No confíes en nadie. Ese eslogan, tantas
veces usado en los afiches de las películas de suspenso, cobra más vigencia que
nunca en estos tiempos que hasta la multinacional más “cool” y admirada como
Apple es capaz de engañarte. Son tiempos para estar alerta, pero sin la
necesidad de caer en la paranoia. Pero el caso de Apple, que volvía obsoletas a
propósito las baterías de los iPhone antiguos para estimular la compra de los
nuevos modelos, es apenas una muestra del mundo en que vivimos. Ya ni siquiera
podemos confiar en las grandes marcas, por más que sus dueños suenen
altruistas, sean vegetarianos y presidan veinte fundaciones. No, no confíes en
nadie.
Este tipo de estrategias que empleó Apple
tiene un claro propósito: vender más y más. Hay una evidente necesidad entre
las marcas de acaparar el mercado y generar ganancias en un universo cada vez
más competitivo y feroz. En esa intensa lucha de poderes se llevan de encuentro
al consumidor. En mi infancia, los productos duraban “para siempre”. Un
televisor podía durar 20 años y una radio 30, pero hoy es todo diferente, todo
desechable. Es más, el caso de las baterías del iPhone demuestra que ellos
mismos pueden programar la vida útil de un producto. Es la única forma de
mantener un flujo no decreciente de clientela.
Por eso hoy todo es reemplazable, no
existe el valor de conservación. La sociedad de consumo nos tiene atados de
pies y manos. Y no es casualidad que utilicen los teléfonos celulares como
vehículo para engañar a la gente. Los teléfonos inteligentes, como si fuesen
carros de lujo, son un símbolo del status social. Cada vez más se vive en un
mundo de falsas apariencias, motivado por la avaricia de las compañías
por vender sus productos en un mercado cada día más competitivo y más cruel.
Lo mismo sucede con las personas, quienes
se maquillan, actúan, hablan y se visten con la intención de ser más aceptados
o de pertenecer a determinada clase social. Tampoco ayudan los medios masivos
de comunicación, que hacen banalizar cada vez más la realidad. Muestran
lo más “in”, lo más impactante, y hasta reproducen sin ningún rigor noticias
falsas con una pasmosa tranquilidad. Por todo eso es importante dar la voz de
alerta, para que la gente vuelva a sus raíces y empiece a valorar más el fondo
que las formas. Se van perdiendo los límites en busca de lo más impactante:
importan más los traseros desproporcionados, los escotes que no dejan nada para
la imaginación o los chambres baratos. Productos ensalzados por divas
cinematográficas o creadas con artificios publicitarios.
Pero además de rendirle culto a la
belleza, a veces más artificial que una flor de plástico, también nos vemos
sometidos a los implementos de última tecnología, y muchas veces sin saber por
qué nos gastamos lo que no tenemos en un aparatito que hace lo mismo que el
anterior, pero con un botón diferente o simplemente nuevo envoltorio. Esas
personas nunca estarán conformes, sobre todo en estos tiempos donde todo cambia
en segundos y nada en perdurable, ni en tecnología ni en relaciones humanas. La
sociedad en general debería ser más contestataria con los anuncios, las
apariencias, y las estafas. Se debería denunciar, pero al hacerlo se siente
temor de perder la batalla y de hacer el ridículo, ya que el resto de la
sociedad está dispuesta a atacarnos y reírse de nosotros. La gente ha
perdido la ingenuidad agradable de ser sorprendidos con cosas o gestos
sencillos y cada vez más se deja seducir por los grandes exponentes de lo
moderno, lo diferente, lo absurdo y lo poco sencillo.
Acerca de la
Dra. Mendoza Burgos
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Titulaciones en Psiquiatría General y Psicología
Médica, Psiquiatría infantojuvenil, y Terapia de familia, obtenidas en la
Universidad Complutense de Madrid, España.
Mi actividad profesional, desde 1,993, en El
Salvador, se ha enfocado en dos direcciones fundamentales: una es el ejercicio
de la profesión en mi clínica privada; y la segunda es la colaboración con los
diferentes medios de comunicación nacionales, y en ocasiones también
internacionales, con objeto de extender la conciencia de la necesidad de salud
mental, y de apartarla de su tradicional estigma.
Fui la
primera Psiquiatra infanto-juvenil y Terapeuta familiar acreditada en ejercer
dichas especialidades en El Salvador.
Ocasionalmente he colaborado también con otras
instituciones en sus programas, entre ellas, Ayúdame a Vivir, Ministerio de
Educación, Hospital Benjamín Bloom, o Universidad de El Salvador. He sido
también acreditada por la embajada de U.S.A. en El Salvador para la atención a
su personal. Todo ello me hizo acreedora en 2007, de un Diploma de
reconocimiento especial otorgado por la Honorable Asamblea Legislativa de El
Salvador, por la labor realizada en el campo de la salud mental. Desde 2008 resido
en Florida, Estados Unidos, donde compatibilizo mi actividad profesional con
otras actividades.
La tecnología actual me ha permitido establecer
métodos como video conferencia y teleconferencia, doy consulta a distancia a
pacientes en diferentes partes del mundo, lo cual brinda la comodidad
para mantener su terapia regularmente aunque esté de viaje. De igual manera
permite a aquellos pacientes que viven en ciudades donde los servicios de
terapeuta son demasiado altos acceder a ellos. Todo dentro de un ambiente de
absoluta privacidad.
Trato de orientar cada vez más mi profesión hacia la
prevención, y dentro de ello, a la asesoría sobre relaciones familiares y
dirección y educación de los hijos, porque después de tantos años de
experiencia profesional estoy cada vez más convencida de que el
desenvolvimiento que cada persona tiene a lo largo de su vida está muy
fuertemente condicionado por la educación que recibió y el ambiente que vivió
en su familia de origen, desde que nació, hasta que se hizo adulto o se independizó,
e incluso después.
Estoy absolutamente convencida del rol fundamental que juega la familia en lo que cada persona es o va a ser en el futuro.
Estoy absolutamente convencida del rol fundamental que juega la familia en lo que cada persona es o va a ser en el futuro.