sábado, 30 de marzo de 2013

Uribe y Pastrana por fin coinciden en algo: estar contra el proceso de paz de Santos


Tomado de Revista Semana  

Álvaro Uribe, Juan Manuel Santos y Andrés Pastrana.
Aunque nadie lo esperaba, Uribe y Pastrana están del mismo lado: en guerra contra el proceso de paz.

En materia presidencial hay una regla inalterable: a ningún presidente le gusta ni su antecesor ni su sucesor. Por esto la historia de Colombia se ha caracterizado por titánicas peleas entre sus exmandatarios. Sin embargo, pocos enfrentamientos han sido tan agrios como el que había tenido lugar entre los expresidentes Álvaro Uribe y Andrés Pastrana.

El fracaso del Caguán y el éxito de la seguridad democrática marcaron un nivel de animadversión aparentemente irreconciliable entre estos dos personajes. Por eso no deja de sorprender que en estos momentos Uribe y Pastrana estén alineados por una causa común: su enemistad con el presidente Santos.

Lo que llama la atención es que el actual presidente fue ministro estrella de ambos. Como ministro de Hacienda en el gobierno de Andrés Pastrana jugó un papel clave para evitar el colapso de la economía colombiana en la peor crisis que había enfrentado el país desde la gran depresión de los años treinta. 

Y en el gobierno de Álvaro Uribe fue el copiloto de la estrategia de seguridad que condujo a los golpes más contundentes contra la guerrilla en los últimos 50 años. Por eso despierta cierta incredulidad que los dos antiguos jefes de Santos, odiándose entre ellos, parecen por ahora odiar aún más a su antiguo compañero de lucha. 

El meollo de toda esta bronca es el actual proceso de paz. Uribe se siente traicionado por quien esperaba fuera su sucesor en la guerra contra las Farc. Pastrana alega que Santos no tiene un mandato de los colombianos para hacer la paz, como el que él recibió en las elecciones de 1998. A esto se suman otras consideraciones. 

Para el presidente de la seguridad democrática los diálogos con la guerrilla son una capitulación al terrorismo, que no solo ha aumentado la inseguridad en el país sino que va a desembocar en la impunidad para sus cabecillas. Para Pastrana la negociación de La Habana se está realizando a espaldas del país y sin un consenso nacional, lo cual lo lleva a pensar que Santos va a entregar demasiado en su afán de reelegirse.

Las dos posiciones tienen algo de validez, algo de incoherencia y un poco de oportunismo. Para la opinión pública tiene más autoridad moral Uribe que Pastrana para oponerse a un proceso de paz. El exmandatario es asociado con los éxitos de la guerra y su imagen de hombre de mano dura está en la mente de todos los colombianos. Sin embargo, aunque no es de conocimiento nacional, al final de su segundo cuatrenio su gobierno estaba discretamente explorando la posibilidad de dialogar con la guerrilla. 

Su hombre de confianza para esa misión fue el entonces alto comisionado para la Paz, Frank Pearl. El mismo a quien Santos le habría encargado la misma misión cuando llegó a la Presidencia. Por lo tanto no es muy fácil de entender por qué es aceptable que Pearl tenga acercamientos con las Farc a nombre de un gobierno y no de otro. 

Tampoco es muy comprensible la indignación de Uribe ante la alta dosis de impunidad que tendría un eventual acuerdo en La Habana. En su gobierno se requirieron dosis comparables para desmovilizar a los paramilitares. Aunque habían cometido múltiples y evidentes delitos de lesa humanidad, se les ofreció para su entrega una fórmula jurídica bastante benévola. Incluía penas de cárcel de máximo ocho años, un compromiso con la verdad que no cumplieron y una reparación a las víctimas que hasta ahora ha sido insignificante y que probablemente nunca llegará. 

Hoy la mayoría de esos jefes están presos en Estados Unidos, pero no como consecuencia de la negociación original sino por seguir en el negocio del narcotráfico desde la cárcel. En todo caso el hecho es que Uribe, para desmovilizar un ejército de miles de hombres armados, tuvo que darles un tratamiento pragmático a través de un mecanismo de justicia transicional, y eso es exactamente lo que le está criticando ahora a Juan Manuel Santos.

La oposición del expresidente Pastrana es menos presentable y más incoherente. Teniendo en cuenta que le apostó a terminar el conflicto armado a través de un acuerdo de paz con Tirofijo, no tiene mucha credibilidad que ahora se haya convertido en el enemigo de un gobierno que está haciendo un esfuerzo similar en la búsqueda de las mismas metas. 

Y si se compara proceso contra proceso, él tiene todas las de perder. El del Caguán tuvo despeje, no tenía agenda y fracasó. El de Santos, aunque enfrenta un gran escepticismo, es más estructurado, se ha llevado a cabo sin mayores concesiones y ha contado con una agenda delimitada. Si las negociaciones llegan a romperse, las Farc no habrán acabado más fortalecidas de lo que estaban al inicio, cosa que sí sucedió con el proceso anterior. 

Otro elemento que no convence mucho de la andanada del expresidente Pastrana es el cuento de que él sí tenía un mandato de los colombianos para hacer la paz, pero Santos no. Ese es un argumento acomodaticio que tiene más validez en boca de Uribe, quien esperaba que su sucesor fuera guerrerista como él. La mayoría de la opinión pública compartía esta expectativa, pero parte de las responsabilidades de un líder político es calibrar situaciones y diseñar nuevos rumbos, por impopulares que sean. 

Santos llegó a la conclusión de que los triunfos militares de Uribe habían creado las condiciones para una negociación que pusiera fin al conflicto. Esto lo hizo en contra de la opinión pública que en ese momento respaldaba la continuidad de la política de seguridad democrática. Pero siempre se ha sabido que el final del conflicto iba a ser en la mesa de negociación y no en el campo de batalla, por lo tanto en el fondo lo único que hizo fue adelantar algo que iba a suceder eventualmente. 

Hay que tener en cuenta, sin embargo, que detrás de estas críticas al proceso de paz lo que hay a estas alturas es un grado enorme de animadversión personal entre todos los protagonistas. Uribe odia intensamente a Santos y está bien correspondido. Y Pastrana y Santos, quienes tenían un distanciamiento por cuenta de algunas diferencias, a partir de esta semana se odian tanto como Santos y Uribe. 

Este último había puesto un punto muy alto en materia de agresividad e incontinencia verbal expresidencial. Desde que llamó al primer mandatario “canalla” a comienzos de año parecía difícil de superar. Sin embargo, lo que dijo la semana pasada sobre su antiguo colaborador, aunque menos crudo en las palabras, pudo haber sido más ofensivo. Ante las cámaras de televisión señaló que: “Santos no fue ministro de Defensa sino de aprovechamiento político”. 

Y en respuesta a una entrevista que Enrique Santos le dio a La Silla Vacía, arremetió contra la familia del jefe de Estado en los siguientes términos: “Les gusta el poder, la Presidencia, la prensa, la Fedecafé, el dinero, son indiferentes con el pueblo y permisivos con terroristas”, y luego agregó: “Socialbacanería: burguesía amiga del poder y del dinero, perezosa y contemplativa, feliz con lenguaje castrista”. Y como si esto fuera poco el expresidente Pastrana no cayó tan bajo pero casi. Por haber defendido el proceso de paz de Santos de las acusaciones de Pastrana, este último llamó al actual ministro del Interior, Fernando Carrillo, “camarero de Pablo Escobar” haciendo referencia a su responsabilidad en el escándalo de la cárcel La Catedral. Y del otro escudero del gobierno, el exgerente de la Federación de Cafeteros y exministro Gabriel Silva, dijo palabras más, palabras menos que se creía Juan Valdez pero se parecía más a la mula Conchita. 

En el mundo de los expresidentes los desaires son considerados ofensas imperdonables. De pronto si Santos no hubiera nombrado ministros a Germán Vargas o a Juan Camilo Restrepo o si no se hubiera reconciliado con Chávez y Correa, a Uribe no le indignaría tanto este proceso de paz. Y de pronto si Santos no hubiera tratado de hacer públicas las actas de la Comisión Asesora de Relaciones Exteriores o no hubiera nombrado a Mónica de Greiff en la Cámara de Comercio, Pastrana no hubiera estallado. El expresidente la acusa de haber recibido la plata del Cartel de Cali, en las elecciones de 1994 que él perdió contra Samper. Esa afirmación es inexacta pues es de conocimiento general que a ella la sacaron de la campaña para reemplazarla por Santiago Medina, quien confesó haber negociado con el Cartel de Cali y acabó en la cárcel por eso. 

Aunque Uribe y Pastrana no funcionaban en forma concertada, la escalada de cada uno de esos frentes llevó a que los dos le declararan la guerra a Santos en donde es más vulnerable: el proceso de paz. La meta de ellos, ya sea por convicción o por envidia, es que Santos fracase. Todavía no es seguro que logren su objetivo, pero lo que es indudable es que han hecho mucho daño. 

La mayoría de los colombianos no tiene mucha fe en el proceso de paz. Esto se debe en buena parte al ascendiente que tiene el expresidente Uribe sobre la opinión pública y a la feroz campaña que ha emprendido contra esas negociaciones. Ahora se suma a la causa el expresidente Pastrana, cuyas declaraciones hacen un ruido que contribuye a aumentar el ambiente de pesimismo que rodea la mesa de La Habana. En materia de oposición expresidencial las sumas no son aritméticas sino exponenciales. En otras palabras, la gavilla de dos expresidentes unidos es un asunto explosivo. 

De los distintos ataques de Uribe y Pastrana al proceso de paz hay dos elementos que han calado en la opinión pública. Uribe ha martillado una y otra vez el concepto de que se está consagrando la impunidad porque ninguno de los jefes guerrilleros va a pagar un solo día de cárcel. Y Pastrana por su parte alerta sobre los peligros de negociar la paz en medio de una campaña reeleccionista, pues eso deja a las Farc con el sartén por el mango en cuestión de exigencias y concesiones. Esos dos argumentos tienen cierta validez y han desacreditado mucho el proceso. 

El primero, el de la impunidad, es una realidad y un prerrequisito para todos los procesos de paz exitosos que terminan en una mesa de negociación. Aunque seguramente no habrá lo que se considera técnicamente una amnistía o un indulto, sí se aplicarán fórmulas como la suspensión de penas, por decir un ejemplo, que en la práctica mantendrían a los jefes guerrilleros por fuera de las cárceles. Aunque las altas dosis de impunidad indignan a la sociedad, es un sapo que toca tragarse en los procesos de reconciliación en los cuales cada una de las partes tiene su justificación para haber sido protagonista del conflicto. Más complicado que las gavelas jurídicas que van a ser aplicadas va a ser el tema de la participación política. 

A los colombianos no les va a gustar ver a Timochenko o a Iván Márquez en el Congreso. Y ese es precisamente otro de los elementos que inevitablemente contienen todos los acuerdos de paz. Nelson Mandela, quien pasó 27 años en la cárcel, salió de su celda a la Presidencia de la República. 

Eso no es previsible que suceda en Colombia pero lo que sí podría suceder es algo parecido a lo que se dio con el M-19. A pesar de los horrores como el de la toma del Palacio de Justicia, exguerrilleros desmovilizados como Antonio Navarro, Gustavo Petro y muchos otros han dejado las armas y forman parte de la sociedad civil y del mundo político sin grandes resistencias. 

Navarro fue un gran gobernador de Nariño y Petro brilló en el Senado. La debacle de Petro en Bogotá lo ha vuelto enormemente impopular, pero no por exguerrillero sino por su gestión. Más importante para que se acabe el conflicto armado no es tanto impedir que los guerrilleros desmovilizados hagan política, sino garantizar que no los maten. El exterminio de la Unión Patriótica, con líderes como Carlos Pizarro y Bernardo Jaramillo asesinados, constituye con razón una de las principales preocupaciones no solo para las Farc sino para el gobierno. Afortunadamente los tiempos del paramilitarismo ideológico y armado de forma organizada han quedado atrás. 

Y si a Uribe le obsesiona la impunidad a Pastrana le pasa lo mismo con los riesgos de negociar en medio de una reelección. Sorprende que quien esgrima esa tesis sea él, que pudo ganar las elecciones de 1998 gracias a que su representante, Víctor G. Ricardo, se hizo fotografiar con Tirofijo, lo cual fue interpretado como una señal de voluntad de paz de las Farc en plena campaña electoral. Como en esa oportunidad la guerrilla definió la elección, la inquietud del expresidente es legítima en el sentido de que eso pueda volver a ocurrir. Lo que él quiere decir en el fondo es que si el proceso de paz fracasa durante este año Santos no saldría reelegido y que para asegurar la firma de un acuerdo puede entregar más de lo que es aceptable. 

La presunción de que el presidente de la República podría anteponer sus ambiciones electorales al interés nacional tiene algo de temeraria para quienes lo conocen, pero conceptualmente sí deja un interrogante. Santos, consciente de que no es conveniente que las elecciones coincidan con las negociaciones de paz, fijó la fecha de noviembre como límite. Esta, sin embargo, es problemática para la guerrilla pues sería demasiado tarde para permitirles participar en las elecciones de 2014. Algunas fórmulas creativas tendrán que ser diseñadas para superar este impasse.

En todo caso, a pesar de la caída del gobierno en las encuestas y del escepticismo que existe alrededor del proceso de paz, este va por buen camino. Seguramente no será perfecto ni será la panacea que desaparecerá los grandes problemas del país. El resultado final no le gustará ni a Uribe ni a Pastrana pero tampoco al establecimiento y a la guerrilla. Así de frustrantes son los acuerdos que ponen fin a los conflictos cuando son negociados y no el producto de una victoria militar. A pesar de que la inseguridad y el narcotráfico no van a desaparecer, a Colombia sin duda alguna le iría mucho mejor sin una guerra civil. Al final de cuentas el Plan Colombia y la seguridad democrática también buscaban esto. La firma de la paz en el fondo representa el triunfo de esas dos estrategias. Los dos expresidentes por lo tanto no tienen por qué estar tan indignados. 

Brasil la mayor economía latinoamericana y sus retos a vencer


Tomado de esglobal


LAS LIMITACIONES DE BRASIL

Los desafíos de la mayor de las economías de América Latina.

Por Santiago Perez

En el transcurso de la última década, la economía brasileña experimentó un espectacular crecimiento. Esta expansión, sumada a sus características geográficas y demográficas,  permitió al país posicionarse como la primera potencia económica regional y, al mismo tiempo, como un emergente actor en el escenario global. No es casualidad que en el año 2001 Goldman Sachs publicara un trabajo en el cual se identificaba a Brasil (junto a Rusia, India y China) como uno de los países que lideraría el crecimiento mundial de la primera mitad del siglo XXI y que para el año 2050 podría cuestionar la posición económica dominante del G7.
Los primeros 10 años de la naciente centuria efectivamente colocaron a los brasileños dentro de la elite económica internacional. Según números del FMI, el PBI de Brasil es el séptimo mayor a escala mundial, compitiendo con Gran Bretaña por el sexto lugar. Tangible demostración de la importancia planetaria de la nación suramericana.
Pero las relaciones internacionales son dinámicas. Si bien la imagen actual es la de un Brasil emergente, vale la pena intentar prever qué podría suceder de aquí en adelante.
Los recientes resultados económicos comienzan a encender luces de alerta. En 2012, el PBI se expandió algo más de un punto porcentual, un número insuficiente para continuar dentro de la vanguardia económica internacional. Más aún si comparamos este crecimiento con el de las otras potencias del BRIC. En el mismo período China creció más del 8%, India el 6,6% y Rusia un 3,8%. El 2013 ha comenzado con fundamentados interrogantes sobre la capacidad de reacción de la economía brasileña.
¿Cuáles son los elementos que permiten comprender los problemas de hoy y predecir los desafíos del mañana? Los empresarios y economistas brasileños suelen encontrar en el denominado “Costo Brasil” una buena parte de la explicación. Este término se compone de elementos claramente identificables que generan costos adicionales a las compañías que operan dentro del país. El resultado es una limitación a la posibilidad de competir en igualdad de condiciones con bienes y servicios producidos en otros mercados.
El primero de los componentes del “Costo Brasil” se encuentra dentro del frente tributario. La asfixiante presión fiscal, los elevados costes para la contratación de personal y la compleja legislación impositiva entorpecen y encarecen el accionar del sector privado. Los extranjeros que inician actividades empresariales en el país suelen sorprenderse del funcionamiento del sistema, el cual obliga al emprendedor a pagar impuestos durante un extenso período de tiempo anterior al momento de iniciar las operaciones.
La insuficiente infraestructura es otra de las deficiencias estructurales. Carreteras saturadas de camiones, vías férreas casi inexistentes y terminales portuarias y aéreas colapsadas. Situación que, en un país de 8,5 millones de kilómetros cuadrados (el quinto mayor del mundo), condiciona en forma directa la competitividad de la economía.
La escasez de ingenieros y técnicos es una dificultad adicional a la que las empresas deben sobreponerse. Es común que los empleadores se vean obligados a importar profesionales ante la ausencia de mano de obra correctamente cualificada. De una forma u otra, esto se traduce en mayores costes operacionales. La necesidad de gestionar visados y permisos de trabajo y las demoras derivadas de conseguir personal en el exterior, pueden llegar a comprometer la ejecución de proyectos en tiempo y forma. Esta realidad, se complejiza cuando las industrias se encuentran alejadas de las regiones sur y sudeste del país, donde los niveles educativos son superiores a la media nacional. Se estima que menos de un 10% de la fuerza de trabajo brasileña cuenta con un título universitario.
La excesiva burocratización estatal es otro inconveniente para el sector productivo. La justicia opera de forma lenta e ineficiente y el comercio exterior se encuentra por demás regulado y restringido. Importar y exportar en Brasil puede resultar inmensamente más complejo desde el punto de vista legal y administrativo que en el mundo desarrollado.
El valor del Real, las altas tasas de interés y los elevados costos de la energía también son problemas sistémicos. Es en estos puntos en donde la Administración de Dilma Rousseff ha conseguido algunos avances. El Banco Central ha encontrado el fino equilibrio de lograr una disminución de la tasa de interés manteniendo la inflación dentro de las metas establecidas. El Real se ha desvalorizado y el Gobierno federal ha alcanzado acuerdos con las principales generadoras para reducir los costes de la energía.
La competitividad de la economía brasileña se ve afectada en forma absoluta por estas variables. En un informe de la Confederación Nacional de Industria, publicado solo unos meses atrás, Brasil se ubicó en el ante último puesto de un ránking de competitividad que comparaba al país con economías semejantes. México, Colombia, Rusia, Suráfrica, Polonia, Chile, India, España, China, Australia, Corea del Sur y Canadá obtuvieron mejores resultados que Brasil.
Existe un consenso en la clase dirigente en torno al inmenso desafío que representa superar una a una estas barreras al desarrollo. Empresarios y políticos suelen referirse al “Costo Brasil” como un problema que debe ser resuelto. El inconveniente radica en que los tiempos que se toma el país en encauzar las reformas no corren a velocidad de la economía globalizada de hoy. El enorme peso del estado y los focos de corrupción en los distintos estamentos de la administración pública hacen que en casos las transformaciones sean políticamente inviables o simplemente inejecutables.
El modelo de crecimiento utilizado hasta hoy pareciera comenzar a dar signos de agotamiento y el futuro asoma plagado de desafíos. Si bien es esperable que algunas de las reformas se concreten, es también esperable que lo hagan más tarde de lo necesario, afectando la evolución de la economía. Existen grandes posibilidades de que Brasil ingrese en un ciclo de crecimiento menor, el cual podría hacer que el país pierda terreno tanto en relación a sus socios del BRIC como en proporción a sus vecinos latinoamericanos. El Mundial 2014 y los Juegos Olímpicos 2016 volverán a colocar a Brasil en el centro de la escena internacional y ocultarán, al menos temporalmente, los problemas de fondo. La clave del éxito del futuro económico brasileño dependerá directamente de su capacidad de resolver todos estos problemas.

jueves, 28 de marzo de 2013

OBAMA EXHORTA A CONGRESISTAS NO ABLANDARSE ANTE PODEROSOS GRUPOS QUE NO QUIEREN MAYORES CONTROLES DE ARMAS


Agencias Noticiosas

OBAMA: "VERGONZOSO" OLVIDAR LA MASACRE DE NEWTOWN

 

WASHINGTON -- El presidente Barack Obama exhortó el jueves a los legisladores a que se acuerden de los niños baleados en Estados Unidos y no se "ablanden" ante las poderosas fuerzas que se oponen al control de armas, en momentos en que los partidarios de éste pasan apuros para obtener el respaldo de demócratas moderados antes que el Senado lo someta a votación.

Obama, flanqueado por madres de rostro sombrío que han perdido a sus hijos por ataques con armas, dijo que Washington debe hacer algo tras la trágica masacre de Newtown, Connecticut, hace tres meses. Pronunció en voz alta los nombres de las familias de cuatro niños asesinados en la escuela primaria Sandy Hook cuyos miembros estaban sentados en la audiencia.

"Qué vergüenza para nosotros si nos hemos olvidado", afirmó Obama. "Yo no he olvidado a esos chicos".

El mandatario hizo su llamado en momentos en que la legislación en pro del control de armas enfrenta un futuro incierto, a pesar de que más del 80% de la gente encuestada dice respaldar la verificación de antecedentes a los que adquieran un arma. 

Respaldados por una campaña propagandística de 12 millones de dólares financiada por el alcalde neoyorquino Michael Bloomberg, los grupos partidarios del control de armas programaron mítines en todo el país el jueves para presionar a los senadores a que respalden el esfuerzo.

Obama dijo que la próxima votación es la mejor oportunidad en más de una década para disminuir la violencia por el uso de armas de fuego. Alentó a los estadounidenses, en especial a los propietarios de armas, a que presionen a los legisladores que regresan de vacaciones a "convertir ese dolor en algo real".

"No se ablanden porque el tiempo ha pasado y (el tema) no está en las noticias todos los días", señaló el mandatario.

Demócratas moderados en el Senado como Mark Pryor de Arkansas y Heidi Heitkamp de Dakota del Norte han dicho que Bloomberg es alguien externo al tema que se está entrometiendo, al tiempo que hacen énfasis en el punto de vista de los votantes que los eligieron y en el derecho constitucional a portar armas. Aunque dicen mantener una mente abierta y que apoyan evitar que las armas caigan en manos de delincuentes y personas con enfermedades mentales, algunos moderados evitan asumir compromisos específicos que pudieran lamentar más adelante.

"No necesito que alguien de la ciudad de Nueva York me diga cómo manejar la delincuencia en nuestro estado. Sé que podemos perseguir y enjuiciar a delincuentes sin necesidad de infringir los derechos de la Segunda Enmienda de los habitantes de Dakota del Norte que cumplen con la ley", afirmó Heitkamp esta semana, refiriéndose a la enmienda constitucional que permite portar armas.

El ampliar la verificación de antecedentes para incluir a la gente que compra armamento en las exposiciones de armas recibió el 84% de apoyo en una encuesta efectuada por The Associated Press-GfK previamente este año. Otras encuestas nacionales han mostrado que la verificación de antecedentes casi universal ha recibido un apoyo similar o incluso más amplio.


La periodista Nedra Pickler de The Associated Press contribuyó con este despacho