Tomado de Revista Semana
El presidente de Rusia, Vladimir Putin, parece ganar en el complicado ajedrez geopolítico en el que está empeñado. Su movida de controlar militarmente a Crimea parece darle resultados. O recupera la estratégica península, o usa su ventaja para presionar un desenlace favorable en Ucrania.
Vladimir Putin parece salirse con la
suya: a pesar de las sanciones internacionales que lo amenazan, pocos se
atreven a pronosticar que devolverá Crimea. O al menos que lo hará sin sacar
una buena tajada.
Las manifestaciones prorrusas en Crimea reemplazaron esta semana a
los violentos disturbios de signo contrario que habían monopolizado en Kiev la atención
mundial. Los habitantes de la península del mar Negro, mayoritariamente de
origen ruso, parecieron confirmar con su entusiasmo lo que muchos
en Occidente comienzan a reconocer: que el presidente
Vladimir Putin les va ganando la partida a sus adversarios y que podría sacar
un premio mayor: recuperar un recurso de enorme importancia estratégica para el
imperio que quiere reconstituir.
Y es que los habitantes recibieron con alborozo a las tropas rusas
que, sin insignias y bajo la apariencia de fuerzas de autodefensa, controlan de
hecho su territorio, el mismo que los rusos consideran suyo pues solo en 1954
el entonces secretario general del Partido Comunista de la URSS, Nikita
Jruschov, se lo transfirió a Ucrania en un acto que hoy Moscú considera
ilegal.
El jueves pasado, la suerte de la península parecía echada, pues
el gobierno de la República Autónoma de Crimea, una dependencia administrativa
de Ucrania, anunció que adelantaría para el 16 de marzo un referéndum de
independencia que incluiría la unificación con la Madre Rusia. “Es ahora o
nunca”, afirmó el vice primer ministro Andrei Kozenko, consciente de que el
triunfo corresponderá con seguridad a los partidarios de regresar al regazo de
Moscú.
La noticia tomó por sorpresa a los líderes de Occidente. “Un
referéndum en Crimea violaría el derecho internacional”, dijo en Washington el
presidente de Estados Unidos, Barack Obama. “No debe haber ningún intento de
redibujar las fronteras en Europa”, advirtió el secretario general de la Otan,
el danés Anders Fogh Rasmussen. Y los analistas consultados por esta revista
están de acuerdo. “La invasión de Ucrania por Rusia es una agresión. No se pueden
reconocer los resultados de un referéndum que se desarrolló en una región
ocupada por fuerzas militares”, le dijo a SEMANA G. Daniel Caron, especialista
asociado al instituto HEI de la Universidad Laval en Quebec, Canadá, y
exembajador de ese país en Ucrania.
Sin embargo, la Unión Europea se limitó a expresar su enérgico
rechazo y a anunciar acciones contra Rusia, sin que al cierre de esta edición
se hubiera mencionado más que la suspensión de algunas negociaciones ya en
curso. Estados Unidos anunció que cancelaría la visa a los responsables de las
acciones rusas en Ucrania, mientras hacía carrera la idea de que una serie de
sanciones económicas podrían hacer recapacitar a Putin.
Pero para que funcionen deben ser enérgicas y, sobre todo,
unánimes. Como dijo a SEMANA Nicolás de Pedro, investigador principal del
Centro de Investigación y Documentación de Barcelona, “no parecemos ir por la
senda de unas sanciones que puedan hacer reaccionar a Rusia, pues el entusiasmo
es escaso y no hay voz común. Mientras que los países del Báltico y Polonia
buscan un enfrentamiento más duro, España y otros países con buenas relaciones
con Rusia tienen una actitud diferente”. “La relación de Europa con Rusia es de
interdependencia y romper relaciones sería como dispararse un tiro en el pie”,
agregó. De hecho, las economías de la región están tan interconectadas, que
medidas de ese tipo afectarían prácticamente a todos. (ver recuadro).
Con el telón de fondo de las infructuosas conversaciones entre los
ministros de relaciones exteriores Sergey Lavrov y John Kerry, los analistas se
inclinaban cada vez más a pensar que nada de lo que haga Occidente sacará a los
rusos de Crimea. Y que a estas alturas, será un éxito que no amplíe sus
aspiraciones al este de Ucrania. Porque, además, “aunque un bloqueo económico
sería muy costoso para Rusia y sobre todo para sus aspiraciones de jugar un
papel central en el ámbito internacional, ese país tiene socios como China, que
le permitirían aliviar las sanciones”, le dijo a SEMANA Guillaume Devin,
especialista en Relaciones Internacionales del Instituto de Estudios Políticos
de París.
Para algunos analistas, el referendo previsto para el próximo
domingo va a confirmar la realidad de la ocupación rusa. Según dijo a SEMANA el
profesor Marvin Kalb de la Universidad de Harvard, “hay que contar con tres
hechos: primero, Crimea será parte de Rusia. Segundo, se dará un regreso a un
estado de ánimo geopolítico propio de la Guerra Fría. Y tercero, la aventura de
Crimea representa una nueva forma de nacionalismo ruso, que se mantendrá
mientras Putin esté en el poder”.
Un ejemplo muy mencionado es el del caso de Georgia, que en 2008
perdió, tras una guerra con Rusia, a las regiones de Abjasia y Osetia del Sur.
En esa época los países occidentales impusieron sanciones, Rusia se comprometió
a retirar sus tropas, pero el tiempo pasó y hoy por hoy esos territorios siguen
bajo control de Moscú.
Aunque nada indica que Putin esté dispuesto a dar su brazo a
torcer en Crimea, algunos analistas suponen que solo una fórmula diplomática
podría llevarlo a devolver las cosas a su estado anterior: que un nuevo
gobierno ucraniano asegure que ese país no quedará bajo la órbita occidental.
Pero esa es la baza que sus adversarios no quieren soltar. De modo que, por
ahora, el ajedrez continúa.
Obama bajo la lupa
El presidente norteamericano ha soportado una lluvia de
críticas de los republicanos, que lo culpan de la arrogancia de Putin. Pero no
tienen razón.
Barack Obama no ha dormido bien las últimas diez noches. Desde el
28 de febrero, cuando hombres armados, con el respaldo de Rusia, se tomaron la
sede del parlamento de Crimea en Simferopol, al presidente le han llovido
críticas del Partido Republicano por la forma como ha enfrentado la crisis.
¿Tendrán razón? Obama, en vez de meterse en otra guerra, envió a
su secretario de Estado, John Kerry, a Kiev, donde dijo que la injerencia
rusa es “inaceptable”, luego a París para hablar con el canciller ruso Sergey
Lavrov y propiciar un diálogo entre Kiev y Moscú. Anunció 1.000 millones de
dólares de ayuda a Ucrania y respaldó de viva voz los 15.000 millones que la
Unión Europea le ofrecieron a Kiev. El jueves, Obama, cinco días después de
haber hablado por teléfono hora y media con Putin, firmó una orden ejecutiva
para quitarles la visa y congelarles las cuentas bancarias a altos funcionarios
rusos y ucranianos (sin Putin). Dijo que el referendo sobre el futuro de Crimea
debe contar con la aprobación del gobierno de Ucrania.
Sectores moderados han valorado positivamente a Obama. Para The
New York Times, el presidente ha transitado “el camino correcto”: “El liderazgo
y la credibilidad en una crisis se traducen en reacciones frías y racionales y
no en cruces de sables y rayas rojas que el contrincante pueda cruzar
impunemente”. Eric Farnsworth, vicepresidente del prestigioso think tank
Council of the Americas, le dijo a SEMANA: “La verdad es que las opciones para
Europa y Estados Unidos en Ucrania son limitadas. El presidente Obama no tiene
todas las herramientas a su disposición, incluyendo el uso de la fuerza”.
Y hay un factor adicional que podría explicar la reacción
cautelosa de la Casa Blanca. La dio Kathryn Stoner, experta en asuntos rusos de
la Universidad de Stanford. “Rusia no entiende qué hacen en Ucrania la Unión
Europea y Estados Unidos. Es como si el presidente Putin fuera a México y le
dijera al gobierno que lo respalda en las diferencias que tienen los mexicanos
con Washington”.
La ONU al margen
El máximo organismo multilateral parece impotente para
enfrentar crisis como la de Ucrania con Rusia.
En la crisis de Ucrania las Naciones Unidas han jugado un papel
secundario. Además de sus dificultades de financiación y del descrédito que
sufrió tras la invasión de Estados Unidos a Irak –emprendida ilegalmente– el
tema de Ucrania tiene un elemento adicional que limita enormemente su margen de
maniobra. Rusia es junto a China, Estados Unidos, Francia y Reino Unido uno de
los miembros permanentes del Consejo de Seguridad, lo que le da el derecho de
vetar cualquier decisión, un privilegio que se les atribuyó a los ganadores de
la Segunda Guerra Mundial. “Entre la estrategia de no intervención de Obama y
un Consejo de Seguridad obligado a jugar el papel de testigo pasivo, Vladimir
Putin sabía que no estaba asumiendo muchos riesgos”, le dijo a SEMANA la
periodista Alexandra Geneste, corresponsal en Naciones Unidas del diario Le
Monde. En gran medida, esa organización es víctima de su anacronismo y esta
crisis aporta nuevos argumentos a quienes quieren una reforma del Consejo de
Seguridad, que piden que el derecho a veto no aplique para las graves
violaciones de los derechos humanos.
El efecto cascada
Nadie se salvaría de las consecuencias económicas de la crisis
Los efectos económicos del conflicto no son menores. Los vínculos
financieros y comerciales de Ucrania y Rusia con la zona euro son muy fuertes y
si la situación se descontrola tendría también repercusiones sobre la economía
mundial.
La principal alerta se siente en el mercado del gas. Un 30 por
ciento del que consume Europa procede de Rusia y de él un 50 por ciento pasa
por Ucrania. Alemania, Polonia, Austria, Francia e Italia son los destinatarios
en un 80 por ciento, a través de Ucrania. Si Rusia corta el suministro, el
precio del gas se dispararía. La empresa energética rusa Gazprom anunció
que dejará de vender gas a precio reducido a Ucrania. Además, se estima que la
deuda de Kiev a Rusia por el gas asciende a unos 2.000 millones de dólares.
Esto es una presión demasiado grande para Ucrania que necesita un
apoyo financiero por 35.000 millones de dólares, y que busca un salvavidas del
Fondo Monetario Internacional, a través de un programa de financiación
rápida.
Un informe del banco Barclays señala que el verdadero problema de
Ucrania no es tanto su deuda que equivale al 40 por ciento del PIB, sino su
escasa liquidez que la puede asfixiar.
Otra gran alarma es el petróleo. La mayor preocupación de los
países desarrollados es la subida en los precios del crudo, que ya alcanzaron
niveles máximos. Rusia es uno de los tres mayores productores del
planeta.
El Deutsche Bank dice que los mayores efectos para la economía
mundial se verían si Rusia vuelve a la recesión. Anota que incluso si la Unión
Europea y Estados Unidos no sancionan a Rusia, el mayor aislamiento de este
país y la caída en la inversión podría reducir el crecimiento y retrasar las
reformas estructurales pendientes y afectar a su integración en el sistema
económico mundial.
Por otro lado, Rusia es un gran productor de paladio, níquel y
aluminio, mientras que Ucrania es el tercer exportador mundial de maíz después
de Estados Unidos y Brasil y el sexto mayor de trigo. Un deterioro del
conflicto podría elevar los precios.
Todos estos riesgos explican la volatilidad que se ha sentido en
las principales bolsas del mundo que siguen el pulso a este conflicto, pues
temen que la débil recuperación de la economía mundial se vaya al traste una
vez más.
Desde Rusia
Para los rusos, Occidente plantea un juego peligroso,
mientras permite que Ucrania quede en manos de neonazis
En Moscú las declaraciones occidentales suenan a pura hipocresía:
el secretario de Estado John Kerry dijo que la incursión rusa a Crimea fue “un
increíble acto de agresión”, y que, en el siglo XXI no se invaden países con
“un pretexto totalmente inventado”. Kerry, señalan los rusos, olvidaba
las guerras con Irak, Afganistán y Libia.
La prensa occidental tampoco refleja la angustia provocada en
Rusia por el acceso al nuevo gobierno de Kiev de los dirigentes de la
organización de derecha nacionalista Svoboda, que con cinco ministerios,
llamaron a luchar contra la alianza ‘ruso-judía’, y del militante Sector de
Derecha, cuyo líder Dmitro Yarosh llamó al Emirato del Cáucaso, la organización
que ha provocado los últimos atentados en Rusia, a “activar su lucha” contra
Moscú. Nadie prestó atención, en diciembre, a los abrazos del senador
republicano John McCain con Oleg Tiahnibok, el líder de Svoboda, y a las
reuniones de Victoria Nuland, del Departamento de Estado, con ‘representantes’
de la oposición, entre los cuales estaba Tiahnibok.
El apoyo popular a Putin es muy alto y la unanimidad de la elite
política es total alrededor de la decisión de enviar fuerzas a Crimea, incluyendo
al Partido Comunista y al Partido Liberal Democrático de Vladimir Zhirinovsky.
La muy cuestionada decisión de la Rada ucraniana de prohibir el ruso como
segunda lengua, propagada por la prensa oficial en Moscú, hace que la mayoría
de la población considere al nuevo gobierno una amenaza para la amplia
comunidad rusa en Ucrania.
Sin embargo, la posibilidad de una guerra con el país hermano ya
ha generado reacciones negativas. Además, la incursión en Crimea ya ha tenido
consecuencias, con una caída récord del rublo frente al dólar y al euro, y con
un ‘lunes negro’ en la Bolsa, en el cual las acciones cayeron un 12 por ciento.
En cuanto a la población, la mayoría está a favor de las
decisiones del presidente. Lisandro Platzer, vicepresidente ejecutivo de la
cadena de hoteles Korston, dijo a SEMANA desde Moscú que “comentan que Putin
estuvo muy bien, porque gracias a lo que hizo, les dio a entender que hay que
tener en cuenta a los rusos”, agrega.
Entre telones, existe una intensa discusión entre los
representantes de la Unión Europea y Rusia, buscando una salida más de fondo a
la crisis, que podría incluir la federalización de Ucrania tras la adopción de
una nueva Constitución, para evitar el riesgo de división, pero para permitir,
al mismo tiempo, que las regiones de mayoría rusa mantengan sus relaciones con
el país vecino.