Tomado de Revista Semana
Nicolás Maduro y Cristina Fernández anunciaron este año fuertes
devaluaciones de sus monedas para contener la caída de reservas de sus bancos
centrales.
Argentina y Venezuela comparten la misma desgracia
Ambos países
presentan problemas similares: inflación alta, caída en las reservas,
devaluación de sus monedas y una posible recesión. Se enfrentan a un futuro
incierto.
La situación económica
que viven Argentina y Venezuela es de lejos la mayor preocupación de América
Latina. Los dos países comparten problemas similares y corren riesgos muy
parecidos, derivados de decisiones y políticas económicas equivocadas.
Ambas economías enfrentan una alta inflación. En
Venezuela alcanzó el 56 por ciento el año pasado –una de las más altas del
mundo– y en Argentina, según economistas independientes, llegó a casi el 30 por
ciento. En cuanto a las reservas internacionales, en ambos casos se han
menguado considerablemente. En Venezuela se redujeron de casi 30.000 millones
de dólares a finales de 2012 a 20.400 millones en enero del presente año. En
Argentina, por su parte, bajaron de 52.000 millones de dólares en 2011 a menos
de la mitad a comienzos de este año. En un solo mes disminuyeron 2.500 millones
de dólares.
Para frenar la creciente salida de reservas de
los bancos centrales, en las últimas semanas, los gobiernos de Nicolás Maduro y
Cristina Fernández de Kirchner devaluaron sus monedas. En Venezuela, se decidió
mantener un rígido control cambiario, a una tasa sobrevaluada de 6,3 bolívares
por dólar, lo que ha aumentado la disparidad con la paralela (dólar negro) que
hoy cuesta más de 12 veces. La semana pasada el gobierno suspendió la única
subasta que estaba programada para ofertar dólares a una tasa de 11,36, lo que
ha causado una gran incertidumbre en el sector privado.
Por su parte, el gobierno argentino anunció a
comienzos de año una brusca devaluación del peso, lo que llevó al dólar de 6,90
a 8, acumulando una baja del valor de la moneda local de un 32 por ciento desde
diciembre, y de casi el 50 por ciento en un año.
En ambos casos, las medidas solo han logrado
aumentar la preocupación por el efecto inflacionario que puedan tener.
El persistente deterioro en las cifras
macroeconómicas de estas dos importantes economías, grandes productoras
mundiales de petróleo y soya, ha prendido las alarmas en el mundo. La revista
The Economist en un análisis señala que las dos economías más débiles de la
región están llegando a un punto de ruptura. Y el diario The Wall Street
Journal anota que ambos países están reviviendo el fantasma de la
hiperinflación y se encuentran bajo la amenaza de una posible recesión
económica.
Analistas del Bank of America-Merrill Lynch
creen que Venezuela no está quebrada ni en riesgo de un default. No obstante,
calificadoras de riesgo como Moody´s han alertado de un “desbalance
macroeconómico insostenible” que puede llevar a la economía venezolana por una
senda peligrosa.
Sin embargo, los habitantes son quienes más
sienten los verdaderos efectos de este deterioro económico y de las medidas
cambiarias recientemente tomadas. En Venezuela, el desabastecimiento es pan de
cada día. La última noticia es que varias aerolíneas han suspendido o reducido
la venta de tiquetes en bolívares y la empresa de alimentos Polar emitió un
comunicado público hace dos semanas en el que advertía que si no le cancelaban
463 millones de dólares de deuda, no podrían continuar produciendo comida, por
la que los venezolanos ya hacen largas filas. La deuda con el sector privado,
según Fedecámaras, ronda los 10.000 millones de dólares, aunque otros la
estiman en 13.000 millones.
En Argentina, para intentar contener una
inflación –que según los pronósticos puede subir al 40 por ciento este año– el
Banco Central provocó una fuerte alza de las tasas de interés, que se
duplicaron hasta llegar al 30 por ciento, aunque en realidad, los clientes de
los bancos privados pueden pagar incluso un 80 por ciento de interés para
préstamos personales, o para financiar saldos de tarjeta de crédito.
En los bolsillos de los argentinos se ha sentido
el impacto de la inflación: la carne, base de la alimentación gaucha, se trepó
un 20 por ciento en una semana, los remedios subieron un 50 por ciento, los
combustibles –que aumentaron más del 50 por ciento el año pasado– se
incrementaron otro 6 por ciento. En las grandes cadenas desaparecieron los
precios de los electrodomésticos y los concesionarios dejaron de vender carros.
En enero, la venta cayó el 19,5 por ciento con respecto al año anterior.
Las fábricas argentinas recortaron horas extra y
no renovaron a los trabajadores temporales, mientras que las centrales
sindicales exigieron aumentos salariales sin esperar la negociación de las
convenciones colectivas de este año. Los maestros, que serán los primeros en
negociar salarios en el mes de febrero, antes del inicio de las clases, ya
están pidiendo el 61 por ciento de aumento.
En la misma orilla del barranco del
Socialismo del Siglo XXI
Venezuela y Argentina no solo coinciden en los
problemas. También en muchas de las causas que los originan. Economistas
afirman que uno de los graves errores cometidos por ambos países es haber
adoptado el modelo del socialismo del siglo XXI que ha demostrado que no
funcionó en ningún parte, pero que los dos gobiernos actualmente en el poder
tercamente han intentado mantener.
Son gobiernos de corte populista que terminaron
por dilapidar millones de dólares que les ingresaron por las exportaciones de
materias primas: petróleo para el caso de Venezuela y soya para Argentina. The
Economist dice que ambos países han estado viviendo a lo grande por años,
alegremente repartiendo el producto de las materias primas que recibieron
durante un periodo de auge que será irrepetible.
Observadores de la región afirman que mientas
Brasil, Chile, Perú y Colombia ahorraron y han hecho un bueno uso de los
recursos del auge de los commodities, en Argentina y Venezuela pasó lo
contrario. La plata se ha ido en entregar subsidios.
Pero esta política ha empezado a pasar cuenta de
cobro, acrecentando el déficit público. En Argentina se estima que, en 2013, el
gasto en subsidios al transporte y la energía fue de 100.000 millones de pesos,
(unos 16.000 millones de dólares a la tasa actual), una cifra similar al
déficit fiscal y a la emisión monetaria. Para tener una idea, la tarifa de la
electricidad para un hogar de clase media de la capital argentina es diez veces
menor que la de la televisión por cable. La crisis energética derivada de este
derroche hizo que el superávit comercial se transformara en déficit: el año
pasado, el gobierno gastó en importar combustible todo lo que obtuvo por la
venta de granos.
En Venezuela, la petrolera Pdvsa sigue siendo la
columna vertebral de la economía y del gobierno, que durante los últimos años
le ha ido colgando responsabilidades como si fuera un árbol de Navidad, capaz
de sostener lo que le pongan. Muchos de los programas sociales y empresas
estatales dependen para su funcionamiento de Pdvsa. A través de ella se
alimentan fondos paralelos, como el Fonden o el Fondo Independencia, que se
utilizan discrecionalmente para proyectos especiales del gobierno. El gobierno
también respalda los acuerdos con otros países mediante los barriles de PDVSA,
lo que en vez de inyectarle más recursos a su caja, se los quita.
Venezuela y China firmaron desde 2007 un
acuerdo, que se ha ido ampliando en los últimos años, a través del cual el país
asiático le ha prestado 40.000 millones de dólares. Pdvsa le paga a China el
préstamo con 450.000 barriles diarios de petróleo. Esto representa el 20 por
ciento del total de sus exportaciones. A lo anterior hay que sumarle los
650.000 barriles que envía a través de los acuerdos de Petrocaribe, Petroandina
y Petrosur, a precios preferenciales, y que no necesariamente se pagan en
dólares, sino en especie. Algunos de estos países se han colgado en los pagos y
el gobierno ha condonado algunas deudas.
Otra característica común entre estos dos países
suramericanos es el menosprecio que demuestran hacia el sector privado, al que
terminaron por ahuyentar.
El gobierno de Nicolás Maduro culpa al sector
privado, al que llama la “burguesía parasitaria” de haber emprendido una
“guerra económica” que acapara, especula con precios y desangra al Estado a
través de importaciones ficticias o con sobreprecio. En los últimos días
amenazó de nuevo con expropiaciones para quienes no cumplan la ley. Maduro se
burló por televisión de un documento firmado por 47 economistas venezolanos, en
el que hacen un diagnóstico de la crisis y critican al gobierno.
Efectos en la región
Hay una honda preocupación entre los expertos
por las consecuencias del deterioro de estas dos economías. Consideran que
podría generar fuertes vientos en contra en la región, justamente cuando
América Latina se ha visto afectada por la desaceleración.
Los coletazos son evidentes. Colombia lo ha
sentido en carne propia con la caída del comercio binacional. Luis Alberto
Russián, presidente ejecutivo de la Cámara de Integración Económica
Venezolano-Colombiana, señala que las reformas en materia cambiaria ejecutadas
el año pasado, unidas a la caída en la oferta de dólares, han mermado el
intercambio comercial entre los dos países. El total de las operaciones
comerciales se situó en 2.600 millones de dólares al cierre de 2013, lo que
representa una caída del 9 por ciento con respecto a 2012.
Se estima que uno de los factores que más ha
contribuido al deterioro de la industria en Colombia es la caída del mercado
venezolano, que fue muy importante para las empresas nacionales.
Argentina, por su parte, preocupa especialmente
a Brasil y a Uruguay. La semana pasada el diario brasileño O Globo publicó un
duro editorial titulado La fuerte propensión de la Argentina al error. En este
señala que “en el término de 13 años, el país se hundió en una nueva crisis de
divisas, debido a una sucesión de errores”.
Ahora, no todo el mundo está de acuerdo en ver a
Argentina y Venezuela como dos gotas de agua en materia económica. El
economista argentino Dante Sica, del centro de estudios Abeceb, afirma que si
bien se parecen en el nivel de inflación, la situación cambiaria y el gasto
público, como resultado de las políticas de gobiernos populistas, existen
importantes diferencias entre los dos países. “Argentina no es Venezuela”,
opina Sica. “El país caribeño es monoproductor, con una base institucional más
débil, sin una estructura productiva y una división social mucho más acendrada.
Argentina tiene una industria nacional, es menor la diferenciación social y
tiene más recursos institucionales”, dice el consultor.
Lo que sí es cierto es que ambas economías están
marcando la diferencia en la región, apartándose incluso de gobiernos también
de corte ideológico de izquierda como Ecuador y Bolivia, que hoy lucen mucho
más pragmáticos.
Los economistas e historiadores se siguen
asombrando de cómo retroceden Venezuela y Argentina, dos países inmensamente
ricos. Salir de la crisis requiere cambios en las políticas públicas,
diferentes a los que han venido aplicando. El problema es que se trata de una
receta que es demasiado neoliberal para los actuales gobiernos. Pero si no hay
cambio de rumbo, las cosas podrían empeorar.