Tomado de El Mundo
Por David Jimenez
Científicos americanos sacaron hace algunos años a
Matthieu Ricard de
su retiro en un monasterio budista de las montañas de Nepal, lo metieron en el
laboratorio, conectaron su cerebro a 256 sensores y analizaron su nivel de estrés,
irritabilidad, enfado, placer, satisfacción y decenas de parámetros más. El
resultado fue que este francés que un día decidió renunciar a cualquier posesión material, a las
comodidades del mundo moderno y al sexo -nada fácil para un
francés- fue declarado el Hombre
más Feliz del Mundo.
El inconveniente de aceptar que este ex biólogo molecular
es un hombre plenamente satisfecho es que nos deja a los demás en el lado
equivocado de la vida. Si un monje que pasa la mayor parte de su tiempo en la
contemplación es capaz de alcanzar la dicha absoluta, ¿no nos estaremos
equivocando quienes seguimos centrando nuestros esfuerzos en un trabajo mejor,
un coche más grande o una pareja más estupenda?
Uno no cree que los registros de la felicidad puedan ser
calculados en un laboratorio, por mucho que el experimento fuera rodeado de
literatura científica.Tampoco con surrealistas conferencias sobre la felicidad
como la que estos días tiene lugar en Naciones Unidas. Pero el estudio sobre
Ricard, mezclado con las encuestas que sitúan a las poblaciones de algunos
países pobres entre las más satisfechas, obliga
a plantearse si el occidental es el único modelo que lleva a la felicidad.
Más ahora que el tren parece haber descarrilado.
Una de las claves de la felicidad de Ricard está en un
viejo concepto budista: la ruptura con la esclavitud que nos ata a los deseos
materiales, que terminan empujándonos a una carrera sin fin basada en el MÁS
(como me temía: me está saliendo un artículo de autoayuda). El más, por
supuesto, es una meta imposible de alcanzar: nuestras expectativas siempre van por delante de
nuestros logros materiales. Da lo mismo que te hayas comprado
el Audi que deseabas hace años, cuando lo tengas querrás un Porche. No importa
que hayas llegado a subdirector de tu departamento, enseguida pensarás que
mereces la dirección. ¿Una casa en la playa? Siempre hay algún vecino que tiene
una más apetecible.
Ricard va estos días dando conferencias tratando de
explicarnos cómo romper esa cadena. He aquí un tipo que hizo un doctorado en
genética celular en el Instituto Pasteur de París y trabajó con el premio Nobel
de medicina François Jacob. Parecía
destinado a convertirse en uno de los grandes investigadores del campo de la
biología cuando dio a su padre el disgusto de su vida.
"¿Es eso realmente lo que quiero hacer?", se preguntó. Decidió que
los deseos que había supuesto suyos no eran sino creaciones artificiales,
construidas por él mismo y la gente a su alrededor. No dice que tengamos que
acompañarle en su abstinencia sexual o seguirle a las montañas de Nepal, sino
que nos planteemos si hemos seguido realmente nuestro camino.
El Hombre
Más Feliz del Mundo cree que el resto de los mortales hemos dejado
que se nos defina por lo que podemos comprar, el título que se nos da en el
trabajo, el aspecto que tenemos o más recientemente el número de amigos que se
nos unen en Facebook. No se da cuenta que al hacerlo no ayuda a hacernos más
felices, sino menos. Porque
sabemos que, al menos en parte, lleva razón.
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