TOMADO DE Foreign Policy
Chávez y sus más visibles candidatos a sustituirlo: Nicolás Maduro y Diosdado Cabello
VENEZUELA: TRANSICIÓN A LO CUBANO
Por Andrés Cala
El país debe cambiar, especialmente su economía,
para ser sostenible, pero tendrán que hacerlo poco a poco con el fin de evitar
una crisis social.
El presidente Hugo Chávez de Venezuela viajó a
La Habana esta semana para someterse a su cuarta cirugía contra el cáncer, pero
esta vez el comandante no se despidió sin nombrar a su
vicepresidente y canciller Nicolás Maduro como su sucesor y heredero de la
revolución socialista, una confirmación que oficializa una transición
pos-chavista.
Sin saber cuándo, unas nuevas elecciones se
avecinan en caso de que Chávez renuncie o muera antes de 2017.
Eventualmente, la mayoría de escenarios involucran reformas inevitables que
serán bienvenidas por todos (incluyendo los chavistas). Cuándo y
cómo depende de la variable incierta de la salud de Chávez, y aunque poco
probable, no se puede descartar una pugna por el poder.
La prioridad es la estabilidad. En cualquier
caso, los venezolanos y quienes tienen intereses en el país caribeño están
alineados para asegurar que la transición postchavista sea ordenada. Para
empezar, es una cuestión de tiempo, como Chávez admitió, y precipitar un cambio
de régimen sería contraproducente. Aún más importante, cualquier gobierno postchavista tendrá
poca alternativa más que moverse lenta y ligeramente al centro para evitar
conflictos.
Venezuela escogerá en plazo incierto –pero entre
líneas no distante– entre un gobierno socialista y socialdemócrata, lo cual en
la práctica involucra diferencias significativas en lo que concierne las
libertades civiles y públicas, pero pocas en la política económica. Cualquier
régimen que resulte tendrá que simultáneamente preservar muchos de los
programas de gasto social de Chávez y revitalizar el vital sector petrolero del
país.
La prioridad del chavismo y de Chávez es darle
suficiente tiempo a Maduro para asegurar un mandato popular. El régimen tiene
suficiente munición política y económica para destetarse de su caudillo
mesiánico para apoyar a su delfín.
Pero la coalición chavista de militares de
derecha y de políticos de izquierda todavía no está suficientemente cuajada en
torno a Maduro. Por eso, y hasta las próximas elecciones, la revolución
socialista de Chávez se concentrará en moderar su retórica geopolítica y en
incrementar copiosamente el gasto público para consolidar su base de poder
interna, mientras intenta atraer inversión y apoyo extranjero.
La transición hipotecará el futuro económico de
Venezuela. Pero además tendrá el efecto de socavar las fuerzas más
antiestadounidenses, anticapitalistas, populistas, y de extrema izquierda del
continente, las que se alinearán con el modelo más moderado de Brasil, y en el
proceso consolidarán la estabilidad latinoamericana.
El mundo pos-chavista sin duda será muy
distinto, por ninguna otra razón que Chávez es irremplazable.
El modelo cubano, por supuesto
Maduro ya se perfilaba como heredero de Chávez.
Es un socialista leal, compañero revolucionario de Chávez desde antes del golpe
de Estado, y sindicalista, pero a su vez un chavista moderado.
Tiene buena reputación diplomática, y es más bien tímido con la retórica.
Parece estar bien parado tanto con la izquierda como con los militares, un
prerrequisito para ejercer la legitimidad necesaria para que se produzca una
transición pacífica en el país.
Y como solo podría ser, la transición será
dirigida por Chávez, quien probablemente ha estado planificándola durante un
tiempo. También sabemos que el régimen tiene el apoyo de la mayoría de
venezolanos, como se confirmó en las elecciones de octubre, a pesar de su mala
gestión económica y su debilitada influencia a raíz de la deteriorada salud de
su líder carismático.
Excluyendo una muerte fulminante, y considerando
las simpatías políticas e ideológicas, lo más probable es que Venezuela será un
reflejo de la gradual y muy controlada transición cubana, diseño de los
hermanos Castro. Además sería casi imposible lograr romper con el Estado
paternalista que Hugo Chávez ha anidado durante 14 años.
Los militares no apoyarán ninguna transición
inconstitucional (ni el resto de América Latina), y la oposición –ahora
unificada bajo el liderazgo del derrotado candidato presidencial Henrique
Capriles– sabe bien que su mejor estrategia es prepararse para unas elecciones
anticipadas fulminantes. La constitución las exige en un plazo de 30 días desde
que el presidente renuncie o muera durante los primeros cuatro años del mandato
de seis que comienza en enero.
Maduro, como Raúl Castro en Cuba, es la cara
bonita de la revolución, no por coincidencia. Es normal que los herederos sean
los que suavizan y consolidan los extremos de los patriarcas, y por eso Chávez
no escogió a ninguno de sus allegados más radicales, sino seguramente al mejor
posicionado para proteger su legado.
Defenderá a ultranza los pilares de la
revolución, porque nunca ha dejado de hacerlo, pero sabe, como buen
diplomático, que su legitimidad requiere flexibilizar la inclusión política. Se
moverá ligeramente a centro. Además, desde principios de la década, el chavismo ya
entró en fase de autocorrección, como todas las revoluciones hacen
eventualmente.
Lo incierto, claro, es si Chávez tendrá
suficiente tiempo y energía para convencer a sus leales, y si Maduro da la talla.
La alternativa de Capriles, quien se autodefine como progresista, en todo caso
es buena, inclusive para los chavistas, puesto que durante la campaña el
candidato admirador de Lula da Silva de Brasil solo prometió una reforma
radical de los extremismos políticos de Chávez, no de sus políticas
sociales.
Si Maduro logra derrotar a una oposición
unificada, tendrá que ceder mucho más que Raúl en Cuba porque elchavismo carece
de un control represivo, aunque el ingreso petrolero le permitirá ser muy
convincente. Por tanto la revolución lavará su imagen, pero no su esencia, y no
propiciará grandes sobresaltos.
Dos caras de una moneda
Maduro u oposición, la gestión económica no
tiene mucho espacio de maniobra. Venezuela se ha endeudado fuertemente en los
últimos años. Y a pesar de que ha logrado firmar contratos multimillonarios con
empresas extranjeras para desarrollar su riqueza petrolera, sobre todo en la
Faja del Orinoco, el dinero no ha fluido porque la empresa estatal PDVSA no ha
tenido dinero para aportar su parte del capital.
PDVSA tampoco ha invertido suficiente en el
resto del sector, dado que Chávez la ha utilizado como caja chica para pagar
los programas sociales, muchos de los cuales terminan en despilfarro. Total, la
producción de crudo de Venezuela no aumenta, pero sí su gasto público y sus
obligaciones en el extranjero. Hasta las nuevas elecciones PDVSA aumentará sus
contribuciones y endeudamiento, hipotecando cada vez más la producción futura
de oro negro.
No hay riesgo de impago, como en Argentina, pero
es insostenible el modelo a largo plazo. Como consecuencia la economía
revolucionaria tiene que cambiar, sea quien sea el sucesor de Chávez, pero muy
lentamente para evitar una crisis social.
Geopolíticamente, Chávez intentará heredar su
influencia diplomática a Maduro, aunque es más probable que la potencia
regional, Brasil, sea la mejor posicionada -con su exitoso modelo de centro
izquierda- para beneficiarse de la unidad en torno a Chávez de las fuerzas de
izquierda latinoamericanas. Brasil también será protagonista como garante de la
estabilidad durante la transición venezolana, sin importar quién reemplace a
Chávez.
Ahora solo falta esperar los tiempos que marcará
Chávez para la transición, vivo o muerto.