viernes, 19 de abril de 2013

El Salvador necesita un Teddy Roosevelt





Por Luis E. Montes

En 1902 cuando Theodore Roosevelt asumió como el 26º presidente de los Estados Unidos, pocos hubiesen apostado que sería el primer mandatario en hacer uso de la ley anti-monopolio de 1890. Como representante del partido republicano y vicepresidente de William McKinley, el primer presidente impuesto por los grandes industriales de la era como JP Morgan, Andrew Carnegie y John D. Rockefeller, sus credenciales daban poco indicio de lo progresista de su huella histórica.
Pocos dudan de los adelantos económicos que tuvo Estados Unidos en los últimos 35 años del siglo XIX, justo después de la guerra civil. Pocos ponen en tela de juicio que fue precisamente ese crecimiento lo que permitió que el país estuviese listo para asumir la posición de primera potencia del mundo al final de la primera mitad del siglo XX. La revolución industrial iniciada con el desarrollo de la industria ferrocarrilera por el Comodoro, Cornelius Vanderbilt; la consecuente explosión de la industria acerera en Pittsburgh encabezada por Carnegie; de la industria petrolera en Cleveland por parte de Rockefeller; y del rubro financiero en Nueva York por John Piermont Morgan generaron un crecimiento macroeconómico sin precedentes en el naciente país de Norte América y quizá en la historia del mundo.
Pero como los anales históricos relatan ese crecimiento económico y acumulación de riqueza por parte de 4 familias se dio por la falta de regulación lo que dio paso a una serie de abusos que se fueron degenerando en descontento social, episodios de violencia que desbordó en muertes así como la manipulación electoral por parte de los industriales. Estos poderosos "señorones" usaban organizaciones como la Asociación de Productores Licenciados de Automóviles (ALAM, por sus siglas en inglés) para litigar y poner todo tipo de obstáculos a micro y pequeños empresarios, el más famoso de todos ellos "un tal" Henry Ford quien tras la llegada de Roosevelt al poder logró ganar el litigio de patentes y masificar la producción de su modelo T.
Cualquiera que se adentre en la literatura sobre las elecciones presidenciales de 1896 y 1900 en Estados Unidos y conozca de la situación actual de El Salvador le tomará poco para discurrir el paralelismo histórico. Amenazas de cierre de fábricas, llevarse la inversión a países vecinos (Canadá) o parar proyectos de construcción se reportaban en los periódicos de la época en Estados Unidos y aparecían en panfletos políticos.
Así llega Teddy Roosevelt al poder y, sin que le temblara la mano una de sus primeras acciones ya en la Casa Blanca fue ordenar a su Fiscal General Philander Knox que iniciará acción legal para demandar por prácticas monopólicas a Northern Securities, compañía de ferrocarriles propiedad del banquero JP Morgan. De inmediato, Morgan corrió a la Casa Blanca y amenazó a Roosevelt argumentando que su compañía era vital para la competitividad y prosperidad de la nación. Morgan le propuso al presidente que "arreglaran la situación."
La respuesta de Roosevelt a través de su Fiscal fue que él no estaba interesado en arreglar la situación, si no más bien en detener su práctica monopólica. Roosevelt no le interesaba si Morgan y sus amigos industriales eran poderosos. Si las acciones de estos perjudicaban económicamente a las grandes mayorías, Roosevelt los enfrentaba llevándolos a los tribunales. Así es como logró los fallos de la Corte Suprema en contra de Standard Oil y los otros monopolios de la época.
Las inequidades económicas en El Salvador son palpables. El mito de las 14 familias tiene poco de invento. Pocos dudan que un pequeño número de familias dominan el ambiente económico del país. Si bien muchos ya han vendido a inversionistas extranjeros, hay muchos rubros, que si bien no son monopolios, al menos pueden ser clasificados como carteles. El próximo presidente de El Salvador tiene mucho que aprender de la audacia y tenacidad de Teddy Roosevelt.
Las organizaciones pro empresa privada deben procurar y promover un ambiente amigable a las PYMES -y no sólo a los grandes empresarios- para un crecimiento económico sostenido para todos los sectores. El Salvador necesita atraer talentos brillantes al servicio público. El próximo gobierno debe ser fuente de inspiración, no de humillación.
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