Desde hace mucho tiempo la Navidad
ha quedado instituida socialmente como la época de reunión y de compartir con
los seres queridos, especialmente con aquellos con los que, por la distancia,
el contacto no puede ser muy frecuente; sin embargo, muchas personas viven la
Navidad con un sabor agridulce, porque la alegría por la reunión con los
familiares y seres queridos se ve empañada por la silla vacía de alguien que
tiempo atrás la ocupaba, y que ya no está; y cuya ausencia se percibe en esta
época de una forma especial, de la misma forma especial que se siente la
presencia de los demás.
Muchas veces, ello es debido a que cuando
una persona fallece, nuestra cultura, contradictoria en algunos aspectos, no da
espacio a los familiares para elaborar el duelo emocional de una forma
adecuada, y mientras que por una parte exige manifestaciones externas de duelo,
como el luto, los pésames, etc; por otra tiende, involuntariamente, mediante la
compañía y el consuelo, a reprimir el duelo interno que luego, lógicamente,
tiende a aflorar en cualquier momento, y más especialmente en estas fechas. Y
no es que las personas no necesiten compañía, condolencia y consuelo cuando
pierden a un ser querido, sino que también necesitan un tiempo de soledad, de
llanto y de desahogo; necesitan de un proceso de elaboración del duelo que
nuestra cultura debe llegar a entender y
aprender a respetar.
La sabiduría para ofrecer compañía a la
vez que permitir la soledad; y para ofrecer consuelo a la vez que respetar el
llanto, facilita el proceso de duelo, y la asunción de la pérdida, al grado de
que en épocas como la Navidad, el sentimiento por esa ausencia física de un ser
querido, se reconforta con la sensación de su presencia espiritual a través de
su memoria en la mente de todos; con la sensación de que de la forma que sea,
esa persona ahí está, como siempre, acompañándonos. Sentir su ausencia o su
presencia es opcional; ambas cosas son posibles. Hay reuniones familiares navideñas
en las que se deja una silla vacía, incluso por años, tratando de revivir la
presencia de la persona que ya no está. Yo no lo recomiendo por
contraproducente. No nos revive la presencia espiritual del ser querido, sino
su ausencia física. La presencia espiritual no necesita un espacio en la mesa,
sino en nuestras cabezas y en nuestros corazones.
Acerca de la Dra. Mendoza Burgos
Titulaciones en Psiquiatría General y Psicología Médica,
Psiquiatría infantojuvenil, y Terapia de familia, obtenidas en la Universidad
Complutense de Madrid, España.
Mi actividad profesional, desde 1,993, en El Salvador,
se ha enfocado en dos direcciones fundamentales: una es el ejercicio de la
profesión en mi clínica privada; y la segunda es la colaboración con los
diferentes medios de comunicación nacionales, y en ocasiones también
internacionales, con objeto de extender la conciencia de la necesidad de salud
mental, y de apartarla de su tradicional estigma.
Fui la primera Psiquiatra infanto-juvenil y Terapeuta
familiar acreditada en ejercer dichas especialidades en El Salvador.
Ocasionalmente he colaborado también con otras
instituciones en sus programas, entre ellas, Ayúdame a Vivir, Ministerio de
Educación, Hospital Benjamín Bloom, o Universidad de El Salvador. He sido
también acreditada por la embajada de U.S.A. en El Salvador para la atención a
su personal. Todo ello me hizo acreedora en 2007, de un Diploma de
reconocimiento especial otorgado por la Honorable Asamblea Legislativa de El
Salvador, por la labor realizada en el campo de la salud mental. Desde 2008 resido
en Florida, Estados Unidos, donde compatibilizo mi actividad profesional con
otras actividades.
La tecnología actual me ha permitido establecer métodos
como video conferencia y teleconferencia, doy consulta a distancia a pacientes
en diferentes partes del mundo, lo cual brinda la comodidad para
mantener su terapia regularmente aunque esté de viaje. De igual manera permite
a aquellos pacientes que viven en ciudades donde los servicios de terapeuta son
demasiado altos acceder a ellos. Todo dentro de un ambiente de absoluta
privacidad.
Trato de orientar cada vez más mi profesión hacia la prevención,
y dentro de ello, a la asesoría sobre relaciones familiares y dirección y
educación de los hijos, porque después de tantos años de experiencia
profesional estoy cada vez más convencida de que el desenvolvimiento que cada
persona tiene a lo largo de su vida está muy fuertemente condicionado por la
educación que recibió y el ambiente que vivió en su familia de origen, desde
que nació, hasta que se hizo adulto o se independizó, e incluso después.
Estoy absolutamente convencida del rol fundamental que juega la
familia en lo que cada persona es o va a ser en el futuro.
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