Tomado de The Huffington Post
Por Luis E. Montes
En 1902 cuando Theodore Roosevelt asumió como el
26º presidente de los Estados Unidos, pocos hubiesen apostado que sería el
primer mandatario en hacer uso de la ley anti-monopolio de 1890. Como
representante del partido republicano y vicepresidente de William McKinley, el
primer presidente impuesto por los grandes industriales de la era como JP
Morgan, Andrew Carnegie y John D. Rockefeller, sus credenciales daban poco
indicio de lo progresista de su huella histórica.
Pocos dudan de los adelantos económicos que tuvo
Estados Unidos en los últimos 35 años del siglo XIX, justo después de la guerra
civil. Pocos ponen en tela de juicio que fue precisamente ese crecimiento lo
que permitió que el país estuviese listo para asumir la posición de primera
potencia del mundo al final de la primera mitad del siglo XX. La revolución
industrial iniciada con el desarrollo de la industria ferrocarrilera por el
Comodoro, Cornelius Vanderbilt; la consecuente explosión de la industria
acerera en Pittsburgh encabezada por Carnegie; de la industria petrolera en
Cleveland por parte de Rockefeller; y del rubro financiero en Nueva York por
John Piermont Morgan generaron un crecimiento macroeconómico sin precedentes en
el naciente país de Norte América y quizá en la historia del mundo.
Pero como los anales históricos relatan ese
crecimiento económico y acumulación de riqueza por parte de 4 familias se dio
por la falta de regulación lo que dio paso a una serie de abusos que se fueron
degenerando en descontento social, episodios de violencia que desbordó en
muertes así como la manipulación electoral por parte de los industriales. Estos
poderosos "señorones" usaban organizaciones como la Asociación de
Productores Licenciados de Automóviles (ALAM, por sus siglas en inglés) para litigar
y poner todo tipo de obstáculos a micro y pequeños empresarios, el más famoso
de todos ellos "un tal" Henry Ford quien tras la llegada de Roosevelt
al poder logró ganar el litigio de patentes y masificar la producción de su
modelo T.
Cualquiera que se adentre en la literatura sobre
las elecciones presidenciales de 1896 y 1900 en Estados Unidos y conozca de la
situación actual de El Salvador le tomará poco para discurrir el paralelismo
histórico. Amenazas de cierre de fábricas, llevarse la inversión a países vecinos
(Canadá) o parar proyectos de construcción se reportaban en los periódicos de
la época en Estados Unidos y aparecían en panfletos políticos.
Así llega Teddy Roosevelt al poder y, sin que le
temblara la mano una de sus primeras acciones ya en la Casa Blanca fue ordenar
a su Fiscal General Philander Knox que iniciará acción legal para demandar por
prácticas monopólicas a Northern Securities, compañía de ferrocarriles
propiedad del banquero JP Morgan. De inmediato, Morgan corrió a la Casa Blanca
y amenazó a Roosevelt argumentando que su compañía era vital para la
competitividad y prosperidad de la nación. Morgan le propuso al presidente que
"arreglaran la situación."
La respuesta de Roosevelt a través de su Fiscal
fue que él no estaba interesado en arreglar la situación, si no más bien en
detener su práctica monopólica. Roosevelt no le interesaba si Morgan y sus
amigos industriales eran poderosos. Si las acciones de estos perjudicaban
económicamente a las grandes mayorías, Roosevelt los enfrentaba llevándolos a
los tribunales. Así es como logró los fallos de la Corte Suprema en contra de
Standard Oil y los otros monopolios de la época.
Las inequidades económicas en El Salvador son
palpables. El mito de las 14 familias tiene poco de invento. Pocos dudan que un
pequeño número de familias dominan el ambiente económico del país. Si bien
muchos ya han vendido a inversionistas extranjeros, hay muchos rubros, que si
bien no son monopolios, al menos pueden ser clasificados como carteles. El
próximo presidente de El Salvador tiene mucho que aprender de la audacia y
tenacidad de Teddy Roosevelt.
Las organizaciones pro empresa privada deben
procurar y promover un ambiente amigable a las PYMES -y no sólo a los grandes
empresarios- para un crecimiento económico sostenido para todos los sectores.
El Salvador necesita atraer talentos brillantes al servicio público. El próximo
gobierno debe ser fuente de inspiración, no de humillación.
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