Tomado de RFI
Los homenajes se iniciaron el domingo 1 de abril de 2012 con una vigilia de
ex combatientes de la guerra de Malvinas en la ciudad de Ushuaia, en el extremo
sur del país, donde la presidenta argentina Cristina Kirchner presidió el lunes
2 el acto central de conmemoración.
A 30 años del desembarco argentino en Malvinas, el
gobierno de Cristina Fernández impulsa una estrategia regional para que Londres
se siente a negociar la soberanía del archipiélago. Mientras tanto, la sociedad
argentina mantiene el reclamo, pero se cuestiona su incondicional apoyo a la
aventura militar de 1982.
El 2 de abril de 1982, las
tropas argentinas desembarcaban en las Islas Malvinas, ocupadas por el Reino
Unido desde 1833. En un último intento por aferrarse a poder, la agonizante
Junta militar presidida por Leopoldo Fortunato Galtieri desviaba con éxito la
atención de un país sumido en la feroz represión del terrorismo de Estado. De
la derecha nacionalista a la izquierda perseguida por los militares, que veía
en la guerra contra el Reino Unido una causa anti-imperialista, la población
apoyaba eufórica la “gesta”. Sólo hubo alguna voz disonante, la sorpresiva
excepción del entonces futuro presidente Raúl Alfonsín, quien cuestionaba la
legitimidad de los que llamaban a presentar batalla, o de las Madres de Plaza
de Mayo, que sostenían: “Las Malvinas son argentinas, los desaparecidos
también”.
Hoy, 30 años después, Argentina continúa descubriendo los
detalles de los tormentos a los que eran sometidos los jóvenes conscriptos mal
entrenados y peor vestidos para combatir en el gélido sur, comandados por una
jerarquía mucho más preparada para torturar y desaparecer a sus compatriotas
que para llevar a cabo una guerra contra una potencia mundial. Lo nuevo es la
percepción por un parte de la sociedad argentina de que los jóvenes
combatientes tal vez fueron héroes, pero también son nombres que hay que
computar como víctimas de una dictadura que cayó gracias a la derrota argentina
y la victoria de Margaret Thatcher.
En este sentido, un grupo de
intelectuales influyentes encabezado por la ensayista Beatriz Sarlo, el
filósofo Juan Sebreli, el periodista Jorge Lanata o el historiador Luis Alberto
Romero piden en estos días que los soldados muertos sean considerados“víctimas”
y no “héroes”, y no se conmemore el 2 de abril.
"Se atribuye a los soldados y oficiales que allí
murieron una condición heroica. No se trata de negar que muchos de ellos hayan
tenido, en lo personal, comportamientos heroicos, pero sí de resistirse a que
su memoria sea objeto de manipulación cuando han sido básicamente víctimas: la
heroicidad supone una gesta, el triunfo o la derrota en una pugna fundada en
valores que se comparten y en virtud de los cuales se sostiene nuestra
comunidad política y ese no es el caso de esta penosa aventura militar",
sostienen.
“Como argentinos, desaprobamos
que el 2 de abril haya sido declarado 'Día del veterano y los caídos en la
guerra en Malvinas' como si esa efeméride conmemorativa pudiera ocultar que,
feriado mediante, es la causa Malvinas la que se está reivindicando, como si
fuera una causa justa pero 'en manos bastardas'", agregan.
Los firmantes aseguran que esta
manera de recordar es "ambigua" porque por un lado "no se deja
de execrar a la dictadura" y "por otro, se instituye la recordación
de esa guerra como parte de una justicia que implica aceptarla (en la historia
argentina) como episodio positivo a ser rescatado más allá de lo que pretendían
sus ejecutores". Además, piden que se tengan en cuenta los intereses y la
opinión de los isleños, un tema tabú hasta hace poco.
El texto completo de los
intelectuales:
A treinta años de la guerra de Malvinas
Próximos a las tres décadas de
la guerra de las Malvinas, una reflexión fecunda exige pensarla en toda su
singularidad. Único episodio bélico en el que la Argentina se involucró desde
el siglo XIX, fue disparado a partir de una invasión decidida por la dictadura
militar más cruenta de nuestra historia y acompañado por una sociedad imbuida
del espíritu de las "guerras justas". En la aventura se conjugaron
mezquinas motivaciones políticas de corto plazo con convicciones
territorialistas profundamente arraigadas en los argentinos, que aprendieron en
la experiencia que sus imágenes del mundo y de la propia Argentina poco tenían
que ver con la realidad.
La guerra de Malvinas debe ser condenada sin cortapisas.
Como argentinos, desaprobamos que el 2 de abril haya sido declarado "Día
del veterano y los caídos en la guerra en Malvinas" como si esa efeméride
conmemorativa pudiera ocultar que, feriado mediante, es la causa Malvinas la
que se está reivindicando, como si fuera una causa justa pero "en manos
bastardas". La elección del 2 de abril es, en verdad, un ejemplo claro de
la ambigüedad oficial que en relación a la guerra mantuvo la democracia y que
se agravó en los últimos años. Por un lado, no se deja de execrar a la
dictadura pero, por otro, se instituye la recordación de esa guerra como parte
de una justicia que implica aceptarla en nuestra historia como episodio
positivo a ser rescatado más allá de lo que pretendían sus ejecutores.

El veterano de
Malvinas Héctor Jacinto Lucero junto a su mujer frente al cenotafio de Malvinas
en Ushuaia. La presidenta argentina pronunciará un discurso pasado el mediodía
del lunes ante veteranos de la guerra y manifestantes.
Precisamente el 2 de abril, día de la invasión a las
islas, fue el momento culminante de aquella tragedia, ya que lo demás se dio
por añadidura. Ese movimiento ilegal en arreglo al derecho internacional y
criminalmente irresponsable en términos del valor de la vida humana no permite
hablar, estrictamente, de una derrota. Esa invasión fue celebrada por la
Argentina. El nacionalismo territorial cristalizado en Malvinas se aunó con el
deseo de un país entero de concretar un logro después de tantos golpes y tantos
sinsabores, para organizar una fiesta de la que poquísimos se sustrajeron.
De derecha e izquierda, muchos sostienen hoy que al
haberse regado el suelo del archipiélago con sangre de argentinos el cultivo de
la causa Malvinas se hace obligatorio. Es, otra vez, el empleo del conocido
mecanismo del mandato. En este caso, se trata de otra perla del nacionalismo
territorial: al sacralizar la tierra regada con sangre perdemos la libertad de
elegir, nos debemos a ella y no a nuestros valores y a nuestras preferencias,
ya que es la tierra la que está cargada de valores.
También se atribuye a los
soldados y oficiales que allí murieron una condición heroica. No se trata de
negar que muchos de ellos hayan tenido, en lo personal, comportamientos
heroicos (muchos fueron ejemplarmente solidarios con sus compañeros), pero sí
de resistirse a que su memoria sea objeto de manipulación cuando han sido
básicamente víctimas: la heroicidad supone una gesta, el triunfo o la derrota
en una pugna fundada en valores que se comparten y en virtud de los cuales se
sostiene nuestra comunidad política y ese no es el caso de esta penosa aventura
militar. Nosotros - y estamos seguros que como nosotros muchísimos argentinos
-no compartimos ni los motivos ni los valores que le dieron su terrible
sentido.
Los caídos deben ser
recordados, pero no del modo en que el oficialismo nos propone. La memoria de
las víctimas - quienes cayeron en las islas, en aguas del Atlántico Sur y,
debido al escandaloso menosprecio al que fueron sometidos, en la dolorosa
posguerra en el continente - debe ser preservada porque evoca una serie de
tragedias que todavía recorren la Argentina como fantasmas: las violaciones de
los derechos humanos, el doloroso extravío colectivo al que nos llevó la causa
Malvinas, los peligros de unas fuerzas armadas poseídas por un espíritu de
cruzada y los desastres que son consecuencia de acompañar procesos de
concentración del poder.
La visión alternativa que proponemos es una disputa en el
interior de nuestra sociedad nacional y versa sobre los valores en la que debe
ser fundada. Elegir la posición que adoptaremos en la cuestión Malvinas -como
problema a solucionar respetando principios constitucionales y compromisos
internacionales en materia de derechos humanos, o como causa irredenta y
absoluta ante la cual sacrificarlos-es elegir el país que queremos, la Argentina
del futuro. Una Argentina cerrada y ensimismada en el victimismo y sus propias
razones o una Argentina abierta al mundo y capaz de articular sus intereses y
aspiraciones con las de todos los seres humanos, comenzando por los vecinos. La
dolorosa tragedia provocada en 1982 por una dictadura sin escrúpulos y exaltada
aún hoy por un nacionalismo retrógrado convoca nuestra responsabilidad y la de
todos los argentinos.
Firmantes: Emilio de Ípola,
Pepe Eliaschev, Rafael Filippelli, Roberto Gargarella, Fernando Iglesias,
Santiago Kovadloff, Jorge Lanata, Gustavo Noriega, Marcos Novaro, José Miguel
Onaindia, Vicente Palermo, Eduardo Antín (Quintín), Luis Alberto Romero, Daniel
Sabsay, Beatriz Sarlo, Juan José Sebreli, Graciela Fernández Meijide, Jorge E.
Torlasco, Marcos Aguinis, Carlos D. Malamud, José Emilio Burucúa, Liliana De
Riz, Pablo Avelluto, Susana Belmartino, Rogelio Alaniz, Cristina Piña, Sylvina
Walger, Federico Monjeau, Marcela Ternavasio, Luis Príamo, Patricio Coll,
Ricardo López Göttig, Hugo Caligaris, Raúl Mandrini, Rodrigo Moreno, Emilio
Perina, Héctor Ciapuscio, Hugo Vezzetti, Juan Villegas, Anahí Ballent, Edgardo
Dobry, Marylin Contardi, Osvaldo Guariglia, Raúl Beceyro, Emilio Gibaja, Jorge
Goldenberg, Rubén Perina.