para refrescar ideas, pero en el
PP y el Ejecutivo la presión para retomar el pulso es cada vez más fuerte.
“Empiezan las curvas de verdad, y ahora vienen los recortes autonómicos, en
sanidad y educación. Las autonomías están dispuestas a todo, copagos incluidos,
están muy ahogadas, y habrá que frenarlas desde el Gobierno”, sentencia otro
responsable.
Los 100 primeros días han sido cortos, intensos, y
durísimos para La Moncloa y aún más para la economía y los ciudadanos afectados
por los recortes y el paro. Los próximos 100 no parecen mucho mejores. Rajoy,
como antes Zapatero, se la juega a una carta: ganarle a la crisis.