jueves, 17 de diciembre de 2009

Obama pacta con el senado los pedazos de la reforma de Salud

Tomado de Long Island al día con la autorización de su Editor

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Barack Obama y los 60 senadores demócratas en cuyas manos está la suerte de la reforma sanitaria han pactado este martes los últimos detalles de una ley trascendental que parece ya lista para su aprobación, estando a centímetros de distancia de la meta que muchos políticos durante varias generaciones pretendieron sin éxito.

El acuerdo final podría producirse en torno a una versión muy modesta de la reforma sanitaria, que satisface las principales exigencias de los demócratas más conservadores, pero, al fin y al cabo, la única posible y el único modo de ofrecer cobertura sanitaria a los 30 millones de estadounidenses que actualmente carecen de ella.

“Estamos en el precipicio de un logro que ha eludido a congresos y presidentes por generaciones”, dijo a periodistas tras una reunión en la Casa Blanca con los 60 miembros de la camarilla demócrata del Senado.

“Aún quedan desacuerdos que deben ser aclarados. Aún queda trabajo por hacer en los próximos días”, agregó respecto al esfuerzo por ganar antes de fin de año la aprobación del Senado a su máxima prioridad doméstica.

“Me siento cautelosamente optimista de que podemos lograrlo”, comentó el mandatario.

La reunión se realizó el día siguiente que los demócratas señalaran que podrían eliminar un plan de compromiso para expandir el programa de salud gubernamental Medicare para los ancianos y discapacitados, luego que el senador Joe Lieberman dijo que se uniría a los republicanos para bloquear cualquier legislación que incluyera ese plan.

No habrá en la ley ni un sistema público de salud ni la extensión hasta los 55 años de los beneficios del sistema de cobertura sanitaria para los pensionistas (Medicare) que ahora sólo afecta a los mayores de 65 años. El ala progresista del partido y la Casa Blanca han tenido que renunciar a ambas propuestas en aras de un consenso que, de otra forma, se hacía imposible.

El resultado puede frustrar a muchos entre la izquierda que habrían deseado una transformación más profunda del modelo de salud norteamericano. Pero, probablemente, esta reforma, en su modestia, representa mejor la voluntad de la media de los ciudadanos de este país.

El sistema de salud estadounidense, con sus millones de personas desatendidas, escandaliza al resto del mundo, pero no tanto a los propios norteamericanos. En todo caso, no escandaliza tanto como para pagar el precio, en términos de costo e intervención estatal, que una reforma más profunda exigía.

La Casa Blanca perdió hace tiempo la batalla de la comunicación en este asunto. El debate sobre la reforma quedó establecido en los últimos meses no en relación a las ventajas sociales obvias que esta reforma representa, sino sobre los perjuicios que iba a causar a las finanzas públicas. En esas condiciones, varios senadores demócratas, preocupados por su reelección, se negaron a respaldar las versiones más ambiciosas del proyecto y obligaron a recortes que, en cierta medida, desnaturalizan el propósito inicial de esta histórica apuesta.

Pero no todo es negativo. Sigue quedando una reforma que acabará con la dictadura de las compañías de seguros, aumentará los derechos de los pacientes y garantizará una cobertura casi universal. “No vamos a conseguir todo lo que queríamos, pero vamos a conseguir mucho de lo que ahora no tenemos”, ha dicho el senador Jay Rockefeller, representante del sector progresista en la Cámara Alta. Rockefeller, como muchos en la izquierda, ha reconocido su resentimiento hacia el último senador que frenó el avance de una ley más reformadora, Joe Lieberman, quien aún no ha dejado claro si votará a favor, incluso después de las últimas concesiones.

El poder de Lieberman

Lieberman, un viejo estandarte del transfuguismo, ha adquirido un enorme poder gracias a las reglas del sistema político estadounidense. Para poner fin al debate de una ley en el Senado y someterla a votación es necesario que 60 senadores del total de 100 lo acepten. Mientras tanto, cualquier minoría puede paralizar el proceso legislativo. Lieberman, que ganó su escaño como independiente después de haber perdido las primarias demócratas, se integró al grupo demócrata tras la victoria de Barack Obama pese a que había hecho campaña a favor de John McCain.

Se trata de un personaje peculiar que, aunque fue el compañero de candidatura presidencial de Al Gore, comulga en general con los republicanos. En estos momentos, es el principal objetivo del odio de las páginas web de la izquierda. Pero, sin él, los demócratas simplemente no tienen los votos suficientes para sacar esta ley adelante.

Lieberman, por su parte, disfruta enormemente del papel que le ha tocado jugar. “No soy ningún boicoteador”, ha declarado, “soy alguien que quiere sacar esta reforma y que va a ayudar a cambiar las vidas de millones de personas en nuestro país”.

Hasta el vicepresidente, Joe Biden, ha manifestado que Lieberman está equivocado, pero que lo prioritario ahora es aprobar la ley en el Senado antes de navidades. Si se logra, después habrá que reconciliar ese proyecto con el que la Cámara de Representantes aprobó el mes pasado.

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