Con ocasión del
día del padre es oportuno profundizar en el tema de la paternidad. Analicemos
ahora cómo evoluciona la visión que un hijo tiene de su padre. Normalmente, en
la primera y segunda fase de la niñez, hasta como los seis o siete años, el
padre de cada niño es el mejor padre del mundo. El niño no ve al padre
objetivamente, ni le compara con otros padres, o con un patrón ideal, sino
consigo mismo; por tanto, es un sabio, porque cualquier cosa que el niño le
pregunta, la sabe. Es enormemente habilidoso, porque sabe hacer de todo, y todo
lo hace bien. Es, en definitiva, casi un superhéroe, al que sólo le falta
volar. El padre es objeto de una intensa admiración por sus “capacidades”.
En la etapa de
latencia, hasta la pubertad, la visión del padre es en un plano más realista.
Sigue en alguna medida teniendo esa magia, pero ya no en la misma manera.
Empieza a cuestionarse muchas de sus supuestas capacidades, y empieza a ver
defectos, pero no hay una decepción por ello, porque, a la vez, también se da cuenta
de que los superhéroes sólo existen en la fantasía. En la realidad, y junto con
la madre, el padre es quien está ahí, protegiéndole, dándole seguridad, y un
modelo de referencia para su educación, el cual, aunque a veces rechace
aparentemente, en el fondo acepta y lo reconoce como necesario. Por ello lo
quiere.
En la
adolescencia, aquel superhéroe suele pasar a ser “ese viejo que no se entera de
nada”; el padre es un ser anacrónico, desactualizado, que no está en la onda;
una especie de fósil que no entiende las modas o la música de hoy, que le
limita sus libertades, y que le regala sermones trasnochados que no van con él.
“Definitivamente, el padre se equivoca”. Aquí el hijo vuelve a ver al padre con
gran subjetividad. Chocan dos mundos diferentes: el del adolescente, actual,
idealista, subjetivo e inexperto buscando su propia autonomía; y el del padre,
más objetivo, realista, y experto, aunque tal vez no tan actual, buscando el
mejor futuro para su hijo. La relación tiende a ser más distante; muchas veces
se hace tensa, y en ocasiones se rompe. En esta etapa es importante que el
padre sepa conjugar flexibilidad y tolerancia con firmeza, lo cual no es fácil
para todos. A la vez, se pone de manifiesto el nivel de comunicación que haya
habido entre ambos en las etapas anteriores. Si ha sido adecuado, lo normal es
que ese distanciamiento sea leve, o sólo pasajero; de lo contrario, puede
llegar a ser definitivo.
Por último, pasada la
adolescencia, y ya en plena juventud, el hijo vuelve a ser más realista y a ver
a su padre con más objetividad. Aunque no es ningún héroe, y puede estar
desactualizado en algunas cosas, empieza a reconocer el valor de su
experiencia, y recurre a ella para fortalecer su conocimiento, que, junto a la
energía de su edad, le va a ser muy útil en la vida. Empieza a valorar en su
justa medida también todo lo que el padre ha hecho por él hasta ahora. Por su
parte, el padre, que ya dio de sí todo lo que podía, tiende a proyectarse sobre
la capacidad de su hijo. Ahora es el padre el que empieza a ver al hijo como un
héroe que será lo que él no pudo ser, y hará lo que él no pudo hacer.
Acerca de la Dra. Mendoza Burgos
Titulaciones en Psiquiatría General y Psicología Médica,
Psiquiatría infantojuvenil, y Terapia de familia, obtenidas en la Universidad
Complutense de Madrid, España.
Mi actividad profesional, desde 1,993, en El Salvador,
se ha enfocado en dos direcciones fundamentales: una es el ejercicio de la
profesión en mi clínica privada; y la segunda es la colaboración con los
diferentes medios de comunicación nacionales, y en ocasiones también
internacionales, con objeto de extender la conciencia de la necesidad de salud
mental, y de apartarla de su tradicional estigma.
Fui la primera Psiquiatra infanto-juvenil y Terapeuta
familiar acreditada en ejercer dichas especialidades en El Salvador.
Ocasionalmente he colaborado también con otras
instituciones en sus programas, entre ellas, Ayúdame a Vivir, Ministerio de
Educación, Hospital Benjamín Bloom, o Universidad de El Salvador. He sido
también acreditada por la embajada de U.S.A. en El Salvador para la atención a
su personal. Todo ello me hizo acreedora en 2007, de un Diploma de
reconocimiento especial otorgado por la Honorable Asamblea Legislativa de El
Salvador, por la labor realizada en el campo de la salud mental. Desde 2008
resido en Florida, Estados Unidos, donde compatibilizo mi actividad profesional
con otras actividades.
La tecnología actual me ha permitido establecer métodos
como video conferencia y teleconferencia, doy consulta a distancia a pacientes
en diferentes partes del mundo, lo cual brinda la comodidad para
mantener su terapia regularmente aunque esté de viaje. De igual manera permite
a aquellos pacientes que viven en ciudades donde los servicios de terapeuta son
demasiado altos acceder a ellos. Todo dentro de un ambiente de absoluta
privacidad.
Trato de
orientar cada vez más mi profesión hacia la prevención, y dentro de ello, a la
asesoría sobre relaciones familiares y dirección y educación de los hijos,
porque después de tantos años de experiencia profesional estoy cada vez más
convencida de que el desenvolvimiento que cada persona tiene a lo largo de su
vida está muy fuertemente condicionado por la educación que recibió y el
ambiente que vivió en su familia de origen, desde que nació, hasta que se hizo
adulto o se independizó, e incluso después.
Estoy
absolutamente convencida del rol fundamental que juega la familia en lo que
cada persona es o va a ser en el futuro.