Tomado
de esglobal
¿QUÉ PASA SI ESTADOS UNIDOS NO PATRULLA
EL MUNDO?
Por
Mario Saavedera
Cinco consecuencias de
que la superpotencia deje de ser el policía global.
Con el lanzamiento en 1945
de sendas bombas atómicas sobre las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki,
Estados Unidos pasó a convertirse en la potencia militar dura, capaz de matar a
centenares de miles de personas en unas horas, y aniquilar a imperios agresores
como el japonés apretando un botón. EE UU ocupó así el papel de potencia
indispensable para el resto del siglo XX, como Imperio Británico lo había sido
en el siglo anterior. A día de hoy, Washington dirige un sistema de defensa y
agresión en el que invierte cada año más que todo el resto del mundo junto.
El país reaccionó con dos
guerras directas y varias indirectas a su Pearl Harbour de
este siglo, los ataques del 11 de septiembre de 2001. Pero ahora está de
retirada. “Tras una década de guerra, la nación que tenemos que reconstruir son
los Estados Unidos de América”, ha asegurado el presidente estadounidense
Barack Obama, para poco después dar la orden de reducir el número de tropas
hasta número más bajo desde 1940.
En el país hay hastío de
guerra, y una preferencia cada vez más obvia de vez de dejar de gastar los
recursos y las vidas estadounidenses en aventuras como la de Irak, o en guerras
de dudosa efectividad como la de Afganistán. Salvo sorpresas de la Historia,
vienen unos años de repliegue de la potencia global, como se ha visto
recientemente en su inacción en la guerra de Siria o en la languidez de su
respuesta ante la anexión rusa de Crimea. Estos son solo dos ejemplos de lo que
puede pasar si Estados Unidos deja de ser el policía global. A cambio, aumentan
las decisiones multilaterales y, eventualmente, los acuerdos en las grandes
instituciones de gobernanza global.
Las tentaciones
expansionistas pueden aumentar: el caso de Crimea
El presidente estadounidense
ha tratado de cerrar el ajedrez geoestratégico de la anexión de Crimea con un
mensaje para navegantes dirigido a Moscú. “Rusia es un poder regional”, declaró
Barack Obama tras una cumbre con los líderes europeos dedicada casi de lleno a
cómo reaccionar ante las ínfulas rusas.
La frase es poderosa: trata de situar a Vladímir Putin en un lugar en el que el
ex KGB no quiere estar, el de un simple actor local, al mismo nivel que
Alemania, Francia o China.
Pero es poco probable que el
presidente de la Federación Rusa se amilane por las provocativas palabras del
americano. El mismo Obama ha dejado claro desde el principio que no va a haber
tropas en la Europa oriental para defender a Ucrania, para empezar porque esta
no es miembro de la OTAN, ni se la espera.
Así que, sin la presión de
la posibilidad de un enfrentamiento con fuerzas de la organización militar
internacional liderada por Washington, Moscú ha sido capaz de lanzar una blitzkrieg de
nueva generación, una guerra relámpago sin un solo disparo, en
la que llevado a cabo quizá el mayor cambio de las fronteras europeas desde el
fin de la Guerra Fría. Ha sido, dicho de otro modo, una guerra fácil, en parte
porque al otro lado no le esperaba nadie.
La pregunta en el ambiente es si Crimea ha sido tan sólo el primer paso de un
intento ruso de recuperar parte de la grandeza del imperio soviético. Por si
acaso, los líderes occidentales, reunidos en el G7, se han apurado a dibujar
la línea roja que Moscú no puede atravesar: ni un soldado en
el lado ucranio de la frontera este con Rusia, o se verán obligados a aumentar
las sanciones económicas. Unas sanciones que “harían pagar un precio” a la
economía rusa.
Pero, de nuevo, la ausencia
de Estados Unidos o de la OTAN como policía en la zona deja en mera reacción
económica agresiones que, en otros años y en otras regiones, habrían causado
una rápida intervención militar. Con EE UU retirada, Rusia tiene el terreno
allanado para redibujar la zona con movimientos geoestratégicos magistrales
como el aplicado en la península rusófona.
Colateralmente, la ausencia
de presión militar por parte de Washington está obligando a Bruselas a repensar
su política energética. El propio Barack Obama criticó directamente a los
países europeos por cerrar puertas a ciertas fuentes de energía (como la
energía nuclear o el gas obtenido por la polémica técnica del fracking).
Aunque no las citó por su nombre, sí dejó claro que Estados Unidos ha tenido
que tomar “decisiones duras” en ese sentido para poder vivir su boom energético
actual, y pide a los europeos que sigan ese camino en vez de depender del gas
de Moscú.
Las potencias
regionales cubren el hueco dejado por el gigante americano: el caso
sirio
Washington ha limitado de
forma sorprendente su intervención en una de las peores guerras del momento,
tanto por el número de muertes como por el impacto que puede tener en el
polvorín de Oriente Medio y en la capacidad de influencia de su archienemigo
Irán. Se trata de la guerra siria.
Lo que comenzó siendo un
alzamiento de la población civil contra la represión del régimen de Bashar al
Assad ha pasado a convertirse en una guerra abierta a tres bandas: el Ejército
de Damasco, los insurgentes y los yihadistas oportunistas
ligados al extremismo musulmán. En el medio, millones de civiles desplazados y
unas cifras de muertos que rondan los 130.000, además de una incontable lista
de violaciones de las leyes de la guerra y de crímenes contra la humanidad.
En un primer momento,
Estados Unidos apostó tímidamente por el apoyo logístico. Al contrario que en
otros casos, como el de Libia, imponer una zona de exclusión aérea podía
suponer un cierto coste en vidas. Los sistemas antiaéreos del régimen sirio, de
componentes rusos, no son los más avanzados del mundo, pero son razonablemente
peligrosos.
Así que, con Washington
mirando la guerra desde la barrera, el nicho geoestratégico lo están cubriendo
terceros países. De un lado están, por supuesto, Irán y la milicia libanesa de
Hezbolá, ambos apoyos tradicionales del régimen de de Al Assad, además de
Rusia. La presencia de combatiente de la Guardia Revolucionaria Islámica de
Irán ha quedado de manifiesto en diversos reportajes periodísticos. Tampoco
Teherán se ha esforzado en disimular su intervención directa.
Del otro lado, Turquía y Arabia Saudí. Los turcomanos han dejado campar a sus
anchas en la zona fronteriza a los insurgentes contra el régimen del molesto
vecino, y han llegado a derribar un avión que presuntamente había violado su
espacio aéreo persiguiéndolos. Por su parte, los dictadores saudíes y sus petrodólares han
dotado de armamento y financiación a los levantados en armas.
Es, en el fondo, el mismo
juego de siempre en la zona: el pulso entre el arco chií y los países suníes.
La diferencia es que ahora Estados Unidos ha decidido mantenerse al margen (al
contrario que durante la guerra entre Irán e Irak, por ejemplo), y eso permite
a los actores pelear de forma más equilibrada, y por tanto con resultados más
inciertos. No en vano la guerra siria parece mantenerse en unas sangrientas
tablas, mientras el número de civiles muertos y desplazado aumenta cada día.
Las consecuencias
geopolíticas son difíciles de prever, pero se teme un efecto dominó en
la zona, una reacción en cadena que una vez desatada sea difícil de contener. Y
que estas guerras se estén convirtiendo en un campo de entrenamiento de yihadistas a
escala global. Los servicios de inteligencia europeos ya están alarmados por la
vuelta a la vieja Europa de combatientes fogueados en la guerra Siria.
Regresa el
multilateralismo
El repliegue internacional
de Washington es numéricamente evidente. Tras terminar la batalla en Irak y
Afganistán, la Administración Obama ha anunciado una importante reducción de
tropas terrestres: desde los 520.000 soldados del Ejército de Tierra a los
440.000. Se jubilarían además diversos tipos de armamento y transporte, todo
con una reducción del gasto de 34.000 millones de dólares (unos
25.000 millones de euros) con respecto a 2011.
Pero es que, además, esta
vuelta a casa y reducción de tropas está siendo acompañada de un retorno al
multilateralismo casi inconcebible hace no tanto. Recuérdese cómo estaba la
situación de tensión internacional en 2003, el año en que comenzó la segunda
invasión de Irak, y el repudio de la Administración George W. Bush a la presión
internacional en contra de la guerra, y compárense con las estrategias de
Barack Obama.
Europa Occidental toma
un papel más activo en la guerra contra el islamismo radical
La intervención en Libia
estuvo liderada por Francia y Reino Unido, no por Estados Unidos. En Washington
se mantuvo en lo que eufemísticamente se llamó el “liderazgo desde la
retaguardia” (leading from behind). Fue, además, una intervención aprobada por
el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, que dio el visto bueno a la
intervención internacional en apoyo de el Consejo Nacional de Transición.
Otro ejemplo en Malí: de
nuevo ha sido Francia, y no Estados Unidos, la que ha liderado la guerra contra
los islamistas ligados a la Internacional de Al Qaeda. París ha enviado casi
4.000 soldados en apoyo del gobierno de Bamako, que trata de recuperar el norte
del país, controlado por rebeldes islamistas y tuareg. Así, con apoyo de la
ONU, es Francia la que limpia el país de la sharia y de los
campos de entrenamientos de islamistas, algunos de ellos relacionados con
grupos terroristas como Al Qaeda en el Magreb.
Grupos marginales
pueden aprovechar la apariencia de 'tigre de papel'

“La necesidad de Estados
Unidos de salir de misiones humanitarias calamitosas [como el conflicto de
Somalia en 1993], en la que 18 soldados murieron, estaba clara. Pero esa
retirada vino acompañada de un error estratégico enorme: envalentonó la
narrativa de la red emergente de Al Qaeda de que América era untigre de
papel, lo que preparó el escenario para los ataques terroristas de 1990 y
del 11 de septiembre de 2001”. El que se expresa en estos término no es un
belicista republicano, sino Stuart Gottlieb, ex consejero demócratas y profesor
de Política Exterior estadounidense y Seguridad Internacional en la Universidad
de Columbia, en un artículo titulado, ¿Qué pasaría si Estados Unidos
deja de patrullar el mundo?
En él, Gottlieb asegura que la Historia demuestra que cuando Estados Unidos se
repliega otros regímenes más violentos o grupos radicales aprovechan el vacío.
Así, tras la I Guerra Mundial, EE UU se aisló, tras la II redujo radicalmente
sus tropas y tras Vietnam limitó la capacidad de los presidentes de lanzar
guerras. En cada caso, hubo pretendientes que se aprovecharon de la retirada:
Alemania y Japón en 1930, y la Unión Soviética en la posguerra mundial y tras
Vietnam. Las consecuencias de todo ello son bien sabidas.
En el fondo, los grupos
insurgentes o radicales siempre han aprovechado los momentos de tigre
de papel de las grandes potencias dominantes de cada época. Ocurrió
tras la retirada francesa de Argelia en los 60 o tras la retirada soviética de
Afganistán a finales de los 80. Pero en nuestra era es Estados Unidos el poder
bisagra del siglo XX y XXI. EE UU es el Reino Unido del siglo XXI.