sábado, 21 de junio de 2014

COLOMBIA: REELECCIÓN AUTORIZA A SANTOS A SEGUIR NEGOCIANDO LA PAZ

Tomado de esglobal 

COLOMBIA, LUZ VERDE A LA PAZ

El país latinoamericano se perfila cada vez más como un Estado pluralista, moderno y democrático.

Por Guillermo Pérez Flores

Colombia ha autorizado a Juan Manuel Santos para seguir en el Gobierno y continuar con las negociaciones de paz, pero ello no significa que le haya extendido un cheque en blanco. Las urnas han dicho también que su margen de maniobra es limitado, y así lo reconoció él mismo en el discurso de victoria, en el cual afirmó que corregiría todo lo que tuviera que corregir y ajustaría todo lo que tuviera que ajustar. Un giño, sin duda, a la ex candidata Martha Lucía Ramírez y al ex presidente Andrés Pastrana (1998-02), e inclusive al mismo candidato Oscar Iván Zuluaga, quien a diferencia de su mentor, el ex presidente Álvaro Uribe (2002-10), aceptó la derrota sin intentar, como éste, deslegitimar el triunfo con acusaciones fraude y corrupción.
Esta campaña electoral se enmarcó en dos plebiscitos paralelos. Uno en torno a la paz, esbozado por el presidente Santos en el dilema de escoger entre el fin de la guerra y la guerra sin fin. Y otro sobre el regreso del uribismo al poder. Decidir si Colombia se matriculaba en una era post Uribe, que tiene una honda significación política e incluso cultural. Al ex presidente, tirios y troyanos le reconocen que durante sus ocho años de “Seguridad Democrática” logró alterar la correlación militar de fuerzas en favor del Estado. Pero ese reconocimiento no supone aprobación de sus métodos ni mucho menos de su mentalidad política tribal, que induce a estar de acuerdo solo con quienes piensan igual, en una estrecha visión de que quien no está con él está contra él.
Fue precisamente ese marco lo que permitió gestar -tras la primera vuelta- una amplia coalición política y social en favor de la paz, con participación de sectores socialdemócratas, de liberales conservadores (Antanas Mockus), de progresistas (Gustavo Petro), de izquierda y oposición (Clara López, Aida Avella y Piedad Córdoba), de líderes de la Alianza Verde (Antonio Navarro y Claudia López) y de las principales centrales sindicales y de víctimas del conflicto (Íngrid Betancourt). Coalición que recibió la bendición de empresarios importantes como Luis Carlos Sarmiento (dueño de una tercera parte de la banca) o Nicanor Restrepo, ex presidente de uno de los conglomerados económicos más grandes. Esta amplia y diversa alianza le dio un nuevo aire a Santos, que con la Unidad Nacional (coalición de gobierno) fue incapaz de transmitir durante la primera vuelta el mensaje gubernamental y de movilizar un electorado apático y escéptico frente a la paz.
Santos ha cosechado casi cinco millones de votos más que en la primera vuelta, 900.000 más que Zuluaga, los suficientes para proseguir las conversaciones de paz con las FARC (que ahora se amplían a la segunda guerrilla, el Ejército de Liberación Nacional, ELN) y frenar el regreso al poder del uribismo. El pleito político, sin embargo, no ha concluido. Santos tiene grandes desafíos. El primero, y quizás el más trascendente, llegar al cese al fuego y de hostilidades bilateral y definitivo, antes de que termine este año. La paciencia del país tiene límites. Bajo la égida de Álvaro Uribe hablar de paz era políticamente incorrecto, con este resultado se invierte la ecuación, no obstante, el país  demanda resultados concretos y no se conforma con declaraciones o ceses unilateral de fuego de una o dos semanas, como los decretados por las FARC durante las elecciones.  Otro desafío es mantener y ampliar la coalición de apoyo a la paz –que es frágil y podría tornarse volátil–, pues los acuerdos a los que llegue con las guerrillas tendrán que ser refrendados popularmente.
Hasta el pasado 15 de junio las conversaciones de paz tenían más respaldo externo que interno. El gobierno de Estados Unidos, la Unión Europea, la ONU, la OEA, UNASUR, la Alianza del Pacífico y todo el vecindario las apoyan. Esto ha mejorado, pero falta un respaldo interno más sólido. Santos creyó que la campaña electoral sería fácil, jugó a adormecerla y se equivocó. Ese error le ha obligado a hacer de la necesidad virtud y salir a conseguir el apoyo de más sectores a las negociaciones. Ahora tendrá que transformar la paz en política de Estado, y compartir la bandera de la paz con muchas otras manos, para hacerle saber a las guerrillas que están negociando no con un Ejecutivo sino con todo un país y acelerar las negociaciones. 
Con el resultado electoral del pasado domingo, Colombia comienza a diseñarse un perfil más pluralista, moderno y democrático del que tenía. El ejercicio de diálogo político interno que acaba de hacer Santos es positivo, y contribuirá, inclusive, a reforzar su política exterior, de respeto y no injerencia en asuntos internos de otros países (léase Venezuela y Ecuador). En concordancia con el mandato político recibido, y con ese nuevo perfil, Colombia podría pasar de ser país problema (como se proyectó hace unos años) a país solución. Ayudar, por ejemplo, a normalizar las relaciones entre Washington y La Habana, darle un enfoque más integrador a UNASUR o solucionar, mediante la diplomacia, la divergencia que aún mantiene con Nicaragua tras el fallo del Tribunal de Justicia de La Haya, o mediar, si se lo piden las partes, en la crisis venezolana.
No cabe duda de que estas elecciones le han permitido a la democracia colombiana un salto de calidad que oxigena a Santos. Ya nadie podrá acusarle de haber traicionado el mandato de las urnas, como sucedió tras abrir las negociaciones con las FARC. Seguramente también, tendrá que hacer un gobierno menos ideológico, acentuar en lo social y modular sus políticas neoliberales, algo que ofreció hacer Zuluaga, quien prometió no celebrar más tratados de libre comercio durante cuatro años. Con razón o sin ella, los agricultores adjudican su quiebra a las políticas de apertura y al libre comercio. Santos se ha comprometido con los trabajadores a devolverles a las horas extras nocturnas y dominicales que la primera administración de Uribe les quitó.
Adicionalmente, el reelegido presidente colombiano tendrá que resolver un problema que no es de poca monta: de dónde saldrán los recursos para financiar la paz y el postconflicto. Se necesitará una nueva reforma tributaria. ¿Quién va a pagar la factura? Ampliar la base tributaria sería excesivamente impopular, pero aumentar los impuestos a los más ricos y a las grandes empresas podría desestimular la inversión privada y extranjera, y desatar una fuga de capitales. En cualquier caso, la política es el arte de hacer posible lo imposible, y Juan Manuel Santos, con su segunda elección a la que se presenta en su vida, ha demostrado que es, ante todo, un buen político. 

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