Por Dra. Margarita Mendoza Burgos
Durante los últimos años hemos visto cómo proliferan las películas de terror en las carteleras de cine: actividades paranormales, muñecas diabólicas, monjas asesinas, niños poseídos, zombies insistentes y otros personajes desfilan por las pantallas en franquicias que se reproducen como conejos.
Es cierto que son filmes que se hacen sin un gran presupuesto y que no necesitan una megaestrella como vehículo de promoción, pero la explicación principal de por qué se producen tanta cantidad es muy sencilla: cuentan con un público cautivo muy grande.
No es una novedad que las cintas de terror tienen una enorme aceptación, especialmente entre los jóvenes. ¿Alguna vez se han preguntado por qué? ¿Es que nos gusta sufrir?
No, no es eso. Sin embargo, hay que reconocer que las emociones fuertes son muy importantes para nuestro organismo y bienestar ; especialmente en nuestra mente, ya que activan una serie de sensaciones necesarias para ambos. En un inicio, en tiempos del hombre primitivo, vivir era una emoción constante. Se vivía cargando y descargando adrenalina, donde entraban en juego la hormona activadora y la hormona del placer. Ahora hay tanto bienestar que se ha perdido el deseo de leer y transportarnos a otros mundos a través de la literatura, la rebeldía de la poesía o el delirio de un buen concierto.
En ese sentido, y volviendo al comienzo, una película de terror es un buen estimulante. Genera sensaciones tan diversas como arrobamiento, distracción, sensación de euforia, y, al final, confort. Para explicarlo científicamente, cuando sentimos temor, el cerebro libera adrenalina, pero al verificar que la situación es segura activa la dopamina, el neurotransmisor asociado al placer y la recompensa. Lo curioso es que cuando ha terminado la película la emoción se prolonga durante un buen rato y esto contagia la actividad siguiente. Es lo que se conoce como la transferencia de excitación, por lo tanto las actividades posteriores serán sin duda será más intensas.
Según la psicóloga española Isabel Serrano-Rosa, “la psicología clínica utiliza esta capacidad de recreación mental del temor con fines terapéuticos. El miedo patológico lleva a tres conductas disfuncionales: evitar las situaciones temidas, la ilusión de control y pedir ayuda en exceso. Sólo hay una solución para los miedos: afrontarlos"
El problema surge, en todo caso, cuando queremos llevar al extremo estas sensaciones y ya no basta una película de miedo o un concierto o no encontramos formas de estimularnos de forma adecuada como las mencionadas anteriormente. Y no lo digo por practicar deportes extremos, que puede ser una excelente opción. Me refiero a cuando se recurre a las drogas, el alcohol, los retos virales o los juegos de azar para generarnos ese subidón. Y eso se potencia si se hace en grupo, pues si bien hay personas que tienden a ser más solitarias lo más común es que se desinhiban actuando en grupo, lo cual genera una transmisión sensorial más profunda.
Un subidón exprés, como es el que provoca el consumo de drogas, nos retrata como ciudadanos del mundo moderno: pretendemos lograr algo al instante y sin esfuerzo, una muestra más que nos hemos convertido en una sociedad pasiva, haragana y que todo lo quiere ya. Recordemos que lo que menos cuesta se disfruta menos. Las emociones las queremos en el momento, sin dedicar tiempo a elaborarlas. Esto contrasta con el hombre antiguo, que disfrutaba del placer de la caza para alimentarse y la alegría de sobrevivir cada día era suficiente reto. Además, si el efecto es inmediato también lo será menos duradero, y se irá desvaneciendo con mayor rapidez. Por eso se busca una y una otra vez, repitiendo dosis y procesos en un círculo vicioso que puede ser letal.
Acerca de la Dra. Mendoza Burgos
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Titulaciones
en Psiquiatría General y Psicología Médica, Psiquiatría infantojuvenil, y
Terapia de familia, obtenidas en la Universidad Complutense de Madrid, España.
Mi
actividad profesional, desde 1,993, en El Salvador, se ha enfocado en dos
direcciones fundamentales: una es el ejercicio de la profesión en mi clínica
privada; y la segunda es la colaboración con los diferentes medios de
comunicación nacionales, y en ocasiones también internacionales, con objeto de
extender la conciencia de la necesidad de salud mental, y de apartarla de su
tradicional estigma.
Fui
la primera Psiquiatra infanto-juvenil y Terapeuta familiar acreditada en
ejercer dichas especialidades en El Salvador.
Ocasionalmente
he colaborado también con otras instituciones en sus programas, entre ellas,
Ayúdame a Vivir, Ministerio de Educación, Hospital Benjamín Bloom, o
Universidad de El Salvador. He sido también acreditada por la embajada de
U.S.A. en El Salvador para la atención a su personal. Todo ello me hizo
acreedora en 2007, de un Diploma de reconocimiento especial otorgado por la
Honorable Asamblea Legislativa de El Salvador, por la labor realizada en el
campo de la salud mental. Desde 2008 resido en Florida, Estados Unidos, donde
compatibilizo mi actividad profesional con otras actividades.
La
tecnología actual me ha permitido establecer métodos como video conferencia y
teleconferencia, doy consulta a distancia a pacientes en diferentes partes del
mundo, lo cual brinda la comodidad para mantener su terapia
regularmente aunque esté de viaje. De igual manera permite a aquellos pacientes
que viven en ciudades donde los servicios de terapeuta son demasiado altos
acceder a ellos. Todo dentro de un ambiente de absoluta privacidad.
Trato
de orientar cada vez más mi profesión hacia la prevención, y dentro de ello, a
la asesoría sobre relaciones familiares y dirección y educación de los hijos,
porque después de tantos años de experiencia profesional estoy cada vez más
convencida de que el desenvolvimiento que cada persona tiene a lo largo de su
vida está muy fuertemente condicionado por la educación que recibió y el
ambiente que vivió en su familia de origen, desde que nació, hasta que se hizo
adulto o se independizó, e incluso después.
Estoy
absolutamente convencida del rol fundamental que juega la familia en lo que
cada persona es o va a ser en el futuro.