
La
adolescencia se constituye en una etapa de la vida en que la posibilidad de
conductas de riesgo es muy superior a otras. Algunas de estas conductas, como
las relaciones sexuales precoces, tienen una relación (no exclusiva) con el
desarrollo psicobiológico que se experimenta a esta edad, pero la gran mayoría,
y cada vez más, se relaciona con factores culturales que encuentran en esta
etapa el objetivo ideal para impactar.
Características de la vida moderna se
suman a la curiosidad natural de esta edad, y al deseo de experimentar cosas
nuevas en busca de la sensación de ser “adultos”, y de la identidad personal y
social, aspecto que impulsa al adolescente a ser reconocido como “alguien” por
sí mismo, y por su grupo social, y que, a falta de algún talento destacado, y
sobre todo, de una sólida autoestima, tiende a construir una identidad
negativa, de modo que el adolescente prefiere ser “alguien negativo” que no ser
“nadie”. Ello explica la tendencia al uso y abuso de tabaco, alcohol, drogas, a
los actos delictivos u otras conductas antisociales, o al manejo temerario de
vehículos, por ejemplo.
Qué duda cabe que en época de vacaciones
se reúnen varias circunstancias que tienden a favorecer las conductas de riesgo
más que en otras épocas. En primer lugar, porque es una época en que se
conceden más libertades a los hijos, y se tiene menos control sobre ellos;
ellos mismos utilizan estas épocas como válvulas de escape a dicho control; en
segundo lugar porque esta situación se prolonga por varios días seguidos, y no
únicamente se trata de una tarde o noche que se acaba rápido, como en el caso
de los sábados. Y en tercer lugar, y sobre todo, porque la propia cultura,
ampliamente difundida por los medios de comunicación, tiende a crear una
atmósfera de desinhibición y desenfreno en época de vacaciones: las vacaciones
son “para pasarla bien”. Si, incluso para los adultos, ese mensaje lleva
asociada, casi automáticamente, la imagen de unas cervezas o de unas botellas
de alcohol (reflexionen por qué), si ese mensaje lleva asociada la idea de
romper algunas ataduras, de saltar algunos límites cotidianos... ¿acaso nos
hemos planteado cómo interpretan nuestros hijos adolescentes ese mensaje de
“pasarla bien”?. ¿Tienen ellos el suficiente juicio para discernir qué límites
se pueden saltar, y hasta dónde?
Ese juicio, esa capacidad de
discernimiento está directamente asociada a la madurez psicoemocional de la
persona, y no surge sólo porque sí, o por el simple hecho de cumplir años de
edad. Al igual que la fruta, que madura cuando le corresponde, siempre que haya
habido unas condiciones climáticas adecuadas, y se le haya protegido de plagas,
el adolescente también necesita de un ambiente sociofamiliar adecuado y de una
prevención educativa contra el tipo de plagas que le pueden afectar. Si nuestro
adolescente cuenta con ello, y con una sólida autoestima, no hay tanta probabilidad
de que se involucre en conductas de riesgo, sin que ello signifique que los
padres podamos despreocuparnos del tema. Pero si no es ese el caso, la
probabilidad es relativamente alta, o bastante alta, y los padres debemos estar
alerta.
¿Cuáles son concretamente las conductas
de riesgo que pueden esperarse en vacaciones? Pues aquellas a través de las
cuales el adolescente pueda sentirse (engañosamente) como adulto, como el
consumo de tabaco o alcohol, o las relaciones sexuales precoces o promiscuas;
aquellas a través de las cuales pueda mostrar su característica
autosuficiencia, rebeldía y oposicionismo, como ir a sitios que no debe;
aquellas que le permitan experimentar nuevas sensaciones, como el consumo de
drogas, o la misma conducta sexual precoz; aquellas con las que pueda sentirse
protagonista en busca de su identidad, aunque sea negativa, como la
delincuencia, el vandalismo, participar en provocaciones o peleas, la
conducción temeraria de vehículos, o la búsqueda ese protagonismo a través de la
desinhibición que provoca el consumo de alcohol o drogas; o aquellas con las
que pueda poner a prueba el límite de alguna de sus capacidades o habilidades
de dudosa sensatez, como su aguante para consumir alcohol, su intrepidez para
adentrarse en el mar, o su destreza al timón del carro de papi.
Acerca de la Dra. Mendoza Burgos
Titulaciones en Psiquiatría General y Psicología Médica,
Psiquiatría infantojuvenil, y Terapia de familia, obtenidas en la Universidad
Complutense de Madrid, España.
Mi actividad profesional, desde 1,993, en El Salvador, se ha
enfocado en dos direcciones fundamentales: una es el ejercicio de la profesión
en mi clínica privada; y la segunda es la colaboración con los diferentes
medios de comunicación nacionales, y en ocasiones también internacionales, con
objeto de extender la conciencia de la necesidad de salud mental, y de
apartarla de su tradicional estigma.
Fui la primera Psiquiatra infanto-juvenil y Terapeuta familiar
acreditada en ejercer dichas especialidades en El Salvador.
Ocasionalmente he colaborado también con otras instituciones en
sus programas, entre ellas, Ayúdame a Vivir, Ministerio de Educación, Hospital
Benjamín Bloom, o Universidad de El Salvador. He sido también acreditada por la
embajada de U.S.A. en El Salvador para la atención a su personal. Todo ello me
hizo acreedora en 2007, de un Diploma de reconocimiento especial otorgado por
la Honorable Asamblea Legislativa de El Salvador, por la labor realizada en el
campo de la salud mental. Desde 2008 resido en Florida, Estados Unidos, donde
compatibilizo mi actividad profesional con otras actividades.
La tecnología actual me ha permitido establecer métodos como
video conferencia y teleconferencia, doy consulta a distancia a pacientes en
diferentes partes del mundo, lo cual brinda la comodidad para
mantener su terapia regularmente aunque esté de viaje. De igual manera permite
a aquellos pacientes que viven en ciudades donde los servicios de terapeuta son
demasiado altos acceder a ellos. Todo dentro de un ambiente de absoluta
privacidad.
Trato de
orientar cada vez más mi profesión hacia la prevención, y dentro de ello, a la
asesoría sobre relaciones familiares y dirección y educación de los hijos,
porque después de tantos años de experiencia profesional estoy cada vez más
convencida de que el desenvolvimiento que cada persona tiene a lo largo de su
vida está muy fuertemente condicionado por la educación que recibió y el ambiente
que vivió en su familia de origen, desde que nació, hasta que se hizo adulto o
se independizó, e incluso después.
Estoy
absolutamente convencida del rol fundamental que juega la familia en lo que
cada persona es o va a ser en el futuro.
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