sábado, 25 de agosto de 2012

Trabajadores de Long Island defienden puestos de trabajo apoyando a Bishop


Tomado de Impre.com

Sindicato de trabajadores (CWA) de comunicaciones lanzan campaña a favor de Bishop

Por LACUS News Agency

El sindicato de los trabajadores de las comunicaciones, conocido por sus siglas en inglés como CWA, inició una campaña de radio con el fin de apoyar la candidatura del Congresista Tim Bishop del este de Long Island. El sindicato apoya específicamente la pieza de legislación introducida por el congresista demócrata la cual pide poner fin a los beneficios fiscales (tax breaks) para las compañías que envían al extranjero sus oficinas de atención al cliento conocidas en el caló comercial como call centres.
El anuncio cuya duración es de 60 segundos comienza cuando un trabajador de un call center levanta el teléfono y el narrador de la cuña dice: "Los grandes bancos y corporaciones que han sido rescatados por los contribuyentes de impuestos están enviando nuestros trabajos al extranjero. El Congresista Bishop está furioso al igual que nosotros".
El sindicato anunció que la compra inicial asciende a $100,000 de los cuales un poco más del 25% esta destinado al primer distrito de congreso de Nueva York. Las otras regiones donde han comprado espacios publicitarios son en los estados de Nuevo México, Ohio y Wisconsin.
El pasado mes de diciembre, el congresista Bishop y 3 de sus colegas introdujeron una pieza de legislación conocida como "Call Center Worker and Consumer Protection Act" (H.R. 3596), la cual que requiere un listado público de las compañías que exportan sus trabajos de centros de llamadas así como imposibilita que esas compañías reciban becas federales o préstamos. El texto de la legislación también pide que los trabajadores extranjeros al contestar el teléfono en los centros de llamada a den a conocer su ubicación. La medida también otorga a la persona el derecho de pedir que su llamada sea redireccionada a un centro de llamadas en Estados Unidos.
Los personeros del CWA estiman que Estados Unidos ha perdido más de 500,000 trabajos en los últimos 5 años los cuales han ido a parar a manos de compañías extranjeras. Ellos opinan que la pérdida de esos empleos hace la recuperación económica del país más lenta.
El tema de los "call centres" tiene una importancia especial en la elección del distrito 1 de Nueva York ya que el oponente republicano, Andy Altschuler, ha hecho su fortuna precisamente por la exportación de ese tipo de trabajos con su compañía OfficeTiger la cual empleaba un sin número de trabajadores en el sureste asiático.

Viernes de pánico en Nueva York


Tomado de The Huffintgton Post
Un diseñador de ropa femenina despedido mató a tiros a un ex compañero de trabajo frente al edificio Empire State, lo que desató un caótico enfrentamiento con la policía el viernes ante uno de los iconos arquitectónicos más famosos del mundo.
Los agentes mataron al sospechoso y al menos otras nueve personas resultaron heridas, algunas posiblemente por balas de la policía, indicaron autoridades municipales. Los proyectiles sólo rozaron a algunos de los heridos y alcanzaron directamente a otros, pero se espera que todos se recuperen del tiroteo en la Quinta Avenida alrededor de las 9 de la mañana, agregaron.
Dos agentes que facilitaron información solicitaron el anonimato debido a que no estaban autorizados a hacer declaraciones sobre el incidente. Dijeron que el agresor armado había trabajado en una tienda dentro del famoso edificio.
Numerosos turistas y demás personas que se dirigían a sus trabajos se aglomeraron a lo largo de la calle 34, la cual fue cerrada por la policía. Helicópteros policiales sobrevolaban la zona y numerosos agentes llegaron al lugar donde ocurrió el crimen.
Las autoridades identificaron al agresor como Jefrey Johnson, de 58 años, quien era diseñador de accesorios para mujer. Tras matar a su compañero de trabajo, Johnson se enfrentó a tiros con la policía.
El alcalde Michael Bloomberg señaló que algunas de las víctimas quizá fueron alcanzadas por los disparos de los agentes. El atacante había sido despedido hace un año.
Rebecca Fox, de 27 años y residente del distrito de Queens, dijo que vio gente que corría por la calle y al principio pensó que se trataba de que querían ver a alguna celebridad. Sin embargo, después vio a una mujer que había recibido un disparo en un pie y a un hombre muerto tenido en el suelo.
Haga click aquí para ver el Video publicado por Infoabe.com cuando el asesino fue muerto por la policía

"Yo estaba asustada, conmocionada y literalmente temblaba", señaló Fox. Dijo que le pareció que la policía acudió al lugar en segundos. "Parecía una escena del programa televisivo CSI, pero todo era real", agregó.
El civil Hassam Cissa, de 22 años y quien vive en el distrito del Bronx, dijo haber visto dos cadáveres en el suelo y a la policía que colocaba una tela blanca sobre la herida que tenía un hombre en el estómago.
Como la balacera ocurrió cerca de una de las principales atracciones turísticas de la ciudad no se hicieron esperar los temores de que se hubiera tratado de un acto de terrorismo, pero las autoridades federales explicaron que no había sido el caso.
Un guardia señaló que los hechos fueron muy ajenos al rascacielos, que es visitado por numerosos turistas.
El incidente ocurrió menos de dos semanas después de que un individuo que blandía un cuchillo fue muerto por la policía cerca de otra zona llena de turistas en la ciudad. Las autoridades dijeron que Darrius Kennedy, de 51 años, fue aniquilado el 12 de agosto porque amenazó a los agentes con un cuchillo de cocina.
Kennedy estaba fumando marihuana en Times Square un sábado en la tarde cuando llegaron los agentes, en una situación que se extendió siete cuadras aglomeradas de gente.
En 1997, un individuo armado abrió fuego en la plataforma del mirador ubicado en el 86mo piso del Empire State, lo que dejó de un turista muerto y seis heridos. Después el hombre se disparó a sí mismo.

A qué edad y qué tipo de teléfono celular deberían tener nuestros hijos?


Tomado de The Wall Street Journal


Sue Swanson, una pediatra en Seattle, Washington, sabe que un bebé de nueve meses puede realizar algunas acciones básicas de imitación. Se podrían esperar sonrisas, parpadeos y algunas otras expresiones faciales y gestos. Sin embargo, ¿saben qué está viendo mucho?

“Pregunto a los padres si su hijo finge hablar por teléfono”, dijo Swanson. “Casi todos lo hacen”.

Bien, los bebés de nueve meses pueden ser un poco chicos, pero si se es padre, en algún momento se tendrá que lidiar con la cuestión de darle un teléfono celular al hijo.

A diferencia de las películas para mayores de 17 años o el permiso para conducir, no hay reglas claras que dicten cuándo puede o debería un niño tener un teléfono móvil.

“Como cualquier problema en la crianza de los hijos, todos tienen una opinión”, señaló Swanson, quien escribe un blog sobre crianza y salud para el Hospital Infantil de Seattle.

Sin embargo, Swanson sugirió que se está desarrollando cierto consenso en cuanto a que el rango de edad entre 11 y 13 años es un momento aceptable para equipar a los hijos con un teléfono. Esto se alinea con lo que están haciendo muchas familias: una encuesta de opinión de 2009 mostró que la mayoría de los niños que tienen teléfono celular lo recibieron para cuando cumplieron los 13 años.

¿Qué tipo de teléfono se debería obtener, y qué se le puede hacer al aparato de su hijo para ayudarlo a administrar su uso?

Para empezar, parecería bastante ridículo equipar al hijo de 11 o 12 años con un teléfono inteligente con todas las de la ley. Su miríada de capacidades, combinadas con el – llamémoslo por su nombre – terrible juicio de un niño es una receta para padecer dolores de cabeza, en el mejor de los casos.

Hay algunos proveedores especializados en teléfonos para niños, como Kajeet, que prometen fáciles controles familiares. Sin embargo, los principales operadores inalámbricos también ofrecen aparatos y servicios que básicamente hacen lo mismo. Algo que se querrá considerar es darle a su hijo un teléfono prepagado, lo cual se puede hacer por medio de los grandes operadores o las compañías sólo de prepago, como Virgin Mobile y Metro PCS.

Dados los precios bajos, muchos auriculares de los prepagados tienen capacidades limitadas, y con un plan prepagado de voz y datos existe un límite integrado a cuánto puede su hijo usar el aparato. ¿Quién sabe? Quizá hasta aprendan el valor de saber presupuestar.

No importa qué tipo de aparato le compre a su hijo, debería familiarizarse también con los diversos controles parentales que ofrecen los operadores. Cada uno de éstos tiene una combinación diferente de características y servicio, pero, en términos generales, todos tratan de hacer unas cuantas cosas iguales: restringir el acceso a aplicaciones y sitios inapropiados, limitar el uso y ofrecer servicios de rastreo de la ubicación. Espere pagar alrededor de cinco dólares extras al mes para usar estos servicios.

Si su hijo tiene un teléfono inteligente, existen controles que también puede activar en el lado de la ecuación correspondiente al aparato. Los padres de los jóvenes usuarios del iPhone deberían chequear el menú de restricciones en Configuración (ir a Configuración, luego a General, luego a Restricciones). Después de crear una contraseña (para que Samuelito no pueda deshacer la obra), podrá controlar el acceso a aplicaciones individuales, controlar las compras que se hagan en internet y deshabilitar los servicios de ubicación para cualquiera de las aplicaciones o todas.

Los aparatos con Android no tienen controles parentales integrados, pero eso se arregla fácil. Las aplicaciones gratuitas como los Controles Parentales Android y las de compañías de seguridad en internet, como Norton y Kaspersky, agregan filtros y herramientas para bloquear, a fin de que usted pueda limitar lo que su joven usuario de un móvil encuentre con su aparato.

Bien, puede conseguir justo el aparato adecuado, configurarlo bien, y habilitar todos los servicios y controles correctos, pero usted sabe que eso no será suficiente, ¿cierto? La verdad es que ninguna cantidad de configuraciones y preferencias puede remplazar a la crianza y la práctica de buenos hábitos.

“No se retire una vez que todo esté listo”, aconsejó Swanson. Y no permita que su falta de interés en la tecnología o lo que sepa de ella genere un espacio abierto para que lo explore su hijo.

“Usted necesita entender la tecnología tanto como su hijo, si no es que más”, aconsejó Swanson. “Es como aprender un idioma nuevo; y recuerde que los chicos aprenden idiomas nuevos con mayor rapidez que los adultos”.

Es posible que usted quiera establecer sus propias reglas para el uso – algunas que no se rijan por un panel de preferencias. Algo que hay que considerar es una hora límite para usar el teléfono celular o el inteligente. Agregue a eso la prohibición de cualquier tiempo en pantalla – teléfono inteligente, computadora o tableta – antes de acostarse.

“Sabemos que ver una pantalla antes de acostarse inhibe un patrón saludable de sueño”, dijo Swanson. “Y también sabemos que dormir bien por la noche está directamente relacionado con los periodos de atención y desempeño en el salón de clases, así es que ahí se presenta una continuidad en la cual usted puede tener una función”.

Mantener las pantallas lejos de los niños también significa tener cosas como los teléfonos móviles fuera de sus recámaras por la noche. Conserve el cargador en la cocina y no en el cuarto de su hijo.

“Si usted cree que no debería haber una televisión en la habitación de un niño o de una niña, y muchos padres están de acuerdo con eso, entonces, tampoco debería haber un teléfono celular”, dijo Swanson.

Si usted piensa en cuán adictos se vuelven los adultos cuando se trata de los teléfonos, considere qué tanto más poderoso puede ser ese impulso en un niño o un adolescente. Estudios neurológicos han mostrado que el cerebro de los niños y los adolescentes no se ha desarrollado lo suficiente como para siempre ejercer el autocontrol.

Como con otros aparatos electrónicos, el objetivo aquí es desarrollar un sentido del equilibrio y la moderación.

“Queremos que nuestros hijos tengan estas ricas experiencias en la tierra”, dijo Swanson. “Y parte de eso proviene de la tecnología asombrosa a la que tenemos acceso, y parte de eso se debe a que también la apagamos”.


Vivimos en un mundo de mentirosos: políticos encabezan listado superados por Banqueros


Tomado de Foreign Policy Español

¿De verdad los políticos son menos sinceros que las demás personas?
Por Dan Arely
¿Existe alguna profesión que despierte tanta antipatía y desconfianza como la de político? Según los últimos sondeos de Gallup, solo el 7% de los encuestados en Estados Unidos ponen una nota “alta” o “muy alta” a los cargos electos en cuestión de sinceridad y criterios éticos. Más o menos el mismo resultado que un sector que siempre ha sido un parangón de falsedad, el de los vendedores de coches, y un escalón por debajo de los vendedores por teléfono. ¿Y los individuos que se inventaron los seguros de impago de deuda y convirtieron nuestros préstamos hipotecarios en títulos avalados por esas hipotecas (ya saben, los amables banqueros de Lehman Brothers y otros)? Tienen una puntuación casi cuatro veces mejor en materia de confianza.
Reconozcamos que no es que los políticos no se hayan ganado a pulso esa reputación, desde Richard Nixon (“No soy un criminal”), pasando por George H.W. Bush (“Fíjense en lo que digo: no subiré los impuestos”), hasta Bill Clinton (“No mantuve relaciones sexuales con esa mujer”). No es de extrañar, pues, que, en un año electoral en el que los dos candidatos que optan a la Casa Blanca son hombres bastante limpios, aun así, corran rumores de cuentas bancarias ocultas en paraísos fiscales y certificados de nacimiento falsos. Y en una campaña multimillonaria en la que ambas partes derrochan en anuncios que acusan al adversario de ser deshonesto y mentir, no puede asombrar que tengamos tendencia a pensar que los políticos electos son inventores profesionales.
Sin embargo, en una serie de estudios que llevamos a cabo mis colegas y yo, descubrimos que la gente de Wall Street tenía más del doble de probabilidades de mentir que la de Capitol Hill (la sede del Congreso estadounidense). Pero, incluso después de la crisis financiera, se les consiente. ¿Por qué? ¿Estamos acusando a quienes no debemos?
Seamos sinceros. Todos mentimos. Adornamos nuestros logros para impresionar a otros y suavizamos nuestros insultos para no ofenderles. Decimos a nuestras maridos y mujeres que han adelgazado, decimos “lo siento” cuando no lo sentimos, y aseguramos que reciclamos sin cesar. Y también mentimos a desconocidos, a menudo sin darnos cuenta. El psicólogo de la Universidad de Massachusetts Richard Feldman descubrió que dos desconocidos que se veían por primera vez tenían muchas más posibilidades de las que pensaban de mentirse uno a otro. Después de observar los vídeos de sus conversaciones con extraños, el 60% de los participantes en el estudio reconocieron que habían contado dos o tres mentiras en los 10 primeros minutos. Imaginemos que hace un político profesional en campaña, cuando puede saludar a miles de desconocidos cada día.
En los experimentos que he realizado desde hace varios años, en general me he encontrado con que muy pocas personas aprovechan del todo la capacidad de mentir; lo que más hacemos es retocar la verdad. No somos horribles ni inmorales, pero casi todos queremos salir ganando con el engaño. Estamos programados para ser competitivos, y, en experimentos que crean unas condiciones en las que se supone que los demás van a adornar los hechos, la gente miente más.
La culpa es sobre todo de la racionalización. Las fuerzas que contribuyen a racionalizar la mentira (con argumentos como que nuestros colegas lo hacen, que las personas a las que estamos engañando son corruptas, que lo estamos haciendo por una buena causa) elevan el grado de deshonestidad que somos capaces de asumir. Pero las fuerzas que dificultan esa racionalización (el recordatorio de nuestras obligaciones morales, ser conscientes de las consecuencias de nuestros actos, etcétera) tienen el efecto contrario y disminuyen nuestra capacidad de mentir. Es curioso que el miedo a que nos descubran casi no interviene.
En otras palabras, mucha gente miente, por lo menos un poco. ¿Por qué creemos que nuestros políticos van a ser diferentes?
Los políticos, por definición, ocupan posiciones de poder. Les eligen para representar a grandes grupos de personas y tomar decisiones importantes que afectan a todos esos electores. Lo malo del poder es que sus efectos negativos se notan de inmediato. Cuando se coloca a alguien en una posición de poder, enseguida se hace con el puesto y, de forma intencionada o no, empieza a abusar de él. En un estudio de 2010 que examinaba la hipocresía moral de los poderosos, unos investigadores de las universidades Tilburg y Northwestern descubrieron que, cuando se coloca a una persona en una posición de poder, o solo con que se le convenza de que tiene poder, miente más y considera que sus transgresiones no son tan malas, mientras que, al mismo tiempo, tiende a exigir a sus subordinados un comportamiento más estricto.
Otro efecto secundario de ser político deriva del hecho de que los políticos toman decisiones que influyen en el bienestar de otros y, como consecuencia, tienen más tendencia a contar medias verdades o incluso mentiras porque piensan que, a la hora de la verdad, eso va a beneficiar a los demás. He estudiado este tipo de engaño altruista y he descubierto que, aunque la gente miente un poco para ayudarse a sí misma, miente más cuando el beneficiado es otro. De hecho, a medida que aumenta el número de beneficiarios, aumenta el nivel del engaño. Además, los participantes en el estudio se sentían menos culpables cuando mentían por el bien de otros que cuando lo hacían solo por su propio bien.
Los políticos son animales sociales y mentir es una enfermedad social. Cuando un político novato mira alrededor y ve que sus colegas no se comportan de forma honesta, decide que esa es la conducta aceptable y sigue su ejemplo. También contribuye la afiliación a los partidos. En un estudio que llevamos a cabo en la Carnegie Mellon University, incluimos a un participante falso que fingía ser, unas veces, un condiscípulo (con una sudadera de Carnegie Mellon), y otras, un alumno de una universidad rival (con una sudadera de la Universidad de Pittsburgh). Pedimos al infiltrado que dejara claro que estaba haciendo trampas. Cuando el estudiante llevaba la sudadera de Carnegie Mellon, estaba indicando a sus colegas que no había nada de malo en hacer trampas, y ellos empezaban a hacer más trampas también. Cuando llevaba la sudadera de Pittsburgh, su falta de honradez hacía que las trampas parecieran menos aceptables, por lo que disminuían. Lo mismo ocurre con los políticos: cuando un senador ve a miembros de su propio partido mintiendo o manipulando la verdad, eso se convierte en criterio moral.
Con todos estos factores combinados, ¿extraña que los políticos sean los personajes que inspiran más desconfianza? Pero la pregunta sigue ahí: ¿Los políticos mienten en sus vidas profesionales más que las demás personas? Si tenemos en cuenta su posición de poder, la fácil excusa de que sus mentirijillas tienen un propósito altruista y la falta de sinceridad que tanto abunda en los pasillos de la política, me da la impresión de que la respuesta es un sonoro “sí”.
Pero hay un matiz que me siento obligado a reconocer. En ese estudio que mostraba que los profesionales de Wall Street engañaban el doble que los de Capitol Hill, hicimos el experimento en los bares de Nueva York frecuentados por banqueros y otros equivalentes en Washington. Y cualquiera que haya ido a media tarde a un bar de Capitol Hill sabe que estos sitios están llenos de ayudantes de congresistas, gente joven, ingenua y animosa. Es probable que, en su mayoría, no lleven todavía en su puesto el tiempo suficiente para haber aprendido a mentir. Así que tal vez no es que los banqueros sean mucho peores, a la hora de la verdad.