martes, 3 de abril de 2012

Matthieu Ricard es el Hombre más Feliz del Mundo


Tomado de El Mundo

Por David Jimenez

Científicos americanos sacaron hace algunos años a Matthieu Ricard de su retiro en un monasterio budista de las montañas de Nepal, lo metieron en el laboratorio, conectaron su cerebro a 256 sensores y analizaron su nivel de estrés, irritabilidad, enfado, placer, satisfacción y decenas de parámetros más. El resultado fue que este francés que un día decidió renunciar a cualquier posesión material, a las comodidades del mundo moderno y al sexo -nada fácil para un francés- fue declarado el Hombre más Feliz del Mundo.

El inconveniente de aceptar que este ex biólogo molecular es un hombre plenamente satisfecho es que nos deja a los demás en el lado equivocado de la vida. Si un monje que pasa la mayor parte de su tiempo en la contemplación es capaz de alcanzar la dicha absoluta, ¿no nos estaremos equivocando quienes seguimos centrando nuestros esfuerzos en un trabajo mejor, un coche más grande o una pareja más estupenda?

Uno no cree que los registros de la felicidad puedan ser calculados en un laboratorio, por mucho que el experimento fuera rodeado de literatura científica.Tampoco con surrealistas conferencias sobre la felicidad como la que estos días tiene lugar en Naciones Unidas. Pero el estudio sobre Ricard, mezclado con las encuestas que sitúan a las poblaciones de algunos países pobres entre las más satisfechas, obliga a plantearse si el occidental es el único modelo que lleva a la felicidad. Más ahora que el tren parece haber descarrilado.

Una de las claves de la felicidad de Ricard está en un viejo concepto budista: la ruptura con la esclavitud que nos ata a los deseos materiales, que terminan empujándonos a una carrera sin fin basada en el MÁS (como me temía: me está saliendo un artículo de autoayuda). El más, por supuesto, es una meta imposible de alcanzar: nuestras expectativas siempre van por delante de nuestros logros materiales. Da lo mismo que te hayas comprado el Audi que deseabas hace años, cuando lo tengas querrás un Porche. No importa que hayas llegado a subdirector de tu departamento, enseguida pensarás que mereces la dirección. ¿Una casa en la playa? Siempre hay algún vecino que tiene una más apetecible. 

Ricard va estos días dando conferencias tratando de explicarnos cómo romper esa cadena. He aquí un tipo que hizo un doctorado en genética celular en el Instituto Pasteur de París y trabajó con el premio Nobel de medicina François Jacob. Parecía destinado a convertirse en uno de los grandes investigadores del campo de la biología cuando dio a su padre el disgusto de su vida. "¿Es eso realmente lo que quiero hacer?", se preguntó. Decidió que los deseos que había supuesto suyos no eran sino creaciones artificiales, construidas por él mismo y la gente a su alrededor. No dice que tengamos que acompañarle en su abstinencia sexual o seguirle a las montañas de Nepal, sino que nos planteemos si hemos seguido realmente nuestro camino.

El Hombre Más Feliz del Mundo cree que el resto de los mortales hemos dejado que se nos defina por lo que podemos comprar, el título que se nos da en el trabajo, el aspecto que tenemos o más recientemente el número de amigos que se nos unen en Facebook. No se da cuenta que al hacerlo no ayuda a hacernos más felices, sino menos. Porque sabemos que, al menos en parte, lleva razón.

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