Probablemente
hemos escuchado o leído esto numerosas veces, y aunque una momentánea reflexión
tiende a llevarnos a pensar que es muy cierto, la verdad es que no nos lo
creemos mucho en el fondo. O, al menos no mucho lo ponemos en práctica. De
igual forma sucede con eso de que “el dinero no da la felicidad”. Y es que
tenemos muy arraigada en la cabeza la idea de medir la riqueza con dinero o con
posesiones materiales, que, a fin de cuentas, se consiguen con dinero. Pensamos
que eso de “riqueza cultural”, “riqueza educativa”, o “riqueza interior” son
solo formas de hablar, y difícilmente nos planteamos que la riqueza pueda
consistir realmente en eso.
Y menos aún nos
planteamos que la riqueza pueda consistir en, simplemente, ser feliz, que en el
fondo es lo que casi todos persiguen. Más bien pensamos al contrario, que la
felicidad consiste en ser ricos (materialmente, claro). Y eso que casi todos
persiguen no muchos consiguen, al menos en gran medida, porque en esto de la
felicidad no podemos hablar en términos absolutos. Y entre quienes la consiguen
son pocos los que lo hacen gracias al dinero, aunque les cueste aceptarlo. Y de
quienes la encuentran siendo económicamente ricos, casi siempre es a través de
utilizar su riqueza para ayudar a otros más necesitados, con lo que no es la
riqueza lo que realmente les hace felices, sino la solidaridad.
Cuando a un
rico que busca la felicidad a través de la riqueza se le pregunta “¿Es usted
feliz?” es probable encontrar respuestas como “Sí, soy feliz, pues tengo tanto
dinero, tantas casas, carros de lujo, etc.” es decir, como que todo eso ni
siquiera es el camino para… sino que es la felicidad en sí misma. Disculpe, no
le he preguntado por lo que tiene, sino solo si es feliz, y usted no sabe de
qué se trata eso de la felicidad. Otros admitirán que no lo son, pues la
riqueza material no solo no les ha conducido al objetivo, sino que les ha
generado problemas paralelos de estrés, de envidias y de pugnas a su alrededor
que imposibilitan aún más esa sensación de felicidad.
Y tanto unos
como otros tenderán a sentirse desconcertados o a envidiar a aquella persona
que se ve feliz en la sencillez de su vida cotidiana, y a preguntarse cómo lo
consigue. Y, sin embargo, ni unos ni otros renunciarían a nada de esa riqueza
para tratar de ser felices de otra forma; unos porque no saben en qué consiste
eso, y los otros porque no confían en poder encontrar la felicidad de otra
manera tampoco, y ante tal situación, es mejor la seguridad que da el tener
dinero, que la zozobra que da el no tenerlo (como si las cosas fuesen blancas o
negras). Hay también quienes no persiguen la felicidad, porque, simplemente no
creen en ella; solo creen en el dinero con todas sus cosas buenas y malas. No
creer en la felicidad es síntoma obvio de no saber de no conocerla ni saber de qué
se trata.
Pero la gran
mayoría de los que experimentan la felicidad dan fe de que no tiene nada que
ver con el dinero, o, mejor dicho, con el exceso de dinero, aunque sí tiene que
ver en mayor o menor medida con no pasar penurias económicas. Y dan fe también
de que tiene que ver con no tener mucho estrés, con estar en paz con todos y
con todo, y tener la conciencia tranquila (de verdad, no de palabra), con unas
buenas relaciones humanas, especialmente con las personas más cercanas
(familia), con realizar los trabajos o actividades preferidas, con la
solidaridad con otros, y, sobre todo, con valorar lo inmaterial por encima de
lo material, y lo que se tiene, por encima de lo que no se tiene.
En definitiva,
la felicidad parece depender en buena medida del dinero cuando éste es muy
escaso, y en menor medida si ya no es tan escaso. Parece llegar un punto,
cuando el dinero cubre satisfactoriamente las necesidades básicas materiales e
inmateriales (educación o salud, por ejemplo), a partir del cual deja de ser un
factor clave para ser feliz y son otros factores no materiales los que son más
determinantes, aunque, eso sí, el dinero facilita la felicidad en tanto en
cuanto sirve como medio para algunos de esos aspectos no materiales, como
educación, salud, solidaridad… pero la entorpece cuando tiene un objetivo
egoísta.
De todos modos,
siempre hay aspectos inmateriales valiosísimos para los que no se necesita
dinero: el amor, el cariño, o la amistad son gratis y tienden a ser más
auténticos cuanto menos dinero se tiene. La naturaleza por sí misma ofrece
infinidad de argumentos para disfrutarla enormemente y gratis; únicamente hay
que sentirse parte de ella y saber ser receptivo a los paisajes del campo, del
mar o del cielo, a la caricia de la brisa, al calorcito del sol (no en todas
partes pueden disfrutarlo), o a la simple, y a la vez compleja, aventura de la
vida animal. Si lo que le motiva es lo que ofrecen los comerciales de la
televisión, o lo que tienen los vecinos, entonces tiene mal pronóstico, porque
siempre necesitará más y más, y nunca tendrá suficiente.
Acerca de la Dra. Mendoza Burgos
Titulaciones en Psiquiatría General y Psicología
Médica, Psiquiatría infantojuvenil, y Terapia de familia, obtenidas en la
Universidad Complutense de Madrid, España.
Mi actividad profesional, desde 1,993, en El
Salvador, se ha enfocado en dos direcciones fundamentales: una es el ejercicio
de la profesión en mi clínica privada; y la segunda es la colaboración con los
diferentes medios de comunicación nacionales, y en ocasiones también
internacionales, con objeto de extender la conciencia de la necesidad de salud
mental, y de apartarla de su tradicional estigma.
Fui la
primera Psiquiatra infanto-juvenil y Terapeuta familiar acreditada en ejercer
dichas especialidades en El Salvador.
Ocasionalmente he colaborado también con otras
instituciones en sus programas, entre ellas, Ayúdame a Vivir, Ministerio de
Educación, Hospital Benjamín Bloom, o Universidad de El Salvador. He sido
también acreditada por la embajada de U.S.A. en El Salvador para la atención a
su personal. Todo ello me hizo acreedora en 2007, de un Diploma de
reconocimiento especial otorgado por la Honorable Asamblea Legislativa de El Salvador,
por la labor realizada en el campo de la salud mental. Desde 2008 resido en
Florida, Estados Unidos, donde compatibilizo mi actividad profesional con otras
actividades.
La tecnología actual me ha permitido establecer
métodos como video conferencia y teleconferencia, doy consulta a distancia a
pacientes en diferentes partes del mundo, lo cual brinda la comodidad
para mantener su terapia regularmente aunque esté de viaje. De igual manera
permite a aquellos pacientes que viven en ciudades donde los servicios de
terapeuta son demasiado altos acceder a ellos. Todo dentro de un ambiente de
absoluta privacidad.
Trato de orientar cada vez más mi profesión hacia la
prevención, y dentro de ello, a la asesoría sobre relaciones familiares y
dirección y educación de los hijos, porque después de tantos años de
experiencia profesional estoy cada vez más convencida de que el
desenvolvimiento que cada persona tiene a lo largo de su vida está muy
fuertemente condicionado por la educación que recibió y el ambiente que vivió
en su familia de origen, desde que nació, hasta que se hizo adulto o se
independizó, e incluso después.
Estoy absolutamente convencida del rol
fundamental que juega la familia en lo que cada persona es o va a ser en el
futuro.
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