Tomado
de esglobal
¿HACIA DÓNDE VA CENTROAMÉRICA?
Un futuro incierto a causa de la violencia, la desigualdad y unas
élites que persiguen agendas individuales.
Por
Diego Sánchez Ancochea y Salvador Martí
Centroamérica
ha avanzado mucho en las más de dos décadas que han transcurrido desde los
Tratados de Paz. Las instituciones democráticas han permanecido estables y, con
la excepción de Honduras (por el golpe de 2009), los presidentes han sido
elegidos en procesos electorales más o menos competitivos. A la vez, los
ejércitos han aceptado su subordinación al poder civil y el poder judicial ha
avanzado poco a poco en su independencia en casi todos los países. Además, en
algunos aspectos, también ha avanzado el proceso de construcción del Sistema de
Integración Centroamérica (SICA), sobre todo en el ámbito comercial, aduanero y
de cooperación judicial.
Los gobiernos centroamericanos
también han impulsado algunas políticas públicas orientadas al desarrollo
humano. El gasto social por persona en Guatemala, Honduras y Nicaragua dobla el
que existía a principios de los 90 y en El Salvador se ha multiplicado por
siete. Ha habido innovaciones importantes tanto en salud como en educación, y
se ha realizado un esfuerzo novedoso por incluir a los más desfavorecidos en
las iniciativas sociales del Estado con el fin de mejorar su condición de
ciudadanos. Todo ello, sin duda, ha contribuido al descenso de la pobreza, cuya
tasa es entre siete y catorce puntos porcentuales menor que en 1990.
No obstante, existen todavía
muchos motivos para la desesperanza. Centroamérica es una de las regiones más
violentas del mundo y el número de homicidios en El Salvador, Honduras y
Guatemala es hoy mayor que durante las guerras civiles. El crecimiento
económico ha sido bajo y, con excepción de Costa Rica, la región ha sido
incapaz de desarrollar nuevos sectores que sustituyan la agro-exportación como
motor productivo. La región sigue siendo, además, una de las más desiguales del
planeta.
La emigración constituye la
mejor muestra de las dificultades que Centroamérica tiene para consolidar
sociedades más democráticas, dinámicas y equitativas. Actualmente, miles de
personas abandonan cada año la región, uniéndose al más de 10% de
centroamericanos que viven fuera, y las remesas de emigrantes se han convertido
no solo en la mayor fuente de divisas, sino en un ingreso imprescindible para
millones de familias.
¿Cómo entender los problemas de
la región? ¿Por qué la suma de democracia y liberalización económica no ha dado
los resultados que muchos esperaban? Tres factores interrelacionados son
particularmente importantes. En primer lugar, la posición económica y
geopolítica de Centroamérica es ciertamente desventajosa, pues no ofrece las
ventajas comparativas que sí tiene México (en cuanto a maquilas) ni dispone de las commodities que sí tienen muchos países de América
del Sur. Además, la reciente competencia china dificulta la expansión de las
exportaciones de ropa y otras manufacturas a Estados Unidos. Incluso en la más
desarrollada Costa Rica hay muy pocas empresas capaces de competir en los
mercados internacionales –en este sentido la compañía Intel es una excepción–.
Como importador neto de petróleo, gas y otros recursos naturales, Centroamérica
se ha visto muy perjudicada por el aumento de precios de estos productos que
tanto ha beneficiado a sus vecinos del Sur (tal como ha ocurrido con la soja en
Argentina y Paraguay, con el cobre y la madera en Chile, o con el petróleo en
Venezuela y Ecuador). A la vez, la región se ha convertido en una zona de
tránsito de droga producida en los países andinos y los cárteles operan a sus
anchas aprovechándose de la debilidad que tienen los Estados para enfrentarlos.
Este elemento, la debilidad del
Estado, es el segundo gran obstáculo para el desarrollo económico. La falta de
recursos y de funcionarios independientes sigue limitando la capacidad de las
administraciones nacionales para mejorar la calidad y eficiencia de sus
servicios. La carga impositiva como porcentaje del PIB es mucho más baja en
Centroamérica que en países con similar nivel de riqueza. La mayoría de los
empleados públicos son elegidos por criterios políticos, sus carreras
profesionales son episódicas y reciben salarios insuficientes. La corrupción es
endémica –incluso en Costa Rica, el país con instituciones más fuertes – y la influencia
de los grupos de poder (legales e ilegales) es cada vez más preocupante. Como
resultado el Estado es tan incapaz hoy como hace tres décadas de liderar un
proyecto consensuado de desarrollo económico, político y social.
Pero quizá el problema más serio
tenga que ver con el extraordinario poder que todavía mantiene la élite
económica. Según datos recientes publicados por el diario El País, los poco más de mil
millonarios centroamericanos tienen una fortuna combinada de 137.000 millones
de dólares (unos 100.000 millones de euros), equivalente al 79% del PIB
regional. Los principales grupos económicos controlan un sinnúmero de
actividades distintas, desde la producción de textiles para la exportación a
servicios financieros y construcción de viviendas y supermercados, y se han
convertido en socios imprescindibles para las principales empresas
multinacionales.
Los grandes empresarios se
benefician de una enorme influencia en la política a través de distintos
canales, incluyendo el control de los partidos políticos, la presión sobre
legisladores y jueces y la financiación de campañas electorales. En Guatemala,
por ejemplo, el 97% del gasto realizado por los partidos políticos en las
presidenciales de 2011 vino de fuentes privadas. El fracaso de numerosas
reformas tributarias, particularmente aquellas que pretendían aumentar los
impuestos directos, y las dificultades de todos los gobiernos para regular los
mercados y fomentar la competencia son quizá las muestras más claras de la
influencia privada recurrente.
El futuro de Centroamérica es
incierto. Probablemente continuarán los avances en áreas importantes como la
competencia electoral y la independencia judicial. Sin embargo, los obstáculos
para controlar la violencia y construir economías más equitativas y democracias
más efectivas parecen hoy insuperables. Buena muestra de ello es que sólo el
57,6% de los centroamericanos apoyen explícitamente la democracia que tanto
costó construir. Quizá la solución pase necesariamente por la promoción, desde
cada uno de los países de la región, de redes transnacionales para la defensa
de los derechos. No menos importante en el proceso será que parte de la misma
élite que hoy persigue agendas individuales se dé cuenta de los beneficios que
el fortalecimiento del Estado y su capacidad redistributiva podría tener
incluso para ellos mismos en el largo plazo.
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