Tomado de El País
Una familia
de inmigrantes latinoamericanos espera el avión para regresar a su país en el
aeropuerto de Barajas, en Madrid. / Bernardo Pérez
La diáspora daña la economía
El año
pasado, 126.227 extranjeros dejaron el país
Por Miguel Angel García Vega
Los
extranjeros abandonan España. La intensidad de la diáspora varía según las fuentes,
pero el movimiento surge incontestable. El año pasado, 126.227 extranjeros
dejaron el país. Son los números del Instituto Nacional de Estadística (INE)
publicados hace escasos días. El dato es la evidencia de que España está
perdiendo el principal activo de cualquier nación: las personas.
Esta salida
solo deja problemas. Apenas reduce la tasa de paro, golpea al consumo en
segmentos valiosos, complica la financiación de las pensiones, envejece más la
población, debilita el anémico mercado inmobiliario y no rebaja el gasto en
salud. Por el contrario, nos priva de una generación de jóvenes y emprendedores
en gran cuantía educados con fondos públicos.
El problema
para analizar los retornos es que no existen estadísticas precisas. Joaquín
Recaño, investigador del Centro de Estudios Demográficos de la Universidad
Autónoma de Barcelona, trabaja con las suyas propias. Y parte de un hecho
inquietante. Solo sabemos adónde va el 24,5% de los emigrantes. Conocemos —a
partir de su información— que el 26,7% de los ecuatorianos que salieron de
España en 2011 volvieron a su país de origen, frente al 13,6% de los rumanos y
el 9,7% de marroquíes. Estas nacionalidades son una buena muestra, ya que
representan las tres colonias más numerosas en España. Otra certidumbre es que
un 32% de los latinoamericanos que retornan tienen la nacionalidad española.
Esto es, hay una fuerte salida de este colectivo.
El
movimiento es tan complejo que quizá haya que recurrir a los grandes números,
como los de Comisiones Obreras (CC OO), para tener una idea precisa de la
situación. El sindicato estima que entre 2009 y septiembre de 2012 se marcharon
1.574.722 extranjeros. Pero la demografía se ha percatado de algo insólito.
Esta diáspora tendría que haber supuesto un alivio para el paro. Pero, contra
todo pronóstico, este movimiento de salida lo ha compensado otro en sentido
contrario y de una magnitud (1.548.855 personas) similar. Esta paradoja
responde a “un descontrol de los flujos migratorios”, observa Carlos Martín,
economista de CC OO. “Habría que intentar, al menos en esta etapa de recesión,
que no siguieran llegando trabajadores, porque eso repercute en los propios
inmigrantes, ya que ocupan el escalafón laboral más bajo, que es donde existe
mayor presión”.
Ahora bien,
con un mercado de trabajo casi cerrado —salvo para los temporeros agrícolas—,
¿cómo se explica este movimiento? Carmen González, investigadora principal del
Real Instituto Elcano, cree “que la mayor parte de las entradas corresponde a
reagrupaciones familiares”. Es una sospecha. Porque no se publican los datos de
los permisos concedidos por este motivo. Evidentemente, este movimiento
migratorio bloquea el regreso. ¿Pero de quién? ¿Y de cuántos?
Los
demógrafos se quejan de que las cifras sobre el retorno son opacas. Por eso,
otros analistas, como Amparo González, investigadora del CSIC, también recurren
a sus propios números. La fotografía que obtiene confirma el intenso abandono.
Entre 2007 y 2011, unos 600.000 latinoamericanos partieron de España. Y de
nuevo surge una sorpresa. Quienes más retornan en términos relativos (en
valores absolutos son los ecuatorianos, al ser la comunidad más numerosa) son
brasileños (casi 14 bajas por cada 100 empadronados), chilenos (10) y
argentinos (10). Los que menos, ecuatorianos y cubanos.
¿Y por qué
se quedan en un país de seis millones de parados? La respuesta es sencilla.
Pese a la situación económica, las prestaciones sociales (educación o sanidad)
son mejores que en sus países de origen.
La lástima
es que debido al desorden demográfico sea imposible aprovechar esa corriente de
retorno espontánea —que “afecta más a los hombres que a las mujeres”, asegura
Joaquín Arango, catedrático de Sociología de la Universidad Complutense de
Madrid y expresidente del CIS— para establecer lazos comerciales con quienes
vuelven. “Se pierden oportunidades de negocio y también capital humano, que en
muchos casos se ha formado con dinero público”, reflexiona Amparo González.
Por si fuera
poco, la marcha de extranjeros no está sirviendo para aliviar la tensión sobre
el desempleo. De hecho, “si lo hiciera, sería de forma limitada, y habría que
esperar a ver su efecto real sobre la Encuesta de Población Activa (EPA)”,
apunta Joaquín Recaño, del Centro de Estudios Demográficos. Además, está
generando un grave problema añadido. “En el inicio de los flujos migratorios,
quienes primero se marchan son los mejores [en términos laborales]”, reconoce
González, del CSIC. O sea, “aquellos que tienen más formación y espíritu
emprendedor, que, precisamente, corresponde con los jóvenes”.
Así que la
visión que surge tras levantarse la niebla nos deja una población española más
envejecida, que pierde talento propio y ajeno y que no rebaja su presión sobre
el paro. Sin embargo, el desempleo no es la única derivada económica. Esta
diáspora tiene una “repercusión directa en la bajada de la natalidad, en la
caída de la formación de hogares y en el descenso del consumo, pues este grupo
de población se había adaptado al modelo económico de España y eran, por
ejemplo, motores de ciertos hábitos low cost y de las compras en centros
comerciales”, describe Sara Baliña, economista de Analistas Financieros Internacionales
(AFI). Esa misma pérdida también la siente Francisco Puertas, socio de
Accenture. Este profesional advierte de su repercusión en la caja del Estado,
ya que se “ingresa menos a través de impuestos directos e indirectos”. Y
remata: “Es un dinero importante que no volverá a España”.
La salida de
tanta gente no alivia las arcas públicas, como algunas voces pregonan. Según el
estudio Inmigración y Estado de bienestar en España, de La Caixa, menos del 1%
de los perceptores de pensiones son foráneos y apenas absorben el 5% del gasto
sanitario. Más revelador sería recabar el de los 278.480 europeos de más de 65
años que se trasladan a vivir a España. Hace cuatro años eran solo 194.839.
Estas nuevas
corrientes demográficas iluminan la magnitud del cambio social que vivimos. Lo
que ignorábamos era que, por ejemplo, los latinoamericanos al nacionalizarse no
reducen su propensión a abandonar España. Al contrario. Esto es trascendente
porque supone el nacimiento de una nueva población española. La más móvil de la
historia.