Tomado de esglobal
COLOMBIA, LUZ VERDE A LA PAZ
El
país latinoamericano se perfila cada vez más como un Estado pluralista, moderno
y democrático.
Por Guillermo Pérez Flores
Colombia
ha autorizado a Juan Manuel Santos para seguir en el Gobierno y continuar con
las negociaciones de paz, pero ello no significa que le haya extendido un
cheque en blanco. Las urnas han dicho también que su margen de maniobra es
limitado, y así lo reconoció él mismo en el discurso de victoria, en el cual
afirmó que corregiría todo lo que tuviera que corregir y ajustaría todo lo que
tuviera que ajustar. Un giño, sin duda, a la ex candidata Martha Lucía Ramírez
y al ex presidente Andrés Pastrana (1998-02), e inclusive al mismo candidato
Oscar Iván Zuluaga, quien a diferencia de su mentor, el ex presidente Álvaro
Uribe (2002-10), aceptó la derrota sin intentar, como éste, deslegitimar el
triunfo con acusaciones fraude y corrupción.
Esta
campaña electoral se enmarcó en dos plebiscitos paralelos. Uno en torno a la
paz, esbozado por el presidente Santos en el dilema de escoger entre el fin de
la guerra y la guerra sin fin. Y otro sobre el regreso del uribismo al poder. Decidir si Colombia se
matriculaba en una era post Uribe, que tiene una honda significación política e
incluso cultural. Al ex presidente, tirios y troyanos le reconocen que durante
sus ocho años de “Seguridad Democrática” logró alterar la correlación militar
de fuerzas en favor del Estado. Pero ese reconocimiento no supone aprobación de
sus métodos ni mucho menos de su mentalidad política tribal, que induce a estar
de acuerdo solo con quienes piensan igual, en una estrecha visión de que quien
no está con él está contra él.
Fue
precisamente ese marco lo que permitió gestar -tras la primera vuelta- una
amplia coalición política y social en favor de la paz, con participación de
sectores socialdemócratas, de liberales conservadores (Antanas Mockus), de
progresistas (Gustavo Petro), de izquierda y oposición (Clara López, Aida
Avella y Piedad Córdoba), de líderes de la Alianza Verde (Antonio Navarro y
Claudia López) y de las principales centrales sindicales y de víctimas del
conflicto (Íngrid Betancourt). Coalición que recibió la bendición de
empresarios importantes como Luis Carlos Sarmiento (dueño de una tercera parte
de la banca) o Nicanor Restrepo, ex presidente de uno de los conglomerados
económicos más grandes. Esta amplia y diversa alianza le dio un nuevo aire a
Santos, que con la Unidad Nacional (coalición de gobierno) fue incapaz de
transmitir durante la primera vuelta el mensaje gubernamental y de movilizar un
electorado apático y escéptico frente a la paz.
Santos
ha cosechado casi cinco millones de votos más que en la primera vuelta, 900.000
más que Zuluaga, los suficientes para proseguir las conversaciones de paz con
las FARC (que ahora se amplían a la segunda guerrilla, el Ejército de
Liberación Nacional, ELN) y frenar el regreso al poder del uribismo.
El pleito político, sin embargo, no ha concluido. Santos tiene grandes
desafíos. El primero, y quizás el más trascendente, llegar al cese al fuego y
de hostilidades bilateral y definitivo, antes de que termine este año. La
paciencia del país tiene límites. Bajo la égida de Álvaro Uribe hablar de paz
era políticamente incorrecto, con este resultado se invierte la ecuación, no
obstante, el país demanda resultados concretos y no se conforma con
declaraciones o ceses unilateral de fuego de una o dos semanas, como los
decretados por las FARC durante las elecciones. Otro desafío es mantener
y ampliar la coalición de apoyo a la paz –que es frágil y podría tornarse
volátil–, pues los acuerdos a los que llegue con las guerrillas tendrán que ser
refrendados popularmente.
Hasta
el pasado 15 de junio las conversaciones de paz tenían más respaldo externo que
interno. El gobierno de Estados Unidos, la Unión Europea, la ONU, la OEA,
UNASUR, la Alianza del Pacífico y todo el vecindario las apoyan. Esto ha
mejorado, pero falta un respaldo interno más sólido. Santos creyó que la
campaña electoral sería fácil, jugó a adormecerla y se equivocó. Ese error le
ha obligado a hacer de la necesidad virtud y salir a conseguir el apoyo de más
sectores a las negociaciones. Ahora tendrá que transformar la paz en política
de Estado, y compartir la bandera de la paz con muchas otras manos, para
hacerle saber a las guerrillas que están negociando no con un Ejecutivo sino
con todo un país y acelerar las negociaciones.
Con
el resultado electoral del pasado domingo, Colombia comienza a diseñarse un
perfil más pluralista, moderno y democrático del que tenía. El ejercicio de
diálogo político interno que acaba de hacer Santos es positivo, y contribuirá,
inclusive, a reforzar su política exterior, de respeto y no injerencia en asuntos
internos de otros países (léase Venezuela y Ecuador). En concordancia con el
mandato político recibido, y con ese nuevo perfil, Colombia podría pasar de ser país
problema (como se
proyectó hace unos años) a país solución. Ayudar, por ejemplo, a normalizar las
relaciones entre Washington y La Habana, darle un enfoque más integrador a
UNASUR o solucionar, mediante la diplomacia, la divergencia que aún mantiene
con Nicaragua tras el fallo del Tribunal de Justicia de La Haya, o mediar, si
se lo piden las partes, en la crisis venezolana.
No
cabe duda de que estas elecciones le han permitido a la democracia colombiana
un salto de calidad que oxigena a Santos. Ya nadie podrá acusarle de haber
traicionado el mandato de las urnas, como sucedió tras abrir las negociaciones
con las FARC. Seguramente también, tendrá que hacer un gobierno menos
ideológico, acentuar en lo social y modular sus políticas neoliberales, algo
que ofreció hacer Zuluaga, quien prometió no celebrar más tratados de libre
comercio durante cuatro años. Con razón o sin ella, los agricultores adjudican
su quiebra a las políticas de apertura y al libre comercio. Santos se ha
comprometido con los trabajadores a devolverles a las horas extras nocturnas y
dominicales que la primera administración de Uribe les quitó.
Adicionalmente,
el reelegido presidente colombiano tendrá que resolver un problema que no es de
poca monta: de dónde saldrán los recursos para financiar la paz y el
postconflicto. Se necesitará una nueva reforma tributaria. ¿Quién va a pagar la
factura? Ampliar la base tributaria sería excesivamente impopular, pero
aumentar los impuestos a los más ricos y a las grandes empresas podría
desestimular la inversión privada y extranjera, y desatar una fuga de
capitales. En cualquier caso, la política es el arte de hacer posible lo
imposible, y Juan Manuel Santos, con su segunda elección a la que se presenta
en su vida, ha demostrado que es, ante todo, un buen político.