
Pareciera que en Navidad no puede existir
otra cosa que no sea alegría; sin embargo, no es así. Mucha gente vive la
Navidad con un sabor agridulce; algunos porque la alegría por la reunión con
los familiares y seres queridos se ve empañada por la silla vacía de alguien
que tiempo atrás la ocupaba, y que ya no está; y cuya ausencia se percibe en
esta época de una forma especial, de la misma forma especial que se siente la
presencia de los demás. Otros porque con una alegría aparente, superficial,
frívola, y hasta forzada, tratan de esconder la frustración de no poder ver reunidos a sus familiares por
existir diferencias “supuestamente insalvables”; o por no haber sido capaces de
forjar una cohesión familiar que invitara, al menos, a este acercamiento anual.
Otros porque se involucran en una serie de compromisos, a veces innecesarios, a
veces incluso, completamente alejados del verdadero espíritu de la Navidad, y
que les ocasionan una preocupación y un estrés que, lejos de permitirles
disfrutar, les pone de mal humor. Otros porque, por la razón que sea,
simplemente están solos, y la soledad también se siente en forma especial en
esta época.
Y en general, cada vez más se tiene la
experiencia de que estos días acaban dejando una sensación de hastío, y hasta
de depresión, porque, en el fondo, no dejamos de reconocer la creciente
futilidad e hipocresía que suele rodear estas fiestas. Hay cada vez más
personas que afirman odiar la Navidad porque dicen que es una farsa, un montaje
comercial que disfraza con papel de regalo lo mal que está nuestro mundo. Basta
una mínima reflexión para darnos cuenta de que aunque existe una fuerte presión
mediática que nos puede hacer verla de esa manera, en realidad la Navidad no es
eso; es otra cosa; algo tan sencillo como reunirse y dar un repasito a unos
cuantos valores que están simbolizados por Jesús, y que son precisamente los
que permiten que el mundo funcione.
Inevitablemente, todos nos vemos
envueltos en esa parafernalia cada vez mayor que rodea la Navidad. Parece que a
nosotros mismos nos cuesta entender cómo algo tan grande puede ser, a la vez,
algo tan sencillo, y nos dejamos llevar por dicha presión, tratando de adornar,
complementar y engrandecer exagerada e innecesariamente la Navidad con
infinidad de regalos, comidas, licores, viajes, etc; pero a la vez,
desvirtuándola. No sabemos ver dónde está la grandeza de la Navidad. Si existe
una farsa, es precisamente ese exceso de parafernalia; pero no la Navidad en sí
misma. Si tratamos de no poner mucha atención al montaje mediático y de vivir
la Navidad simplemente como lo que es, con seguridad evitaremos la sensación de
hastío, depresión, y de odio a la Navidad.
Las otras razones que tienden a apagar la
verdadera y sana alegría de esta época también son superables en mayor o menor
medida. Si el sabor amargo es porque pasa horas cocinando el pavo, para que
luego algo falle y encima se lo hagan ver en la mesa, no se complique; llévelo
ya cocinado y dedique esas horas a compartir, que para eso son. Si le angustia
no poder comprar regalo a todos los de la lista, regale simplemente lo más
bonito: una llamada, un abrazo sincero, un beso...; es gratis y quedarán
encantados, y usted también. Complicarse la vida es opcional.
Para quienes estén enemistados con sus
familiares, la Navidad puede ser un excelente pretexto para iniciar un
acercamiento, aunque si prefiere sentirse ofendido que sentirse querido;
también es opcional. Aquellos que simplemente están solos, podrían tomar la iniciativa
de contactar con otros en similar circunstancia, que son bastantes, y reunirse
entre ellos; aunque siempre hay quienes prefieren la soledad; eso también es
opcional. Con respecto a los que no pueden ver reunidos a sus familiares por no
haber creado en el pasado una cohesión familiar que invitara a ello, para estos
no hay receta. Si el imán no se fabrica en la etapa oportuna, luego es difícil
hacer que funcione.
Acerca de la Dra. Mendoza Burgos
Titulaciones en Psiquiatría General y Psicología Médica,
Psiquiatría infantojuvenil, y Terapia de familia, obtenidas en la Universidad
Complutense de Madrid, España.
Mi actividad profesional, desde 1,993, en El Salvador,
se ha enfocado en dos direcciones fundamentales: una es el ejercicio de la
profesión en mi clínica privada; y la segunda es la colaboración con los
diferentes medios de comunicación nacionales, y en ocasiones también
internacionales, con objeto de extender la conciencia de la necesidad de salud
mental, y de apartarla de su tradicional estigma.
Fui la primera Psiquiatra infanto-juvenil y Terapeuta
familiar acreditada en ejercer dichas especialidades en El Salvador.
Ocasionalmente he colaborado también con otras
instituciones en sus programas, entre ellas, Ayúdame a Vivir, Ministerio de
Educación, Hospital Benjamín Bloom, o Universidad de El Salvador. He sido
también acreditada por la embajada de U.S.A. en El Salvador para la atención a
su personal. Todo ello me hizo acreedora en 2007, de un Diploma de
reconocimiento especial otorgado por la Honorable Asamblea Legislativa de El
Salvador, por la labor realizada en el campo de la salud mental. Desde 2008 resido
en Florida, Estados Unidos, donde compatibilizo mi actividad profesional con
otras actividades.
La tecnología actual me ha permitido establecer métodos
como video conferencia y teleconferencia, doy consulta a distancia a pacientes
en diferentes partes del mundo, lo cual brinda la comodidad para
mantener su terapia regularmente aunque esté de viaje. De igual manera permite
a aquellos pacientes que viven en ciudades donde los servicios de terapeuta son
demasiado altos acceder a ellos. Todo dentro de un ambiente de absoluta
privacidad.
Trato de orientar cada vez más mi profesión hacia la prevención,
y dentro de ello, a la asesoría sobre relaciones familiares y dirección y
educación de los hijos, porque después de tantos años de experiencia
profesional estoy cada vez más convencida de que el desenvolvimiento que cada
persona tiene a lo largo de su vida está muy fuertemente condicionado por la
educación que recibió y el ambiente que vivió en su familia de origen, desde
que nació, hasta que se hizo adulto o se independizó, e incluso después.
Estoy absolutamente convencida del rol fundamental que juega la
familia en lo que cada persona es o va a ser en el futuro.
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