Cada vez son más las personas que al
llegar las fechas navideñas manifiestan sentirse estresadas, y no es sin razón.
El tránsito vehicular se incrementa sensiblemente; el peatonal también; tenemos
en la cabeza más cosas de lo habitual; las colas en los comercios son enormes;
tenemos muchas cosas que preparar y muchos regalos que comprar. Y todo para que
al final siempre haya algo que no sale bien, alguien que dice algo inoportuno,
o que recibe con indiferencia nuestro regalo, o cualquier cosa que hiere
nuestra susceptibilidad latina, y nos amarga la fiesta, desbordándose entonces
todo el estrés, en forma de lágrimas o de enojos desproporcionados. Y para
colmo, comprobamos que Santa ha sido más generoso con el vecino que con nosotros;
quizá a él le trajo el carro con el que tanto soñamos, o la pantalla plana
gigante, o cualquier cosa que haga que nuestro primer propósito de año nuevo
sea no ser menos que él, aun a costa de endeudarnos más aún.
Cada vez más la Navidad se convierte en
un cúmulo de compromisos con los demás y con nosotros mismos; compromisos cada
vez más materiales y menos espirituales; compromisos no siempre deseados y que
cada vez nos satisfacen menos y nos estresan más; compromisos que cada vez más
nos dejan la sensación de cumplirse no porque realmente se desee, sino para
tener la sensación de estar a la altura de los demás, y para que los demás vean
que lo estamos; o para que los demás vean que nos acordamos de ellos, aun
cuando de algunos solo nos acordamos precisamente a la hora de hacer la lista
de compromisos de Navidad.
Siendo esto así, se entiende el auge cada
vez mayor que tiene la industria del regalito, que respetando todavía en el mes
de Enero la maltrecha economía de los consumidores, invade desde el mes del
amor y la amistad casi todos los meses del calendario para descargar en esta
época toda su presión mercadotécnica, ofreciendo infinidad de productos, de los
que mil y uno son de esos creados a propósito para cumplir con dichos
compromisos; y ofreciendo también mil y una tarjetas con el mensaje de
felicitación ya impreso, creadas a propósito para quienes no tienen nada que
decir, siendo prácticamente imposible encontrar una tarjeta en blanco para
escribir algo nacido del corazón, aunque sea con mala letra y errores de
ortografía. Ha de ser porque las primeras tienen mucha mayor demanda.
En definitiva, cada vez más se resuelven
los compromisos navideños con soluciones materiales, casi siempre
prefabricadas, frías e impersonales, que no cuestan esfuerzo, que no suponen
aporte ni compromiso personal, que son creadas y producidas por otros, que
cuestan solamente dinero, y que únicamente sirven para dejar constancia de que
“ya cumplí con ellos” o “ya cumplieron conmigo”, pero no para llenar el
corazón, ni el de los demás ni el nuestro, porque les falta la huella, el
carácter y la emoción de quien únicamente se limitó a trasladarlas, por
compromiso, del almacén al destinatario.
Me estaba acordando del villancico del
Niño del tambor, que llegó a visitar a Jesús sin nada más que su tambor, y con
él le dedicó una canción. También llegaron los Reyes Magos, con regalos
valiosos. Pero podían haber llegado sin nada en la mano y hubiera sido lo
mismo. De hecho, no se lo agradeció Jesús más que al niño del tambor; ni menos tampoco.
Lo que agradeció Jesús a ellos, y a todo aquél que viajó para visitarle fue
precisamente ese interés, esa ilusión y ese esfuerzo por estar allí, por ser
partícipe de su llegada. Lo que agradeció Jesús fue ese compromiso espiritual.
Lamentablemente, nosotros poco a poco nos
hemos ido acostumbrando a dar lo material y a esperar recibir lo material; en
parte motivados por la fuerte presión comercial que constantemente nos invita a
disfrutar de lo material, y en parte porque los valores fundamentales de la
cultura occidental actual tienen carácter material. Y no es que tenga nada de
malo lo material; el problema es que ha desplazado a lo espiritual. Y a tal
grado nos hemos acostumbrado a ello que cualquier impulso por ofrecer un
compromiso de tipo espiritual y no material en navidad automáticamente se ve
frenado por el temor a quedar mal, a no cumplir, a no responder a lo que otros
esperan de nosotros. No obstante acordémonos de qué es lo que Jesús esperaba
cuando nació, lo que Dios espera de nosotros. Arriesguémonos a regalar algunos
compromisos espirituales, pero de los de verdad, y probablemente nos
sorprenderemos de los resultados, a corto, y sobre todo a largo plazo, y nos
sentiremos menos estresados.
Acerca de la Dra. Mendoza
Burgos
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Titulaciones
en Psiquiatría General y Psicología Médica, Psiquiatría infantojuvenil, y
Terapia de familia, obtenidas en la Universidad Complutense de Madrid, España.
Mi
actividad profesional, desde 1,993, en El Salvador, se ha enfocado en dos
direcciones fundamentales: una es el ejercicio de la profesión en mi clínica
privada; y la segunda es la colaboración con los diferentes medios de
comunicación nacionales, y en ocasiones también internacionales, con objeto de
extender la conciencia de la necesidad de salud mental, y de apartarla de su tradicional
estigma.
Fui la primera Psiquiatra infanto-juvenil y
Terapeuta familiar acreditada en ejercer dichas especialidades en El Salvador.
Ocasionalmente
he colaborado también con otras instituciones en sus programas, entre ellas,
Ayúdame a Vivir, Ministerio de Educación, Hospital Benjamín Bloom, o
Universidad de El Salvador. He sido también acreditada por la embajada de
U.S.A. en El Salvador para la atención a su personal. Todo ello me hizo
acreedora en 2007, de un Diploma de reconocimiento especial otorgado por la
Honorable Asamblea Legislativa de El Salvador, por la labor realizada en el
campo de la salud mental. Desde 2008 resido en Florida, Estados Unidos, donde
compatibilizo mi actividad profesional con otras actividades.
La
tecnología actual me ha permitido establecer métodos como video conferencia y
teleconferencia, doy consulta a distancia a pacientes en diferentes partes del
mundo, lo cual brinda la comodidad para mantener su terapia
regularmente aunque esté de viaje. De igual manera permite a aquellos pacientes
que viven en ciudades donde los servicios de terapeuta son demasiado altos
acceder a ellos. Todo dentro de un ambiente de absoluta privacidad.
Trato de
orientar cada vez más mi profesión hacia la prevención, y dentro de ello, a la
asesoría sobre relaciones familiares y dirección y educación de los hijos,
porque después de tantos años de experiencia profesional estoy cada vez más
convencida de que el desenvolvimiento que cada persona tiene a lo largo de su
vida está muy fuertemente condicionado por la educación que recibió y el
ambiente que vivió en su familia de origen, desde que nació, hasta que se hizo
adulto o se independizó, e incluso después.
Estoy absolutamente convencida del rol fundamental que juega la
familia en lo que cada persona es o va a ser en el futuro.